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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La sangre de los elfos (39 page)

BOOK: La sangre de los elfos
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—¿Qué significa tanto como quiera? —preguntó—. Si me aburro o no me gustan esas lecciones...

—Entonces dejaremos de darlas. Basta con que me lo digas. O me lo muestres.

—¿Mostrar? ¿Cómo?

—Si nos decidiéramos por la educación, exigiré absoluta obediencia. Repito: absoluta. Así que si estás harta de las lecciones basta con que muestres desobediencia. Entonces, inmediatamente, se acabarán las lecciones. ¿Está claro?

Ciri meneó la cabeza, lanzó una rápida mirada con sus ojos verdes a la hechicera.

—En segundo lugar —continuó Yennefer mientras se dedicaba a desempacar las enjalmas—, voy a exigir absoluta sinceridad. No debes esconderme nada. Nada. Si sientes que estás harta, basta con que comiences a mentir, fingir, simular o cerrarte en ti misma. Si te pregunto algo y no me respondes sinceramente, esto significará el fin de las lecciones. ¿Me has entendido?

—Sí —rezongó Ciri—. Y esta... sinceridad... ¿va a funcionar en las dos direcciones?

¿Voy a poder... hacerte preguntas a ti?

Yennefer la miró y su boca se deformó extrañamente.

—Por supuesto —respondió al cabo de un rato—. Se entiende por sí mismo. En eso se basan las lecciones y la tutela que tengo intenciones de desplegar sobre ti. La sinceridad funciona en las dos direcciones. Puedes hacerme preguntas. En cualquier momento. Y yo responderé a ellas. Con sinceridad.

—¿A todas las preguntas?

—A todas.

—¿Desde este momento?

—Sí. Desde este momento.

—¿Qué es lo que hay entre tú y Geralt?

Ciri casi se desmayó, asustada por su propia desfachatez y por el silencio helado que cayó después de la pregunta.

La hechicera se acercó poco a poco a ella, le puso las manos en los hombros, le miró a los ojos, de cerca, profundamente.

—Nostalgia —respondió seria—. Tristeza. Esperanza. Dolor. Sí, creo que no he olvidado nada. Venga, ahora tenemos que empezar con los tests, tú, culebrilla de ojos verdes. Comprobaremos si sirves. Aunque después de tu pregunta me extrañaría mucho si resultara que no. Vamos, feúcha.

Ciri se indignó.

—¿Por qué me llamas así?

Yennefer sonrió con la comisura de los labios.

—Te prometí sinceridad.

 

Ciri se enderezó, nerviosa, se removió impaciente en la dura silla, que le lastimaba el culo después de unas cuantas horas de estar sentada.

—¡No vamos a sacar nada de esto! —gritó, limpiándose en la mesa el dedo manchado de carbón—. ¡Si es que... si es que no me sale nada! ¡No sirvo para hechicera! ¡Lo sabía desde el principio, pero no querías escucharme! ¡No me has hecho ningún caso!

Yennefer alzó las cejas.

—¿Dices que no te quería escuchar? Interesante. Por lo general presto atención a toda frase dicha en mi presencia y la anoto en mi memoria. La condición es que la frase tenga al menos una migaja de sentido.

—Siempre te estás burlando. —Ciri rechinó los dientes—. Y yo sólo hablaba... Bueno, de esas capacidades. Porque sabes, allí, en Kaer Morhen, en las montañas... No conseguí hacer ninguna Señal de los brujos. ¡Ni una sola!

—Lo sé.

—¿Lo sabes?

—Lo sé. Pero esto no significa nada.

—¿Cómo que no? Bueno... ¡Pero eso no es todo!

—Escucho con atención.

—Yo no sirvo. ¿No lo entiendes? Soy... demasiado joven.

—Yo era más joven cuando comencé.

—Pero seguro que no eras...

—¿De qué se trata, muchacha? ¡Deja de tartamudear! Por favor, aunque sea sólo una frase completa.

—Porque... —Ciri bajó la cabeza, se ruborizó—. Porque Iola, Myrrha, Eurneid y Katje, durante el almuerzo, se burlaron de mí y dijeron que los hechizos no me vienen y que yo no seré capaz de hacer magia porque... porque soy... virgen, es decir...

—Imagínate que sé lo que significa —le interrumpió la hechicera—. Seguro que consideras esto una burla malvada, pero con tristeza tengo que comunicarte que estás diciendo tonterías. Volvamos al test.

—¡Soy virgen! —repitió Ciri con insolencia—. ¿Para qué estos tests? ¡Una virgen no puede hacer encantamientos!

—No veo otra salida. —Yennefer se recostó en el respaldo de la silla—. Así que vete y pierde la virginidad, si es que tanto te molesta. Yo te espero. Pero date prisa, si puedes.

—¿Te burlas de mí?

—¿Te has dado cuenta? —La hechicera sonrió un poquito—. Te felicito. Has pasado el examen de perspicacia. Y ahora el test de verdad. Pon atención, por favor. Mira: en este dibujo hay cuatro pinos. Cada uno de ellos tiene un número de ramas distinto. Dibuja en este lugar vacío un pino que encaje con los otros cuatro.

—Los pinos son estúpidos —sentenció Ciri, sacando la lengua y dibujando con carbón un arbolillo ligeramente torcido—. ¡Y aburridos! No entiendo qué tienen en común los pinos con la magia. ¿Qué? ¿Doña Yennefer? ¡Prometiste que ibas a responder a todas mis preguntas!

—Por desgracia —suspiró la hechicera, tomando la hoja de papel y observando críticamente los dibujos—. Me da la sensación de que voy a tener que lamentar mi promesa. ¿Qué tienen en común los pinos con la magia? Pues nada. Pero has dibujado correctamente y en el tiempo debido. De hecho, para una virgen, está muy bien.

—¿Te ríes de mí?

—No. Yo me río pocas veces. Tiene que haber un motivo en verdad importante para que me ría. Concéntrate en la nueva hoja, Sorpresa. En ella están dibujadas unas filas conformadas por estrellas, círculos, crucecitas y triángulos, en cada fila hay una cantidad diferente de cada elemento. Reflexiona y responde: ¿cuántas estrellas tiene que haber en la última fila?

—¡Las estrellas son estúpidas!

—¿Cuántas, muchacha?

—¡Tres!

Yennefer guardó silencio, con la vista clavada en un detalle de las puertas labradas del armario que sólo ella sabía cuál era. La sonrisa malvada en los labios de Ciri comenzó poco a poco a desaparecer hasta que, por fin, desapareció completamente, sin dejar rastro.

—Seguramente te interesaba saber —dijo la hechicera sin dejar de admirar el armario— qué es lo que podría cuando me contestases con respuestas estúpidas y sin sentido. ¿Pensabas quizás que no lo advertiría porque tus respuestas no me interesan? Mal pensabas. ¿Juzgabas acaso que simplemente me daría cuenta de que eres idiota? Mal juzgabas. Y si te aburrías de que te hicieran pruebas y querías, para variar, probarme a mí... Bueno, ¿lo has conseguido? De una u otra forma, este test se ha terminado. Dame el papel.

—Lo siento, doña Yennefer. —La muchacha bajó la cabeza—. Aquí por supuesto tiene que haber... una estrella. Perdón. Por favor, no te enfades conmigo.

—Mírame, Ciri.

Alzó los ojos, asombrada. Porque por primera vez la hechicera se refirió a ella por su nombre.

—Ciri —dijo Yennefer—. Sabe, que, pese a las apariencias, yo me enfado tan raramente como me río. No me has hecho enfadar. Pero al pedir perdón me has demostrado que no me equivoqué contigo. Y ahora toma la siguiente hoja. Como ves en ella hay cinco casitas. Dibuja otra casita...

—¿Otra vez? De verdad que no entiendo por qué...

—... otra casita. —La voz de la hechicera sufrió un cambio peligroso, los ojos brillaron con un fuego violeta—. Aquí, en este sitio vacío. No me obligues a repetirlo, por favor.

 

Después de las manzanitas, arbolitos, estrellitas, pececitos y casitas le llegó el turno a los laberintos, en los que había que encontrar la salida muy deprisa, a las líneas onduladas, a las manchas que recordaban a cucarachas aplastadas, a otras imágenes y mosaicos extraños, a causa de los cuales los ojos bizqueaban y la cabeza daba vueltas. Luego vino la bolita brillante en el cordel, a la que había que mirar fijamente durante largo tiempo. Mirar fijamente era más aburrido que un día sin pan, Ciri solía quedarse dormida. Yennefer, extrañamente, no se molestaba por ello, aunque algunos días antes le había gritado amenazadora durante un intento de echar una cabezada sobre una de las manchas de cucarachas.

De atrafagarse sobre los textos le comenzaron a doler el cuello y la espalda y cada día que pasaba le dolían más y más. Echaba de menos el movimiento y el aire libre y en el marco de su obligación de ser sincera se lo contó a Yennefer. La hechicera se lo tomó muy bien, como si se lo esperara desde hacía tiempo.

Durante los dos días siguientes, ambas se dedicaron a correr por el parque, saltaban setos y cercas ante las miradas divertidas o llenas de piedad de las adeptas y sacerdotisas. Hicieron gimnasia, ejercitaron el equilibrio, andando por la cima del murete que delimitaba el jardín y las construcciones de labranza. A diferencia de los entrenamientos de Kaer Morhen, a los ejercicios con Yennefer siempre les acompañaba la teoría. La hechicera le enseñaba a respirar, controlando los movimientos del pecho y del diafragma con una fuerte presión de las manos. Le explicó las leyes del movimiento, la acción de los huesos y músculos, le demostró cómo descansar, distenderse y relajarse.

Durante uno de aquellos relajos, estirada sobre la hierba, mirando al cielo, Ciri hizo la pregunta que le quemaba.

—¿Doña Yennefer? ¿Cuándo terminaremos por fin estos tests?

—¿Tanto te aburren?

—No... Pero me gustaría saber ya si valgo para hechicera.

—Vales.

—¿Ya lo sabes?

—Lo sabía desde el principio. No muchas personas son capaces de percibir la actividad de mis estrellas. Muy pocas, en verdad. Y tú lo percibiste al momento.

—¿Y los tests?

—Terminados. Ya sé lo que quería saber de ti.

—Pero algunos de los problemas... No me salieron muy bien. Tú misma decías que... ¿De verdad estás segura? ¿No te equivocas? ¿Estás segura de que tengo capacidades?

—Estoy segura.

—Pero...

—Ciri. —La hechicera daba la sensación de estar divertida y falta de paciencia al mismo tiempo—. Desde el momento en que nos hemos tumbado en el prado estoy hablando contigo sin usar la voz. Esto se llama telepatía, recuérdalo. Y como seguramente habrás observado, no nos dificulta la conversación.

 

—La magia —Yennefer, mirando al cielo por encima de las colinas, apoyó la mano en el arco de la silla— es en opinión de algunos una encarnación del Caos. Es la llave que puede abrir la puerta prohibida. La puerta detrás de la que acecha la pesadilla, la amenaza y un horror inimaginable, detrás de la que aguardan fuerzas enemigas, destructivas, los poderes del puro Mal, que pueden destruir no sólo a aquél que abrió la puerta sino a todo el mundo. Y puesto que no faltan los que manipulan esas puertas, alguna vez alguien cometerá un error y entonces el fin del mundo estará predestinado y será inevitable. La magia es, según esto, la venganza y el arma del Caos. El que después de la Conjunción de las Esferas los seres humanos aprendieran cómo servirse de la magia es una maldición y la perdición del mundo. La perdición de la humanidad. Y así es, Ciri. Los que consideran que la magia es el Caos no se equivocan.

El semental moro de la hechicera lanzó un agudo relincho al ser golpeado ligeramente con los talones y anduvo lento por el brezal. Ciri azuzó el caballo, cabalgó por la senda, alcanzó a Yennefer. Los brezos les llegaban hasta los estribos.

—La magia —siguió al cabo Yennefer— es, en opinión de algunos, un arte. Un arte grande, elitista, capaz de crear cosas hermosas y extraordinarias. La magia es un talento otorgado a unos cuantos elegidos. Otros, faltos de talento, únicamente pueden mirar con asombro y envidia al resultado del trabajo de los artistas, pueden admirar las obras de arte creadas, sintiendo al mismo tiempo que sin estas obras y sin este talento el mundo sería más pobre. El que después de la Conjunción de las Esferas algunos elegidos descubrieran dentro de sí las Artes es una hermosa bendición. Y así es. Los que consideran que la magia es un arte también tienen razón.

Sobre la chata y desnuda colina, que surgía de entre los brezos como el dorso de una fiera agazapada, yacía una gigantesca roca, apoyada sobre otras piedras menores. La hechicera dirigió el caballo en su dirección, sin interrumpir la lección.

—Hay también quienes opinan que la magia es una ciencia. Para dominarla no bastan el talento y las capacidades innatas. Son indispensables años de atentos estudios y trabajo agotador, son necesarias constancia y disciplina interior. La magia así conquistada es saber, conocimiento cuyas fronteras se extienden constantemente gracias al intelecto vivo y docto, gracias a la experiencia, el experimento, la práctica. La magia así conquistada es progreso, desarrollo, cambio. Es un movimiento continuo. Hacia arriba. Hacia lo mejor. Hacia las estrellas. El que después de la Conjunción de las Esferas descubriéramos la magia nos permitirá algún día alcanzar las estrellas. Baja del caballo, Ciri.

Yennefer se acercó al monolito, puso la mano sobre la rugosa superficie de la piedra, limpió cautelosamente el polvo y las hojas caídas.

—Los que consideran que la magia es una ciencia —continuó— también tienen razón. Recuérdalo, Ciri. Y ahora acércate aquí, a mí.

La muchacha tragó saliva, se acercó. La hechicera la tomó por los brazos.

—Recuerda —repitió—. La magia es Caos, Arte y Ciencia. Es maldición, bendición y progreso. Todo depende que quién se sirve de la magia y para qué fines. La magia está en todas partes. Alrededor de nosotros. Es fácil llegar a ella. Basta extender la mano. Mira. Extiendo la mano.

El cromlech vibró perceptiblemente. Ciri escuchó un estruendo sordo, un retumbar que procedía del interior de la tierra. Los brezos ondularon, aplastados por el viento que de forma inesperada sopló sobre la colina. El cielo se oscureció violentamente, se llenó de nubes que se arrastraban a una velocidad extraordinaria. La muchacha sintió gotas de agua sobre el rostro. Entrecerró los ojos ante el fuego de los relámpagos que de pronto hicieron arder el horizonte. Se acercó inconscientemente a la hechicera, a sus negros cabellos que olían a lila y grosella.

—La tierra por la que andamos. El fuego que nunca se apaga en su interior. El agua de la que surgió toda vida y sin la que toda vida es imposible. El aire que respiramos. Basta extender la mano para gobernar sobre ellos, para obligarlos a obedecer. La magia está en todas partes. Está en el aire, en el agua, en la tierra y en el fuego. Y está detrás de las puertas que la Conjunción de las Esferas cerró ante nosotros. De ahí, de detrás de las puertas cerradas, la magia a veces extiende sus manos hacia nosotros. A por nosotros. ¿Lo sabes, verdad? Ya has sentido el contacto de la magia, el contacto de las manos de detrás de las puertas cerradas. Este contacto te ha llenado de miedo. Un contacto así llena de miedo a cualquiera. Porque en cada uno de nosotros hay Caos y Orden, Bien y Mal. Pero esto se puede y se debe controlar. Hay que aprenderlo. Y tú estás aprendiéndolo. Por eso te he traído aquí, a esta piedra, que desde tiempos inmemoriales está en la intersección de las venas que laten de poder. Tócala.

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