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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Imago (11 page)

—Sabes que me ocuparé de la hembra —me dijo Tehkorahs—. Parecía tenerte mucho afecto.

Noté como los tentáculos de mi cabeza y cuerpo se aplastaban por el placer recordado.

—Mucho.

Wray se echó a reír.

—Te dije que sería sexualmente precoz…, exactamente igual que los machos y hembras construidos.

Tehkorahs le pasó un brazo sensorial alrededor del cuello.

—No me sorprende. Cada comercio de genes trae cambios. Khodahs, déjame examinarte. La mujer no querrá verme durante un tiempo: has dejado demasiado de ti en ella.

Me acerqué, y él soltó a Wray y me examinó con rapidez, pero concienzudamente. Noté su sorpresa, aun antes de que me soltase.

—Ahora estás muy controlado —me dijo—, no encuentro nada malo en ti. Y, si tus recuerdos de la hembra son correctos…

—¡Naturalmente que lo son!

—Entonces, probablemente no halle nada malo en ella. Excepto el problema genético.

—Ella cooperará, cuando estés dispuesto a corregir eso.

—Bien. Te pareces a ella, ¿lo sabías?

—¿Cómo?

—Tu cuerpo ha estado tratando de complacerla. Ahora tienes un tono de piel más oliváceo…, menos gris. Y tu cara ha cambiado de un modo sutil.

—Pareces una versión masculina de esa mujer —intervino Wray—. Probablemente pensó que eras muy guapo.

—Lo dijo —admití, entre las carcajadas de Wray—. No sabía que estuviese cambiando.

—Los ooloi cambian un poco cuando se atrían —me explicó Tehkorahs—. Nuestros aromas cambian. Nos adaptamos al grupo familiar de nuestros cónyuges. Puede que tú te adaptes mejor que la mayoría de nosotros…, del mismo modo que tus descendientes también se adaptarán mejor, cuando encuentren una nueva especie para el intercambio de genes.

Si es que alguna vez tenía descendientes.

Al día siguiente, la familia recogió nuevos suministros y abandonó Lo por segunda vez. Yo había dormido una noche más en la casa familiar. Dormí con Aaor, tal como acostumbraba a hacerlo antes de mi metamorfosis. Creo que la hice sentirse tan solitaria como yo mismo me sentía, ahora que Marina se había ido. Y esa noche provoqué en Aaor, en Lo y en mí mismo, grandes pústulas malolientes.

II - EXILIO
1

No nos detuvimos en la isla en la que habíamos planeado vivir. Estaba demasiado cerca de Pascual. El vivir allí nos convertiría en blanco de más temores y frustraciones humanas. Seguimos el río hacia el oeste, luego hacia el sur, viajando cuando nos apetecía, descansando cuando estábamos cansados…, errando, en realidad. Yo estaba inquieto, y el andar sin rumbo fijo me iba bien. Los otros simplemente no parecían estar contentos con ningún lugar de acampada de los que hallábamos. Yo sospechaba que no volverían a estar a gusto hasta que regresasen a Lo para quedarse.

Rodeamos con mucho cuidado las aglomeraciones humanas. Los humanos que nos vieron, se nos quedaron mirando desde la distancia o nos siguieron hasta que hubimos salido de su territorio. Pero ninguno se acercó a nosotros.

A doce días de distancia de Lo, aún seguíamos vagando. El río era largo y con muchos tributarios, muchas curvas y giros. Era bueno caminar a lo largo del sombreado suelo del bosque, siguiendo el sonido y el aroma del río, sin pensar en nada más. Al tercer día me habían salido membranas entre los dedos de las manos y los pies, y no me molesté en corregirlo: estaba mojado durante casi tanto tiempo como estaba seco. Me cayó el cabello y se me desarrollaron unos pocos tentáculos sensoriales más. Dejé de usar ropas, y mi color cambió a grisverdoso.

—¿Qué es lo que estás haciendo? —me preguntó mi madre humana—. ¿Le dejas a tu cuerpo hacer lo que le plazca?

Su voz y su gesto indicaban una clara desaprobación.

—Mientras no desarrolle una enfermedad… —le contesté.

Ella frunció el entrecejo.

—Desearía que te vieses a través de mis ojos: la deformidad es tan mala como la enfermedad.

Me alejé de ella. Jamás me había reñido así antes.

A quince días de distancia de Lo, alguien nos disparó flechas. Sólo fue alcanzada Lilith. Nikanj atrapó al arquero, lo drogó, dejándolo inconsciente, destruyó todas sus armas, y cambió el color de su cabello: éste había sido marrón oscuro, pero desde ahora sería incoloro y parecería absolutamente blanco. Finalmente, Nikanj animó a su rostro a formar las arrugas permanentes que el comportamiento y la herencia biológica de aquel macho habían dictado para su vejez. Tendría un aspecto de anciano; no sería más débil ni estaría disminuido por la senilidad, pero el aspecto era algo muy importante para los humanos. Cuando aquel hombre se despertase, en algún momento del siguiente día, sus ojos y sus dedos le dirían que había pagado un terrible precio por atacarnos. Y, lo que aún era más importante, su gente lo vería. Entenderían de un modo erróneo lo sucedido, y eso los asustaría lo bastante como para que nos dejasen en paz.

Lilith no tuvo problemas especiales con la herida de la flecha: le había dañado uno de sus riñónes y le causaba un dolor considerable, pero no ponía en peligro su vida. Su cuerpo mejorado se hubiera curado con rapidez aunque no hubiese contado con la ayuda de Nikanj, visto que la flecha no estaba envenenada. Pero Nikanj no dejó que se curase sola: se recostó junto a ella y la curó del todo antes de volver con el arquero para blanquearle el cabello y arrugarle el rostro. Los cónyuges se cuidaban los unos a los otros.

Los contemplé, preguntándome de quién me ocuparía yo…, y quién se ocuparía de mí.

A veintidós días de distancia de Lo, el curso del río giró hacia el sur, y nosotros giramos con él. Dichaan se apartó del sendero y nos dejó por un tiempo, regresando con un macho humano que se había roto una pierna. El miembro tenía un aspecto grotesco: hinchado, descolorido y cubierto de ampollas. El olor que desprendía hizo que Nikanj y yo nos mirásemos el uno al otro.

Acampamos, y preparamos un jergón para el humano herido. Nikanj me habló antes de ir a su lado.

—Deshazte de esas membranas. Trata de parecerte menos a una rana, o lo asustarás.

—¿Vas a dejarme curarlo?

—Sí. Y te llevará un tiempo el hacerlo bien. Tu primera regeneración… Ve a comer algo, mientras yo alivio su dolor.

—Déjame hacer eso —le dije. Pero ya se había dado la vuelta y dirigido hacia el humano. La pierna del hombre era peor que inútil: estaba envenenando su cuerpo. Y algunas porciones de la misma ya estaban muertas. Sin embargo, la idea de quitársela me alteraba.

Ahajas y Aaor me trajeron comida antes de que pudiera ir a buscarla, y Aaor se sentó junto a mí mientras yo comía.

—¿Por qué tienes miedo? —me preguntó.

—No es que tenga miedo exactamente…, pero, quitarle la pierna…

—Sí. Eso te dará oportunidad de hacer crecer otras cosas, además de membranas y tentáculos sensoriales.

—No quiero hacerlo. Es viejo, como Marina. ¡Y no sabes lo mal que me supo tener que dejarla marchar!

—¿No lo sé?

Enfoqué en Aaor.

—No pensaba que lo supieses. No me dijiste nada.

—No querías que te lo dijese. Ahora deberías comer.

Cuando vio que no lo hacía, se acercó más y se apoyó en mí, uniéndose cómodamente a mi sistema nervioso.

Hacía tiempo que no había hecho esto. Ya no sentía miedo de mí. Y no era exactamente que me hubiese abandonado: me había permitido aislarme…, dado que eso era lo que yo parecía desear. Me hizo saber esto mediante simples impresiones neurosensoriales.

—Me sentía solitario —protesté en voz alta.

—Lo sé. Pero no era a mí a quien echabas a faltar. —Hablaba con una alegría y una seguridad que me confundió.

—Estás cambiando —le dije.

—Aún no. Pero creo que será pronto.

—¿La metamorfosis? Nos perderemos el uno al otro cuando cambies.

—Lo sé. Comparte el humano conmigo. Eso nos dará a ambos más tiempo de estar juntos.

—De acuerdo.

Entonces tuve que ir al humano. Tenía que curarlo solo. Después de eso, Aaor y yo podríamos compartirlo.

La gente recordaba a sus compañeros de camada ooloi. Yo había oído a Ahajas y Dichaan hablar del suyo. Pero no lo habían visto desde hacía décadas. Un ooloi pertenecía al grupo familiar de sus cónyuges. Perdía a sus compañeros de camada.

Cuando me acosté a su lado, el hombre había perdido ya el conocimiento. En el mismo momento en que lo toqué supe que debía de haberse roto la pierna en una caída…, posiblemente desde un árbol. Tenía heridas de pinchazos y moretones muy grandes en el lado izquierdo de su cuerpo. Tal cual había supuesto, la pierna izquierda estaba totalmente perdida, gangrenada y venenosa. La separé del resto de su cuerpo, por encima de los tejidos dañados. Primero detuve la circulación de los fluidos corporales y de los venenos, desde y hacia la pierna. Luego animé al crecimiento de una barrera de piel en la cadera. Finalmente ayudé al cuerpo a deshacerse del putrefacto miembro.

Cuando la pierna cayó, aparté la suficiente atención del macho como para pedirle a la familia que se deshiciese de ella. No deseaba que el hombre la viese.

Luego me dediqué a curar las muchas y pequeñas heridas y a neutralizar los venenos que ya habían empezado a destruir la salud de su cuerpo. Pasé la mayor parte de aquella tarde curándole. Finalmente volví a enfocar de nuevo en su pierna y comencé a reprogramar algunas células. Tenía que despertar genes que no habían estado activos desde mucho antes de que el hombre naciese, y ponerlos a trabajar para decirle al cuerpo cómo hacer crecer una pierna. Una pierna, no un cáncer. La regeneración llevaría muchos días, y debería ser vigilada de cerca. Podíamos acampar allí y mantener al hombre con nosotros hasta que la regeneración se hubiera completado.

Ya hacía un rato que había oscurecido cuando, finalmente, me desconecté del macho. Mis padres humanos y mis compañeros de camada estaban durmiendo cerca. Ahajas y Dichaan se hallaban sentados uno al lado del otro, guardando el campamento y conversando vocalmente, pero en un tono tan bajo que ni siquiera yo podía oír todo lo que decían. Un intruso humano no hubiese escuchado nada en absoluto. El sentido auditivo de los oankali y los construidos era tan agudo, que algunos resistentes llegaban a creerse que podíamos leer sus pensamientos. Yo deseaba haberlo podido hacer, para así poder tener alguna idea de cómo reaccionaría, al verme, el macho al que había curado. Tendría que pasar con él casi tanto tiempo como el que pasaban los cónyuges recién atriados. Y eso sería muy duro si me odiaba o me temía.

—¿Te gusta, Oeka? —me preguntó con voz suave Nikanj.

Yo sabía que se hallaba tras de mí, sentado, esperando para comprobar mi trabajo. Ahora vino a mi lado y colocó un brazo sensorial alrededor de mi cuello. Yo aún disfrutaba con sus abrazos, pero esta vez me quedé rígido porque pensé que, a continuación, tocaría al hombre.

—Descastado y posesivo niño ooloi —me dijo, apretándome contra él, pese a mi envaramiento—. Debo examinarlo, al menos esta vez, pero si me explicas lo que has hecho, y lo que veo en él concuerda, no volveré a tocarlo ya hasta que llegue el momento en que deba irse…, a menos que algo vaya mal.

—¡Nada irá mal!

—Bien. Enséñamelo todo.

Le obedecí, embrollándome de vez en cuando, porque conocía mejor el funcionamiento del cuerpo del humano que el vocabulario, silencioso o vocal, que había que emplear para hablar del mismo. Pero, con las ilusiones neurosensoriales, podía mostrarle qué era, exactamente, lo que le quería decir.

—No hay palabras para algunas cosas —me explicó Nikanj cuando hube terminado—. Tú y tus hijos las crearéis, si las necesitáis. Nosotros nunca tuvimos necesidad de ellas.

—¿Lo he hecho bien con él?

—Lárgate. Ahora lo averiguaré con toda seguridad.

Fui a sentarme con Ahajas y Dichaan, que me dieron parte de los higos silvestres y las nueces que habían estado comiendo. La comida no lograba sacarme de la cabeza la idea de Nikanj tocando al humano, pero de todos modos comí, y escuché cómo Ahajas me contaba lo duro que le había resultado a Nikanj cuando su ooan, Kahguyaht, había tenido que examinar a Lilith.

—Kahguyaht dijo una vez que la posesividad durante el estadio de subadulto es un puente que ayuda a los ooloi a entender a los humanos —me dijo Ahajas—. Es como si las emociones humanas estuvieran permanentemente encerradas en la subadultez ooloi. Los humanos son posesivos hacia sus cónyuges, sus cónyuges potenciales y hacia la propiedad, porque todo eso puede serles arrebatado.

—Puede serle arrebatado a cualquiera —dije—. Los seres vivos pueden morir. Las cosas no vivientes pueden ser destruidas.

—Pero los cónyuges humanos pueden separarse uno de otro —dijo Dichaan—. Nunca pierden la habilidad de hacer eso. Pueden dejarse el uno al otro, de modo permanente, y hallar nuevos compañeros. Los humanos pueden tomar los cónyuges de otros humanos. No hay un nexo físico. Ni seguridad. Y, dado que los humanos son jerárquicos, tienden a competir entre ellos por los cónyuges y por la propiedad.

—Pero eso es algo que está en ellos a causa de su propia genética —protesté—. No lo está en mí.

—No —me aceptó Ahajas—, pero, Oeka…, no serás capaz de unirte con un macho, sea humano, construido u oankali, hasta que seas adulto. Puedes sentir necesidades y afectos. Sé que, en este estadio, tus sentimientos son más fuertes de los que tendría un oankali. Pero, hasta que hayas madurado, no podrás formar un nexo auténtico. Otros ooloi pueden, mientras tanto, seducir a potenciales cónyuges tuyos y arrebatártelos…, es por eso por lo que todos los ooloi te resultan sospechosos.

Eso sonaba bien…, o, mejor dicho, sonaba a verdad. No me hacía sentir mejor, pero me ayudaba a entender por qué yo sentía deseos de apartar a Nikanj, de un empujón, de al lado del macho y montar guardia allí, para asegurarme de que no volvía a acercarse más.

Al cabo de un rato se me acercó Nikanj y, cuando me tocó, olía al macho y sabía a él. Resentido, tuve un movimiento de rechazo.

—Has hecho un buen trabajo —me dijo—. ¿Cómo puedes hacer tan buen trabajo con los humanos, y tan malo con Aaor y contigo mismo?

—No lo sé —le contesté, desalentado—. Pero, de algún modo, los humanos me estabilizan. Quizá sea porque tanto Marina como este macho estaban solos…, sin cónyuge.

—Vete a descansar a su lado. Si quieres dormir, duerme unido a él, para que no se despierte hasta que tú lo hagas.

Me alcé para ir.

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