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Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

La pesadilla del lobo (7 page)

—Gracias por venir tan rápidamente, Silas —dijo Anika—. Cala acaba de despertar.

—Supuse que se trataba de algo por el estilo. —Silas se dio la vuelta y me lanzó una mirada evaluadora. No sólo llevaba un peinado absurdo: vestía tejanos rotos, botas de combate y una camiseta de los Ramones. Los Buscadores ya me resultaban bastante raros, pero este recién llegado me sumía en la más absoluta confusión.

Connor, seguido de Monroe —que aún parecía nervioso—, atravesó el umbral, echó un vistazo a Silas y se dio la vuelta.

—Os veré más tarde —dijo, saludando con la mano.

—Quédate —dijo Anika.

—Vaya —protestó—. ¿Insistes?

—Connor —dijo ella en tono claramente amenazador.

—Me quedaré, me quedaré. —Pero mantenía la vista clavada en Silas, como si el recién llegado de aspecto punk hubiera salido de un contenedor de basura.

—Yo también estoy encantado de verte. —La mirada que Silas le lanzó a Connor tampoco era amistosa.

—Cala, Shay —dijo Anika, haciendo caso omiso de las miradas asesinas de los otros dos—. Éste es Silas, el Escriba de Haldis.

Clavé la vista en su arrugada camiseta y su pelo absurdo.

—¿También es buscador? —exclamé. No lo parecía.

Anika hizo una mueca, me pareció que procuraba reprimir una carcajada.

—Dado que es un Escriba, Silas puede tomarse cierta libertad con su indumentaria; es poco probable que intervenga en el campo de batalla.

—¿Que es un Escriba? —preguntó Shay.

—Un burócrata —mascullo Connor.

—Viniendo de un semianalfabeto —gruñó Silas—, es un insulto tremando,. ¿Cómo lo superaré?

—¡Dejadlo ya! —dijo Adne, y se volvió hacia Shay—. Los Escribas se encargan de la información y de los archivos.

—Eso no es una descripción adecuada… —exclamó Silas, sacando pecho.

—Es lo bastante adecuada —lo interrumpió Anika—. Limítate a saludar, Silas.

—Bien, señorita Modales. Sólo intento mantener intacta mi reputación —contestó Silas, abatido.

Sus palabras me desconcertaron y no sólo porque Silas era tan peculiar. Era evidente que Anilka estaba al mando de este grupo, pero sus burlas constantes no parecían molestarle. Los Vigilantes debían someterse a sus amos y el tipo de comentarios que los Buscadores no dejaban de lanzarse los unos a los otros hubieran merecido un castigo severo. Pero Silas, Connor… todos ellos trataban a Anika como si fuera su amiga.

Mis pensamientos confusos se vieron interrumpido por el modo en que Silas me contemplaba: ladeaba la cabeza de un lado a otro, como si tratara de encontrar el ángulo correcto para examinar a un extraño espécimen en su mesa de laboratorio.

—Tú eres el alfa, ¿no? Eres muy bonita y eso es interesante: creí que te parecerías a una bruja o algo así. En general, lo que nos cuentan de los Vigilantes son historias de horror. Ya sabes: que son pecados contra la naturaleza y todo eso.

«¿Pecados contra la naturaleza? ¿De qué diablos está hablando?» Parpadeé, incapaz de reaccionar.

Silas dirigió la mirada a Shay y lo examinó de arriba abajo.

—Y tú debes ser el Vástago —dijo, caminó alrededor de Shay, le ojeó la nuca y sonrió—. Y ahí está la marca. Vaya, vaya, las cosas mejoran. Hace mucho tiempo que quería conocerte, dudaba de que por fin ocurriera. Grant dice que te gusta Hobbes. Eso es fantástico. Lo de la maldición es una pena: al parecer, tus compañeros de clase estaban a punto de iniciar una discusión interesante cuando Grant sufrió un ataque. Mala suerte.

—¿Grant? —farfulló Shay—. ¿De qué demonios estás hablando?

—De Grant Selby —dijo Silas—. Es uno de nuestros agentes.

—Un momento —dije, parpadeando—. ¿Nuestro profesor? ¿Nuestro profesor de filosofía es uno de vuestros agentes?

—Así es —dijo Silas con una sonrisa—. Una buena tapadera, ¿verdad?

Anika atravesó la habitación y rebuscó entre los papeles que Silas había dejado en la mesa.

—Es obvio que no podemos acercarnos a los Guardias sin ser descubiertos, así que hemos reclutado a humanos para que los vigilen. Pocos, desde luego; no queremos poner más vidas en peligro de lo necesario. En su mayoría, son personas que se encontraron con nuestro mundo por casualidad, y quedaron atrapados en el fuego cruzado. En general, aquellos que sienten un verdadero interés por el resultado de la guerra nos ofrecen su ayuda. Lo más capaces regresan como espías.

—¿Y los convertís en nuestros profesores? —pregunté. Parecía una locura, una locura peligrosa. ¿Quien se apuntaría a semejante misión? O bien el señor Selby era muy valiente o tenía muchas ganas de morir.

—Ese instituto es el sitio donde resulta más fácil seguirle la pista a los negocios de los Guardas, porque allí se entrecruzan las vidas de los humanos, los Guardas y los Vigilantes —dijo Silas—. Y sólo contrataban a profesores humanos. Durante los dos últimos años logramos mantener al menos uno y a veces dos agentes entre el profesorado y ello ha supuesto una mejora importante en nuestros operativos.

—Siempre tiene que sacar ese tema. —Connor le susurró a Adne, pero todos lo oímos—. Y él no es el único miembro de este equipo con ideas originales.

Asentí, pasando por alto el comentario malicioso de Connor, pero después fruncí el entrecejo.

—Si el señor Selby conoce la existencia de nuestro mundo, ¿por qué habló de Hobbes en clase? ¿Sabes lo que le ocurrió?

Nuestro profesor había hablado de
La guerra de todos contra todos
—un tema presentado por Shay pero estrictamente prohibido por los Guardas, los propietarios del instituto— y le había salido caro. Recordé cómo se debatía delante de la clase y la saliva le manchaba la cara. Una tortura mágica disfrazada de ataque epiléptico.

Anika hizo una mueca, pero Connor se echó a reír.

—Sí, y ocurrió porque es un imbécil sentimental. Casi lo descubren. El hecho de que el Vástago quisiera hablar de Hobbes lo fascinó. Creyó que era una señal divina o algo así.

Shay le lanzó una mirada furiosa.

—Quizá lo sea —dijo Silas—. Si de vez en cuando leyeras un libro, apreciarías la conexión. Pero claro: primero tendrías que aprender a leer…

—Sabías que algo así tendría que ocurrir cuando permitimos que reclutara a un agente. —Connor ignoró al Escriba y se dirigió a Anika—. Las prioridades de Silas no son las correctas.

—Grant ha realizado una tarea excepcional —dijo Silas en tono cáustico.

—Ese error casi acaba con su tapadera —dijo Connor—. Fue una estupidez, y él no debería haberla cometido.

—Grant es mucho mejor que ese troglodita reclutado por ti —dijo Silas, hojeando un montón de papeles—. Yo no pisaría ese estercolero regenteado por él. Además, quizá tú ya has contraído todas las enfermedades que uno puede contraer en el Rundown.

—Es Burnout, idiota —dijo Connor—. Y es una tapadera tan buena como el instituto. Los lobos siempre están allí.

—¿El bar Burnout? —exclamé, boquiabierta—. ¿Tom Shaw es un agente? —Recordé el brusco administrador de nuestro bar favorito. Un lugar donde nos refugiábamos de las miradas inquisidoras de los Guardas y donde nunca nos pedían los documentos. Tom era el amigo de Nev, el batería de su grupo. ¿Acaso era puro teatro y sólo quería obtener información cuando acudíamos a su bar?

—Sí, lo es —dijo Monroe, lanzándoles una mirada hastiada a ambos.

—Pues no es un observador aplicado como Grant —dijo Silas.

—Tom tiene mejores contactos. —Connor había desenvainado su puñal y recorría el filo con el pulgar, sin dejar de lanzarle miradas amenazadoras a Silas—. Será el eje de esta alianza. A diferencia de Tom, Grant no se ha ensuciado las manos. Ese instituto es un chollo: puedes tomarte las cosas con calma.

«En caso de que no te persiga un súcubo.» Grant no era el único que sufrió un castigo en el Instituto Mountain. Me estremecí al recodar las uñas de la enfermera Flynn clavadas en mis mejillas cuando nos descubrió a Ren y a mí. Después me ruboricé al recordar lo que estábamos haciendo y miré a Shay, pero él no me miraba.

—El señor Shelby me cae bien —protestó Shay—. Era un excelente profesor.

—Claro que te cae bien. —Adne le lanzó una mirada severa a Connor—. Es un hombre valiente y encima es brillante. Connor es incapaz de apreciar el intelecto.

—Sabes que no necesitas defender a Silas sólo porque ambos rendís más de lo esperado —dijo—. Lo que quiero decir es que el intelecto no te salvará el pellejo.

—Eso no significa que sea forzosamente cierto —replicó Shay, dispuesto a iniciar un debate, pero Connor sacudió la cabeza.

—Manifiesto mi opinión, chico. No pienso discutir contigo.

—A ti sólo te gustan los tragos gratis —dijo Silas, garabateando en lo que parecía una especia de diario.

—Dios mío, no estarás presentando otra queja contra mí, ¿verdad? —Connor apuntó a Silas con el puñal.

—Actos impropios, palabras amenazadoras… —Silas no alzó la vista.

—Lo pasaré por alto, Silas —dijo Anika, cruzando los brazos—. Presentas al menos diez quejas semanales.

—Veinte.

Todas esas rencillas empezaban a impacientarme.

—¿Cómo os pasan la información? ¿Cómo evitan ser descubiertos? —Habíamos hablado de una lucha. ¿Cuándo ocurriría: nunca? Percibía el filo de mis caninos y procuraba reprimir un gruñido.

—Disponemos de dos apartados de correo en Vail, bajo un alias, por supuesto, pero les damos una llave a cada uno de los agentes —contestó Anika, aprovechando la oportunidad de interrumpir la discusión—. Es así como nos comunicamos. Cada tantos meses cambiamos el nombre y el apartado y repartimos las llaves nuevas. En Vail hay un sinfín de esquiadores y temporeros que van y vienen, así que los cambios de nombre no llaman la atención.

Asentí, pero estaba cada vez más nerviosa. Los buscadores nunca dejaron de observarnos y nosotros no lo sabíamos. Eran imprevisibles, pero eso los volvía más eficaces de lo que había creído al principio. Mi orgullo por la eficacia de las patrullas de los Vigilantes disminuía con cada revelación.

—Esta noche te reunirás con Grant —dijo Silas, sacando un papel arrugado del bolsillo de sus tejanos—. Acaban de confirmármelo.

—Ya te he dicho que hemos de mantener la correspondencia ordenada —dijo Anika, cogiendo el papel.

—Tenía prisa —contestó Silas, encogiéndose de hombros.

—Yo de ti no tocaría ese papel —dijo Connor—. Quién sabe dónde ha estado.

—Cierra el pico, canalla.

—¿Canalla? —Connor soltó una carcajada.

—Callaos, ambos —dijo Monroe. Era la primera vez que abría la boca tras volver a reunirse con nosotros. El Guía había recuperado su actitud tranquila y enérgica habitual—. Mi equipo está dispuesto, Anika. ¿Podemos entrar en acción hoy, tal como habíamos esperado?

Sostuve el aliento y aguardé la respuesta. Si ella no decía que sí, me abriría camino hasta Vail yo sola.

—Sí —contestó Anika—. ¿Quiénes son los miembros del equipo?

Sonreí y deslicé la lengua por mis afilados colmillos. Shay me miró y noté que estaba preocupado, pero hizo un gesto afirmativo. Él también sabía cuán importante resultaba esta lucha.

—Lydia, Connor, Ethan y Cala —dijo Monroe, desconcertándome. Por mucho que ansiara entrar en batalla, contarme entre los Buscadores resultaba extraño. Además, uno de los nombres no dejaba de inquietarme.

—¿Ethan? —pregunté, recordando las miradas furiosas y los alaridos demenciales del Buscador, hace menos de media hora.

—Ha de adaptarse a esta alianza lo antes posible —dijo Monroe—. No disponemos de tiempo para mimarlo.

—Estoy de acuerdo —dijo Anika—. ¿Quién más?

—Issac y Tess nos ayudarán a montar la misión desde el puesto de avanzada. —Hizo una pausa y le echó un vistazo a Adne—. Jerome se encargará de tejer.

Adne protestó, pero Anika la interrumpió.

—No. Jerome ha sido destinado a un nuevo puesto docente. Es un excelente Tejedor y se ha ganado su lugar en la Academia, Adne ha sido designada como Tejedora de Haldis.

Adne cerró el pico con expresión de suficiencia.

—Creí que dada la naturaleza de esto… —empezó a decir Monroe.

—No pienso discutir —lo interrumpió Anika—. Adne tejerá. Confió en que ello no supondrá un problema.

—No —dijo Monroe, cruzando los brazos con descontento evidente.

Los observé con el ceño fruncido. «¿Qué les pasa a esos dos?» Sea cual sea el motivo de las rencillas entre Monroe y Adne, no quería que interfirieran en la misión. Afortunadamente, Anika tampoco.

—Bien —dijo ella—. No hay tiempo que perder. ¿Ethan ya está aquí?

—Sí —dijo Connor—. Ya debe de haberse calmado. Tess sabe curar las almas doloridas. Además, creo que le dio galletas. A ti te conquistó con todas esas galletas, ¿verdad? —añadió, guiñando un ojo a Lydia.

—Las galletas de avena con chocolate son mi debilidad. —Lydia se encogió de hombros.

—A lo mejor Ethan aún no se las ha comido todas. —Connor rio.

—Estas a punto de averiguarlo. —Anika sonrió—. Abre una puerta, Adne.

5

—Un momento. —Shay me cogía del brazo, reteniéndome, aunque todavía no me disponía a abandonar la habitación—. ¿Os marcháis ahora?

—Sólo disponemos de un plazo de horas antes de que una patrulla formada por Nightshade mayores recorra la montaña, si es que los lobos más jóvenes aún patrullan, cosa con la cual contamos, por ahora —dijo Anika—. Si pretendemos establecer contacto, la rapidez es esencial. El huso horario nos favorece, pero eso es todo.

—¿El huso horario? —pregunté—. ¿A qué te refieres?

—En Vail es una hora menos. —Lydia examinaba la hoja de uno de sus puñales.

—¿Estamos en zona horaria diferente? —pregunté, azorada—. ¿Dónde estamos?

—En la Academia Errante —dijo Adne, que ahora ocupaba el centro de nuestro pequeño grupo—. El alma y el corazón de todo lo relacionado con los Buscadores.

—¿La Academia Errante? —Jamás había oído hablar de dicho lugar. Mi información sobre los buscadores me había hecho creer que ocupaban casuchas desparramadas por todo el planeta, tratando de reunir fuerzas suficientes para montar ataques guerrilleros.

—La Academia es nuestro bien más importante —dijo Anika—. Almacena nuestra información y nos proporciona alimentos, artesanía y formación. La mayoría de los Buscadores viven aquí, a excepción de los que cumplen con una misión.

—Se llama la Academia Errante porque se desplaza cuando es necesario —añadió Monroe—. Nunca permanecemos en el mismo lugar durante más de seis meses, con el fin de evitar que nos descubran. Si los Guardas trasladaran la guerra hasta aquí, significaría el final de nuestra resistencia.

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