Read Fábulas morales Online

Authors: Félix María Samaniego

Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía

Fábulas morales (7 page)

en las garras de un León; el desdichado

en la tal ratonera no fue preso

por ladrón de tocino ni de queso,

sino porque con otros molestaba

al León, que en su retiro descansaba.

Pide perdón, llorando su insolencia;

al oír implorar la real clemencia,

responde el Rey en majestuoso tono,

no dijera más Tito: «Te perdono.»

Poco después cazando el León tropieza

en una red oculta en la maleza;

quiere salir, mas queda prisionero,

atronando la selva ruge fiero.

El libre ratoncillo, que lo siente,

corriendo llega, roe diligente

los nudos de la red de tal manera,

que al fin rompió los grillos de la fiera.

Conviene al poderoso

para los infelices ser piadoso;

tal vez se puede ver necesitado

del auxilio de aquel más desdichado.

FÁBULA XIII

Las Liebres y las Ranas

Asustadas las fiebres de un estruendo,

echaron a correr todas, diciendo:

«A quien la vida cuesta tanto susto,

la muerte causará menos disgusto»

Llegan a una laguna de esta suerte

a dar en lo profundo con la muerte.

Al ver a tanta Rana que, asustada,

a las aguas se arroja a su llegada,

«Hola, dijo una liebre, ¿conque, hay otras

tan tímidas, que aún tiemblan de nosotras?

Pues suframos con ellas el destino.»

Conocieron sin más su desatino.

Así la suerte adversa es tolerable

comparada con otra miserable.

FÁBULA XIV

El Gallo y el Zorro

Un Gallo muy maduro,

de edad provecta, duros espolones,

pacífico y seguro,

sobre un árbol oía las razones

de un Zorro muy cortés y muy atento,

más elocuente cuanto más hambriento.

«Hermano, le decía,

ya cesó entre nosotros una guerra,

que cruel repartía

sangre y plumas al viento y a la tierra;

baja; daré, para perpetuo sello,

mis amorosos brazos a tu cuello».

«Amigo de mi alma,

responde el Gallo, ¡qué placer inmenso,

en deliciosa calma,

deja esta vez mi espíritu suspenso!

Allá bajo, allá voy tierno y ansioso

a gozar en tu seno mi reposo.

Pero aguarda un instante,

porque vienen, ligeros como el viento

y ya están adelante,

dos correos que llegan al momento,

de esta noticia portadores fieles,

y son, según la traza, dos lebreles.»

«Adiós, adiós, amigo,

dijo el Zorro, que estoy muy ocupado;

luego hablaré contigo

para finalizar este tratado.»

El Gallo se quedó lleno de gloria,

cantando en esta letra su victoria:

Siempre trabaja en su daño

el astuto engañador;

a un engaño hay otro engaño

a un pícaro otro mayor.

FÁBULA XV

El León y la Cabra

Un señor León andaba, como un perro,

del valle al monte, de la selva al cerro,

a caza, sin hallar pelo ni lana,

perdiendo la paciencia y la mañana.

Por un risco escarpado

ve trepar una Cabra a lo encumbrado,

de modo que parece que se empeña

en hacer creer al León que se despeña.

El pretender seguirla fuera en vano;

el cazador entonces cortesano

la dice: «Baja, baja, mi querida;

no busques precipicios a tu vida:

en el valle frondoso

pacerás a mi lado con reposó.»

«¿Desde cuándo, señor, la real persona

cuida con tanto amor de la barbona?

Esos halagos tiernos

no son por bien, apostaré los cuernos.»

Así le respondió la astuta Cabra,

y el León se fue sin replicar palabra.

Lo paga la infeliz con el pellejo,

si toma sin examen el consejo.

FÁBULA XVI

La Hacha y el Mango

Un hombre que en el bosque se miraba

con una Hacha sin Mango, suplicaba

a los árboles diesen la madera

que más sólida fuera

para hacerle uno fuerte y muy durable.

Al punto la arboleda innumerable

le cedió el acebuche; y él, contento,

perfeccionando luego su instrumento,

de rama en rama va cortando a gusto

del alto roble el brazo más robusto.

Ya los árboles todos recorría,

y mientras los mejores elegía,

Dijo la triste encina al fresno:
«Amigo,

infeliz del que ayuda a su enemigo»

FÁBULA XVII

La Onza y los Pastores

En una trampa una Onza inadvertida

dio mísera caída.

Al verla sin defensa,

corrieron a la ofensa

los vecinos Pastores,

no valerosos, pero sí traidores.

Cada cual por su lado

la maltrataba airado,

hasta dejar sus fuerzas desmayadas,

unos a palos, otros a pedradas.

al fin la abandonaron por perdida;

pero viéndola dar muestras de vida,

cierto Pastor, dolido de su suerte,

por evitar su muerte,

la arrojó la mitad de su alimento,

con que pudiese recobrar aliento.

Llega la noche, témplase la saña;

marchan a descansar a la cabaña

todos, con esperanza muy fundada

de hallarla muerta por la madrugada;

mas la fiera entre tanto,

volviendo poco a poco del quebranto,

toma nuevo valor y fuerza nueva;

salta, deja la trampa, va a su cueva,

y, al sentirse del todo reforzada,

sale, sí, muy ligera, pero más airada.

Ya destruye ganados,

ya deja los Pastores destrozados;

nada aplaca su cólera violenta,

todo lo tala, en todo se ensangrienta.

El buen Pastor, por quien tal vez vivía,

lleno de horror, la vida le pedía.

«No serás maltratado,

dijo la Onza, vive descuidado;

que yo sólo persigo a los traidores

que me ofendieron, no a mis bienhechores.»

Quien hace agravios tema la venganza;

quien hace bien, al fin el premio alcanza.

FÁBULA XVIII

El Grajo vano

Con las plumas de un pavo

un Grajo se vistió; pomposo y bravo

en medio de los pavos se pasea;

la manada lo advierte, lo rodea:

Todos le pican, burlan y lo envían,

¿Dónde, si ni los grajos le querían?

¿Cuánto ha que repetimos este cuento,

sin que haya en los plagiarios escarmiento?

FÁBULA XIX

El Hombre y la Comadreja

Así decía cierta Comadreja

a un Hombre que la había aprisionado:

«¿Por qué no me dejáis? ¿Os he yo dado

motivo de disgusto ni de queja?

¿No soy la que desvanes y rincones,

tu casa toda, cual si fuese mía,

cuidadosa registro noche y día,

para que vivas libre de ratones?»

«¡Gran fineza por cierto!

el Hombre respondió. Pues di, ladrona,

si tu glotonería no perdona

ni a ratón vivo ni a cochino muerto,

ni a cuanto guardan ruines despenseras,

¿Cómo he de creer que tu cuidado apura

por mi bien los ratones? ¡Qué locura!

No tendría yo malas tragaderas.

Morirás;
Y el astuto que pretenda

vender como fineza lo que ha hecho

sin mirar a más fin que a su provecho,

sabrá que hay en el mundo quien le entienda.»

FÁBULA XX

Batalla de las Comadrejas y de los Ratones

Vencidos los Ratones,

huían con presteza

de una atroz enemiga

tropa de Comadrejas;

marchaban con desorden,

que cuando el miedo reina,

es la confusión sola

el jefe que gobierna.

Llegaron presurosos

a sus angostas cuevas,

logrando los soldados

entrar a duras penas;

pero los capitanes,

que en las estrechas puertas

quedaron atascados

sin ninguna defensa,

a causa de unos cuernos

puestos en las cabezas,

para ser de sus tropas

vistos en la refriega,

fueron las desdichadas

víctimas de la guerra,

haciendo de sus cuerpos

pasto las Comadrejas.

¡Cuántas veces los hombres

distinciones anhelan,

y suelen ser la causa

de sus desdichas ellas!

Si Júpiter dispara

sus rayos a la tierra

antes que a las cabañas

a los palacios y a las torres llegan.

FÁBULA XXI

El León y la Rana

Una lóbrega noche silenciosa

iba un León horroroso

con mesurado paso majestuoso

por una selva; oyó una voz ruidosa,

que con tono molesto y continuado

llamaba la atención y aun el cuidado

del reinante animal, que no sabía

de qué bestia feroz quizá saldría

aquella voz, que tanto más sonaba

cuanto más en silencio todo estaba.

Su majestad leonesa

la selva toda registrar procura;

mas nada encuentra con la noche oscura,

hasta que pudo ver, ¡oh qué sorpresa!

Que sale de un estanque a la mañana

la tal bestia feroz, y era una Rana.

Llamará la atención de mucha gente

el charlatán con su manía loca;

mas ¿qué logra, si al fin verá el prudente

que no es sino una Rana, todo boca?

FÁBULA XXII

El Ciervo y los Bueyes

Con inminente riesgo de la vida

un ciervo se escapó de una batida,

Y en la quinta cercana de repente

se metió en el establo incautamente.

Dícele un buey: «¿Ignoras, desdichado,

que aquí viven los hombres? ¡Ah cuitado!

Detente, y hallarás tanto reposo

como perdiz en boca de raposo.»

El Ciervo respondió: «Pero, no obstante,

dejadme descansar algún instante,

y en la ocasión primera

al bosque espeso emprendo mi carrera.»

Oculto en el ramaje permanece;

a la noche el boyero se aparece,

al ganado reparte su alimento,

nada divisa, sálese al momento.

El mayoral y los criados entran,

y tampoco le encuentran.

Libre de aquel apuro

el ciervo se contaba por seguro;

Pero el Buey, más anciano,

le dice: «¿Qué? ¿Te alegras tan temprano?

Si el amo llega, lo perdiste todo;

yo le llamo
Cien-ojos
por apodo:

mas chitón, que ya viene.»

Entra
Cien-ojos
; todo lo previene;

a los rústicos dice: «No hay consuelo;

las colleras tiradas por el suelo,

limpio el pesebre, pero muy de paso;

el ramaje muy seco y más escaso.

Señor mayoral, ¿es éste buen gobierno?»

En esto mira al enramado cuerno

del triste Ciervo; grita, acuden todos

contra el pobre animal de varios modos,

y a la rústica usanza

se celebró la fiesta de matanza.

Esto quiere decir que el amo bueno

no se debe fiar del ojo ajeno.

FÁBULA XXIII

Los Navegantes

Lloraban unos tristes Pasajeros

viendo su pobre nave combatida

de recias olas y de vientos fieros,

ya casi sumergida;

cuando súbitamente

el viento calma, el cielo se serena,

y la afligida gente

convierte en risa la pasada pena;

mas el piloto estuvo muy sereno

tanto en la tempestad como en bonanza,

pues sabe que lo malo y que lo bueno

está sujeto a súbita mudanza.

FÁBULA XXIV

El Torrente y el Río

Despeñado un Torrente

de un encumbrado cerro

caía en una peña,

y atronaba el recinto con su estruendo.

Seguido de ladrones

un triste pasajero,

despreciando el rüido,

atravesó el raudal sin desaliento;

que es común en los hombres

poseídos del miedo,

para salvar la vida,

exponerla tal vez a mayor riesgo.

Llegaron los bandidos,

practicaron lo mesmo

que antes el caminante,

y fueron en su alcance y seguimiento.

Encontró el miserable

de allí a muy poco trecho

un río caudaloso,

que corría apacible y con silencio.

Con tan buenas señales,

y el próspero suceso

del raudal bullicioso,

determinó vadearle sin recelo;

mas apenas dio un paso

pagó su desacuerdo,

quedando sepultado

en las aleves aguas sin remedio.

Temamos los peligros

de designios secretos;

que el ruidoso aparato,

si no se desvanece, anuncia el riesgo.

FÁBULA XXV

El León, el Lobo y la Zorra

Trémulo y achacoso

a fuerza de años un León estaba;

hizo venir los médicos, ansioso

de ver si alguno de ellos le curaba.

De todas las especies y regiones

profesores llegaban a millones.

Todos conocen incurable el daño;

ninguno al Rey propone el desengaño;

cada cual sus remedios le procura,

como si la vejez tuviese cura.

Un Lobo cortesano

con tono adulador y fin torcido

dijo a su Soberano:

«He notado, Señor, que no ha asistido

la Zorra como médico al congreso,

y pudiera esperarse buen suceso

de su dictamen en tan grave asunto.»

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