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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantasia

Las nieblas de Avalón (29 page)

BOOK: Las nieblas de Avalón
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Kevin comentó:

—Ignoraba que el Pendragón tuviera un hijo. ¿Acaso ha reconocido al que su mujer engendró de Cornualles poco antes de la boda? Uther debía de tener mucha prisa por casarse, si no podía esperar a que ella tuviera a ese crío para llevársela al lecho.

Viviana alzó una mano.

—El joven príncipe es hijo de Uther —aseguró—. Después de verlo nadie puede dudar.

—¿De veras? Entonces Uther hizo bien en esconderlo —comentó el bardo—, pues tener un hijo de una mujer ajena…

La Dama lo acalló con un gesto.

—Igraine es hermana mía, de la estirpe real de Avalón. Este hijo de Uther e Igraine es el que está anunciado, el rey que fue y será. Ya ha cogido la cornamenta y ha sido coronado por las Tribus.

—¿Qué rey de Britania aceptará a un muchacho de diecisiete años como gran rey? —inquirió Kevin, escéptico.

—Ha sido adiestrado para la guerra y los cometidos de un hijo de rey —aseveró Taliesin—. Lo que tenemos que preguntarnos no es si lo aceptarán, sino qué podemos hacer para investirlo de toda la majestad del gran rey, para que todos los jefes unan las manos contra los sajones, en vez de guerrear entre sí.

—He hallado un modo de lograrlo —dijo Viviana—, y lo haré durante la luna nueva. Tengo para él una espada legendaria, jamás blandida por héroe vivo. —Después de una pausa añadió con lentitud—: Y a cambio de esa espada le exigiré un juramento: que sea fiel a Avalón, pese a lo que los cristianos puedan hacer. Quizá de ese modo se invierta la marea y Avalón vuelva de entre las brumas.

—Un plan ambicioso —reconoció Kevin—. Pero si en verdad el gran rey de Britania jurara fidelidad a Avalón…

—Así fue planeado desde antes de su nacimiento.

Taliesin dijo lentamente:

—El niño ha sido educado como cristiano. ¿Prestará un juramento así?

—¿Qué peso tiene para un muchacho la palabra de los dioses, comparada con una espada legendaria con la que podría conducir a su pueblo y obtener fama heroica? —Viviana se encogió de hombros—. Salga de esto lo que salga, ya hemos llegado muy lejos y estamos comprometidos. Dentro de tres días la luna volverá a ser nueva y bajo tal auspicio recibirá la espada.

No había mucho más que decir. Morgana escuchaba en silencio, con horror y entusiasmo a la vez. Quizás había pasado demasiado tiempo en Avalón, sin acordarse de que existía un mundo exterior. Nunca había llegado a percatarse de que Uther Pendragón, el marido de su madre, era el gran rey de Britania, ni de que su hermano tenía que sucederlo. «Aun con la duda que pende sobre su nacimiento», pensó con un toque de ese nuevo cinismo. Ya había sido aceptado por las Tribus, por el pueblo picto y por Avalón… Al recordar la parte que ella había desempeñado en todo aquello volvió la ira.

El arpa de Kevin, con su estuche de cuero ornamentado, era difícil de cargar y lo hacía parecer torpe: tenía una rodilla rígida y arrastraba un pie. «Es feo —pensó—, es un hombre feo y grotesco. Pero cuando toca, ¿quién lo diría? En este hombre hay más de lo que ninguno de nosotros sabe.» Y entonces recordó lo que había dicho Taliesin; supo que acababa de conocer al siguiente Merlín de Britania, así como Viviana la había presentado como la próxima Dama del Lago. El pronunciamiento no le causó regocijo: le ensombrecía aquello que le había sucedido.

«Con mi hermano, con mi hermano. Eso no importaba mientras éramos dios y diosa, unidos bajo el poder ritual. Pero por la mañana, cuando despertamos, hombre y mujer juntos… eso fue real, eso fue pecado.»

Viviana, en el umbral, los seguía con la mirada.

—Se mueve bien, para las lesiones que tiene —comentó—. Fue una suerte para el mundo que sobreviviera y que no lo pusieran a mendigar en las calles. Una habilidad como ésa no podía permanecer en la oscuridad, ni siquiera en la corte de un rey. Una voz y unas manos como las suyas pertenecen a los dioses.

—Tiene un gran don, ciertamente —dijo Morgana—. Pero ¿será también sabio? No basta con que Merlín de Britania sea culto y dotado; también tiene que ser sabio. Y virtuoso.

—Dejo eso en manos de Taliesin —dijo Viviana—. Lo que ha de ser, será; no soy yo quien tiene que ordenarlo.

Y de pronto desbordó la ira de la joven.

—¿Por fin reconoces que algo hay en esta tierra que no puedes ordenar, señora? Te suponía convencida de que tu voluntad es la de la Diosa, y todos nosotros, marionetas para servirte.

—No hables así, hija mía —musitó la Dama, mirándola con estupefacción—. No es posible que seas tan insolente conmigo.

Si le hubiera respondido con arrogancia, la ira de Morgana habría hecho explosión, pero su suavidad la desconcertó.

—¿Por qué, Viviana? —Y sintió, avergonzada, que las lágrimas subían otra vez para sofocarla.

La voz de Viviana sonó fría.

—Parece que te dejé demasiado tiempo entre los cristianos, que tanto hablan del pecado —dijo—. Piensa, hija. Eres de la estirpe real de Avalón. Él también. ¿Podía entregarte a un plebeyo? ¿Podía dar menos al futuro gran rey?

—Y yo te creí cuando dijiste… Creí que era decisión de la Diosa…

—Pero si lo fue —explicó la Dama gentilmente, sin comprender—. Aun así no podía entregarte a nadie indigno de ti, Morgana. Era tan niño cuando os separasteis… Lamento que lo hayas reconocido, pero de todos modos tenías que enterarte, tarde o temprano. Y él no necesita saberlo por mucho tiempo.

Morgana tensó el cuerpo contra la ira.

—Ya lo sabe. Lo sabe. Y se horrorizó más que yo misma.

Viviana suspiró.

—Bueno, ya no hay nada que podamos hacer —dijo—. Lo hecho, hecho está. Y en este momento la esperanza de Britania es más importante que tus sentimientos.

Morgana le volvió la espalda, sin querer oír más.

17

L
a luna estaba oscura en el firmamento; era el momento en que la Diosa vela su rostro a los ojos de la humanidad para buscar consejo en los mismos cielos y en los dioses. Viviana también se mantenía recluida durante la luna nueva, con dos jóvenes sacerdotisas para que custodiaran su intimidad.

Pasó casi todo el día en la cama, con los ojos cerrados, preguntándose si, al fin y al cabo, era cierto lo que Morgana pensaba de ella: si estaba ebria de poder, persuadida de que todo estaba bajo su mando.

«Todo lo que he hecho —pensó—, lo hice para salvar este país y a su pueblo del saqueo y la destrucción, del retorno a la barbarie.»

Deseaba mandar por su sobrina, anhelando su antigua intimidad. Si en verdad la muchacha llegaba a odiarla, sería el precio más alto que hubiera pagado por sus actos. Morgana era el único ser humano que amaba plenamente. «La estirpe real de Avalón no debe ser contaminada por sangre de plebeyos.» Pensó en Morgana con la apenada esperanza de que comprendiera algún día; de cualquier modo, Viviana estaba segura de haber hecho lo que debía y nada más.

Aquella noche durmió poco. Tenía sueños y visiones caóticas, pensaba en los hijos que había alejado de sí, en el mundo exterior por el que viajaba el joven Arturo, junto a Merlín. ¿Habría llegado a tiempo junto a su padre moribundo? Uther Pendragón había pasado seis semanas muy enfermo; aunque se hubiera repuesto un poco, parecía improbable que viviera mucho tiempo más.

Al acercarse el alba se levantó para vestirse, tan silenciosa que ninguna de sus ayudantes se movió. Salió calladamente al jardín trasero. Los pájaros dormían, y de los manzanos que daban su nombre a Avalón caían flores dulcemente perfumadas.

«A su debido tiempo darían fruto, así como lo que estoy haciendo fructificará cuando llegue el momento. Yo, en cambio, no volveré a florecer ni a fructificar.» Llegaría el momento (en verdad estaba muy cercano) en que tendría que dejar la carga y puesto sagrado, entregando el gobierno de Avalón a la siguiente Dama para permanecer tras ella, en las sombras, como la Sabia… o la misma Parca.

«Morgana aún no está preparada. Aún vive según el tiempo del mundo; todavía tiembla y llora por lo que no se puede evitar.» No había en Avalón otra sacerdotisa a la que pudiera confiar las riendas de aquella tierra. ¿Qué sería de Britania si moría antes de que su sobrina hubiera desarrollado plenamente sus poderes?

Arriba, el cielo aún estaba oscuro, aunque hacia el este la neblina empezaba a aclararse con el amanecer. La luz aumentó ante sus ojos; las nubes rojas se formaron lentamente, retorciéndose hasta adquirir la forma de un dragón encendido, curvado a lo largo de todo el horizonte. De pronto una gran estrella fugaz llameó en el firmamento, empañando la forma del dragón rojo; su fulgor cegó por un momento a Viviana; cuando pudo ver otra vez, el dragón había desaparecido y las nubes tenían la blancura del sol naciente.

Un escalofrío le recorrió la columna. Señales como aquélla no se veían dos veces en una misma vida; toda Britania debía de estar vibrando. «Ahí se va Uther —pensó—. Adiós al dragón que ha extendido sus alas sobre nuestra costa. Ahora los sajones se lanzarán sobre nosotros».

Suspiró. De pronto, sin previo aviso, hubo una agitación en el aire y un hombre apareció ante ella, en el jardín. Viviana se estremeció, no por miedo, sino porque hacía mucho tiempo que no experimentaba una verdadera visión. Si la visión se le imponía sin ser invocada, debía de ser muy poderosa.

«Como la estrella fugaz. Un augurio como ése no se ha visto en toda mi vida…»

Por un momento no reconoció al hombre que tenía ante sí; tenía el pelo rubio encanecido por la enfermedad, los hombros encogidos y la espalda encorvada, la piel amarillenta y los ojos hundidos por el dolor. Aun así Uther Pendragón parecía, como siempre, más imponente que la mayoría de los hombres. Y como siempre le habló con aspereza, sin calidez.

«Conque nos vemos por última vez, Viviana. Entre nosotros hay un vínculo, aunque yo no lo haya deseado. No hemos sido amigos, cuñada. Pero confío en tu visión, pues lo que tú anunciaste siempre se tornó verdad. Y sólo tú puedes garantizar que el próximo gran rey de Britania reciba lo que le corresponde por derecho.»

Ella vio entonces que tenía en el pecho la señal de una gran herida. ¿Cómo era posible que Uther Pendragón, que yacía enfermo en Caerleon, no hubiera muerto por su larga dolencia, sino por una herida?

«He muerto como tiene que morir un guerrero. Las tropas del tratado volvieron a quebrar su juramento. Como mis ejércitos no podían resistirles, me hice llevar para que me vieran en el campo de batalla, para darles ánimos; pero Aesc el jefe de los sajones, se abrió paso y mató a tres de mis hombres: yo lo maté antes de que su cuerpo de guardia acabase conmigo. Pero ganamos la batalla. La próxima será para mi hijo, si llega al trono.»

Viviana se oyó decir en voz alta:

—Arturo es rey por la antigua estirpe real de Avalón. No necesita la sangre del Pendragón para ocupar el puesto que le corresponde.

Pero eso que en vida hubiera hecho estallar de cólera a Uther, sólo causó en su fantasma una sonrisa irónica. Ella creyó oír su voz por última vez.

«Sin duda se requeriría algo más que tu magia, cuñada, para que los reyes menores de Britania vieran las cosas así. Puedes menospreciar la sangre del Pendragón, pero a ella deberá recurrir Merlín para poner a Arturo en mi trono.»

Y entonces la silueta de Uther Pendragón se desvaneció ante sus ojos. En su lugar quedó otro hombre, a quien Viviana sólo había visto en sus sueños. Y en un momento ardiente comprendió por qué nadie había sido para ella otra cosa que obligación, un camino para lograr el poder o una noche placentera. Por un momento se encontró en una tierra sumergida, antes de que se levantara el círculo de piedras del Tozal, con serpientes de oro enroscadas a los brazos… la media luna desteñida ardía entre sus cejas como dos grandes cuernos lunares. Y ella lo conocía, con un conocimiento que iba más allá del tiempo y del espacio… Lanzó un gran grito de duelo por todo lo que nunca había conocido en esta vida, con el tormento de un luto insospechado hasta ese momento. Luego el jardín quedó desierto; las aves gorjeaban ignorantes de todo en el húmedo silencio de las brumas que ocultaban el sol naciente.

«Y muy lejos, en Caerleon, Igraine, al saberse viuda, llora por su amor… a ella le toca llorarlo, ahora»… Viviana se apoyó en el tronco empapado de rocío y se recostó contra él, desgarrada por un dolor inesperado. Él nunca la conoció. La detestaba.

Había desconfiado de ella hasta el momento mismo de su muerte, cuando se desprendió del disfraz mortal de esa existencia. «Que la Diosa tenga piedad de nosotros… toda una vida sin conocerlo… Se ha ido otra vez. ¿Lo reconoceré cuando nos volvamos a encontrar? ¿O continuaremos ciegos otra vez, cruzándonos como desconocidos?»

Pero no hubo respuesta; sólo el silencio. Y Viviana no podía siquiera llorar.

«Igraine llorará por él. Yo no puedo.»

Se dominó rápidamente. No era un buen momento para sufrir por un amor que era como un sueño dentro de un sueño. El tiempo volvió a avanzar, y Viviana dejó atrás la visión con leve contrariedad. Ya no encontraba en sí misma dolor por el muerto: sólo exasperación. Tendría que haber previsto que moriría en el peor momento posible, sin haber tenido tiempo para proclamar a su hijo ante los reyezuelos rivales que se disputaban la corona. ¿Por qué no se había quedado en Caerleon? ¿Por qué tuvo que ceder al orgullo de exhibirse en la batalla una vez más? ¿Habría visto a su hijo? Y Merlín, ¿habría llegado a tiempo?

Viviana miró hacia arriba. Aún no había señas de la luna creciente en el cielo; tal vez estuviera a tiempo de ver algo en su espejo. ¿Tenía que mandar por Morgana? Se acobardó ante la idea de enfrentarse a sus ojos.

«¿Pasará toda su vida como yo, con el corazón muerto en el cuerpo?»

Lanzó un trémulo suspiro y se volvió para abandonar el jardín. Aún hacía mucho frío y humedad; el amanecer continuaba escondido en la niebla. Caminó rápidamente hacia el estanque del espejo, sin encontrar a nadie. Llevaba tantos años sirviendo en aquel altar que había llegado a dar por supuesta su facultad de videncia. Pero aquella mañana, contra su costumbre, rezó.

«Diosa, no me quites el poder. Todavía no. Espera un tiempo. Tú sabes, Madre, que no lo pido por mí, sino para que esta tierra esté a salvo hasta que pueda ponerla en las manos que he preparado para su custodia.»

Por un momento sólo vio el ondular del agua; apretó los puños, como si con ello pudiera forzar la videncia. Luego, lentamente, empezaron a formarse algunas imágenes. Vio a Merlín recorriendo la tierra por sus caminos ocultos, ya como druida y bardo, ya como anciano mendigo o vendedor ambulante, ya como simple arpista. El rostro se movió, cambiante; vio entonces a Kevin, el bardo, con las vestiduras blancas del Mensajero de Avalón, a veces con ropajes de noble, enfrentándose a los sacerdotes cristianos… y había una sombra detrás de su cabeza, estaba rodeado de sombras: la de un robledal, la de la cruz; lo vio con el tazón sagrado de la regalía druídica… Vio al joven Arturo, con la frente aún manchada con la sangre del ciervo vencido, y a Morgana riendo, coronada de flores, con la cara marcada con sangre… No quería verlo y deseó ferozmente apartar los ojos, pero no osó quebrar el flujo de las visiones. Vio una villa romana y a Arturo entre dos muchachos; uno era Lanzarote, su hijo menor; el mayor debía de ser Cay, su hermano de leche, el hijo de Héctor… Vio a Morgause rodeada de sus hijos varones; uno a uno se arrodillaban a los pies de Arturo. Luego vio la barca de Avalón, envuelta en negros paños de luto, y a Morgana en la proa; sólo que Morgana era mayor… y lloraba.

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