Vi a la Brecha por primera vez cuando tenía catorce años. La causa fue la más común de todas: un accidente de tráfico. Una pequeña furgoneta cuadrada de Ul Qoma (esto hace más de treinta años, los vehículos de las carreteras de Ul Qoma eran mucho menos impresionantes entonces de lo que son ahora) había patinado. Había estado conduciendo por una carretera entramada y una tercera parte de los coches de la zona eran besźelíes.
Si la furgoneta se hubiera enderezado, los conductores de Besźel habrían respondido como suelen hacer ante un molesto obstáculo extranjero, uno de los inconvenientes inevitables de vivir en ciudades entramadas. Si un ulqomano se tropieza con un besźelí, cada uno en su propia ciudad; si un perro ulqomano corre para oler a un transeúnte besźelí; una ventana rota en Ul Qoma que deja cristales en el camino de los peatones besźelíes: en todos esos casos los besźelíes (o los ulqomanos, en el caso contrario) evitan el problema extranjero lo mejor que pueden sin tener que reconocerlo. Lo tocan si deben, aunque mejor si no lo hacen. Esa forma de desver tan cortés y estoica sirve para lidiar con prótubos: la palabra besź para protuberancias de la otra ciudad. Hay un término en ilitano también, pero no sé cuál es. La única excepción es la basura, cuando ya lleva mucho tiempo. Si está tirada en un pavimento entramado o una ráfaga de viento la hace caer en una zona distinta de donde la habían tirado, empieza como un prótubo, pero después de un tiempo lo bastante largo empieza a descomponerse, y la escritura (besź o ilitana) comienza a oscurecerse por la suciedad y a blanquearse por la luz, y cuando se coagula con otra basura, incluida la mugre de la otra ciudad, es solo basura y vaga entre las fronteras como la niebla, la lluvia y el humo.
El conductor de la furgoneta al que vi no consiguió recuperar el control. Conducía en diagonal al asfalto (no sé qué calle es en Ul Qoma, en Besźel era KünigStrász) y se estampó contra la pared de una tienda besźelí y un hombre que estaba mirando el escaparate. El hombre besźelí murió; el conductor ulqomano resultó gravemente herido. La gente gritaba en ambas ciudades. Yo no vi el impacto, pero mi madre sí, y me agarró la mano con tanta fuerza que di un grito de dolor antes de que me hubiera percatado del ruido.
Los primeros años de un niño besźelí (y supongo que también los de un ulqomano) son un intenso aprendizaje de signos. Seleccionamos tipos de prendas, colores permisibles, modos de caminar y posturas, todo muy rápido. Más o menos antes de cumplir los ocho se podía confiar en que la mayor parte de nosotros no incurriríamos en una brecha embarazosa e ilegal, aunque, claro está, a los niños se les da licencia cada vez que salen a la calle.
Yo tenía más de ocho años cuando levanté la mirada para ver el sangriento resultado de aquel accidente que había ocasionado una brecha y recuerdo acordarme de esos misterios arcanos y de que eran una estupidez. En aquel momento, cuando mi madre, yo y todos los que estábamos allí no podíamos hacer otra cosa que ver los destrozos en Ul Qoma, todo aquel escrupuloso desver que acababa de aprender se desgarró.
La Brecha llegó en unos segundos. Formas, figuras, algunas de las cuales quizá habían estado allí pero, de algún modo, se habían fusionado con los espacios que quedaban entre el humo del accidente, y se desplazaban tan deprisa que parecía que lo hacían para que se les viera claramente, moviéndose con autoridad y mando tan absolutos que tuvieron la zona de la intrusión controlada y dominada en cuestión de segundos. Aquellos poderes resultaban increíbles, parecían casi imposibles de descifrar. En los límites de la zona de crisis la policía besźelí y, no conseguía aún verlo bien, la policía ulqomana estaban echando a los curiosos a sus propias ciudades, limpiando la zona, dejando fuera a los forasteros, sellando la zona dentro de la cual, con rápidas acciones todavía visibles aunque mi yo infantil de entonces tenía miedo de verlas; la Brecha estaba organizando, cauterizando, restaurando.
Era en ese tipo de extrañas situaciones en las que uno podía atisbar por un momento a la Brecha llevando a cabo lo que hacía. Accidentes y catástrofes que perforaban la frontera. El terremoto de 1926; un terrible incendio (una vez se produjo un fuego extraordinariamente cerca de mi apartamento. Estaba contenido en una sola casa, pero una casa que no estaba en Besźel, que ya había desvisto. Así que me había dedicado a ver las imágenes del incendio enviadas desde Ul Qoma, en la televisión de aquí, mientras las ventanas de mi salón se iluminaban con el brillo del rojo parpadeante); la muerte de un transeúnte ulqomano a causa de una bala perdida de un atraco en Besźel. Era difícil asociar esas crisis con esta burocracia.
Me di la vuelta y miré alrededor de la habitación a nada en particular. La Brecha tiene que justificar sus acciones ante aquellos especialistas que las solicitan, pero eso no parece una limitación para muchos de nosotros.
—¿Ha hablado con sus compañeros? —preguntó Syedr—. ¿Cómo de lejos ha ido con esto?
—No. No he hablado con sus compañeros. Lo ha hecho mi ayudante, claro, para verificar la información.
—¿Ha hablado con sus padres? Parece muy dispuesto a quitarse de en medio de esta investigación.
Esperé unos segundos más antes de hablar por encima del murmullo que había a ambos lados de la mesa.
—Corwi lo ha hecho. Han cogido un avión para venir aquí. Alcalde, no estoy seguro de que entienda bien la posición en la que estamos. Sí, sí estoy dispuesto. ¿Es que no quiere encontrar al asesino de Mahalia Geary?
—Está bien, ya es suficiente. —Yavid Nyisemu tamborileaba nerviosamente con los dedos sobre la mesa—. Inspector, será mejor que no adopte ese tono. Hay cierta preocupación entre nuestros representantes, tan creciente como razonable, de que cedemos demasiado pronto a la Brecha situaciones en las que en realidad podríamos elegir no hacerlo, y que hacerlo es peligroso y potencialmente incluso una traición. —Esperó hasta que al fin su petición quedó clara y yo hice un ruido que podría considerarse una disculpa—. Sin embargo —prosiguió—, alcalde, usted podría considerar ser algo menos porfiador y ridículo. Por el amor de Dios, la joven estaba en Ul Qoma, desaparece y aparece muerta en Besźel. Me resulta difícil pensar en un caso más evidente. Claro que vamos a aprobar la cesión de esto a la Brecha. —Cortó el aire con la mano cuando Syedr empezó a quejarse.
Katrinya asintió.
—Unas palabras sensatas —dijo Buric.
Quedaba claro que los ulqomanos habían tenido estas luchas internas antes. Los esplendores de nuestra democracia. Sin duda dirigían sus propias riñas.
—Creo que eso será todo, inspector —dijo por encima del elevado tono de voz del mayor—. Tenemos su petición. Gracias. El ujier lo acompañará a la salida. Pronto tendrá noticias nuestras.
Los pasillos de la Cámara Conjuntiva están construidos en un determinado estilo que debe de haber cambiado con los muchos siglos de existencia del edificio y la posición central que ocupa en la vida y la política de los besźelíes y los ulqomanos: ambas son antiguas y respetables, pero en cierto modo imprecisas, sin definición. Las pinturas al óleo están bien ejecutadas, pero como si no tuvieran antecedentes, con un estilo neutral carente de nervio. El personal, tanto besźelí como ulqomano, iba y venía por esos pasillos en tierra de nadie. La cámara no desprende una sensación de colaboración sino de vacuidad.
Los pocos artefactos de la época Precursora, guardados en vasijas de cristal que salpican los pasillos, son algo distinto. Son específicos, aunque opacos. Le eché un vistazo a algunos mientras me marchaba: una Venus con los pechos caídos y una cresta donde debían haber reposado engranajes o una palanca; una rudimentaria avispa de metal descolorida por el paso de los siglos; un dado de basalto. Debajo de cada una había una leyenda que ofrecía hipótesis.
La intervención de Syedr resultó poco convincente (daba la impresión de que había decidido plantar cara a la siguiente petición que se cruzara por su mesa, y yo había tenido la desgracia de que fuera la mía, un caso del que era difícil discutir) y sus motivaciones parecían cuestionables. Si me interesara la política no querría que fuera mi líder. Pero había motivos para su cautela.
El poder de la Brecha es casi ilimitado. Terrorífico. Lo que sí pone límites a la Brecha es solo que esos poderes son circunstancialmente muy específicos. La insistencia en que esas circunstancias estén rigurosamente supervisadas es una precaución necesaria para las ciudades.
De ahí los controles y equilibrios que se mantienen entre Besźel, Ul Qoma y la Brecha. En situaciones distintas a las diversas puntuales e irrefutables brechas (del crimen, el accidente o el desastre, como derrame de productos químicos, explosión de gas, un enfermo mental que ataca a alguien al otro lado de la frontera) el comité vetaba todas las invocaciones que eran, después de todo, las circunstancias en las que Besźel y Ul Qoma se despojarían ellas mismas de todo poder.
Incluso después de los graves acontecimientos, de los que nadie en su sano juicio discutiría, los representantes de las dos ciudades en el comité examinarían minuciosamente las justificaciones
ex post facto
que encargaban para las intervenciones de la Brecha. Es posible, técnicamente, que algunas de estas fueran cuestionadas: sería absurdo que lo hicieran, pero el comité no socavaría su autoridad dejando de plantear mociones importantes.
Las dos ciudades necesitan a la Brecha. Y sin la integridad de las ciudades, ¿qué es la Brecha?
Corwi me estaba esperando.
—¿Y? —Me pasó un café—. ¿Qué han dicho?
—Bueno, lo van a traspasar. Pero me han puesto un montón de trabas. —Nos dirigimos hacia el coche patrulla. Todas las calles que rodeaban la Cámara Conjuntiva eran entramadas, y nos abrimos paso desviendo un grupo de amigos ulqomanos hacia donde Corwi había aparcado el coche—. ¿Conoces a Syedr?
—¿Ese gilipollas fascista? Claro.
—Estaba intentando que pareciese que no quería darle el caso a la Brecha. Era extraño.
—Odian a la Brecha, ¿no?, los del Bloque Nacional.
—Pues es raro que la odien. Como odiar el aire o algo. Y él es nacionalista, y si no hay Brecha, no hay Besźel. No hay patria.
—Es complicado, ¿no? —dijo Corwi—, porque incluso si los necesitamos, es un signo de dependencia que los necesitemos. Los nacionalistas están divididos, de todos modos, entre los del equilibrio de poderes y los triunfalistas. A lo mejor es un triunfalista. Creen que la Brecha está protegiendo a Ul Qoma, que es lo único que impide que Besźel tome el control.
—¿Que tome el control? Esos viven en un mundo de fantasía si creen que iba a ganar Besźel. —Corwi me dirigió una mirada fugaz. Los dos sabíamos que era cierto—. Sea como sea, es discutible. Me parece que estaba adoptando una pose.
—Es un puto idiota. O sea, además de ser un fascista es que no es muy listo. ¿Cuándo nos van a dar luz verde?
—En un día o dos, yo creo. Votarán todas las mociones que les han presentado hoy. Creo.
No sabía cómo estaba organizado, de hecho.
—Y mientras tanto, ¿qué?
Corwi hablaba en tono cortante.
—Bueno, tienes muchas más cosas con las que puedes seguir, ¿me equivoco? Este no es tu único caso.
La miré mientras conducía.
Dejamos atrás la Cámara Conjuntiva, con su enorme entrada como una cueva secular prefabricada. El edificio es mucho más grande que una catedral, mucho más grande que un circo romano. Está abierto en los laterales este y oeste. A nivel del suelo y durante los primeros quince metros abovedados hay una vía pública semicerrada, salpicada con pilares, flujos de vehículos separados por paredes e interrumpidos por puestos de control.
Los peatones y los vehículos iban y venían. Los coches y las furgonetas conducían hacia allí, para esperar en el punto más oriental, donde se comprobaban los pasaportes y los papeles y se les concedía el permiso a los conductores (o a veces se les denegaba) para dejar Besźel. Un flujo constante. A más metros de ahí, a través del intersticio del puesto de control que había bajo el arco de la cámara, otros esperaban en las puertas occidentales del edificio para entrar en Ul Qoma. Un proceso invertido en los otros carriles.
Entonces los vehículos con el permiso para cruzar ya estampado emergían en el extremo opuesto por el que habían entrado y llegaban a una ciudad extranjera. A veces volvían sobre sus pasos, en las calles entramadas del casco viejo o del casco viejo, al mismo lugar donde habían estado minutos antes, pero en un reino jurídico nuevo.
Si alguien necesitara ir a una casa físicamente puerta con puerta a la suya pero en una ciudad vecina había que coger una carretera distinta bajo un poder hostil. Eso es lo que los extranjeros raras veces lograban entender. Un habitante de Besźel no podía caminar unos cuantos pasos hacia la puerta de al lado en una casa álter sin cometer una brecha.
Pero si pasara por la Cámara Conjuntiva, podría dejar Besźel y al final de la cámara volver exactamente al mismo punto (corpóreamente hablando) del que había partido, pero en otro país, como turista, un visitante maravillado, en una calle que compartía la latitud y longitud de su propia dirección, una calle que no habían visitado antes, cuya arquitectura siempre habían desvisto, a la casa ulqomana que tenían al lado y toda una ciudad alejada de su propio edificio, no visible allí ahora que habían cruzado, a través de la Brecha, de vuelta a casa.
La Cámara Conjuntiva, como el gollete de un reloj de arena, el punto de ingreso y de egreso, el ombligo entre las dos ciudades. El edificio entero, un embudo que deja entrar a los visitantes de una ciudad en la otra, y los de la otra en la una.
Hay lugares que no están entramados, pero donde Besźel se ve interrumpida por una parte de Ul Qoma. Cuando éramos niños desveíamos Ul Qoma diligentemente, como nuestros padres y nuestros profesores no se habían cansado de enseñarnos (la ostentación con la que nosotros y nuestros coetáneos nos solíamos desadvertir entre nosotros cuando estábamos topordinariamente cerca era impresionante). Solíamos tirar piedras al otro lado de la alteridad, dar una vuelta completa en Besźel y las volvíamos a coger. Discutíamos sobre si habíamos hecho lo correcto. La Brecha nunca se manifestaba, claro está. Hacíamos lo mismo con las lagartijas locales. Siempre las encontrábamos muertas cuando las recogíamos, y decíamos que el vuelo a través de Ul Qoma las había matado, aunque bien podría haber sido el aterrizaje.