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Authors: Ann Radcliffe

Los misterios de Udolfo (40 page)

BOOK: Los misterios de Udolfo
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Emily se levantó para marcharse.

—Buenas noches, señora —dijo a su tía, simulando de modo que no dejara traslucir su emoción.

—Buenas noches, querida mía —dijo madame Montoni, en un tono de amabilidad que nunca había usado con su sobrina, y su inesperado comportamiento despertó las lágrimas en los ojos de Emily. Hizo una cortesía a Montoni y ya se iba a retirar—. Pero no sabes dónde está tu habitación —dijo su tía.

Montoni llamó al criado que esperaba en la antecámara y le indicó que enviara a la doncella de madame Montoni, con la que Emily se retiró a los pocos minutos.

—¿Sabes cuál es mi habitación? —le preguntó a Annette mientras cruzaban el vestíbulo.

—Sí, creo que lo sé, mademoiselle; ¡pero es un lugar tan confuso y extraño! Ya me he perdido una vez; lo llaman la doble cámara, sobre el bastión sur, y he subido por esta gran escalera para ello. La habitación de mi señora está al otro extremo del castillo.

Emily subió por la escalera de mármol y llegó a un corredor, y mientras lo recorrían, Annette continuó con su charla.

—¡Qué sitio tan solitario!, me da miedo vivir aquí. ¡Cuántas veces he deseado verme de nuevo en Francia! ¡Qué poco pensé, cuando vine con mi señora para ver mundo, que podrían encerrarme en un lugar como éste! ¡Si lo hubiera sabido nunca habría abandonado mi país! Por aquí, mademoiselle, por esta revuelta. Me hace creer de nuevo en gigantes, porque éste parece uno de sus castillos, y una noche u otra supongo que acabaré viendo hadas saltando en ese gran vestíbulo que parece más una iglesia, con esas enormes columnas, que cualquier otra cosa.

—Sí —dijo Emily, sonriendo y contenta de escapar de pensamientos más graves—, si vamos por el corredor a medianoche y miramos hacia el vestíbulo seguro que lo vemos iluminado con miles de lámparas y a las hadas moviéndose en alegres círculos al sonido de una música deliciosa. Porque es a estos lugares a los que acuden para sus fiestas. Pero me temo, Annette, que no llegarás a alcanzar tal espectáculo porque si oyen tu voz toda la escena desaparecerá en un instante.

—¡Oh!, si quisierais acompañarme, mademoiselle, vendré al corredor esta misma noche y os prometo que mantendré mi boca cerrada y que no será culpa mía si el espectáculo desaparece. Pero, ¿creéis que vendrán?

—No puedo prometerlo con certeza, pero me aventuraré a decir que no será culpa tuya si el encantamiento se desvanece.

—Eso es más de lo que esperaba de vos, pero no tengo tanto miedo a las hadas como a los fantasmas, y dicen que hay multitud por el castillo. Sentiría un miedo mortal si tuviera la desgracia de ver a alguno de ellos. Pero, ¡deteneos!, mademoiselle, ¡caminad despacio! Me ha parecido varias veces que algo pasaba a mi lado.

—¡Ridículo! —dijo Emily—, no debes dejarte llevar por la fantasía.

—No son fantasías, que yo sepa. Benedetto dice que estas galerías abandonadas y estos vestíbulos no están hechos sino para que los fantasmas vivan en ellos. Creo sinceramente que si he de vivir largo tiempo aquí acabaré por ser uno de ellos.

—Espero —dijo Emily— que no llegue a oír esos temores el señor Montoni. Le desagradarían profundamente.

—¡Ahora lo sabéis todo!, mademoiselle —prosiguió Annette—. Eso es todo lo que sé, aunque si el signor puede dormir a pierna suelta, nadie en el castillo tiene derecho a estar despierto. Estoy segura... —Emily no pareció darse cuenta de su observación—. Al final de este corredor, mademoiselle; esto conduce a una escalera posterior. ¡Oh! ¡Si veo algo caeré muerta de miedo!

—Eso parece francamente imposible —dijo Emily, sonriendo según seguían el recodo del pasillo, que conducía a otra galería; y entonces Annette, dándose cuenta de que se había confundido, mientras argumentaba tan elocuentemente sobre fantasmas y hadas, recorrió otros pasadizos y galerías, hasta que asustada por su complicación y desolación, gritó pidiendo ayuda; pero se encontraban demasiado lejos de los criados, que estaban al otro lado del castillo, y Emily abrió la puerta de una cámara que había a la izquierda.

—¡Oh!, no entréis ahí, mademoiselle —dijo Annette—, sólo conseguiremos perdemos más aún.

—Acércame la luz —dijo Emily—, es posible que podamos encontrar el camino por estas habitaciones.

Annette se quedó ante la puerta, inquieta, con la luz orientada hacia la habitación, pero los débiles rayos no llegaban ni a la mitad de la misma.

—¿Por qué dudas? —dijo Emily—, déjame ver a dónde conduce esta habitación.

Annette avanzó indecisa. Conducía a una serie de habitaciones antiguas y espaciosas, algunas de las cuales estaban decoradas con tapices y otras forradas con madera de cedro y alerce negro. Todos los muebles parecían tan viejos como las habitaciones, pero mantenían una apariencia de grandeza, aunque estaban cubiertos de polvo y casi destrozados por la humedad y el tiempo.

—¡Qué frías son estas habitaciones! —dijo Annette—, nadie ha debido de vivir en ellas desde hace muchos años. Vayámonos de aquí.

—Es posible que conduzcan hacia la gran escalera —dijo Emily, que siguió avanzando hasta llegar a una habitación llena de cuadros, y cogió la luz para examinar uno de un soldado a caballo en un campo de batalla. Estaba clavando su lanza en un hombre que yacía a los pies del caballo y que levantaba una mano en actitud suplicante. El soldado, cuyo casco estaba levantado, le miraba con ojos de venganza y su rostro tenía una expresión que asustó a Emily por su parecido con Montoni. Tembló y dejó de mirarlo. Pasó la luz rápidamente ante otros cuadros hasta que llegó a uno oculto por un velo negro de seda. Se sorprendió por esta circunstancia y se detuvo con el deseo de retirar el velo y examinar lo que ocultaba tan cuidadosamente, pero se quedó como esperando a tener valor para ello.

—¡Virgen santa! ¿Qué es esto? —exclamó Annette—, seguro que es el cuadro del que me hablaron en Venecia.

—¿Qué cuadro? —dijo Emily.

—Hablaban de un cuadro —replicó Annette nerviosa—, pero nunca conseguí saber exactamente cómo era.

—Retira el velo, Annette.

—¿Cómo? ¿Yo, mademoiselle? ¡Yo! ¡Por nada de este mundo!

Emily se volvió y vio que el rostro de Annette se quedaba pálido.

—¿Qué has oído sobre este cuadro que te atemoriza de tal modo? —dijo Emily.

—Nada, mademoiselle; no he oído nada, pero sigamos con nuestro camino.

—Ciertamente, pero deseo primero examinar este cuadro; toma la lámpara, Annette, mientras yo descorro el velo.

Annette cogió la luz y se alejó de inmediato sin atender las llamadas de Emily para que se quedara, quien no deseando verse sola en la habitación a oscuras acabó por seguirla.

—¿Cuál es la causa de todo, Annette? —dijo Emily al alcanzarla—, ¿qué es lo que has oído en relación con ese cuadro que no te permite quedarte cuando te lo mando?

—No lo sé, mademoiselle —replicó Annette—, nada que tenga que ver con el cuadro, sólo he oído que hay algo terrible relacionado con él y que entonces fue tapado con ese velo negro y que nadie lo ha visto desde hace muchos años y que está relacionado con el propietario de este castillo antes de que el signor Montoni tomara posesión de él, y...

—Me doy cuenta, Annette —dijo Emily, sonriendo—, de que, como dices, no sabes nada sobre el cuadro.

—No, nada, mademoiselle, porque me hicieron prometer que no lo diría; pero...

—Vamos a ver, te comprendo —continuó Ernily, que observó que se debatía entre su inclinación a revelar el secreto y su miedo a las consecuencias—, no te preguntaré más.

—No, os lo ruego, mademoiselle, no lo hagáis.

—Y menos aún lo digas —interrumpió Emily.

Artnette se puso colorada, y Emily sonrió según llegaban al otro extremo de la serie de habitaciones y se encontraron, tras nuevas dudas, una vez más al final de la escalera de mármol, donde Annette dejó a Emily, mientras iba a llamar a alguno de los criados del castillo para que las condujera a la habitación que habían estado buscando.

Mientras Annette estaba ausente, el pensamiento de Emily volvió al cuadro. El deseo de no interferir en la integridad de un criado había hecho que suspendiera sus preguntas sobre el tema al igual que algunas insinuaciones alarmantes, que Annette había dejado caer en relación con Montoni; aunque su curiosidad se había despertado al máximo y se daba cuenta de que sus preguntas podían ser fácilmente contestadas. Sin embargo, se inclinaba por volver a la habitación y examinar el cuadro, pero la soledad de la hora y del lugar, con el melancólico silencio que la rodeaba, conspiraron con un cierto grado de temor, excitado por el misterio que rodeaba al cuadro a prevenirla. Decidió, sin embargo, que cuando la luz del día reanimara su ánimo, iría a verlo y retiraría el velo. Mientras esperaba en el corredor, observó con admiración la enorme anchura de los muros, algo deteriorados, y los pilares de mármol sólido que se elevaban desde el vestíbulo y sostenían el techo.

Apareció un criado con Annette y condujo a Emily a su cámara, que estaba en una parte remota del castillo, y al final del mismo corredor desde el que comenzaba la serie de habitaciones por las que habían estado pasando. El triste aspecto de su habitación hizo que Emily no se sintiera dispuesta a que Annette la dejara de inmediato, y la humedad contribuyó a ello más que el miedo. Rogó a Caterina, criada del castillo, que trajera troncos y encendiera el fuego.

—Hace muchos años que no se ha encendido un fuego aquí —dijo Caterina.

—No hace falta que me lo digas, buena mujer —dijo Annette—, todas las habitaciones del castillo parecen un pozo. No sé cómo puedes vivir aquí. Yo ya estoy deseando volver a Venecia.

Emily hizo una seña a Caterina para que trajera la leña.

—Me pregunto, mademoiselle, ¿por qué llaman a esta habitación la cámara doble? —dijo Annette mientras Emily inspeccionaba todo en silencio y vio que era tan espaciosa como todas las que había visto y que, como muchas de ellas, tenía los muros forrados de alerce negro. La cama y otros muebles eran muy viejos y tenían un aire de noble grandeza como todos los que había visto en el castillo. Uno de los altos ventanales, que abrió, estaba sobre el muro, pero la vista más allá quedaba oculta por la oscuridad.

En presencia de Annette, Emily trató de animarse y de contener las lágrimas que de vez en cuando asomaban a sus ojos. Deseaba preguntar para cuándo esperaban al conde Morano, pero se contuvo pensando en que no debía hacer a una sirviente preguntas innecesarias y menos que se refirieran a la familia. Mientras tanto, los pensamientos de Annette estaban sumidos en otro tema; sentía especial atracción por todo lo maravilloso y había oído comentarios relacionados con el castillo que gratificaban altamente sus inclinaciones. Aunque había sido aconsejada de que no lo mencionara, su deseo de hacerlo era demasiado fuerte y a cada momento estaba al borde de contar lo que había oído. Para ella resultaba un severo castigo tener noticia de algunas circunstancias extrañas y verse obligada a ocultarlo; pero sabía que Montoni podía imponerle uno mucho más severo y temió incurrir en ello al ofenderle.

Caterina trajo algunos leños, y las llamas dispersaron durante un momento la tristeza de la habitación. Le dijo a Annette que su señora había preguntado por ella, y Emily se vio una vez más sola con sus tristes pensamientos. Su corazón no se había endurecido aún lo suficiente contra las descorteses maneras de Montoni, y estaba casi tan conmovida como la primera vez en que le dio muestras de ellas. La ternura y ,el afecto a los que siempre había estado acostumbrada hasta que perdió a sus padres la habían hecho particularmente sensible a cualquier tipo de descortesía, y aún no se había acostumbrado a soportarla.

Para ocupar su tiempo con otros temas que no fueran los que le pesaban profundamente en su ánimo, se puso en pie, examinando de nuevo su habitación y el mobiliario. Según la recorría, pasó por delante de una puerta que no estaba cerrada del todo. Al darse cuenta de que no era la que había utilizado para entrar, acercó la luz para descubrir a dónde conducía. Al abrirla y avanzar, casi cayó en un escalón que iniciaba una escalera entre dos muros de piedra. Sintió curiosidad por saber dónde llevaba y se inquietó más todavía al comprobar que comunicaba directamente con su habitación; pero en su presente estado de ánimo, sintió que necesitaba más valor para aventurarse sola por aquella oscuridad. Cerró la puerta y trató de asegurarla, comprobando que no tenía cerrojo alguno por el lado de su habitación, pese a que había visto dos en el lado opuesto. Consiguió remediar en parte el defecto colocando una pesada silla apoyada en la puerta; sin embargo, su preocupación no cedió ante la idea de dormir sola en aquella habitación perdida, con una puerta abierta a algún lugar que desconocía y que no podía ser perfectamente cerrada desde dentro. En algún momento deseó haber pedido a madame Montoni que hubiera permitido que Annette se quedara con ella toda la noche, pero desechó la idea ante el temor de que la solicitud hubiera puesto al descubierto lo que se juzgaría como temor infantil, y también para no aumentar los temores de Annette.

Sus tristes reflexiones no tardaron en ser interrumpidas por unos pasos en el corredor, y se alegró al ver a Annette que entraba con algo para cenar, enviada por madame Montoni. En la mesa que había junto al fuego hizo que se sentara también la sirviente y cenara con ella. Cuando concluyeron el ligero refrigerio, Annette, animada por su condescendencia y tras echar un leño en el fuego, acercó una silla a Emily y dijo:

—¿Habéis oído, mademoiselle, lo del extraño accidente que hizo al signor amo de este castillo?

—¿Cuál es esa historia extraordinaria que tienes que contarme? —dijo Emily, ocultando la curiosidad que le ocasionaban las insinuaciones misteriosas que había oído anteriormente sobre el asunto.

—Estoy enterada de todo, mademoiselle —dijo Annette, echando una mirada por la habitación y acercándose más a Emily—. Benedetto me lo dijo durante el viaje.

Decía: «Annette, ¿qué es lo que sabes de ese castillo al que nos dirigimos?» «No sé nada, señor Benedetto —dije yo—, ¿por qué no me lo contáis?» «Pero, tienes que saber guardar un secreto o no te lo diré por nada del mundo»; por ello prometí no decirlo, ya que dicen que al signor no le gusta que se hable de ello.

—Si has prometido guardar el secreto —dijo Emily—, lo mejor es que cumplas lo ofrecido.

Annette hizo una pausa y dijo después:

—¡Oh!, pero a vos, mademoiselle, a vos os lo puedo contar sin peligro. Lo sé.

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