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Authors: Khaló Alí

Tags: #Humor, #Romántico, #Erótico

Jugando con fuego (11 page)

–Para, para, para… Me vas a reventar –le digo intentando aguantar todo el dolor posible.

–Tranquilo, tranquilo, ya verás cómo te acostumbras.

El negrazo llevaba razón, unos segundos con su glande incrustado en el culo y mi interior se adapta a aquella porra protagonista de mis más calientes sueños húmedos.

–¿Estás mejor? –me pregunta.

–Sí, ve despacio –le digo–, me duele mucho.

Parece que en el país de este hijo de puta no entienden lo que significa despacio porque me da una embestida tan fuerte que siento cómo su polla llega hasta mi traquea, y eso que la tengo metida por el culo. Un enorme calambre recorre mi cuerpo. Me ha partido el culo en dos, estoy seguro. De mis ojos vuelven a caer lágrimas. Rachid me agarra muy fuerte para que no pueda escaparme. Yo pienso que estoy a punto de desmayarme. Siento un dolor tan intenso que creo que voy a morirme. Sus brazos rodean mi cuerpo y sus enormes labios de negro zumbón comienzan a besarme el cuello y la nuca. Su polla permanece aparcada en su nueva plaza de garaje. Cuando nota que empiezo a reaccionar a sus besos, empieza a moverla muy, muy despacio, la saca un poco pa-ra volver a meterla, muy poco a poco. El dolor desgarrador deja de serlo para, a su vez, también dejar de ser dolor y convertirse en cosquillas que pasan a ser placer. Un gustazo. Tener la berenjena de aquel cabrón enterrada en mi culo es el gustazo más grande que he sentido en mi vida. El movimiento acompasado es cada vez más rítmico. Sus salidas y entradas comienzan a ser más fuertes. Cada entrada es una nueva embestida. Sus cojones me dan golpes en los míos haciendo que me excite mucho más. Mi cuerpo es el doble de grande y fuerte que el de este niñato, sin embargo me está follando como nunca nadie lo había hecho, claro que yo antes tampoco había visto una herramienta como esa. Ahora entiendo eso que dicen de que los negros la tienen grande.

–¿Te gusta cabrón, te gusta? –me pregunta entre gemidos mi nuevo amigo.

–Calla y fóllame –le digo.

–Di que te gusta que te meta mi enorme polla cabronazo –me ordena.

–Fóllame, fóllame.

–He dicho que me digas que te gusta que te meta mi enorme polla –me ordena de nuevo y de forma algo violenta, lo que me encanta.

–¡Adoro que me metas tu enorme polla! –le grito.

–¿Te gusta que el negrata te folle?

–Sí –le digo gimiendo y mordiéndome el labio para no hacer mucho ruido.

–Dímelo, di que te gusta que un negrata te folle.

–Me gusta que un puto negro de mierda me folle el culo. Quiero que me rompas el culo. Quiero que me destroces el culo. Quiero que me mates a polvos.

–Tú sí que sabes cabrón –me dice sudoroso mientras se saca la polla.

Lo miro con cara de no aprobar que me saque la polla del culo. Rachid me obliga a que me agache. Su polla en primer plano delante de mis narices. Ahora está totalmente dura, rí-gida y mirando hacia arriba de una forma un poco curvada. Me la acerca a la cara y de su punta, ahora roja en vez de rosa, haciendo juego con mi culo que lo siento en carne viva, co-mienzan a brotar unos chorros de esperma que me bañan directamente. Su leche sale impulsada muy fuerte. Su rabo ahora es como una fuente, no para de salir un líquido acuoso, a ratos blanco y a ratos semitransparente, translúcido diría yo. Su savia se derrama por mi cara, chorreando por mi frente, mis labios, mi barbilla. Estoy sentado en el suelo de aquel retrete, que está tan frío como los cubitos de hielo. El tipo, viendo que mi rabo sigue duro, se escupe en una mano y comienza a restregar su enorme mano pegajosa por los restos de su semen y su saliva por mi glande. La sensación es tan intensa que al principio creo que me voy a mear encima. Luego, cuando consigo controlarla, me corro de una forma tan violenta que me desmayo en el acto. Muerto de placer, literal. El negro se asusta al ver que me he caído desplomado. Antes de salir huyendo me roba la pasta que llevo en la cartera. Supongo que al ver que era policía se asustó mucho más. Lo último que recuerdo de antes de dormirme es que mientras me corría la música de mi teléfono volvió a sonar.

Cuando me despierto un señor me echa agua en la cara. Seguía con los pantalones en los tobillos y muchas explicaciones que dar. Las insistentes llamadas tenían una mala noticia: Jonás Vega había aparecido muerto.

CAPÍTULO DIEZ: MISTERNNY

«Es como las folclóricas de posguerra:

tras su sonrisa en la vida pública

se esconde una personalidad bipolar,

compulsiva y dictatorial».

El último baile

La mañana del sábado me desperté con tal dolor de culo que pronto vino a mi mente todo lo que había pasado el día antes con aquel chaval que me encontré por la calle. Supongo que el tío sería un burdo chapero y por eso me robó todas las pelas que llevaba. Qué vergüenza cuando recuperé el conocimiento y me ví con aquel señor mayor echándome agua en la cara y los pantalones en los tobillos. Encima de cabrón, apaleado. Me había robado y me había dejado ahí tirado.

Mi rabo volvía a estar en su estado normal pero mi cara seguía llena de aquellos lechazos que había echado aquella morcilla. Los fluidos secos en mi cara hacían que la barba estuviese tirante. Prefiero no volver a recordar todo aquello. Me dio tanto palo… El viejo me miraba el nardo de reojo. No sé si porque le gustaba o porque le impresionaba el tamaño. Espero que mientras estuve desmayado no me lo chupase ni nada por el estilo. ¡Qué asco!

Me gustaría poder decir que hoy, sábado sabadete, pero me temo que en lugar de eso tendré que decir fiesta, fiestete. Por fin ha llegado el día. Si esta noche no pillamos al que es-tá aterrorizando a los miembros de la noche no lo pillaremos nunca.

Cuando cogí el móvil tenía nueve llamadas perdidas de García. Parece que el hijo de puta huele cuándo estoy follando con alguien. No sé si es telepatía o qué pero siempre interrumpe de alguna forma. Cuando llamé me dijo que Jonás Vega, otro de los miembros del dichoso libro, había aparecido muerto. Rápidamente me fui para la dirección donde me dijo que lo encontraron.

Una vez más el asesino cumplía las reglas y atacaba a su víctima en el domicilio de ésta. Curiosamente Jonás no estaba sólo colgado, sino que también estaba crucificado. Su cuerpo pendía de una soga y sus brazos, puestos en cruz, estaban clavados a una puerta de un armario que habían desmontado previamente. Ver aquello me sobrecogió de tal manera que me entraron ganas de pedir una jubilación anticipada y retirarme a vivir al Caribe o a Marruecos o a cualquier sitio donde durante un tiempo pudiese vivir bien con lo que tengo ahorrado, que no es mucho dinero. Creo que nadie está preparado para ver según que cosas.

Al ver su cara me descompuse. Yo conocí a ese chico. Por respeto, no voy a decir dónde ni cuándo y digo por respeto porque no está bien hablar de los muertos. El pasado es mejor dejarlo ahí, anclado. Removerlo nunca es beneficioso para nadie. Esto no es un
Hormigas Blancas
, aunque parece que sea cierto eso de que el pasado siempre vuelve. Sólo una cosa me llama la atención: cuando nos liamos me dijo que se llamaba de otra forma. Estoy seguro de que no me dijo que se llamaba Jonás, no es un nombre típico y me acordaría. Nunca he conocido a nadie que se llamase así.

–¿Qué piensas? –me pregunta García.

–Yo ya no sé qué pensar –le contesto.

–¿Crees que tiene que ver algo con la religión?

–¿Te refieres a lo de los brazos en cruz?

–El asesino nunca ha manifestado ningún interés por lo religioso.

–¿Entonces por qué este ensañamiento?

–Tal vez se odiasen por algo…

–¿Por qué? –pregunto desconcertado.

–No lo sé pero estamos ante un verdadero psicópata. Alguien que tiene la sangre fría de hacer esto es que está perturbado.

–¿Y si no fuese el mismo asesino?

–Imposible.

–¿Y si fuese una penitencia?

–¿Qué quieres decir?

–Tal vez fuese como una carga, una condena para el asesino, y quiso reflejarlo de esta forma.

–Agente, hemos encontrado esto –dice uno de los policías.

–¡
El último Baile
! –exclamo.

–Esta vez no se lo ha llevado –dice García sorprendido.

–Tiene una nota para usted –dice el policía.

–Dame unos guantes –le ordeno. Me los pongo y abro el libro.

–«Para el agente Mulleras con cariño: Saber que me sigue la pista hace que todo esto sea mucho más interesante» –leo.

–Se está riendo de nosotros –dice García.

–¿Cómo sabe quién lleva el caso? –pregunto.

–Nos han visto en los entierros, los hemos interrogado, es normal que lo sepan.

–Hay dos personas a las que todavía no hemos interrogado –comento.

–Miguel G. y Roberta Marrero.

–¡Bingo!

–¿Entonces?

–Es muy posible que uno de esos sea el asesino.

–O puede que sea uno de los que ya interrogamos. Eso no lo podemos saber todavía.

–Es cierto, todavía tengo la mosca detrás de la oreja con Popy Blasco.

–Hay una cosa que no te he contado. El asesino obligó a Jonás a llamar a la policía para que contase que alguien estaba a punto de asesinarle.

–¿Qué?

–Los de centralita pensaron que era un loco pero en cuanto dijo quién era, intentaron localizar la llamada.

–¿Y?

–Llamó desde su propio móvil, pero duró muy poco tiempo y no nos dio tiempo a localizarla.

–Está claro que tenía prisa por que lo encontrásemos.

–Esta noche es la fiesta, nos quiere dejar claro que está dispuesto a llegar al final.

–Aquí hay otra cosa que tal vez les interese –vuelve a pronunciarse el policía.

–¿Qué es? –pregunto.

–Es una página porno –dice el chico que nos informa, que revisa un ordenador encendido.

–Un momento, esto no es una página cualquiera. Esta página es de Bésametonto –dice García.

–Joder, es cierto.

–¿Lo sabías? –me pregunta.

–Me comentó algo el día del interrogatorio –digo.

–¿Y por qué no lo investigaste?

–Se me olvidó.

–Joder, ¿cómo se te olvida algo así?

–Lo siento, vale. Un momento.

–¿Qué pasa?

–Fíjate en esto.

–«No hay entradas» –lee el agente.

–¿Qué significa eso? ¿O mejor dicho, quién lo ha escrito? –pregunto histérico.

–Tiene fecha de hoy.

–Lo sé, lo estoy viendo, pero Bésametonto lleva varios días muerto.

–Lleva más de una semana.

–¿Significa que no está muerto? –cuestiono.

–No digas tonterías. Yo lo ví y tú lo viste. Un juez autorizó el levantamiento del cadáver. Fui al entierro. Claro que está muerto.

–¿Entonces quién ha escrito esto?

–El asesino.

–¿Quién es? –vuelvo a preguntar.

–No tengo ni puta idea.

–Espera, se me ocurre una cosa. Miremos el
blog
de Popy Blasco –sugiero.

–¿Te acuerdas de la dirección?

–Lo busco en «Google». Aquí está.

–«No hay entradas» –lee de nuevo.

–Es increíble, el asesino tiene acceso al
blog
de sus víctimas.

–Un momento.

–¿Qué ocurre?

–No tenemos constancia de que Popy haya muerto.

–Es cierto. Hay que llamarlo.

–¿Y en «La Mesa Camilla»?

–«No hay entradas».

–No puede ser, sólo hay una persona ahora mismo capaz de averiguar las claves de las demás páginas.

–¿Quién?

–¡Misternny! –grita García muy seguro de sí mismo. Cuando lo interrogamos me dijo que trabajaba de diseñador gráfico y maquetador en Odisea Editorial.

–¿Y eso qué tiene que ver? –pregunto.

–Pues que los putos ordenadores le son bastante familiares. Tal vez no fuese para él muy difícil averiguar la clave de las otras páginas.

–¿Y qué me dices de Popy Blasco?

–Podría ser también, aunque me da la sensación de que éste es simplemente un metomentodo.

–No lo sé, pero no podemos arriesgarnos.

–Voy a llamar a Popy –digo.

–¿Qué ocurre?

–Salta el buzón de voz.

–Vamos, no me jodas…

–Me temo lo peor.

–Déjale un mensaje.

–Vale, «Popy, soy Mulleras si escuchas esto llámame, es muy importante».

–¿Qué hacemos nosotros ahora?

–Creo que tengo una idea.

–¿Cual?

–Hay que detener a Misternny –afirmo.

–Pero no tenemos suficientes pruebas.

–Eso nos dará tiempo.

–¿Tiempo para qué?

–Para pensar un plan, y creo que ya lo tengo.

–Pues dime, porque ahora mismo estoy un poco perdido –dice García.

–García, no hace mucho, en tu despacho me dijiste que confiabas en mí, ahora necesito que lo hagas más que nunca –le suplico.

–¿Qué pretendes?

–Tengo una corazonada.

–Mulleras, si falla tu corazonada nos caemos con todo el equipo.

–Lo sé, pero sólo puedo pedirte que confíes en mí.

–Está bien.

–Arresta a Misternny.

–Vale, eso ya ha quedado claro.

–Eso es lo que quiere el asesino, que lo arrestemos, por eso nos ha dejado estos mensajes –le cuento.

–¿Y vas a seguirle el juego?

–Sí y no.

–Explícate.

–Lo voy a arrestar tal y como él quiere, pero lo que no sabe es que yo sé que Misternny es inocente.

–No entiendo nada.

–Avisa a la prensa de que ya hemos encarcelado al asesino, pero no des más datos.

–Está bien.

–Yo voy a la sede de la editorial Odisea.

–¿Para qué?

–Tengo que involucrar en la fiesta de alguna forma al otro personaje que queda vivo. Tengo que asegurarme de que asista.

–¿Seguro que sabes lo que haces?

–Creo que sí.

Salgo de allí cagando leches y me dirijo a la calle Espíritu Santo, que es donde reside la editorial. Manuel está a punto de salir, pero le pido que me escuche unos minutos.

–Soy todo oídos –me dice el señor Pérez.

–Hemos detenido a Misternny.

–¿Qué? No puedo creer que él fuese el asesino.

–Yo tampoco –le digo.

–¿Entonces?

–Voy al grano que no hay mucho tiempo.

–Tú dirás.

–En la biografía de Miguel G. que aparecía en el libro de relatos decía que trabajaba como dj los fines de semana, ¿no?

–Sí, pero no entiendo nada.

–Pues quiero que lo metas a pinchar.

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