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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

La Torre Prohibida (5 page)

Calista sintió una puñalada de dolor interno, pero controló su voz.

—Yo no tengo miedo.

—Tal vez no por ti... ¡lo reconozco! Pero ¿por él, Calista? Todavía puedes regresar a Arilinn, sin castigo, sin daños. Pero si no regresas... ¿quieres que la sangre de tu amante caiga sobre ti? ¡No serias la primera Celadora que causa la muerte de un hombre!

Calista alzó la cabeza, abrió la boca para protestar, pero Leonie le indicó que se callara con un gesto y prosiguió implacablemente.

—¿Has podido siquiera tocarle la mano, por lo menos?

Calista sintió que el alivio la invadía, un alivio tan grande que era casi un dolor físico, que le quitaba fuerzas. Con la memoria de los telépatas, la imagen volvió a su mente, aniquilando lo demás...

Andrew la había llevado en brazos, sacándola de la caverna donde yacía muerto el Gran Gato, un cadáver ennegrecido junto a la matriz destrozada que él mismo había profanado. Andrew la había envuelto en su capa y la había llevado delante de él, en su montura. Ella volvió a sentir, en evocación total, la manera en se habla apoyado contra él, con la cabeza en su pecho, estrechamente abrazada, mientras el corazón de él latía contra su mejilla. Segura, cálida, feliz, completamente en paz. Por primera vez desde que era Celadora, se sintió libre, acariciando y acariciada, en brazos de él, contenta de hallarse allí. Y durante toda esa larga cabalgata hasta Armida había permanecido con él, envuelta en su capa, feliz de una manera que nunca antes había imaginado.

Mientras la imagen de su mente se comunicaba a Leonie, el de la mujer mayor cambió. Finalmente dijo, con una voz más suave de la que Calista le hubiera oído nunca:

—¿Es así,
chiya
? Bien, entonces, si Avarra es piadosa, todo puede ser tal como lo deseas. No creí que fuera posible.

Y Calista sintió una extraña inquietud. Después de todo, no había sido completamente sincera con Leonie. Si, durante ese lapso había estado encendida de amor, calidez, no había tenido miedo y si satisfacción... pero después había regresado la antigua tensión nerviosa, hasta que ahora le resultaba difícil incluso rozarle la punta de los dedos. Pero seguramente eso era tan solo el hábito, el hábito de años, se decía. Sin duda todo mejoraría...

—¿Entonces, niña, de veras te haría tan desdichada separarte tu amante?

Calista descubrió que su calma la había abandonado.

—No desearía vivir, Leonie —dijo, y supo que su voz se quebraba y que las lágrimas le llenaban los ojos.

—Entonces... —Leonie la miro durante un largo momento, con una horrible y distante tristeza—. ¿Él entiende que será muy duro?

—Creo..., estoy segura de que puedo hacer que comprenda —dijo Calista, vacilando—. Me prometió esperar tanto tiempo como fuera necesario.

Leonie suspiro.

—Bien, entonces... entonces, niña... no quiero que seas desdichada —dijo al cabo de un momento—. Como dije, el juramento de una Celadora es una carga demasiado pesada para llevarla a disgusto. —Deliberadamente, con un gesto formalmente ceremonioso, extendió sus manos, con las palmas hacia arriba, hacia Calista; la joven posó las suyas sobre las de la otra, palma contra palma. Leonie suspiro profundamente—. Te libero de tu juramente, Calista Lanart. Ante los dioses y ante los hombres te declaro sin culpa y libre de tu promesa, y eso mantendré.

Sus manos se separaron lentamente. Calista temblaba toda. Leonie enjugó con su pañuelo los ojos de la joven.

—Ruego que ambos tengáis fuerza suficiente —dijo. Pareció estar a punto de decir algo más, pero se interrumpió—. Bien, supongo que tu padre tendrá muchas cosas que decir al respecto, querida, de modo que vamos a escucharle. —Se sonrió y agregó—: Y después, cuando las haya dicho, nosotras le diremos lo que ocurrirá, lo quiera o no. No temas, niña; yo no temo a Esteban Lanart, y tampoco debes hacerlo tú.

Andrew esperaba en el invernadero que se extendía detrás del edificio principal de Armida. Solo, observaba a través de los gruesos vidrios el perfil de las montañas lejanas. Hacía calor allí, y había un denso aroma a hojas y tierra y plantas. La luz de los colectores solares le hizo entrecerrar los ojos hasta que se habituó a ella. Camino entre las hileras de plantas, recién regadas, sintiéndose aislado e insondablemente solo.

De tanto en tanto se sentía así. Casi todo el tiempo conseguía sentirse como en su casa aquí, más a gusto que en cualquier otra parte del Imperio; más a gusto que en cualquier otro lado desde que tenía dieciocho años, cuando había vendido la propiedad de Arizona, dedicada a la cría de caballos, en la que había pasado su infancia, y se había marchado al espacio como servidor del Imperio, pasando de un planeta a otro según la voluntad de los administradores y de los ordenadores. Y aquí lo habían recibido bien, después de los primeros días de extrañeza. Cuando les dijo que sabía algo de doma y adiestramiento de caballos, un oficio raro y muy bien pagado en Darkover, le habían tratado con respeto, como si fuera un profesional experto, cualificado. Se decía que los caballos de Armida eran los mejores de los Dominios, pero usualmente traían a los adiestradores del sur, de Dalereuth.

Y así, en general, había sido feliz aquí, en las semanas transcurridas desde su llegada, como prometido de Calista. Solo Damon y
Dom
Esteban conocían su origen terrano, así como Calista y Ellemir; los otros simplemente creían que era un extranjero que venía de las tierras al sur de Thendara. Por increíble que resultara, había encontrado aquí un segundo hogar. El sol era enorme y ensangrentado, las cuatro lunas que pendían de noche en el cielo curiosamente violeta tenían colores extraños y nombres que todavía no conocía, pero más allá de todo eso, había encontrado un hogar...

Un hogar. Y sin embargo tenia momentos como este, momentos en los que sentía su cruel aislamiento, en que sabía que solo la presencia de Calista hacia que todo esto fuera su hogar. Bajo el resplandor de mediodía del invernadero, experimentó un momento así. ¿Que añoraba? No había en el mundo nada que pudiera sentir propio, en el mundo seco y estéril del Cuartel General Terrano no había nada que deseara. Pero ¿habría para él una vida aquí, después de todo, o Leonie volvería a llevarse a Calista al ajeno mundo de las Torres?

Al cabo de largo tiempo advirtió que Damon estaba de pie junto a él, sin tocarlo —Andrew ya se había habituado a que esto ocurriera entre telépatas—, pero suficientemente cerca para que pudiera sentir su presencia consoladora.

—No te preocupes de este modo, Andrew. Leonie no es un ogro. Ama a Calista. Los vínculos entre un circulo de Torre son los más estrechos que conocemos. Ella sabrá que es lo que realmente desea Calista.

—Eso es lo que me temo —afirmo Andrew, con la boca seca—. Tal vez Calista no sepa qué desea. Tal vez acudió a mí tan solo que estaba sola y tenía miedo. Tengo miedo del poder que esa mujer tiene sobre ella. El dominio de la Torre... temo que sea demasiado intenso.

—Sin embargo, puede romperse —dijo Damon, suspirando—. Yo lo rompí. Fue difícil... no puedes imaginarte cuanto, pero sin embargo me he construido otra vida. Y si debes perder a Calista de esa manera, mejor que sea ahora y no cuando ya sea demasiado tarde para volver atrás.

—Ya es demasiado tarde para mí —observo Andrew, y Damon asintió con una sonrisa de preocupación.

—Tampoco yo quiero perderte, amigo mío —dijo Damon, pero pensó para sí:
Eres parte de esta nueva vida que me he construido con tanto dolor. Tú, Ellemir y Calista. No puedo soportar otra amputación.
Pero Damon no pronuncio las palabras, simplemente suspiró de pie junto a Andrew. El silencio que colmaba el invernadero se prolongó durante tanto tiempo que el sol rojo, cayendo desde su cenit, perdió fuerza y Damon, otra vez suspirando, fue a acomodar los colectores solares.

—¿Como puedes esperar con tanta tranquilidad? —le espetó a Damon—. ¿Que es lo que le está
diciendo
esa mujer?

No obstante, Andrew ya había aprendido que la interferencia telepática era considerada uno de los más vergonzosos crímenes dentro de una sociedad telepática. Ni siquiera se atrevía a establecer contacto con Calista de esa manera. Toda su frustración fue empleada en caminar de arriba abajo por el invernadero.

—Calma, calma —le reprendió Damon—. Calista te ama. No permitirá que Leonie la convenza.

—Ni siquiera estoy seguro de eso ahora —dijo Andrew con desesperación—. No me permite tocarla, besarla...

—Creí que te lo había explicado —dijo Damon con suavidad—.
No puede.
Son... reflejos. Son más profundos de lo que imaginas. Un hábito de años no puede desaparecer en pocos días, y sin embargo puedo decirte que ella está tratando de superar este... este profundo condicionamiento. No sé si sabes que en una Torre sería inconcebible que ella te tomara la mano, como la he visto hacer, y que te permitiera siquiera que le besaras la punta de los dedos. ¿Tienes idea de la lucha que eso debe haber sido para ella, contra años de entrenamiento, de condicionamiento?

En contra de su voluntad, Damon recordaba la época de su vida durante la que se había empeñado, dolorosamente, en no recordar: una lucha solitaria, peor todavía, porque no era física en absoluto, destinada a alejar su conciencia de Leonie, a controlar incluso sus propios pensamientos, para que ella no pudiera adivinar lo que él pretendía ocultarle. Jamás se habría atrevido a concebir siquiera un roce de dedos como el que Calista había concedido a Andrew en el salón, justo antes de subir a encontrarse con Leonie.

Con alivio, vio que Ellemir había acudido al invernadero. Caminaba entre las hileras de plantas verdes, y se arrodilló junto a una vid pesadamente cargada. Se incorporo con aspecto satisfecho, diciendo:

—Si hay otro día más de sol, estas uvas estarán maduras para la boda.

Después su sonrisa se esfumó al ver el rostro tenso de Damon, el silencio desesperado de Andrew. Se acercó de puntillas y rodeó a Damon con sus brazos, percibiendo que él necesitaba el consuelo de su presencia, de su roce. Deseó poder consolar también a Andrew, quien dijo entonces, entristecido:

—Incluso si Leonie da su consentimiento, ¿qué pasara con su padre? ¿Lo aceptara él? No creo que yo le guste mucho...

—Le gustas —dijo Ellemir—, pero debes comprender que es un hombre orgulloso. También creía que yo era demasiado buena para Damon, pero soy suficientemente mayor como para hacer mi voluntad. Si me hubiera ofrecido a Aran Elhalyn, que calienta el trono en Thendara, mi padre hubiera pensado igualmente que él no era suficientemente bueno para mí. Para Calista, ningún hombre nacido de mujer será suficiente... ¡ni aunque fuera tan rico como el señor de Carthon o el bastardo de algún dios! Y por supuesto, incluso en esta época, es algo importante tener una hija en Arilinn. Calista debía ser Celadora en Arilinn, y a él le resulta difícil renunciar a eso. —Andrew sintió que se le encogía el corazón. Ellemir le dijo—: ¡No te preocupes! Creo que aceptara. Mira ahí viene Calista.

Se abrió la puerta, y Calista entró en el invernadero. Les tendió las manos, con la mirada perdida.

—No regresare a Arilinn —dijo—, y papa ha dado su consentimiento para que nos casemos...

Se interrumpio, con la voz quebrada por los sollozos. Andrew tendio los brazos, pero ella lo evito, apoyandose contra la gruesa pared de vidrio, ocultando el rostro mientras sus hombros se estremecian por la violencia de sus sollozos.

Olvidandolo todo salvo su desdicha, Andrew intento abrazarla; Damon le tocó el brazo y sacudio la cabeza firmemente. Entristecido, Andrew se quedo mirando a la mujer que lloraba, incapaz de soportar su desdicha, incapaz de hacer nada para aliviarla, desesperado e impotente.

Ellemir se acerco a Calista y con suavidad la hizo girar hacia ella.

—No te apoyes en esa pared, cariño, cuando cualquiera de nosotros tres puede ofrecerte un hombro para que llores. —Enjugo las lágrimas de su hermana con su largo delantal—. Cuéntanos. ¿Leonie estuvo muy horrible contigo?

Calista sacudió la cabeza, mientras sus ojos enrojecidos parpadeaban.

—Oh, no, no pudo ser más amable... Ellemir sacudió la cabeza con escepticismo.

—Entonces, ¿por qué estas aullando como un alma en pena? ¡Aquí te esperamos, desesperados ante la idea de que te arrebaten de nosotros y te envíen otra vez a la Torre, y vienes a decirnos que todo está bien, y cuando todos estamos dispuestos a alegrarnos, resulta que empiezas a sollozar como si fueras una criada preñada!

—No... —exclamó Calista—. Leonie... Leonie fue muy amable, verdaderamente creo que comprendió. Pero papa...

—Pobre Cal —dijo Damon suavemente—. ¡Yo también he sufrido la agudeza de su lengua muchas veces!

Andrew escucho sorprendido el apodo, sintiendo unos celos repentinos y agudos. Nunca se le había ocurrido, y la bonita abreviatura que Damon había empleado con tanta naturalidad le pareció de un grado de intimidad que agudizaba aún más su propio aislamiento. Se recordó a si mismo que, después de todo, Damon había sido de la familia desde que Calista era pequeña.

Calista alzó la vista y dijo suavemente:

—Leonie me liberó de mi juramento, Damon, y sin cuestionar nada. —Damon percibió la angustiada lucha que se ocultaba debajo de la calma controlada de la joven, y pensó; Si Andrew la hace desdichada, creo que lo mataré. Tan solo dijo:

—Y tú padre, por supuesto, fue otra historia. ¿Estuvo muy desagradable?

Por primera vez, Calista sonrió.

—Si, fue terrible, pero Leonie es incluso más obstinada que él. Dijo que no se podía encadenar una nube. Y papa la tomó conmigo. Oh, Andrew, dijo cosas espantosas, que habías abusado su hospitalidad, que me habías seducido...

—¡Condenado viejo tirano! —dijo Damon, furioso. Andrew apretó los labios en silenciosa ira—. Si cree eso...

—Ya no lo cree, ahora —contestó Calista, y sus ojos mostraron una chispa de su antigua alegría—. Ella le recordó que ya no tengo trece años, que cuando las puertas de Arilinn se cerraron por primera vez detrás de mi, él cedió para siempre su derecho darme o negarme en matrimonio; que aunque Leonie me hubiera encontrado inepta y me hubiera despedido de la Torre antes que alcanzara la edad adulta, hubiera sido el derecho de ella, no de él, concertar mi matrimonio. Y muchos otros secretillos de familia que a él no le agrado demasiado escuchar.

—Alabada sea Evanda porque has vuelto a reírte, querida dijo Ellemir—, pero ¿cómo se tomó papa esas verdades desagradables?

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