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Authors: Carlos Castaneda

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Las enseñanzas de don Juan (14 page)

Don Juan trajo la olla de la pasta. Esta parecía sólida y tenía una superficie reluciente. Quise penetrar la costra con el dedo, pero don Juan saltó hacía mi y apartó mi mano de la olla. Se molestó mucho; dijo que era mucho descuido de mi parte el tratar de hacer eso, y que si yo de veras quería aprender no había necesidad de ser descuidado. Eso era poder, dijo señalando la pasta, y nadie sabia qué clase de poder era en realidad. Era suficiente injuria, ya que nos metiéramos con él para nuestros propios fines —algo que no podemos evitar porque somos hombres, dijo—, pero al menos había que tratarlo con el debido respeto. La mezcla semejaba avena cocida. Al parecer tenía almidón suficiente para darle esa consistencia. Don Juan me pidió traer las bolsas con las lagartijas. Tomó la lagartija del hocico cosido y me la entregó cuidadosamente. Me hizo cogerla con la mano izquierda y me dijo que tomara con el dedo un poco de pasta y lo frotara en la cabeza de la lagartija y luego pusiera a la lagartija en la olla y la sostuviera allí hasta que la pasta cubriese todo su cuerpo.

Luego me indicó sacar a la lagartija de la olla. Recogió la olla y me guió a una zona rocosa no demasiado lejos de su casa. Señaló una gran roca y me dijo que me sentara frente a ella, como si fuera mi datura, y, sosteniendo la lagartija frente a mi rostro, le explicara nuevamente lo que deseaba saber y le rogara ir a buscarme la respuesta. Me aconsejó decir a la lagartija que sentía haber tenido que causarle molestias, y prometerle que a cambio seria bueno con todas las lagartijas. Y luego me indicó sostenerla entre los dedos tercero y cuarto de mi mano izquierda, donde una vez él hizo un corte, y bailar alrededor de la roca haciendo exactamente lo que había hecho al replantar la raíz de la yerba del diablo; me preguntó si recordaba cuanto había hecho entonces. Dije que sí. Subrayó que todo tenía que ser exactamente igual, y que si no me acordaba debía esperar hasta que todo se hallase claro en mi memoria. Me advirtió con gran apremio que si actuaba en forma precipitada, sin deliberar, me haría daño a mí mismo. Su última indicación fue que yo pusiera en tierra a la lagartija del hocico cosido y observara hacia dónde se iba, para poder determinar el resultado de la experiencia. Dijo que no debía yo apartar los ojos de la lagartija ni por un instante, pues una treta común de las lagartijas era distraerlo a uno y luego salir corriendo.

Todavía no acababa de oscurecer. Don Juan miró el cielo.

—Te dejo solo —dijo, y se alejó.

Seguí todas sus instrucciones y luego puse a la lagartija en el suelo. La lagartija permaneció inmóvil donde la dejé. Luego me miró, y corrió a las rocas, hacia el este, y desapareció entre ellas.

Me senté en el suelo frente a la roca, como si estuviera ante mi planta. Una profunda tristeza me invadió. Me pregunté por la lagartija del hocico cosido. Pensé en su extraño viaje y en cómo me miró antes de correr. Era un pensamiento extraño, una proyección molesta. A mi modo yo también era una lagartija, realizando otro viaje extraño. Mi destino, acaso, era sólo el de ver; en ese momento sentía que nunca me sería posible decir lo que había visto. Para entonces ya estaba muy oscuro. Apenas podía ver las rocas que estaban frente a mí. Pensé en las palabras de don Juan: “El crepúsculo: ¡allí está la rendija entre los mundos!”

Tras largo titubeo empecé a seguir los pasos prescritos. Aunque la pasta parecía avena cocida, no tenía ese tacto. Era muy lisa y fría. Olía en forma peculiar, acre. Producía en la piel una sensación de frescura y se secaba rápidamente. Me froté las sienes once veces, sin notar efecto alguno. Traté con mucho cuidado de tomar en cuenta cualquier cambio en percepción o estado de ánimo, pues ni siquiera sabía qué anticipar. De hecho, no era yo capaz de concebir la naturaleza de la experiencia, e insistía en buscar pistas.

La pasta se había secado y desprendido en escamas de mis sienes, Estaba a punto de untarme más cuando advertí que me hallaba sentado sobre los tobillos, a la japonesa. Había estado sentado con las piernas cruzadas y no recordaba haber cambiado de postura. Tardé algún tiempo en tomar plena conciencia de que me encontraba sobre el piso de una especie de claustro con arcadas altas. Pensé que eran de ladrillo, pero al examinarlas vi que eran de piedra.

Esta transición fue muy difícil. Sobrevino tan repentinamente que yo no estaba listo para seguirla. Mi percepción de los elementos de la visión era difusa, como si soñara. Pero los componentes no cambiaban. Permanecían fijos, y yo podía detenerme junto a cualquiera de ellos y examinarlo concretamente. La visión no era tan clara ni tan real como una inducida por el peyote. Tenía un carácter nebuloso, un matiz pastel intensamente placentero.

Me pregunté si podría levantarme o no, y en seguida noté que me había movido. Estaba en la parte superior de una escalera y H, una amiga mía, se hallaba al pie de ella. Sus ojos eran febriles. Había en ellos un brillo de locura. Rió fuertemente, con tal intensidad que resultó aterradora su risa, Empezó a subir la escalera. Quise huir o refugiarme, porque "ella había estado chiflada una vez". Ese fue el pensamiento que acudió a mi mente. Me oculté detrás de una columna y H pasó ante mí sin mirar, "Ahora se va a un largo viaje", fue otro pensamiento que se me ocurrió entonces, y finalmente la última idea que recordé fue: "Se ríe cada vez que está a punto de tronar."

De pronto la escena se hizo muy clara; ya no era como un sueño. Era como una escena común, pero yo parecía estar viéndola a través de un cristal. Traté de tocar una columna, pero todo cuanto noté fue que no podía moverme; sin embargo, sabía que podía quedarme cuanto quisiera, contemplando la escena. Estaba en ella pero no era parte de ella.

Sentí que levantaba un dique de pensamientos y argumentos racionales. Me hallaba, hasta donde podía juzgar, en un estado ordinario de conciencia sobria. Cada elemento pertenecía al terreno de mis procesos normales. Y sin embargo, yo sabía que no se trataba de un estado ordinario.

La escena cambió súbitamente. Era de noche. Me encontraba en el vestíbulo de un edificio. La oscuridad dentro del edificio me hizo consciente de que en la escena anterior la luz del sol tenía una hermosa claridad. Pero había sido algo tan común que en ese momento no lo advertí. Al seguir mirando la nueva visión, vi a un joven salir de un cuarto con una mochila grande sobre los hombros. No sabía yo quién era, aunque lo había visto una o dos veces. Pasó frente a mí y descendió las escaleras. Para entonces yo había olvidado mi aprensión, mis dilemas racionales. "¿Quién es ese tipo?" pensé. "¿Por qué lo vi?"

La escena cambió de nuevo y me hallé observando al joven mutilar libros: pegaba algunas páginas con goma, borraba marcas. Luego lo vi acomodar los libros con cuidado en una caja de madera, Había una pila de cajas. No estaban en su cuarto sino en algún almacén. Otras imágenes acudieron a mi mente, pero no estaban claras. La escena se hizo nebulosa. Tuve la sensación de girar.

Don Juan me sacudió por los hombros y desperté. Me ayudó a levantarme y caminamos de regreso a su casa. Habían pasado tres horas y media desde el momento en que empecé a untar la pasta en mis sienes hasta la hora en que desperté, pero el estado visionario no pudo haber durado más de diez minutos. Yo no sentía ningún mal efecto; sólo hambre y sueño.

Jueves, 18 de abril, 1963

Don Juan me pidió anoche describir mi reciente experiencia, pero yo estaba demasiado adormecido para hablar de ella. No podía concentrarme. Hoy, apenas desperté, repitió su petición.

—¿Quién te dijo que esta muchacha H había estado chiflada? —preguntó cuándo terminé mi historia.

—Nadie. Fue sólo uno de los pensamientos que tuve.

—¿Crees que eran tus pensamientos?

Le dije que eran mis pensamientos, aunque yo no tenía motivo para pensar que H hubiese estado enferma. Eran pensamientos extraños. Parecían brotar en mi mente surgidos de ninguna parte. Don Juan me miró inquisitivo. Le pregunté si no me creía; rió y dijo que mi costumbre era ser descuidado con mis actos.

—¿Qué hice mal, don Juan?

—Debiste haber escuchado a las lagartijas.

—¿Cómo debí escuchar?

—La lagartijita encima de tu hombro te estaba describiendo todo lo que veía su hermana. Te estaba hablando. Te estaba diciendo todo, y tú no hiciste caso. En cambio, creíste que las palabras de la lagartija eran tus propios pensamientos.

—Pero si
eran
mis propios pensamientos, don Juan.

—No lo eran. Esa es la naturaleza de esta brujería, Para decirte la verdad, la visión es más para escucharse que para mirarse. Lo mismo me pasó a mí. Estaba a punto de advertírtelo cuando recordé que mi benefactor no me lo advirtió a mi tampoco.

—¿Fue su experiencia como la mía, don Juan?

—No. La mía fue un viaje infernal. Casi me muero.

—¿Por qué fue infernal?

—A lo mejor porque yo no le caía bien a la yerba del diablo, o porque no tenía claro lo que quería preguntar. Como tú ayer. Has de haber estado pensando en esa muchacha cuando preguntaste por los libros.

—No me acuerdo de eso.

—Las lagartijas nunca yerran; toman cada pensamiento como una pregunta. La lagartija volvió y te dijo cosas de H que nadie podrá entender jamás, porque ni siquiera tú sabes cuáles eran tus pensamientos.

—¿y la otra visión que tuve?

—Tus pensamientos han de haber estado firmes cuando hiciste esa pregunta. Y así es como hay que conducir esta brujería: con claridad.

—¿O sea que la visión de la muchacha no debe tomarse en serio?

—¿Cómo puede tomarse en serio si no sabes qué preguntas estaban contestando las lagartijitas?

—¿Sería más claro para la lagartija si uno hiciera una sola pregunta?

—Sí, sería más claro. Si pudieras sostener con firmeza un solo pensamiento.

—¿Pero qué ocurriría, don Juan, si la única pregunta no fuera sencilla?

—Mientras tu pensamiento sea firme y no se meta en otras cosas, es claro para las lagartijitas, y entonces su respuesta es clara para ti.

—¿Puede uno hacer más preguntas a las lagartijas mientras va avanzando en la visión?

—No. La visión es para mirar lo que las lagartijas te estén diciendo. Por eso dije que es una visión para oír más que una visión para ver. Por eso te pedí tratar asuntos no personales. Por lo general, cuando la pregunta trata de personas, tu ansia de tocarlas o de hablarles es demasiado fuerte, y la lagartija deja de hablar y la brujería se deshace. Deberás saber mucho más que ahora antes de querer ver cosas que te conciernan en lo personal. La próxima vez debes escuchar con cuidado. Estoy seguro de que las lagartijitas te dijeron muchas, muchas cosas, pero no estabas escuchando.

Viernes, 19 de abril, 1963

—¿Qué son todas las cosas que molí para la pasta, don Juan?

—Semillas de yerba del diablo y los gorgojos que viven de las semillas. La medida es un puño de cada cosa —ahuecó la mano derecha para mostrarme cuánto.

Le pregunté qué ocurriría si un elemento se usara solo, sin los demás. Dijo que tal procedimiento sólo produciría el antagonismo de la yerba del diablo y de las lagartijas.

—No debes enemistarte con las lagartijas —dijo—, porque al otro día, cuando esté atardeciendo, tienes que regresar al sitio de tu planta. Háblales a todas las lagartijas y pide que salgan otra vez a las dos que te ayudaron en la brujería. Busca por todas partes hasta que esté oscuro. Si no puedes hallarlas, debes intentarlo de nuevo al otro día. Sí eres fuerte hallarás a las dos, y entonces tendrás que comértelas allí mismo. Y tendrás por siempre la facultad de ver lo desconocido. Ya nunca necesitarás coger lagartijas para practicar esta brujería. Vivirán dentro de ti desde entonces.

—¿Qué hago si nada más encuentro una?

—Si nada más encuentras una, debes dejarla ir al final de tu búsqueda. Si la encuentras el primer día, no la guardes con la esperanza de coger a la otra al día siguiente. Eso nada más echaría a perder tu amistad con ellas.

—¿Qué sucede si no puedo hallarlas para nada?

—Creo que eso seria lo mejor para ti. Quiere decir que debes coger dos lagartijas cada vez que necesites su ayuda, pero también quiere decir que eres libre.

—¿Cómo, libre?

—Libre de ser esclavo de la yerba del diablo. Si las lagartijas viven dentro de ti, la yerba del diablo no te dejará ir jamás.

—¿Es malo eso?

—Claro que es malo. Te apartará de todo lo demás. Tendrás que pasar la vida cultivándola como aliado. Es posesiva. Una vez que te domina, sólo hay un camino a seguir: el suyo.

—¿Y si hallo muertas a las lagartijas?

—Si hallas muerta a una o a las dos, no debes tratar de hacer esta brujería durante un tiempo. Déjala descansar un rato.

"Creo que sólo esto necesito decirte; lo que te he dicho es la regla. Cada vez que practiques por tu cuenta esta brujería, debes sentarte frente a tu planta y seguir todos los pasos que te he descrito. Otra cosa, No debes comer ni beber hasta que la brujería esté terminada."

VI

El siguiente paso en las enseñanzas de don Juan fue un nuevo aspecto en el dominio de la segunda parte de la raíz de datura. En el tiempo transcurrido entre las dos etapas del aprendizaje, don Juan inquirió únicamente acerca del desarrollo de mi planta.

Jueves, 27 de junio, 1963

—Es buena costumbre probar la yerba del diablo antes de emprender de líen, su camino —dijo don Juan.

—¿Cómo se le prueba, don Juan?

—Debes probar otra brujería con las lagartijas. Tienes todos los elementos que se necesitan para hacerles una pregunta más, esta vez sin mi ayuda.

—¿Es muy necesario que haga yo esta brujería, don Juan?

—Es la mejor forma de probar los sentimientos de la yerba del diablo hacia ti. Ella te prueba todo el tiempo, así que es justo que tú también la pruebes, y si en cualquier punto a lo largo de su camino sientes que por algún motivo no deberías seguir, entonces simplemente te detienes.

Sábado, 29 de junio, 1963

Saqué a colación el tema de la yerba del diablo. Quería que don Juan me dijese más sobre ella, y sin embargo no quería comprometerme a participar.

—La segunda parte se usa nada más para adivinar, ¿no es así, don Juan? —pregunté para iniciar la conversación.

—No solamente para adivinar. Con ayuda de la segunda parte, uno aprende la brujería de las lagartijas, y al mismo tiempo prueba a la yerba del diablo; pero en realidad la segunda parte se usa para otros propósitos. La brujería de las lagartijas es apenas el principio.

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