Read La búsqueda del dragón Online

Authors: Anne McCaffrey

La búsqueda del dragón (43 page)

BOOK: La búsqueda del dragón
4.81Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Serán precisas numerosas observaciones, por numerosos ojos —dijo Fandarel con su voz retumbante—, para que podamos saber con alguna certeza qué aspecto tiene la Estrella Roja. Un punto de similitud no es suficiente. En absoluto.

—Oh, desde luego. Desde luego —asintió Wansor, secundando a su Maestro Artesano, sin despegar los ojos del ocular mientras hacía girar lentamente el aparato a través del cielo nocturno.

—¿Por qué tardas tanto? —preguntó Nessel de Crom en tono impaciente—. Allí está la Estrella. Todos podemos verla claramente.

—¿Resulta tan fácil localizar el guijarro verde que uno deja caer sobre las arenas de Igen en pleno mediodía? —preguntó Robinton.

—¡Ah! ¡Ya la tengo! —exclamó Wansor.

Nessel se adelantó rápidamente, alargando la mano hacia el tubo. Pero interrumpió aquel gesto, recordando las consecuencias de un movimiento imprudente. Llevándose las dos manos detrás de la espalda miró de nuevo a la Estrella Roja.

Nessel, sin embargo, no permaneció mucho tiempo en el aparato. Cuando Oterel avanzó, el Maestro Arpista se movió con más rapidez.

—Ahora me toca a mí, creo, dado que todos los Señores de los Fuertes han mirado ya una vez.

—Tiene razón —dijo Sangel en voz alta, fulminando a Oterel con la mirada.

Lessa observó al Maestro Arpista atentamente, vio la rigidez de sus anchos hombros mientras él, también, sentía el impacto de aquella primera visión de su antiguo enemigo. Su contemplación no se prolongó demasiado, o al menos esa fue la impresión de Lessa. Irguiéndose con lentitud, miró pensativamente hacia la Estrella Roja en los cielos oscuros encima de ellos.

—¿Qué nos dices, Arpista? —preguntó Meron en tono altanero—. Tú tienes siempre la palabra adecuada para cada ocasión.

Robinton miró al nabolés durante mucho más tiempo que el que había dedicado a la Estrella.

—Considero más prudente que conservemos esta distancia entre nosotros —dijo finalmente.

—¡Ja! Lo que yo había pensado —dijo Meron, sonriendo con una odiosa expresión de triunfo.

—No sabía que te dedicabas a pensar —observó Robinton plácidamente.

—¿Lo que tú habías pensado, Meron? —inquirió Lessa, en un tono peligrosamente incisivo—. ¿Qué quieres decir exactamente?

—Bueno, tendría que ser obvio —respondió el Señor de Nabol, encogiéndose de hombros—. El Arpista está a las órdenes del Weyr de Benden. Y dado que al Weyr de Benden no le interesa el exterminio de las Hebras en su fuente...

—¿Y cómo sabes eso? —preguntó Lessa fríamente.

—Y, Señor de Nabol, ¿en qué te apoyas para afirmar que el Arpista de Pern está a las órdenes del Weyr de Benden? Sugiero que pruebes tu acusación inmediatamente, o te retractes de ella —apremió Robinton, con la mano apoyada en el pomo de su daga.

El lagarto bronce sobre el brazo de Meron empezó a sisear y extendió sus alas, alarmado. El Señor de Nabol se limitó a sonreír desdeñosamente, mientras tranquilizaba a su lagarto con gestos teatrales.

—Habla, Meron —exigió Oterel.

—No puede ser más evidente. Todos vosotros lo habéis visto —respondió Meron con falaz amabilidad, y fingiendo sorpresa ante la dureza de mollera de los otros—. Está enamorado sin esperanza de... de la Dama del Weyr de Benden.

Por unos instantes, Lessa sólo pudo mirar al hombre con una expresión de asombrada incredulidad. Era cierto que ella admiraba y respetaba a Robinton. Estaba encariñada con él, suponía. Siempre se alegraba de verle, y nunca se molestaba en disimularlo, pero... Meron estaba loco. Trataba de destruir la confianza del país en los dragoneros con rumores absurdos, venenosos. Primero Kylara y ahora... Y, sin embargo, la debilidad de Kylara, su promiscuidad, la actitud general de los Fuertes y Artesanados hacia las costumbres de los Weyrs hacían tan plausible su acusación...

La carcajada de Robinton la sobresaltó. Y borró la sonrisa del rostro de Meron.

—¡La dama del Weyr Benden no tiene para mí ni la mitad del atractivo del vino de Benden!

El alivio en los rostros que la rodeaban fue tan aparente que Lessa supo, con una sensación de desaliento, que los Señores de los Fuertes habían estado a punto de dar crédito a la insidiosa acusación de Meron. Si Robinton no hubiera contestado como lo había hecho, si ella hubiese empezado a refutar la acusación... Y al mismo tiempo Lessa sonrió, porque la afición del Maestro Arpista al vino, y en particular a los vinos de Benden, era tan del dominio público que su explicación resultaba más plausible que la calumnia de Meron. El ridículo era mejor defensa que la verdad.

—Además —continuó el Arpista—, el Maestro Arpista de Pern no tiene ninguna opinión, en ningún sentido, acerca de la Estrella Roja: ni siquiera un verso. Esa... esa horrible visión le asusta mortalmente y le hace anhelar ese vino de Benden, ahora mismo, en cantidades ilimitadas. —Ahora no había el menor rastro de risa en la voz de Robinton—. He profundizado demasiado en la historia y en la ciencia de nuestro amado Pern, he cantado demasiadas baladas acerca de la maldad de la Estrella Roja, para desear tenerla más cerca de nosotros. Incluso eso —y señaló el aparato de mirar a distancia— la acerca demasiado para mi gusto. Pero los hombres que han combatido a las Hebras día tras día, Revolución tras Revolución, pueden mirarla con menos temor que el pobre Arpista. Y, Meron, Señor del Fuerte de Nabol, podrías apostar lo que posees a que a los dragoneros de todos los Weyrs les encantaría verse libres de la obligación de evitar que las Hebras alcancen tu pellejo... aunque ello significara tener que eliminar las Hebras de cada palmo cuadrado de aquella Estrella.—El tono vehemente del Arpista hizo que Meron retrocediera unos pasos, apretando con una mano contra su brazo al pequeño animal violentamente excitado—. ¿Cómo es posible que tú, que cualquiera de vosotros —y el oprobio del Arpista cayó ahora igualmente sobre los otros cuatro Señores— dude de que los dragoneros se sentirían tan aliviados como vosotros viendo el término de sus siglos de dedicación a vuestra seguridad? Ellos no tendrían que defenderos de las Hebras. Tú, Groghe, Sangel, Nessel, Oterel, todos vosotros deberíais saberlo ya a estas alturas. Tendríais que tratar con T'kul, y con T'ron.

«Todos sabéis lo que las Hebras le hacen a un hombre. Y sabéis lo que ocurre cuando muere un dragón. ¿O tengo que recordaros eso también? ¿Creéis honradamente que los dragoneros desean prolongar unas condiciones semejantes, unos hechos semejantes? ¿Qué ganan con ello? ¡Poco, muy poco! ¿Compensan realmente una carga de productos o una res esquelética la muerte de un dragón?

«Y si existían instrumentos para que el hombre pudiera ver de cerca a la Estrella Roja, ¿por qué siguen existiendo las Hebras? ¿Es sólo cuestión de encontrar coordenadas y dar el salto? ¿Es posible que los dragoneros lo hubiesen intentado? ¿Y que fracasaran debido a que esas masas que vemos con tanta claridad no sean agua, ni tierra, sino incontables Hebras, agitándose y reproduciéndose en espera de que algún misterioso agente las haga caer sobre nosotros? ¿O debido a que esas nubes que vemos no son de vapor de agua, como las nubes de Pern, sino de algo mortal, mucho más peligroso para nosotros que las Hebras? ¿Cómo sabemos que no encontraremos los huesos de dragones y caballeros perdidos hace mucho tiempo en las manchas oscuras del planeta? Hay muchas cosas que ignoramos, sí, y por ello considero más prudente conservar esta distancia entre nosotros. Pero creo también que el tiempo de la prudencia ha quedado atrás, y que debemos confiar en la locura de los valientes. Ya que estoy convencido —y el Arpista se volvió lentamente hacia Lessa—, aunque me duele el corazón y estoy mortalmente asustado, de que los dragoneros de Pern irán a la Estrella Roja.

—Esa es la intención de F'lar —dijo Lessa con voz resonante, alzando la cabeza, irguiendo los hombros. Al revés del Arpista, ella no podía admitir su miedo, ni siquiera para sí misma.

—Sí —rugió Fandarel, moviendo lentamente su enorme cabeza en sentido afirmativo—, ya que nos ha apremiado a Wansor y a mí para que hiciéramos numerosas observaciones sobre la Estrella Roja a fin de poder enviar una expedición lo antes posible.

—¿Y cuánto tiempo tendremos que esperar hasta que esa expedición se lleve a cabo? —preguntó Meron, como si las palabras del Arpista no hubieran sido pronunciadas.

—Vamos, hombre, ¿cómo puedes esperar que alguien dé una época... una fecha? —intervino Groghe.

—Bueno, el Weyr de Benden es muy aficionado a dar épocas y fechas y pautas, ¿no es cierto? —replicó Meron, tan untuosamente que Lessa sintió el deseo de arañarle.

—Y ellos salvaron tus cosechas, Meron —declaró Oterel.

—¿Tienes alguna idea, Dama del Weyr? —le preguntó Sangel a Lessa en tono de ansiedad.

—Tengo que completar las observaciones —intervino Wansor con visible nerviosismo—. Sería absurdo... una locura... tomar una decisión sin haber visto toda la Estrella Roja, sin haber fijado las características peculiares de las masas de distinto color, sin haber comprobado con cuanta frecuencia la cubren las nubes. Oh, hay que realizar muchas investigaciones preliminares. Y luego, algún tipo de protección...

—Comprendo —le interrumpió Meron.

¿Acaso el hombre no dejaría nunca de sonreír? Y sin embargo, pensó Lessa, su ironía podía trabajar en favor de ellos.

—Podría ser un proyecto para toda la vida —añadió el Señor del Fuerte de Nabol.

—No si conozco a F'lar —dijo secamente el Arpista—. Estoy convencido de que el caudillo del Weyr de Benden se ha tomado esos últimos caprichos de nuestra antigua plaga como un insulto personal, dado que habíamos creído poder anticipar con exactitud el momento y el lugar de su Caída.

El tono de Robinton estaba tan cargado de sarcasmo que Oterel de Tillak soltó un bufido. Groghe pareció más pensativo, probablemente no repuesto del todo de los efectos de la última reunión con F'lar.

—¿Un insulto a Benden? —preguntó Sangel, desconcertado—. Las tablas horarias de F'lar han sido exactas durante muchas Revoluciones... Yo mismo las he utilizado, y no las he encontrado erróneas hasta hace muy poco.

Meron golpeó el suelo con el pie, quitándose la careta de su afectación.

—Sois una pandilla de imbéciles, dejándoos convencer por las buenas palabras del Arpista. Nunca veremos el final de las Hebras, por muchos años que vivamos. Y seguiremos pagando diezmos a los inoperantes Weyrs y manteniendo a los dragoneros y a sus mujeres mientras este planeta de vueltas alrededor del sol. Y ni uno solo de los grandes Señores, ni uno solo de vosotros, tiene el valor suficiente para cambiar las cosas. No necesitamos a los dragoneros. No les necesitamos. Tenemos lagartos de fuego que devoran Hebras...

—Entonces, ¿debo informa a T'bor, del Weyr de las Altas Extensiones, que sus escuadrones ya no son necesarios en Nabol? Estoy segura de que sería un alivio para él –inquirió Lessa, con su voz más amable.

El Señor nabolés le dirigió una mirada cargada de odio. El lagarto de fuego extendió sus alas y siseó, amenazador. Un trompeteo de Ramoth ensordeció a todo el mundo en las alturas. El lagarto de fuego desapareció con un chillido. Mascullando maldiciones, Meron echó a andar por el iluminado sendero que conducía al apeadero, reclamando a gritos la presencia de su dragón. El verde apareció con tanta prontitud que Lessa quedó convencida de que Ramoth le había avisado, al mismo tiempo que advertía al pequeño lagarto de fuego contra sus intenciones de atacar a Lessa.

—No le ordenarás a T'bor que deje de patrullar en Nabol ¿verdad, Dama del Weyr? —preguntó Nessel, Señor de Crom—. Después de todo, mis tierras lindan con las suyas...

—Señor Nessel —empezó Lessa, pretendiendo convencerle de que en primer lugar no tenía autoridad para ello y en segundo lugar...— Señor Nessel —repitió, cambiando de idea—, ya has visto que el Señor de Nabol no lo ha pedido a fin de cuentas. Aunque —y suspiró dramáticamente— nos hemos sentido tentados a sancionarle por su parte de responsabilidad en la muerte de las dos reinas .—Sonrió a Nessel—. Pero hay centenares de personas inocentes en sus tierras, y muchas más a su alrededor, que no deben pagar las consecuencias de su... su... ¿cómo lo diría yo?... de su conducta irracional.

—Lo cual me conduce a preguntar —dijo Groghe, carraspeando apresuradamente— qué medidas van a tomarse contra esa... esa mujer, Kylara.

—Ninguna —respondió Lessa secamente.

—¿Ninguna? —inquirió Groghe, indignado—. ¿Causó la muerte de dos reinas y no vais a hacer nada...?

—¿Acaso los Señores de los Fuertes han tomado alguna medida contra Meron? —preguntó Lessa, mirando con rostro ceñudo a los cuatro presentes. Se produjo un largo silencio—. Debo regresar al Weyr de Benden. El amanecer y otro día de vigilancia llegarán allí demasiado pronto. Wansor y Fandarel se encargarán de las observaciones que harán posible para nosotros ir a esa Estrella.

—Antes de que monopolicen el aparato, me gustaría echar otra mirada —dijo Oterel de Tillek en voz alta—. Tengo una vista muy aguda...

Lessa estaba cansada cuando llamó a Ramoth a su lado. Deseaba regresar al Weyr de Benden, no tanto para dormir como para tranquilizarse en lo referente a F'lar. Mnementh estaba con él, ciertamente, y no había informado de ningún cambio en el estado de su jinete...

Y yo te lo hubiera dicho
, dijo Ramoth, ligeramente dolida.

——Lessa.——El Arpista se había acercado a ella y hablaba en voz baja——. ¿Estás a favor de esa expedición?

Lessa alzó la mirada hacia él, su rostro iluminado por las lámparas del sendero. La expresión de Robinton era neutra, y Lessa se preguntó si realmente creía todo lo que había dicho antes en la Roca de la Estrella. Fingía tan fácilmente, y tan a menudo contra su propia inclinación, que a veces Lessa se preguntaba cuáles eran sus verdaderos pensamientos.

—Me asusta. Me asusta porque lo más probable es que alguien lo haya intentado ya. Alguna vez. No parece lógico...

—¿Existe alguna crónica de que alguien, aparte de ti misma, haya saltado tan lejos en el intertiempo?

—No —tuvo que admitir Lessa—. Tan lejos no. Posiblemente porque no existió la necesidad de hacerlo.

—¿Y existe ahora la necesidad de dar este otro tipo de salto?

—No me atosigues más —replicó Lessa en tono desabrido. Estaba insegura de lo que sentía y pensaba. Luego vio la expresión amable y preocupada de los ojos del Arpista, y agarró impulsivamente su brazo—. ¿Cómo podemos saberlo? ¿Cómo podemos estar seguros?

BOOK: La búsqueda del dragón
4.81Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Miracle Stealer by Neil Connelly
Swimming to Tokyo by Brenda St John Brown
Pure Innocence by Victoria Sue
Stormcatcher by Colleen Rhoads
Battlemind by William H. Keith


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024