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Authors: Kevin T. Stein

Tags: #Fantástico

Los hermanos Majere (31 page)

BOOK: Los hermanos Majere
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—¡Al fin! —suspiró.

Sus dedos aferraron con fuerza el bastón, las doradas facciones reflejaron los destellos rojizos de las llamas del hogar. Comenzó la lectura, mas, de repente, ante sus ojos se perfilaron las siluetas de Shavas y Caramon, sus cuerpos enlazados en un abrazo apasionado.

—¡No debo perder el tiempo con esas cosas! —gritó y cerró los párpados para borrar la visión. Disciplina, se exhortó en silencio, en tanto se preparaba para acometer la lectura del primer signo. Respiró hondo, alineó la mente con sus designios, la voluntad con sus deseos, y se internó en la senda tortuosa del poder.

Una descarga deslumbrante sacudió sus sentidos con un dolor agónico y propagó un fuego ardiente a lo largo de todo el sistema nervioso. Innumerables rayos amarillos se precipitaron sobre su cuerpo, que se retorció en contracciones indescriptibles. Inclementes, unas lanzas de luz azulada se hundieron en su carne. La descarga de chispazos anaranjados le desgarraba el cerebro y, con ella, una avalancha glacial, aniquiladora, encauzada directamente contra la esencia de su ser. Las espirales rojizas destruían uno a uno sus pensamientos y los lanzaban a la nada infinita.

—¡No! ¡Jamás! —aulló.

En la soledad de ese universo de dolor, se aferró con ambas manos al negro cayado en una lucha titánica por recobrar la voluntad, y se aferró a una deslumbrante estrella de deseo que sostuviera los trozos de cuerpo y mente antes de hundirse en la fatal desesperanza. Una horda de demonios multicolores, criaturas informes de los planos astrales inferiores, aullaba a su alrededor en un ciego afán por atrapar su espíritu y arrastrarlo al Abismo. A pesar de que, por momentos, su esencia se hundía más y más, se obligó a mantener la mirada fija en las malditas runas. Raistlin sabía que si se rendía, si apartaba los ojos aunque sólo fuera una décima de segundo, su ser sería destruido.

Entonces advirtió que no estaba solo, que alguien más luchaba con denuedo en esta batalla por su existencia. Estalló en carcajadas; retó, desafió a cualquier mundo o plano a que osara tomarlo, a que lo reclamara como suyo.

Los entes espectrales cesaron de torturarlo y huyeron.

Exhausto, Raistlin se desplomó sobre el libro. Bajo su mejilla, sintió que el texto desaparecía en medio de un siseo de serpiente. La trampa tendida había fallado. Había escapado a la destrucción.

17

Shavas recorría el sendero de gravilla blanca que conducía a la mansión; sus ojos se posaron con deleite en las flores de los parterres que lo flanqueaban; las corolas, cargadas de rocío, se inclinaban en una reverencia sumisa. La luz del amanecer reflejaba un arco iris en los cristales multicolores de los ventanales. La mujer esbozó una sonrisa, sacudió la cabeza y apartó del rostro los mechones despeinados de la tupida melena.

La mansión se hallaba sumida en un silencio profundo e incluso el sonido del reloj de agua se oía amortiguado, como si temiese molestarla. Shavas se dirigió a la biblioteca y abrió las pesadas puertas que cerró a su espalda apenas accedió a la estancia. La habitación estaba vacía. Frunció el entrecejo, en un gesto de perplejidad. ¿Qué esperaba encontrar? ¿El cadáver del joven hechicero, abandonado tras arrebatarle el alma para arrastrarla a la presencia de la Reina de la Oscuridad? ¿Acaso había logrado escapar, probando así su poder en el arte? ¿O quizá no lo había intentado? Shavas escudriñó la biblioteca en busca de alguna señal que denunciara la presencia del mago. Cabía la posibilidad de que no los hubiera leído. Incluso que no hubiera venido.

No. Shavas sonrió de nuevo a la vez que recogía un libro que el joven hechicero había olvidado devolver a su lugar, aquel que ojeara en principio y que desechara por su aspecto inocuo. Había estado allí. Y había salido triunfante de la prueba. En verdad, merecía su interés.

La dignataria se encaminó a su dormitorio con el libro entre las manos. Sin despojarse de la vestimenta, se tendió en la cama, recostada en los almohadones; una vez instalada con comodidad, abrió el pesado volumen y leyó las páginas que ya no eran blancas. En el canto del tomo se leían tres palabras, recién taraceadas en oro:

Los hermanos Majere.

Una ilustración mostraba a dos hombres sentados junto a una hoguera de campamento; uno era un guerrero corpulento y atractivo; el otro, delgado y débil, vestía una túnica roja y sostenía un bastón negro rematado en una garra dorada que aferraba una bola de cristal. Shavas inició la lectura.

Caramon disfruta velando el sueño de Raistlin. Éste es el único momento del día en que, según la opinión del guerrero, el mago se encuentra en paz, si bien esa tranquilidad se rompe a menudo con pesadillas inquietantes. Caramon ha protegido siempre a su enfermizo gemelo de los peligros del mundo, se trate del frío, de la enfermedad, o de amenazas más tangibles. Se siente responsable del bienestar de Raistlin, aun cuando su hermano no hace el menor esfuerzo por mostrar su agradecimiento.

Esta responsabilidad autoimpuesta por Caramon se remonta a su infancia. La debilidad física de Raistlin, su gran inteligencia y su carácter astuto y cínico por naturaleza lo convertían en el blanco idóneo de matones y camorristas. Sólo las oportunas intervenciones de Caramon evitaron que su enfermizo gemelo saliera malparado en varias ocasiones en que la reyerta adquirió carices peligrosos. Incapaz de comprender ni aceptar el abuso infligido a débiles e indefensos, Caramon se convirtió en el guardián de Raistlin. También en este último se despertó un odio enconado contra aquellos que maltratan a los inocentes, a los desvalidos. Tanto es así, que los hermanos se han convertido en paladines defensores de varias causas de esta índole acontecidas en Krynn.

Shavas suspiró y se mordió el labio inferior. ¿Se habría equivocado al juzgar a Raistlin? No, imposible. Había percibido la ardiente ambición que irradiaba de su piel como un fuego. Había acertado al predecir que su ansia por la magia prevalecería sobre su deseo por los placeres de la carne.

Los gemelos son inseparables; siempre juntos y, sin embargo, siempre distantes. Caramon observa cómo su hermano se vuelve más taciturno y reservado con el paso del tiempo, mientras que él mismo se hace más sociable y extravertido. Este cambio resultó más patente para el guerrero cuando su hermano se marchó a estudiar magia. Por su parte, Raistlin descubrió que sus habilidades en el arte arcano compensarían sus carencias físicas. A través de la magia, controlaría, manipularía, dominaría..., afanes que Caramon no comprende o, más bien, no necesita comprender.

El guerrero es popular. Fuerte y atractivo, despierta la admiración en sus semejantes y, en particular, entre sus amigos de la adolescencia, un grupo variopinto de trotamundos y aventureros contumaces (consultar volúmenes: Tanis el Semielfo, Flint Fireforge, Sturm Brightblade, Kitiara Uth-Matar, Tasslehoff Burrfoot) entre quienes la presencia de Raistlin sólo se tolera.

Raistlin posee muchas cualidades que pasan inadvertidas a sus semejantes. La más sobresaliente es su coraje, su tenaz disposición para enfrentarse a quienes gobiernan con mano de hierro. Estos atributos se encubren con el comportamiento hostil y la actitud cínica tras los que se escuda el joven mago.

En muchas ocasiones, Raistlin, incluso cuando todavía era un aprendiz de mago, desenmascaró los engaños y supercherías de los presuntuosos clérigos de los, así llamados, «nuevos dioses», a quienes tacha de charlatanes y parásitos de la peor ralea, que engordan a costa del miedo del populacho.

En cada enfrentamiento, Raistlin logró que sus maquinaciones y engaños se volvieran contra ellos y demostró a la gente dominada por el terror que tales clérigos son tan falsos como sus religiones. En más de una oportunidad, Caramon ha librado a su hermano del acoso de estos clérigos, resueltos a vengarse de él.

En lo más recóndito de su ser, Caramon sabe que su hermano y él se van separando lenta pero inexorablemente; advierte que, día a día, el poder, el conocimiento y la magia del mago crecen, aun cuando el frágil cuerpo soporta a duras penas el esfuerzo exigido. Caramon ha visto cómo su gemelo formulaba hechizos que reducían a cenizas a los más fuertes guerreros, mas, acto seguido, presenciaba impotente cómo Raistlin se desplomaba en medio de convulsiones que quebrantaban su cuerpo por dentro y le hacían sangrar por la boca.

Con todo, Raistlin siempre se sobrepone al dolor y se incorpora, apoyado en unos brazos demasiado débiles para sostenerlo, erguido sobre unas piernas temblorosas por el agotamiento, y, luego, su rostro se ilumina con una leve sonrisa, una sonrisa que denuncia un gran espíritu remiso a claudicar, a darse por vencido, a renunciar a la débil carne mortal en tanto que todos y cada uno de sus designios no estén consumados.

Esta firme resolución descubre a Caramon que su derrota final vendrá de manos de su gemelo, si bien su mente rechaza esta idea. La visión presenciada en la Torre de la Alta Hechicería, donde Raistlin, cegado por la cólera y la envidia, no dudó en destruir a su propio hermano, es el lúgubre toque a muerto que resuena en las peores pesadillas del guerrero.

—¡Ah! —musitó Shavas—. Por fin llegamos a la parte interesante. Información más detallada, por favor.

El libro, obediente a su requerimiento, amplió datos, y una nueva página se cubrió de caracteres.

No se sabe con certeza cómo se las ingenió Raistlin para superar la Prueba, ya que los misterios de la Torre de la Alta Hechicería están vedados incluso para mí. A decir verdad, el joven mago estuvo muy próximo a salir derrotado en un enfrentamiento con un elfo oscuro. Se cree que Raistlin cedió su esencia vital a cambio de preservar la vida. Si tal trueque fue verdadero, entonces, en algún otro plano existencial, hay un ente poderoso que vigila y protege al joven mago, quizá no por bondad, sino en salvaguardia de los propios intereses de dicho ente.

Shavas cerró el libro por un momento, sin quitar el dedo de la página que leía. Si esta última información era cierta, entorpecería sus planes. O, por el contrario, los favorecería, todo dependía de la naturaleza del protector. Ojalá hubiese conocido antes ese detalle; apenas restaba tiempo. La mujer reanudó la lectura.

Finalizada la Prueba, los archimagos crearon una ilusión visual de manera que, en apariencia, Caramon manifestaba grandes poderes mágicos. En un arrebato de furia y envidia, convencido de que su gemelo le había robado lo único que tenía algún significado en su, por lo demás, amarga existencia, Raistlin mató a Caramon. De hecho, se trataba de una imagen ficticia del guerrero creada por los archimagos. Pero, además, Par-Salian, Jefe de los Túnicas Blancas, organizó las cosas de modo que Caramon presenciara su propia muerte a manos de su gemelo. Cuando los hermanos abandonaron la Torre, su vida había sufrido un cambio irreversible. Raistlin había obtenido el poder que siempre había ansiado. Pero todo cuanto tenía Caramon era tiempo..., un plazo de tiempo indeterminado.

La dignataria arrojó el libro al suelo. Recostada sobre las almohadas, estalló en carcajadas.

* * *

Aquella misma mañana, lord Brunswick se hallaba sentado en su sillón favorito en el salón principal de la mansión, una estancia espaciosa, de paredes recubiertas con paneles de madera oscura y repleta de ornamentos que denunciaban riqueza y poder. El consejero contemplaba los juegos de sus hijos con una mirada fría e impasible a la vez que sus dedos recorrían de manera inconsciente, a lo largo y lo ancho, un saquillo de cuero con forma de un raro triángulo. La hija menor corrió hasta él y agarró la bolsa.

—¿Qué es esto, papá?

El caballero le propinó una bofetada al tiempo que recuperaba el saquillo.

—¡No lo toques, mocosa!

La chiquilla rompió a llorar y se lanzó en los brazos de su madre. La esposa del caballero consoló a la pequeña y luego miró asombrada a su esposo.

—Alfred, ¿qué te ocurre?

El ministro rehusó contestar, cruzó la estancia deprisa y cerró con un portazo que retumbó en la mansión. Del otro lado de la puerta, le llegó la voz amortiguada de la mujer que calmaba a la niña.

—Vamos, vamos, no llores más. Esta noche se celebra el Festival del Ojo. ¡Piensa en lo mucho que te divertirás!

El caballero esbozó una mueca. Sí, la diversión comenzaría esa noche.

La enorme casa se hallaba sumida en la oscuridad; las habitaciones y dependencias estaban vacías porque los sirvientes disfrutaban de un día festivo con ocasión del evento. Brunswick atravesó las diversas estancias a paso vivo y salió al jardín con la bolsa aferrada contra el pecho.

Metió el saquillo bajo el cinto y recorrió a zancadas el terreno que rodeaba la casa hasta llegar a un área de la finca bañada por uno de los muchos arroyos que atravesaban Mereklar. Con pasos seguros, decididos, siguió el curso del agua corriente arriba, en dirección al centro de la ciudad.

Llegó a una zona ajardinada en cuyo centro se alzaba una pequeña arboleda, un monumento a su familia. Se detuvo y contempló el grupo de árboles durante unos segundos; luego, de forma repentina, prorrumpió en unas burlonas carcajadas.

Un débil maullido respondió a sus risotadas. Al pie de uno de los árboles se hallaba un gato pequeño, perdido, que tal vez buscaba a la madre que jamás regresaría. Él caballero se agachó y cogió al gatito por el cuello. Desquiciado de terror, el animalito se debatió, arañó e hincó los colmillos de leche, afilados como agujas, en el pulgar del hombre.

Lord Brunswick barbotó una imprecación a la vez que se libraba del minino arrojándolo al suelo; luego, se concentró en el dolor y, de inmediato, la sangre se secó y la herida se cerró y sanó sin dejar la más mínima huella.

El semblante del hombre se ensombreció. Sacó la bolsa sujeta bajo el cinturón, la abrió de un tirón brusco y extrajo del interior una vara corta, doblada por un extremo en un ángulo extraño. Apuntó al pequeño gato con el artilugio.

En aquel momento, se escuchó un gruñido furioso procedente de lo alto, y el caballero alzó la vista con una expresión de terror plasmada en el rostro. Demasiado tarde. La forma de un felino, negro e inmenso, saltó sobre él desde el árbol. La vara salió despedida de la mano de Brunswick. La fiera retrajo el hocico, dejó al descubierto unos colmillos enormes y se dispuso a desgarrar la garganta del hombre.

El consejero, con una fuerza sobrehumana, apartó al felino de su pecho, se incorporó de un salto y adoptó una posición de lucha.

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