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Authors: Enid Blyton

Tags: #Infantil y Juvenil, Aventuras

Los Cinco y el tesoro de la isla (7 page)

—No hagas eso —dijo Julián—. Es mejor que cada uno de nosotros le dé un bocadillo. Así, el perro podrá comerse cuatro y a nosotros nos quedarán tres para cada uno. Creo que tendremos suficiente.

—Eres muy agradable —dijo
Jorge
—.
Timoteo
, ¿verdad que todos son muy simpáticos?

Timoteo
confirmó. Se puso a lamer uno por uno a los tres hermanos, con gran regocijo de éstos. Después dio media vuelta y ofreció a Julián la barriga para que le hiciera cosquillas.

Cuando acabaron de comer atizaron el fuego. A Julián le tocó el turno primero para ir por más madera. Salió de la habitación desapareciendo en la oscuridad bajo la tormenta. A mitad de camino se paró y miró a su alrededor, mientras la fuerte lluvia empapaba su desnuda cabeza. La tormenta tenía que estar encima mismo de él, porque los truenos se oían al mismo tiempo que se veían los relámpagos. Normalmente, Julián no tenía miedo a las tormentas; pero esta vez era tan fuerte, que estaba algo asustado. Era una tempestad impresionante. Los relámpagos rasgaban el cielo con pocos segundos de intervalo y los truenos eran tan horrísonos que producían la impresión de que se estaban derrumbando todas las montañas de la isla.

El mugido del mar sólo podía oírse entre trueno y trueno, pero también era horrendo. Julián, que estaba en medio del castillo, sentía las salpicaduras.

"Me gustaría ver las olas —pensó—. Si a esta distancia me salpica el agua, deben ser sencillamente enormes."

Se encaramó en lo alto de la vieja muralla que rodeaba el castillo. Desde allí pudo ver el mar abierto. Abarcó la orilla con la mirada. Quedó pasmado. ¡Qué impresionante era lo que tenía ante los ojos!

Las olas parecían enormes muros de color gris pardo. Se estrellaban contra las rocas a lo largo de toda la costa, resplandeciendo con blancos fulgores bajo el tormentoso cielo. Azotaban los contornos de la isla, revolviéndose en impresionante resaca, con tanta fuerza, que Julián podía sentir cómo el suelo de la muralla temblaba bajo sus pies. El espectáculo era espeluznante. Hubo momentos en que temió que el mar pudiese llegar, en su furia, a inundar y arrasar la pequeña isla. Pero se consoló pensando que lo que no había ocurrido nunca, no era probable que sucediera ahora. Siguió contemplando el mar hasta que, de pronto, algo extraño descubrieron sus ojos.

A través de las olas podía divisar la sombra de una gran mole, que aparecía y desaparecía a intervalos. ¿Qué podría ser aquello?

—No puede ser un barco —se dijo Julián a sí mismo, mientras el corazón empezaba a latirle apresuradamente. Observó con más atención a través de la fuerte lluvia—. Pues más parece un barco que otra cosa. No quisiera que fuese un barco. Con esta tempestad nadie que hubiera dentro se salvaría.

Siguió mirando durante un rato. La misteriosa sombra aparecía otra vez ante su vista. Luego volvió a desaparecer. Julián decidió regresar en seguida para contárselo a los demás. Echó a correr en dirección a la habitación-refugio.

—¡
Jorge
! ¡Dick! ¡Acabo de ver algo raro entre las rocas desde lo alto de la muralla! Es una sombra que parece un barco, pero no debe de serlo. ¡Venid a verlo!

Los demás escucharon sorprendidos.
Jorge
echó precipitadamente dos trozos de leña más en el fuego para evitar que se apagara durante su ausencia y poco después todos corrían bajo la lluvia siguiendo a Julián.

La tormenta no parecía ahora tan fuerte. La lluvia había amainado. Los truenos se oían más distantes y los relámpagos eran menos frecuentes. Julián los llevó a todos hasta lo alto de la muralla, utilizando el mismo camino que la vez anterior.

Cuando llegaron arriba pudieron ver las enormes olas de color gris verdoso estrellándose contra las rocas con inusitada furia, como si quisiesen engullirse la isla entera. Ana cogió a Julián por el brazo. Estaba asustada y se sentía muy poquita cosa.

—No te asustes, Ana —dijo Julián con fuerte voz—. Ahora, antes de un minuto, vas a ver algo muy curioso.

Todos miraban atentamente la rocosa orilla. Al pronto no vieron nada de particular, porque las olas eran demasiado altas. De pronto,
Jorge
vio la sombra de que había hablado Julián.

—¡Qué gracia! —gritó—. ¡Es un barco! ¡Sí que lo es! ¿Se estará hundiendo? ¡Es un barco grande, no es ningún yate ni tampoco un pesquero!

—¡Oh, a lo mejor hay personas dentro! —gimió Ana.

Los cuatro observaron atentamente el barco y
Timoteo
empezó a ladrar cuando vio el oscuro bulto moviéndose de un sitio para otro entre las furiosas olas. El mar estaba arrastrando el barco hasta la orilla.

—Se va a estrellar contra esas rocas —dijo Julián de pronto—. ¡Mirad! ¡Ahora!

No bien hubo hablado se produjo un fuerte estrépito: la nave había quedado incrustada entre los afilados salientes de las peligrosas rocas de la costa sudoeste de la isla. Ahora apenas se movía ya, a pesar de que las olas, con toda su furia, continuaban precipitándose contra el barco.

—Ha encallado —dijo Julián—. Ahora ya no se puede mover. Supongo que la tempestad amainará pronto. Entonces quedará allí sujeto.

Mientras hablaba, un débil rayo de sol había aparecido por un momento entre un claro de las nubes.

—¡Qué bien! —dijo Dick mirando al cielo—. Parece que el sol saldrá otra vez pronto. Entonces podremos calentarnos y secarnos y tal vez averigüemos algo sobre ese misterioso barco. Oh, Julián, no quisiera que hubiese nadie a bordo. Espero qué todos se hayan puesto a salvo con los botes salvavidas.

El cielo se aclaró un poco más y el viento, amainado, se había convertido en una fuerte brisa. El sol volvió a salir, esta vez durante más rato, y los chicos se sintieron muy confortados con el calor de los rayos. Todos seguían mirando al barco. La luz del sol le daba ahora de lleno.

—Hay algo extraño en todo esto —dijo Julián, despacio—. Algo terriblemente extraño. Nunca había visto un barco como éste.

Jorge
no hacía más que contemplar el navío con mirada extraña. Miró luego a sus primos, quienes quedaron sorprendidos del raro fulgor de sus ojos. Estaba tan excitada, que no podía articular palabra.

—¿Qué te pasa? —preguntó Julián, cogiéndole la mano.

—¡Oh, Julián, ése es mi barco! —gritó
Jorge
con voz muy alta y excitada—. ¿No adivinas lo que ha ocurrido? ¡La tempestad lo ha sacado del fondo del mar y lo ha metido entre esas rocas! ¡Es mi barco!

Los tres hermanos comprendieron pronto que su primita tenía razón. ¡Aquél era el barco hundido de
Jorge
! ¿No era un barco muy extraño? ¿No era antiguo? ¿No estaba lleno de algas? ¿No tenía una silueta de otros tiempos? Aquél no era ni más ni menos que el barco hundido de
Jorge
al que la tormenta había arrancado de donde yacía, arrastrándolo luego contra las rocas de la orilla.

—¡
Jorge
! ¡Ahora sí que podremos meternos en el barco y registrarlo bien! —gritó Julián—. ¡Lo exploraremos de punta a punta! ¡Y encontraremos las cajas con las barras de oro! ¡Oh,
Jorge
!

CAPÍTULO VII

De vuelta a "Villa Kirrin"

Los cuatro quedaron tan tremendamente impresionados que durante unos minutos no volvieron a pronunciar palabra. Miraban y miraban la oscura silueta del navío imaginando cosas fantásticas sobre lo que podría haber en su interior. Luego Julián cogió a
Jorge
por el brazo, apretándoselo nerviosamente.

—¿No es maravilloso? —dijo—. Oh,
Jorge
, ¿verdad que lo que ha acontecido es fantástico?

Jorge
permaneció un rato en silencio, mientras por su mente corría todo un torbellino de imaginaciones.

—Me pregunto si podré considerar el barco como mío, ahora que ha salido a la superficie —dijo—. Ahora no estoy tan segura de quién pueda tener derecho sobre él y sobre el tesoro, si es que todavía está dentro. Aunque, al fin y al cabo, cuando se hundió era propiedad de unos antepasados míos. Mientras estaba hundido no había problema: nadie se preocupaba de él. Pero ahora que ha salido a flote no sé si será tan fácil seguir siendo la dueña.

—¡Pues no le digas a nadie que ha salido a flote! —dijo Dick.

—No seas cándido —dijo
Jorge
—. Cualquier pescador que atraviese la bahía en su barco lo verá y se lo dirá a todo el mundo. Esta clase de noticias corren como la pólvora.

—Pues bien: entonces lo que podemos hacer es registrarlo bien antes de que lo hagan los demás —dijo Dick, ávidamente—. Todavía no sabe nadie que ha salido a flote. Sólo lo sabemos nosotros. Podemos registrarlo en cuanto amaine un poco más el temporal.

—No podemos ir a pie hasta esas rocas, si es eso lo que propones —repuso
Jorge
—. En bote sí, pero no debemos arriesgarnos mientras las olas sean tan enormes. Estoy segura de que el temporal no terminará hoy. El viento es demasiado fuerte.

—¿Y si fuésemos a explorarlo mañana por la mañana muy temprano? —preguntó Julián—. Antes de que nadie lo vea. Apuesto a que si conseguimos registrarlo los primeros, encontraremos las cajas del oro.

—No estoy muy segura —dijo
Jorge
—. Ya os he dicho que muchas personas han registrado el barco y no han encontrado el oro, aunque reconozco que hacerlo bajo el agua es bastante difícil. Tal vez nosotros encontremos lo que se les escapó a los demás. Oh, todo esto parece un sueño. ¡Todavía no acabo de creerme que mi barco haya salido del fondo del mar!

El sol hacía rato que lucía en el cielo y, bajo el ardor de sus rayos, la ropa de los chicos estaba ya casi seca. La piel de
Timoteo
desprendía vapor de agua. Al can no parecía gustarle mucho el barco, a juzgar por los profundos gruñidos que lanzaba al mirarlo.

—No seas aprensivo,
Tim
—dijo
Jorge
, acariciándolo—. Ese barco no puede hacerte daño. ¿Qué es lo que estás pensando?

—A lo mejor se cree que es una ballena —dijo Ana, riendo—. ¡Oh,
Jorge
! ¡Éste es el día más interesante de mi vida! ¡Oh! ¿No podríamos coger el bote ahora mismo y explorar el barco?

—No, no puede ser —dijo
Jorge
—. Ojalá pudiéramos. Pero es totalmente imposible, Ana. No es seguro que el barco vaya a estar todo el tiempo quieto e incrustado en las rocas. Cualquier ola grande puede sacarlo de ahí. Sería muy peligroso meterse en él ahora. Por otra parte, no tengo la menor intención de ver el bote hecho pedazos ni de que nos ahoguemos en el mar. Todo eso podría ocurrir. Es mejor que esperemos hasta mañana. Es una buena idea la de ir muy temprano. Antes de que empiece a venir gente mayor diciendo que registrar el barco es asunto de ellos.

Los chicos contemplaron anhelantes el barco durante un rato más. Luego extendieron la mirada por todo el derredor de la isla. Ésta no era, ciertamente, muy extensa, pero ofrecía un espectáculo magnífico, con su rocosa costa, sus tranquilas calas (como aquélla donde habían dejado el bote), su ruinoso castillo, y sus pájaros exóticos y huidizos conejos, que abundaban por doquier.

—¡Cómo me gusta esto! —exclamó Ana—. ¡Cómo me gusta! Aquí nos damos cuenta perfectamente de que estamos en una isla. Hay muchas de ellas que son tan grandes que no se nota que son islas. Yo sé que Gran Bretaña es una isla; pero si lo sé es porque me lo han dicho. En cambio, aquí se ve en seguida que estamos rodeados de mar por todos sitios, porque desde un mismo lugar se pueden ver todas las orillas. ¡Cómo me gusta!

Jorge
estaba radiante de contento. Ella había estado muchas veces en la isla anteriormente, pero siempre sola, salvo la compañía de
Timoteo
. Se había jurado no llevar allí nunca a nadie, porque sólo así le parecía totalmente suya. Sin embargo, ahora seguía pareciéndole tan suya como antes. Había llevado allí a sus primos por propia voluntad y con gran alegría de su corazón. Por primera vez empezaba
Jorge
a entender que el compartir las alegrías con los demás dobla el placer que éstas nos producen.

—Cuando las olas no sean tan grandes regresaremos —dijo—. Tengo el presentimiento de que va a llover otra vez y supongo que no querréis volver a mojaros. No podremos estar de vuelta antes de la hora del té, porque al bajar la marea, las corrientes serán contrarias a la dirección del bote.

Los chicos se sentían todos algo cansados de tantas emociones que les había deparado la mañana. Apenas pronunciaban palabra mientras regresaban en el bote. Iban remando por turno, pero en él no tomaba parte Ana, que no tenía bastante fuerza para remar contra corriente. Contemplaron una vez más la isla mientras se alejaban de ella. Ya no podían ver el barco, pues había encallado en la parte opuesta.

—Nos viene muy bien que el barco esté al otro lado —dijo Julián—. Nadie podrá descubrirlo. Y mañana iremos a explorarlo muy temprano, mucho antes de que ningún otro bote se haga a la mar. Nos tendremos que levantar al alba.

—Es muy temprano para vosotros —dijo
Jorge
—. ¿Os podréis despertar a esa hora? Yo estoy acostumbrada a levantarme al amanecer, pero supongo que vosotros no.

—Ya lo creo que nos levantaremos —dijo Julián—. Vaya, menos mal que por fin hemos llegado a la playa. Tengo los brazos entumecidos y estoy tan hambriento que me comería con gusto una despensa entera llena de manjares.

—¡Guau, guau! —ladró
Timoteo
, completamente de acuerdo.

—Ahora iré un momento a dejar a
Timoteo
en casa de Alfredo —dijo
Jorge
, saltando a tierra—. Tú, Julián, puedes meter el bote en la arena. Volveré en seguida.

Poco rato después los cuatro estaban sentados a la mesa tomando el té. Tía Fanny les tenía preparadas unas pastas riquísimas y había hecho, además, especialmente para ellos, un pastel de jengibre con miel, coloreado y muy sabroso. Los chicos dieron buena cuenta de él en un momento y estuvieron concordes en afirmar que no habían probado nada tan bueno en su vida.

—¿Lo habéis pasado bien? —preguntó tía Fanny.

—¡Oh, sí! —dijo Ana ávidamente—. Aunque la tormenta ha sido muy fuerte. Hasta llegó a levantar...

Julián y Dick le dieron entrambos un puntapié por debajo de la mesa.
Jorge
intentó hacer lo mismo, pero, aunque no le faltaron las ganas, no pudo alcanzarla: estaba demasiado lejos de ella. Ana miró a los demás, irritada, mientras se le saltaban las lágrimas.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó tía Fanny—. ¿Te han vuelto a dar un puntapié, Ana? Pues bien: ¡se terminó eso de pegarle a Ana por debajo de la mesa! ¡Pobre Ana! ¡Cómo te habrán lastimado! ¿Qué estabas diciendo, querida? ¿Que el mar había levantado algo?

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