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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

La costa más lejana del mundo (10 page)

Pero, al menos, ha llegado el nuevo condestable, señor —dijo Mowett—, y creo que le gustará. Se llama Horner, procede del
Belette
y estuvo a las órdenes de sir Philip. Valora mucho la artillería, es decir, la valora como nosotros. Ahora está en la santabárbara. ¿Quiere que le mande llamar?

No, no, Mowett, no debemos retrasarle ni un momento —respondió el capitán de la
Surprise.

Entonces observó la cubierta de su fragata, que parecía el escenario de una terrible batalla, pues por todas partes había montones de provisiones, palos, cabos y rollos de lona. Sin embargo, el desorden era más aparente que real, y puesto que el oficial de derrota ya vigilaba el trabajo en la bodega (el señor Allen había desaparecido casi enseguida) y un condestable adiestrado por Broke se ocupaba de la santabárbara, era posible que la fragata zarpara a tiempo, sobre todo si su capitán podía conseguir que el almirante Hughes le proporcionara más marineros. De repente vio entrar por el portalón una figura conocida, la abultada figura de la señora Lamb, la esposa del carpintero, que llevaba en la mano dos gallinas con las patas atadas y una cesta, que formarían parte de las provisiones que los Lamb tenían para el viaje. La seguía otra figura, también conocida, pero no abultada, la de la joven que había visto en la calle Waterport. Al llegar a la cubierta ella se dio cuenta de que el capitán la miraba e hizo una reverencia antes de bajar por la escotilla de proa detrás de la señora Lamb, que sostenía la cesta con cierta elegancia y de forma conveniente.

¿Quién es esa mujer? —preguntó Jack.

La señora Horner, señor, la esposa del condestable. Trajo un cordero que está detrás de los nuevos gallineros.

¡Dios mío! No me irá a decir que va a viajar con nosotros.

Pues sí, señor. Horner me pidió permiso y se lo di, porque recordé que usted dijo que hacía falta alguien que cuidara de todos esos guardiamarinas. Pero si me equivoqué…

No, no —dijo Jack, negando con la cabeza.

No podía desautorizar a su primer oficial, y además, la presencia de la señora Horner era admisible de acuerdo con las costumbres de la Armada, aunque una figura como la suya era inusual en ella. Si la mandaba regresar a tierra ahora, una vez instalada en la fragata, cometería un acto despótico, y a consecuencia de ello, el condestable estaría malhumorado durante todo el viaje.

* * *

Cuando el capitán Aubrey y el doctor Maturin estaban solos nunca hablaban de los otros oficiales, los que compartían la sala de oficiales con Maturin. Sin embargo, esa noche, cuando Stephen fue a la cabina de Jack a cenar, como siempre tostadas con queso, y a tocar música durante un par de horas (ambos eran muy aficionados a la música, aunque no tocaban muy bien, y su amistad había comenzado precisamente en un concierto celebrado en Menorca durante la última guerra), Jack no se reprimió de decirle que su amigo común, Tom Pullings, iba a navegar con ellos una vez más como voluntario. Jack no se lo había propuesto ni se lo había insinuado, aunque era muy importante para la fragata; Pullings había dado ese paso por generosidad y todos sus amigos que estaban en tierra habían aprobado su decisión. No había casi ninguna posibilidad de que le dieran un barco en un futuro inmediato, y en vez de quedarse con los brazos cruzados en tierra durante más o menos un año, prefería realizar una misión que le permitiría tener más méritos para solicitar un empleo cuando regresara, sobre todo si tenía éxito.

En Whitehall valoran mucho la diligencia de los oficiales —dijo Jack—, sobre todo si no les cuesta nada. Recuerdo que cuando Philip Broke fue nombrado capitán de navío, después de estar al mando del espantoso y viejo
Shark
, organizó una milicia con los arrendatarios de las tierras de su padre y les adiestró día y noche, y poco después el Almirantazgo le dio la
Druid
, una fragata de treinta y dos cañones con excelentes cualidades para la navegación. Tom no tiene campesinos que adiestrar, pero protegiendo los balleneros también podrá demostrar que es diligente.

¿No temes que haya problemas porque ahora hay dos tenientes con el cargo de primer oficial?

Lo temería si estuviera en otro barco y con otros hombres, pero Pullings y Mowett han navegado juntos desde que eran guardiamarinas, y son íntimos amigos. Ya se han puesto de acuerdo.

He oído decir que el primer oficial es como el esposo de su embarcación, así que éste es un caso de poliandria.

¿De qué?

De pluralidad de maridos. He leído que en el Tíbet una mujer puede casarse con varios hombres si son hermanos y que en algunas partes de la India se considera infamante que los esposos de una mujer tengan parentesco, sea cual sea.

Los dos casos son muy extraños —dijo Jack—, y no me gustaría encontrarme en ninguno de ellos.

Mientras afinaba el violín vino a su mente la imagen de la señora Horner, y entonces añadió:

Espero que ese sea el único caso de poliandria que veamos durante el tiempo que dure la misión.

No estoy a favor de ella —dijo Stephen, cogiendo su violonchelo—. Tampoco estoy de acuerdo con la pluralidad de esposas. En realidad, a veces me pregunto si es posible que haya relaciones satisfactorias entre los hombres y… —se interrumpió y luego añadió—: ¿Te acordaste de hablarle de Martin al almirante?

Sí. Y también de los marineros que me faltan. Voy a verle pasado mañana. —Entonces levantó el arco, golpeó tres veces la cubierta con el pie y ambos empezaron a tocar una pieza que interpretaban a menudo, pero que siempre les parecía nueva, el Concierto en do mayor de Corelli.

* * *

Bien, Aubrey —dijo el almirante cuando el capitán Aubrey, cansado y sudoroso, llegó a su despacho a la hora convenida después de venir corriendo desde la atarazana (donde había hablado con el superintendente)—, creo que he resuelto su problema y he decidido hacerle un regalo.

A Jack le habían engañado muchos hombres de tierra adentro en su juventud y le habían despojado de botines que había conseguido arrostrando peligros, pero era más receloso cuando trataba de asuntos relacionados con la mar, y no creía en la buena voluntad del almirante a pesar de su amable sonrisa.

Como probablemente sepa —continuó el almirante—, ha habido muchos problemas en el
Defender.

Jack lo sabía muy bien. El capitán del
Defender
era muy malo y la tripulación estaba tan descontenta que casi había llegado a amotinarse cuando el barco estaba cerca de Cádiz.

Pensamos que los alborotadores debían ser juzgados por un consejo de guerra y les encerramos en el barco prisión
Venus
, pero luego pensamos que el juicio tardaría mucho tiempo y que el ministro no querría ver en los periódicos más artículos sobre la insubordinación en la Armada. Entonces uno de los caballeros que estaba en la reunión sugirió: «Deberíamos mandárselos a Aubrey. Es el hombre perfecto para resolver un asunto de este tipo. "No hay nada como una tripulación disciplinada para hacer entrar las ovejas descarriadas al redil", solía decir Saint Vincent cuando enviaba marineros alborotadores al barco de Collingwood». Aquí tiene la lista.

Jack la cogió con recelo y después de unos momentos exclamó:

¡Pero si casi todos son campesinos, señor!

Me parece que sí —dijo el almirante—, porque en la tripulación del
Defender había
, un grupo de hombres de la última leva. Pero todos pueden empujar las barras del cabrestante y lampacear la cubierta, y en todos los barcos son útiles algunos hombres para los trabajos menos importantes.

Además, no son suficientes para completar la dotación de la
Surprise
—dijo Jack.

No, pero también hay algunos marineros que van a ser dados de alta del hospital dentro de poco, y también podrá llevárselos. No hay nada como la brisa del mar para que un hombre se restablezca, y mucho antes de que llegue usted a la línea equinoccial, serán tan activos como abejas encerradas en una botella. Bueno, ya sabe, o se lleva a esos hombres o espera un mes a que lleguen los hombres de la próxima leva. En mis buenos tiempos, un capitán joven habría cogido a los marineros que le ofrecían con las dos manos y se mostraría agradecido en vez de poner objeciones.

Señor, créame que estoy seguro de que tiene buena voluntad y que le estoy agradecido —dijo Jack—, pero me preguntaba si los pacientes que están a punto de ser dados de alta del hospital son los que mi cirujano vio en la sala donde confinan a los que, por decirlo así, requieren estricta vigilancia.

Sí, son esos —dijo el almirante—. Pero no creo que eso tenga importancia, ¿sabe? La mayoría de los locos fingen la locura para no trabajar. Por otra parte, estos no son peligrosos, pues ni siquiera muerden. Si no fuera así, no les darían de alta, como es lógico. Lo único que tiene que hacer es encadenarles y darles fuertes azotes durante el tiempo que sea necesario, como hacen en Bedlam
[5]
. ¿Ha estado en Bedlam alguna vez, Aubrey?

No, señor.

Mi padre solía llevarnos allí —dijo el almirante—. Era mejor que ver una obra de teatro —añadió, riendo al recordarlo, y luego continuó—: He logrado convencer al capitán Bennet de que deje al pastor navegar con usted.

Gracias, señor, muchísimas gracias. Mandaré a un guardiamarina a buscarle enseguida, porque no tenemos tiempo que perder. Seguramente estará en la cima del peñón con el doctor Maturin.

Cuando Jack salió a la calurosa calle, vio al guardiamarina que le había acompañado desde el desayuno (quien para seguir el paso de Jack, que daba zancadas, y para llevar sus mensajes, había estado todo el tiempo casi corriendo), que ahora estaba sin zapatos y sentado en un escalón.

Williamson —dijo—, el doctor y el señor Martin están en alguna parte del monte Misery. Los soldados que vigilan la batería le indicarán el lugar. Presénteles mis respetos y dígales que si nos damos mucha prisa podremos hacernos a la mar antes de lo que pensaba. Diga al señor Martin que haga el equipaje y se prepare para subir a bordo de la fragata, y al doctor que necesito que me ayude a seleccionar a algunos marineros.

Sí, señor —dijo Williamson.

¿Qué le pasa? —preguntó Jack al ver que su cara polvorienta se ponía blanca.

Nada, señor —respondió Williamson—. Se me han pelado los talones, pero podré caminar si sólo llevo puestos calcetines.

Jack vio que sus zapatos estaban manchados de sangre por dentro y supuso que el muchacho habría sentido un gran dolor en las últimas millas.

Bueno, eso demuestra que tiene mucha voluntad —dijo Jack en tono amable—. Quédese aquí. Tengo que pasar por la posada de Anselmo para volver a la fragata y le enviaré un burro. ¿Sabe montar en burro, Williamson?

¡Oh, sí, señor! Había uno en mi casa.

Sería conveniente que fuera galopando. Nos hemos dado tanta prisa que sería una lástima que ahora algo retrasara la salida de la fragata. Recuerde: presente mis respetos a los dos, diga al doctor que me gustaría verle dentro de una hora y diga al señor Martin que haga el equipaje y se prepare para subir a bordo en cuanto le avisemos. Y no desista de su propósito porque ellos digan que quieren seguir contemplando las aves. Tiene que ser respetuoso, naturalmente, pero firme.

Jack tuvo que hacer dos visitas importantes antes de volver a la fragata, y fueron las primeras visitas fructíferas desde que había empezado aquella loca carrera para poder hacerse a la mar. En la primera, los empleados del servicio de material de guerra, que hasta entonces no habían querido cambiar dos de sus cañones de doce libras con la cureña un poco carcomida por otros nuevos, sino que parecían tener la intención de quedarse con los cuatro, ahora se mostraron amables e incluso le ofrecieron un par de cuadrantes de latón que usaban los artilleros; en la segunda, el encargado de la atarazana, que ya no estaba malhumorado, le enseñó dos rollos de cabo de quince pulgadas que acababa de recibir y dijo que podía mandar una lancha a buscarlos cuando quisiera. Cuando llegó a la
Surprise
estaba mucho más contento y conforme con admitir a un montón de alborotadores en su fragata. Pullings y Mowett también lo aceptaron con resignación, si bien sabían que, a pesar de que casi todos los hombres reclutados a la fuerza que habían conocido eran decentes, a veces habían visto a algunos realmente malvados, pues en ocasiones la leva era un medio de vaciar las cárceles.

Según Collingwood, los culpables de un motín eran siempre el capitán o los oficiales —dijo Jack—, así que es posible que esos hombres sean mansos como corderos y no tengan maldad. Pero los del hospital… Quiero que primero les examine el doctor. Espero que venga enseguida. Si podemos resolver un asunto más, el momento de zarpar estará más cerca.

¡Pero si el doctor ya está a bordo, señor! —dijo Pullings—. Los dos llegaron hace una hora. Tenían la cara cubierta de polvo y corrían por el muelle gritando que no leváramos el ancla ni desplegáramos las velas porque todavía no estaban a bordo. Ahora están en el sollado, cada uno tumbado en un coy, y uno está bebiendo vino blanco y el otro agua efervescente. Parece que no entendieron el mensaje que les mandó.

Dejemos que descansen hasta que hayamos entrevistado a los nuevos marineros. Después llamaremos al doctor para que examine a los que vengan del hospital, porque me parece que están locos. Admitiría a cualquier marinero, con tal que supiera tirar de un cabo, pero incluso en la Armada hay límites.

He oído hablar de locos tan astutos que fingen estar cuerdos —dijo Pullings—. Algunos han logrado entrar en las santabárbaras y han hecho saltar por el aire en pedazos los barcos, y también a sí mismos.

Poco después llegaron los marineros que se encontraban en el barco prisión. Todos estaban pálidos por la falta de sol y de aire fresco, con barba y con marcas rojas en las muñecas y los tobillos a causa de los grilletes. Muy pocos traían consigo bolsas o baúles, pues además de que el
Defender
estaba gobernado por un capitán y oficiales malos, estaba lleno de ladrones, y la mayoría de sus pertenencias desapareció en cuanto les encerraron en el barco prisión. No tenían aspecto de mansos corderos. Algunos de ellos, que llevaban un jersey a rayas de Guernsey y un sombrero de lona alquitranada, tenían una larga coleta, la típica coleta de los marineros de barcos de guerra, y un gesto adusto, y por la forma en que respondieron cuando les entrevistaron para inscribirles en el rol, se infería que varios de ellos eran rebeldes; otros eran marineros que expulsaron a la fuerza de barcos mercantes y que estaban resentidos por eso; otros, la mayoría, no eran marineros y, aparentemente, pertenecían a dos grupos distintos: los que habían recibido cierta educación y hablaban de un modo que impresionaba a los marineros, y los que eran independientes y determinados, probablemente cazadores furtivos o ladrones de ciudad, a los que les era difícil sujetarse a la disciplina y más aún adaptarse a la alternancia entre la excesiva tolerancia y la tiranía que había en el
Defender
. Y entre todos ellos había tipos estúpidos y borrachos, naturalmente. Eran marineros que nadie habría escogido, y los tripulantes de la
Surprise
les miraban despectivamente con los labios fruncidos, pero los oficiales habían visto a otros mucho peores.

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