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Authors: Lauren Weisberger

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La última noche en Los Ángeles (2 page)

—¿Y qué me cuentas del tipo de mañana? —preguntó Brooke, para cambiar de tema.

Era imposible no perderse con la situación sentimental de Nola de una semana para otra, no sólo porque costaba recordar con quién salía (lo que ya era todo un logro), sino porque tampoco estaba claro si de verdad ansiaba desesperadamente tener un novio formal y sentar cabeza, o si en realidad detestaba el compromiso y prefería seguir soltera y fabulosa, acostándose con unos y con otros. Cambiaba constantemente de idea, sin previo aviso, y a Brooke le resultaba muy difícil recordar si el último ligue de la semana era «increíble» o «un desastre absoluto».

Nola bajó las pestañas y frunció la boquita de labios brillantes en su mohín marca de la casa, el mismo que le servía para expresar «soy frágil», «soy dulce» y «quiero que me hagas tuya», todo a la vez. Era evidente que pensaba dar una respuesta larga a su pregunta.

—Eso guárdalo para los hombres, corazón. Conmigo no funciona —mintió Brooke.

Nola no era una belleza en el sentido tradicional de la palabra, pero eso importaba poco. Se arreglaba tan bien y desprendía tanta confianza que fascinaba por igual a hombres y a mujeres.

—Éste parece prometedor —dijo, con gesto pensativo—. Supongo que sólo es cuestión de tiempo que revele algún defecto colosal; pero hasta entonces, creo que es perfecto.

—¿Y cómo es? —insistió Brooke.

—Hum, veamos. Formó parte del equipo de esquí alpino de la universidad (por eso lo elegí en la web) y hasta trabajó de monitor dos temporadas, primero en Park City y después en Zermatt.

—Hasta ahí, perfecto.

Nola asintió.

—Así es. Mide cerca de metro ochenta, está en forma (o al menos eso dice), tiene el pelo rubio ceniza y los ojos verdes. Se ha instalado en la ciudad hace un par de meses y no conoce a mucha gente.

—Ya le pondrás remedio tú a eso.

—Sí, supongo… —Hizo su mohín—. Pero…

—¿Cuál es el problema?

Brooke volvió a llenar las copas de ambas y le hizo un gesto afirmativo al camarero cuando éste le preguntó si iban a tomar lo de siempre.

—Bueno, el trabajo… Como profesión, ha puesto «artista».

Pronunció la palabra como si estuviera diciendo «pornógrafo».

—¿Y qué pasa con eso?

—¿Lo dices en serio? ¿Qué demonios quiere decir «artista»?

—Hum, supongo que puede querer decir muchas cosas: pintor, escultor, músico, actor, escri…

Nola se llevó la mano a la frente.

—¡Por favor! Sólo puede querer decir una cosa y las dos lo sabemos: ¡parado!

—Todo el mundo está sin empleo últimamente. ¡Si hasta queda bien estar en el paro!

—¡Oh, vamos! Puedo tolerar que alguien esté sin trabajo por culpa de la recesión. Pero ¿por ser artista? Eso sí que es difícil de asimilar.

—¡Nola! Es ridículo lo que dices. Hay muchísima gente, cantidad de gente, miles de personas, probablemente millones que viven del arte. Piensa en Julian, por ejemplo. Julian es músico. ¿Tendría que haberme negado a salir con él?

Nola abrió la boca para decir algo, pero cambió de idea. Se hizo un silencio incómodo.

—¿Qué ibas a decir? —preguntó Brooke.

—Nada, nada. Tienes razón.

—No, de verdad. Estabas a punto de decir algo. Dilo.

Nola se puso a girar el pie de la copa entre los dedos, con cara de querer estar en cualquier parte menos allí.

—No digo que Julian no tenga verdadero talento, pero…

—Pero ¿qué?

Brooke se inclinó sobre la mesa y se le acercó tanto que Nola no pudo rehuir su mirada.

—No sé si yo diría que es músico. Cuando lo conociste, trabajaba de asistente de alguien, y ahora tú lo mantienes.

—Cuando lo conocí, estaba haciendo prácticas —replicó Brooke, sin tratar de disimular su irritación—. Hacía prácticas en Sony para conocer por dentro la industria discográfica y saber cómo funciona. ¿Y sabes qué? Gracias a las relaciones que hizo durante esas prácticas, le han prestado atención. Si no hubiese estado allí todos los días, intentando hacerse imprescindible, ¿crees que el jefe de nuevos talentos le habría dedicado dos horas de su tiempo para verlo actuar?

—Ya lo sé. Es sólo que…

—¿Cómo puedes decir que no hace nada? ¿De verdad lo piensas? No sé si te das cuenta de que ha pasado los últimos ocho meses encerrado en un estudio de grabación del Midtown, produciendo un álbum. Y no es sólo un proyecto para impresionar a los amigos, no, nada de eso. Sony le ha hecho un contrato como artista (ahí tienes otra vez esa palabra) y le ha pagado un adelanto. Si eso no es un empleo para ti, no sé qué decirte.

Nola levantó las manos, aceptando la derrota, y bajó la cabeza.

—Sí, claro. Tienes razón.

—No pareces convencida.

Brooke empezó a mordisquearse la uña del pulgar. El alivio que le había proporcionado el vino se había esfumado por completo.

Nola se puso a empujar la ensalada por el plato con el tenedor.

—No sé. ¿Acaso no ofrecen una tonelada de contratos de grabación a cualquiera que demuestre un mínimo de talento, porque calculan que un solo gran éxito es suficiente para compensar un montón de pequeños fiascos?

A Brooke le sorprendió el conocimiento que tenía su amiga del sector de la música. Julian siempre le explicaba la misma teoría cuando le restaba importancia a su contrato con el sello discográfico y, según sus propias palabras, trataba de «mantener bajo control las expectativas» respecto a lo que el contrato pudiera significar realmente. Aun así, viniendo de Nola, sonaba peor.

—¿Un «mínimo de talento»? —Brooke sólo consiguió susurrar las palabras—. ¿Es ésa la opinión que tienes de él?

—¡Claro que no! No te lo tomes tan a la tremenda. Pero como amiga tuya que soy, no me hace gracia ver que te matas trabajando desde hace años para mantenerlo, sobre todo cuando hay tan pocas probabilidades de que saquéis algo en limpio de todo esto.

—Agradezco que te intereses tanto por mi bienestar, pero te recuerdo que fue idea mía aceptar el empleo extra de consultora en la escuela privada para ganar un poco más de dinero. No lo hago por mi buen corazón, sino porque verdaderamente creo en él y en su talento, y porque estoy convencida (aunque nadie más parezca estarlo) de que tiene una gran carrera por delante.

Brooke había entrado en éxtasis (posiblemente más incluso que Julian), cuando ocho meses antes él la había llamado para anunciarle la oferta inicial de Sony. Doscientos cincuenta mil dólares eran más de lo que habían ganado los dos en los cinco años anteriores, y Julian tendría libertad para hacer lo que quisiera. ¿Quién habría podido prever que una inyección tan enorme de dinero iba a acabar endeudándolos aún más de lo que estaban? Con el dinero del adelanto, Julian había tenido que alquilar el estudio, contratar a cotizados productores e ingenieros de sonido y cubrir el coste del equipo, los viajes y los gastos del grupo de acompañamiento. El dinero se había esfumado en pocos meses, mucho antes de poder destinar un solo dólar al pago de las facturas o del alquiler del piso, o incluso a una cena de celebración. Y una vez invertido todo ese dinero para que Julian se diera a conocer, no tenía sentido suspender el proyecto. Ya habían gastado treinta mil dólares de su propio dinero (la totalidad de sus ahorros, los que habían reservado para pagar la entrada de un piso) y cada día se endeudaban un poco más. Lo más espeluznante de todo era lo que Nola había expresado con tanta franqueza: las probabilidades de que Julian obtuviera algún día un beneficio de todo el dinero y el trabajo invertidos (incluso con el respaldo de Sony) eran prácticamente nulas.

—Sólo espero que sepa lo afortunado que es por estar casado con una mujer como tú —dijo Nola, en tono más suave—. Te aseguro que yo no lo apoyaría tanto; probablemente por eso estoy destinada a quedarme soltera…

Por suerte, llegaron los platos de pasta y la conversación se desplazó hacia otros tema menos espinosos: lo mucho que engordaba la salsa boloñesa, la conveniencia de que Nola pidiera o no un aumento de sueldo y lo mal que le caían a Brooke sus suegros. Cuando Brooke pidió la cuenta sin pedir el tiramisú y ni siquiera un café, Nola pareció preocupada.

—No te habrás enfadado conmigo, ¿no? —preguntó, mientras añadía su tarjeta de crédito a la carpeta de piel.

—No —mintió Brooke—. Es sólo que he tenido un día muy largo.

—¿Adónde vas ahora? ¿No vamos a tomar una copa?

—En verdad, Julian tiene una… Esta noche actúa —dijo Brooke, cambiando de idea en el último momento. Habría preferido no decírselo a Nola, pero le resultaba incómodo mentirle.

—¡Ah, qué bien! —dijo Nola con entusiasmo, mientras se acababa el vino—. ¿Necesitas compañía?

Las dos sabían que a Nola no le apetecía ir, lo que estaba muy bien, porque a Brooke tampoco le apetecía que fuera. Su amiga y su marido se entendían sólo lo justo, y eso ya era suficiente. Brooke agradecía el afán protector de Nola y sabía que todo lo hacía con buena intención; pero no le resultaba agradable pensar que su mejor amiga estaba todo el tiempo juzgando a su marido y que el juicio siempre era desfavorable.

—Es que Trent está en la ciudad —dijo Brooke—. Está en una especie de programa de intercambio y he quedado allí con él.

—¡Ah, el bueno de Trent! ¿Cómo le va en la facultad de medicina?

—Ya ha terminado la carrera. Ahora está haciendo la especialidad. Julian dice que le encanta Los Ángeles, lo que es asombroso, porque los neoyorquinos de toda la vida normalmente lo detestan.

Nola se levantó y se puso la chaqueta.

—¿Sale con alguien? Si no recuerdo mal, es tremendamente aburrido, pero muy mono…

—De hecho, acaba de prometerse. Con otra residente de gastroenterología, una chica llamada Fern. La residente Fern, especialista en gastroenterología. ¡Tiemblo de sólo pensar en sus conversaciones!

Nola hizo una mueca de disgusto.

—¡Uf! ¿Por qué tenías que decirlo? ¡Y pensar que hubieses podido quedártelo para ti!

—Ajá.

—Sólo quiero asegurarme de que me atribuyes el mérito que merezco por haberte presentado a tu marido. Si no hubieras salido con Trent aquella noche, todavía serías una admiradora más de Julian.

Brooke se echó a reír y le dio un beso a su amiga en la mejilla. Sacó dos billetes de veinte de la cartera y se los dio a Nola.

—Tengo que salir pitando. Si no bajo al metro en treinta segundos, llegaré tarde. ¿Nos llamamos mañana?

Cogió el abrigo y el bolso, saludó fugazmente a Luca con la mano por el camino, y se dirigió a toda prisa hacia la puerta.

• • •

Todavía, después de tantos años, Brooke se estremecía cuando pensaba en lo poco que había faltado para que Julian y ella no se conocieran. Corría junio de 2001, sólo un mes después de terminar los estudios de grado en la universidad, y le estaba resultando casi imposible acostumbrarse a su nueva semana de sesenta horas, divididas casi por igual entre las clases teóricas del curso de posgrado en nutrición, las prácticas remuneradas y el empleo de camarera en una cafetería del barrio para sobrevivir. Aunque nunca se había hecho muchas ilusiones con la perspectiva de trabajar doce horas al día por veintidós mil dólares al año (o al menos eso creía), no había sido capaz de predecir la tensión que sufriría combinando la jornada interminable de trabajo, el salario insuficiente, la falta de sueño y los problemas logísticos de compartir un apartamento de sesenta y cinco metros cuadrados y un solo dormitorio con Nola y una de sus amigas. Por eso, cuando Nola le imploró que la acompañara a un concierto un domingo por la noche, rechazó de plano la invitación.

—Vamos, Brookie, necesitas salir de casa —había argumentado Nola, mientras se ponía una ceñida camiseta negra sin mangas—. Actuará un cuarteto de jazz que al parecer es buenísimo, y Benny y Simone han prometido guardarnos sitio. Cinco dólares la entrada y dos copas al precio de una. ¿Cómo es posible que no te guste el plan?

—Es sólo que estoy cansada —suspiró Brooke, mientras zapeaba incesantemente de un canal a otro desde el futón del cuarto de estar—. Todavía me queda un trabajo que redactar y tengo que fichar dentro de once horas.

—¡Ay, déjate de dramas! ¡Tienes veintidós años, por el amor de Dios! Para de quejarte y arréglate un poco. Salimos dentro de diez minutos.

—Está lloviendo a cántaros y…

—Diez minutos, ni un segundo más, o ya no eres mi amiga.

Cuando las chicas llegaron al Rue B, en el East Village, y se acomodaron en torno a una mesa demasiado pequeña junto a unos amigos del instituto, Brooke empezaba a lamentar su debilidad de carácter. ¿Por qué cedía siempre ante Nola? ¿Por qué se había dejado arrastrar hasta un bar lleno de humo y atestado de gente, para beber un Vodka Tonic aguado mientras esperaba a un cuarteto de jazz del que nunca había oído hablar? Ni siquiera era particularmente aficionada al jazz, ni tampoco a ninguna clase de música en directo, a menos que fuera un concierto de Dave Matthews o de Bruce Springsteen, en los que podía cantar a voz en cuello todas las canciones. Claramente, aquélla no era una de esas noches. Por eso sintió una mezcla de irritación y alivio, cuando la chica que atendía la barra, rubia y zanquilarga, se puso a llamar la atención de todos golpeando un vaso con una cuchara.

—¡Eh, todo el mundo! ¡Eh! ¿Podéis escucharme un minuto, por favor? —Se secó la mano libre en los vaqueros y esperó pacientemente a que la sala guardara silencio—. Ya sé que a todos os hace mucha ilusión escuchar a los Tribesmen esta noche, pero nos acaban de avisar que se han quedado atrapados en un atasco en la autopista de Long Island y no podrán llegar a tiempo.

La sala respondió con vehementes abucheos.

—Sí, ya sé que da mucha rabia. Pero ya sabéis: remolque volcado, tráfico completamente detenido, bla, bla, bla.

—¿Y sí para disculparos nos invitáis a una ronda? —dijo un hombre de mediana edad sentado al fondo, con el vaso en alto.

La chica de la barra se echó a reír.

—Lo siento. Pero si alguien quiere salir al escenario y tocar algo… —Miró directamente al hombre que había hablado, que negó con la cabeza—. Lo digo en serio. Tenemos un piano bastante bueno. ¿Alguien se anima a tocar?

La sala quedó en silencio, mientras la gente intercambiaba miradas.

—¡Eh, Brooke! ¿Tú no tocas? —susurró Nola lo bastante fuerte como para que la oyera toda la mesa.

Brooke puso los ojos en blanco.

—Me echaron de la banda del cole en sexto, porque no pude aprender a leer las partituras. ¿Tú sabes lo que es que te echen de la banda del cole?

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