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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La sangre de los elfos (14 page)

BOOK: La sangre de los elfos
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—Lo entiendo, tío Vesemir. Geralt me lo explicó. Lo sé todo. Un nicho ecológico es...

—Vale, vale. Ya sé lo que es, si Geralt te lo explicó, no tienes que recitármelo ya.

Volvamos al graveir. Los graveires se ven pocas veces, por suerte, porque son unos putos cabrones muy peligrosos. La más mínima lesión en la lucha con un graveir significa infectarse de veneno de cadáver. ¿Con qué elixir se cura la infección de veneno de cadáver, Ciri?

—Con "Oriol".

—Cierto. Pero mejor evitar la infección. Por eso, al luchar con un graveir no se debe acercarse uno al canalla. Se lucha siempre a distancia, y el golpe se da al saltar.

—Humm... ¿Y en qué lugar es mejor darlo?

—Precisamente ahora pasamos a ese tema. Mira...

 

—Otra vez, Ciri. Lo ejercitaremos lentamente, para que puedas dominar cada movimiento. Mira, te ataco con una tertia, me coloco como para una estocada... ¿Por qué retrocedes?

—¡Porque sé que es una finta! Puedes lanzarte con un barrido siniestro o golpearme con un fendiente. ¡Y yo retrocedo y te paro con un contragolpe!

—¿De verdad? ¿Y si hago esto?

Coën!

—¡Auuu! ¡Se supone que era lentamente! ¿Qué es lo que he hecho mal? ¡Dime,

—Nada. Simplemente soy más alto y más fuerte.

—¡Eso no es honrado!

—No existe tal cosa como una lucha honrada. En la lucha se utiliza cada ventaja y cada capacidad que se posea. Al retroceder me has dado la posibilidad de concederle más fuerza al golpe. En vez de retroceder, debieras haber utilizado una media pirueta hacia la izquierda y tratar de cortarme desde abajo, con una quarta diestra, bajo la barbilla, en los pómulos o en la garganta.

—¡Como si me hubieras dejado! ¡Harías una pirueta al contrario y me alcanzarías en la parte izquierda del cuello antes de que consiguiera componer una parada! ¿Cómo voy a saber lo que vas a hacer?

—Tienes que saberlo. Y lo sabes.

—¡Me lo creo!

—Ciri. Lo que estamos haciendo es una lucha. Soy tu oponente. Quiero y tengo que vencerte porque se trata de mi vida. Soy mas alto que tú y más fuerte, así que intentaré buscar una ocasión para un golpe que aplaste y rompa tu parada, como has visto hace un instante. ¿Para qué necesito una pirueta? Ya estoy a siniestro, mira.

¿Hay algo más fácil que golpear en reducción, bajo la axila, en el interior del brazo? Si te corto esta arteria morirás en cinco minutos. ¡Defiéndete!

—¡Jaaaa!

—Muy bien. Una parada hermosa y rápida. ¿Ves para qué sirve hacer ejercicios de muñeca? Y ahora, cuidado, muchos esgrimistas cometen el error de una parada estática, que muere en secunda y entonces se los puede sorprender, golpear, ¡así!

—¡Jaa!

—¡Maravilloso! ¡Pero salta, salta inmediatamente, haz una pirueta! ¡Puede que tenga un estilete en la mano izquierda! ¡Bien! ¡Muy bien! ¿Y ahora, Ciri? ¿Qué hago ahora?

—¿Cómo lo voy a saber?

—¡Observa mis pies! ¿Cómo tengo dispuesto el peso del cuerpo? ¿Qué puedo hacer desde esta posición?

—¡Todo!

—¡Pues gira entonces, gira, oblígame a decidirme! ¡Defiéndete! ¡Bien! ¡No mires a mi espada, la espada puede engañarte! ¡Defiéndete! ¡Bien! ¡Y otra vez! ¡Bien! ¡Y otra!

—¡Auuuu!

—Mal.

—Uf... ¿Qué es lo que no hice bien?

—Nada. Simplemente soy más rápido. Quítate los protectores. Vamos a sentarnos un rato, descansaremos. Tienes que estar cansada, has corrido en la Senda toda la mañana.

—No estoy cansada. Estoy hambrienta.

—Rayos, yo también. Y hoy le toca a Lambert, y él no sabe cocinar nada excepto macarrones... Si al menos supiera hacerlos bien...

—¿Coën?

—¿Ajá?

—Sigo siendo muy lenta...

—Eres muy rápida.

—¿Seré alguna vez tan rápida como tú?

—Lo dudo.

—Humm... Bueno, vale. Y tú... ¿Quién es el mejor espadachín del mundo?

—No tengo ni idea.

—¿Nunca has conocido a nadie así?

—He conocido a muchos que se tenían por tales.

—¡Ja! ¿Quiénes eran? ¿Cómo se llamaban? ¿De qué eran capaces?

—Tranquila, tranquila, niña. No conozco las respuestas a estas preguntas.

¿Acaso es tan importante?

—¡Por supuesto que lo es! Quisiera saber... quiénes son esos espadachines. Y dónde están.

—Dónde están si lo sé.

—¡Ja! Entonces, ¿dónde?

—En los cementerios.

 

—Cuidado, Ciri. Ahora colocaremos el tercer péndulo, ya te las arreglas con dos. Los pasos serán los mismos que con dos, sólo harás un quiebro más. ¿Lista?

—Sí.

—Concéntrate. Relájate. Inspira, espira. ¡Ataca!

—¡Ugg! Ayyyyy... ¡Su puta madre!

—Nada de palabrotas, por favor. ¿Te has hecho daño?

—No, sólo me he chocado... ¿Qué hice mal?

—Corrías en un tiempo demasiado regular, adelantaste demasiado la segunda media pirueta e hiciste demasiado amplia la finta. Como resultado acabaste justo enfrente del péndulo.

—¡Oh, Geralt, allí no hay ni pizca de sitio para un quiebro y una vuelta! ¡Están demasiado cerca!

—Hay muchísimo sitio, te lo garantizo. Pero las distancias están pensadas para obligar a un movimiento arrítmico. Esto es una lucha, Ciri, no un ballet. En la lucha no debe uno moverse rítmicamente. Debes poner nervioso al contrario con tu movimiento, equivocarlo, perturbar sus reacciones. ¿Estás lista para la próxima prueba?

—Lista. Haz balancearse a esas putas esferas.

—Sin palabrotas. Relájate. ¡Ataca!

—¡Ja! ¡Ja! ¿Y ahora? ¿Qué tal, Geralt? ¡Ni siquiera me ha rozado!

—Tú tampoco has rozado siquiera con la espada la segunda bolsa. Te repito que la lucha no es un ballet, ni una acrobacia... ¿Qué es lo que murmuras?

—Nada.

—Relájate. Arregla el vendaje de las muñecas. No aprietes así con la mano en la empuñadura, esto te roba la concentración, te estorba el equilibrio. Respira tranquila.

¿Lista?

—Sí.

—¡Vamos!

—¡Uuuug! Que te... ¡Geralt, eso no se puede hacer! Hay demasiado poco sitio para un quiebro y un cambio de pie. Y si golpeo con los dos pies, sin quiebro...

—He visto lo que pasa si golpeas sin quiebro. ¿Te duele?

—No. No mucho...

—Siéntate junto a mí. Descansa.

—No estoy cansada. Geralt, yo no pasaré el tercer péndulo ni aunque descansara diez años. No puedo más rápido...

—Y no tienes por qué. Eres suficientemente rápida.

—Dime entonces qué tengo que hacer. ¿Al mismo tiempo media pirueta, quiebro y golpe?

—Es muy sencillo. No me has atendido. Te dije antes de que empezaras: es necesario un quiebro más. Un quiebro. Una media pirueta más sobra. La segunda vez hiciste todo bien y cruzaste todos los péndulos.

—Pero no acerté a la bolsa porque... Geralt, sin media pirueta no puedo golpear porque me caigo, no tengo eso, va, cómo se llama...

—Ímpetu. Cierto. Toma entonces ímpetu y energía. Pero no mediante piruetas ni cambios de pies, porque para esto no te basta el tiempo. Golpea al péndulo con la espada.

—¿El péndulo? ¡Hay que golpear las bolsas!

—Esto es una lucha, Ciri. Las bolsas imitan los lugares sensibles de tu contrario, tienes que acertarlas. El péndulo, que imita el arma del oponente, has de evitarlo, tienes que esquivarlo. Si el péndulo te toca, serás herida. En una lucha de verdad podrías no poder levantarte más. El péndulo no te puede tocar. Pero tú puedes tocar al péndulo... ¿Por qué pones esa cara de cordero degollado?

—Yo... Yo no soy capaz de parar el péndulo con la espada. Soy demasiado débil... ¡Siempre seré débil! ¡Porque soy una mujer!

—Ven acá, muchacha. Sórbete la nariz. Y escúchame con atención. Ningún atleta de este mundo, ningún fortinbrás ni fortachón sería capaz de parar el golpe dado por la cola de la culebra de aire, por el aguijón del gigaskorpión o por las garras del grifo. Y precisamente esto es lo que imitan los péndulos. Y no intentes siquiera pararlos. No alejas el péndulo, sino que te alejas tú de él. Absorbes su energía, que te es necesaria para dar el golpe. Basta un rechazo ligero, pero rápido y de inmediato, un tajo igualmente rápido desde la media vuelta contraria. Asumes el impulso mediante el rebote. ¿Está claro?

—Mnn.

—Rapidez, Ciri, y no fuerza. La fuerza es necesaria para el leñador que tala árboles en el monte con el hacha. Por eso hay pocas chicas que sean leñadoras.

¿Has entendido de qué se trata?

—Mnn. Pon en movimiento el péndulo.

—Descansa primero.

—No estoy cansada.

—¿Sabes ya cómo? Los mismos pasos, quiebro...

—Lo sé.

—¡Ataca!

—¡Jaaa! ¡Ja! ¡Jaaaaaa! ¡Te pillé! ¡Te agarré, grifo! ¡Geraaalt! ¿Has visto?

—No grites. Controla la respiración.

—¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho de verdad! ¡Lo conseguí! ¡Alábame, Geralt!

—Bravo, Ciri. Bravo, niña.

 

A mediados de febrero desapareció la nieve, deshecha por un viento cálido que soplaba desde el sur, desde los desfiladeros.

 

Los brujos no querían saber nada acerca de lo que estaba sucediendo en el mundo.

Triss, persistente y con esfuerzo, dirigía hacia la política y sus problemas las conversaciones que se desarrollaban por las noches en la oscura sala, apenas iluminada por el crepitar del fuego del gran hogar. La reacción de los brujos era siempre la misma. Geralt callaba, con el brazo sobre la frente. Vesemir afirmaba con la cabeza, a veces introduciendo un comentario del que no se desprendía nada sino que "en sus tiempos" todo era mejor, más lógico, más honorable y más saludable. Eskel adoptaba una máscara de cortesía, no ahorraba sonrisas ni contacto con la mirada, incluso algunas veces hasta parecía interesarse por algún problema o asunto poco importante. Coën bostezaba abiertamente y miraba al suelo, mientras que Lambert no ocultaba su menosprecio.

No querían saber de nada, no les interesaban los dilemas que quitaban el sueño a reyes, hechiceros, nobles y caudillos, problemas por los cuales se agitaban y gritaban los consejos, círculos y comisiones. Para ellos no existía lo que sucedía al otro lado de los desfiladeros ahogados en nieve, al otro lado del Gwenllech, con sus témpanos de hielo flotando en la corriente oleaginosa. Para ellos no existía más que Kaer Morhen, sola, perdida entra las montañas salvajes.

Aquella tarde Triss estaba irritada y nerviosa, puede que a consecuencia del viento que aullaba entre los muros de la fortaleza. Aquella tarde todos estaban extrañamente agitados, los brujos, con la excepción de Geralt, se mostraban locuaces de un modo inusual. Cierto es que no hablaban más que de una sola cosa, de la primavera. De la próxima salida al camino. De lo que el camino les traería, de vampiros, vivernos, silvias, licántropos y basiliscos.

Esta vez fue Triss la que comenzó a bostezar y a mirar al techo. Esta vez fue ella la que guardó silencio hasta que Eskel se dirigió a ella con una pregunta. Con la pregunta que ella esperaba.

—¿Y cómo está de verdad todo en el sur, por el Yaruga? ¿Merece la pena ir en esa dirección? No querríamos meternos en el mismo centro de alguna disputa.

—¿A qué llamas disputa?

—Bueno, ya sabes... —tartamudeó—. Todo el tiempo nos has estado hablando de la posibilidad de una nueva guerra... De continuas luchas en las fronteras, de rebeliones en las tierras ocupadas por Nilfgaard. Mencionaste que se habla de que los nilfgaardianos pueden cruzar el Yaruga de nuevo...

—Ah, qué dices —habló Lambert—. Se apalean, se degüellan, se rajan los unos a los otros sin descanso desde hace cientos de años. No hay de qué preocuparse. Yo ya me he decidido, me voy precisamente lo más al sur posible, a Sodden, Mahakam y Angren. Es sabido que por donde ha pasado el ejército siempre se multiplican los espantajos. En lugares como éstos es donde mejor se ha ganado dinero siempre.

—Cierto —confirmó Coën—. Los alrededores se despueblan, en las aldeas no hay más que hembras que no saben apañárselas solas... Grupos de niños sin hogar y sin tutela, que pindonguean de acá para allá... La presa fácil atrae a los monstruos.

—Y además los señores barones —añadió Eskel—, los señores comes y estarostas tienen la cabeza ocupada con la guerra y no les queda tiempo para proteger a sus siervos. Tienen que contratarnos a nosotros. Todo esto es verdad. Pero de lo que Triss nos ha estado contando estos días se desprende que el conflicto con Nilfgaard es un asunto más serio que una mera guerra local. ¿O no, Triss?

—Incluso si así fuera —dijo venenosa la hechicera—, ¿no os vendría que ni pintado? Una guerra sangrienta y terrible provocará que haya más aldeas despobladas, más mujeres viudas, sencillamente, un sinnúmero de niños huérfanos...

—No entiendo tu sarcasmo. —Geralt retiró el brazo de la frente—. De verdad que no lo entiendo, Triss.

—Ni yo, niña. —Vesemir alzó la cabeza—. ¿Por qué lo dices? ¿Por las viudas y los niños? Lambert y Coën hablan con descuido como a rapaces corresponde pero sus palabras no importan. Puesto que ellos...

—... ellos protegen a estos niños —cortó furiosa—. Sí, lo sé. De los lobizones, que en un año matan dos o tres, mientras que un destacamento de nilfgaardianos puede exterminar y quemar en una hora toda la aldea. Sí, vosotros defendéis a los huérfanos. Yo sin embargo lucho para que haya los menos huérfanos que sea posible. Combato las causas, no los resultados. Por eso estoy en el consejo de Foltest de Temeria, junto con Fercart y Keira Metz. Nos ponemos de acuerdo en qué hacer para no permitir que haya guerra y si se llega a ella, en cómo defenderse. Porque la guerra cuelga sobre nosotros como un buitre, incansable. Para vosotros se trata de una disputa. Para mí es un juego, cuya apuesta es la perduración. Estoy implicada en este juego, por eso vuestra indiferencia y descuido me duelen y me molestan.

Geralt se enderezó, la miró.

—Somos brujos, Triss. ¿Acaso no lo entiendes?

—¿Qué hay que entender aquí? —La hechicera agitó su flequillo castaño—. Todo está claro como el cristal. Habéis elegido una concreta relación con el mundo que os rodea. El que en un minuto este mismo mundo pueda comenzar a derrumbarse, entra dentro de esta elección. En la mía no entra. Esto es lo que nos diferencia.

—No estoy seguro si sólo se trata de eso.

—El mundo se derrumba —repitió—. Puede contemplarse esto sin hacer nada. Puede lucharse contra ello.

—¿Cómo? —se sonrió burlón—. ¿Con emociones?

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