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Authors: Eduardo Punset

Excusas para no pensar (23 page)

BOOK: Excusas para no pensar
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El otro ejemplo del cuestionamiento constante de la ciencia de sus propios descubrimientos tiene que ver con el genoma, que comprende todo el material genético de los humanos. Resulta que sólo una pequeña parte forma genes; el resto tiene muy poca actividad. Pero hay más. Si se hubiera querido confundir al personal respecto a los genes —esta especie de soporte intergeneracional del secreto de la vida—, difícilmente se habría hecho mejor. El viejo principio de que el gen se servía de un esclavo/mensajero (el ARN) para hacer proteínas —el primer ladrillo de la vida— se ha derrumbado. El mensajero hace lo que quiere, o casi. De simple mensajero, nada de nada. Científicos como el genetista Thomas Gingeras han descubierto que la primera molécula que se formó fue el ARN, no el ADN. De modo que las formas de vida más tempranas posiblemente se formaron a partir de esta molécula. La biología se ha centrado durante años en el ADN, en su papel central y fundamental, y se olvidaron del ARN. Ahora, Gingeras reconoce que se están descubriendo nuevas funciones de esta molécula. Y es que la información que está en el ADN puede ir en dos direcciones: puede fabricar el ARN para que se formen las proteínas, los enzimas, los cimientos de las células, pero también puede hacer que el ARN trabaje para que lleve a cabo una función por sí mismo, como si fuera una molécula funcional a imagen y semejanza de las proteínas.

Antes se pensaba que el ADN era el único encargado de transmitir el secreto de la vida. Ahora se ve también que la llamada epigenética desempeña un papel fundamental. La epigenética es el estudio de modificaciones en la expresión de genes que no se encuentra en la secuencia del ADN y estas modificaciones son heredables.

La novedad es que ahora hemos descubierto cómo actúa el entorno sobre el ADN, por qué mecanismos quedan marcadas en los genes las experiencias vividas. Existen sucesos en el ámbito biomolecular que no tienen nada que ver con la molécula del ADN propiamente dicha, pero que también codifican algunas características heredadas. Una dieta o un entorno determinado, no sólo la mutación de los genes, pueden marcar el ADN durante varias generaciones; lo que constituye un verdadero sacrilegio en el debate biológico. Es muy útil tomar el caso de los gemelos: comparten idéntico genoma, pero la alimentación, el estrés y otras circunstancias ambientales de su desarrollo pueden hacer que se diferencien entre sí y determinar el que lleguen a padecer o no ciertas enfermedades. El ambiente deja marcas químicas sobre el ADN y sus histonas, las proteínas sobre las que se enrolla para empaquetarse en cromosomas. Marcas que determinan la activación o silenciación de la expresión de los genes sobre los que se encuentran.

Un ejemplo irrebatible lo ofrece una especie de pulga de agua. Cuando se ve amenazada por depredadores, le crece una especie de muralla defensiva que reaparece en sus descendientes si son fecundados en aquellos momentos de temor. Otro ejemplo increíble tiene que ver con las preferencias de las ratas a la hora de emparejarse: detestan hacerlo con machos cuyos abuelos fueron inoculados con un determinado fungicida. Las hembras parecían elegir pareja en función de una estructura epigenética, en lugar de por una diferencia genética.

Claro que los genes son muy importantes, pero los genes por sí mismos no hacen nada; se trata de una molécula, el ADN, profundamente relacional que sólo aporta algo en el contexto celular. Lo que convierte el ADN en una molécula viva es su dinamismo y sus interrelaciones. Como ha manifestado el médico y ensayista Lewis Thomas: «Mi hígado es mucho más listo que yo; preferiría pilotar un jumbo que dirigir mi propio hígado». Tendría que atender a demasiadas variables. Los genes son sólo una parte de la historia.

Modificar la mente

Aunque no seamos estáticos, solemos pensar que una vez alcanzada la madurez de la edad adulta nos convertimos en seres relativamente estables. Nuestro cerebro está diseñado para hacernos creer que permanecemos similares a nosotros mismos a lo largo de la vida. Este espejismo nos ayuda a sobrevivir: pensar en uno mismo como en un ser uniforme, que no varía demasiado, es tranquilizador y aparentemente nos hace la vida más fácil. Pero la gente subestima hasta qué punto su cerebro y su yo pueden modificarse.

El lavado de cerebro no es más que un ejemplo extremo de este fenómeno, un caso llamativo en el que se produce un cambio bastante radical en un período relativamente corto de tiempo.

El lavado de cerebro es un proceso de dos fases: hay que eliminar las creencias ya archivadas antes de instaurar las nuevas. La primera fase se puede lograr con todo un arsenal de técnicas:
electroshocks
, drogas o fármacos, entre otras. Introducir nuevas creencias, sin embargo, es un proceso muy difícil.

¿Cuáles son los requisitos para que una nueva convicción sea consecuencia del lavado de cerebro? Ante todo es necesario que intervengan fuertes emociones. Generalmente, la creencia se forma basándose en la información que nos rodea, y gran parte de esta información procede de factores externos, por ejemplo, otras personas. De manera que para que una convicción sea fruto de un lavado de cerebro, resulta útil que haya mucha gente alrededor que diga lo mismo, sin que nadie les contradiga. Así, la realidad se convertirá en lo que esa gente asegura.

Un ejemplo de ello es lo que sucedió en Jonestown, una comunidad que empezó como una misión cristiana fundamentalista y aislada, en la selva de la Guyana, y que desembocó en el suicidio colectivo de sus casi mil miembros. Los integrantes de la secta no tenían acceso a los medios de comunicación. Sólo su líder, Jim Jones, controlaba la información. La influencia del poder político como fuente de adoctrinamiento y de lavado de cerebro también es llamativa.

El psicólogo social Stanley Milgram realizó una investigación que demuestra algo espeluznante. En ciertas situaciones, dos tercios de un grupo de personas pueden exhibir un comportamiento muy cruel, simplemente, porque acatan una autoridad, sin ofrecer demasiada resistencia a lo que se les ordena. Estos resultados varían mucho cuando las personas a las que se les ordena ser crueles ven a su víctima o cuando se introduce en el experimento alguien que contradice la autoridad vigente.

¿Cómo podemos defendernos de un lavado de cerebro? Las personas varían en su grado de susceptibilidad al mismo, y en la facilidad con la que se les puede hacer creer cosas extrañas. Aunque no se termina de entender exactamente qué factores están en juego, existen algunas pistas: es mucho más difícil inculcar ideas en alguien con creencias fuertemente arraigadas.

En la jardinería encontramos una metáfora: es más sencillo diseñar un jardín que es como una jungla que modificar otro previamente organizado con rocas y plantaciones ordenadas. La clave puede estar en la educación, aunque algunos piensan que éste es, precisamente, el mejor ejemplo del lavado de cerebro. Si lo que prevalece en la educación son los intereses del educador que pretende conseguir un ciudadano agradable y dócil, proceden las acusaciones de lavado de cerebro. Lo opuesto a educar de esta forma sería inculcar en el alumno el pensamiento crítico, ayudarlo a pensar por sí mismo e, inevitablemente, a ser un poco escéptico. Los mejores sistemas educativos, como el británico, utilizan esa fórmula. Yo la prefiero a otros modelos menos críticos.

Itinerario 8

Las causas del desamparo actual

En qué se parecen un tigre agresor
y un atasco de tráfico

Es muy importante saber lo que le pasa a la gente por dentro, pero es aún más importante y vital descubrir lo que más le preocupa de todo eso que le pasa. ¿Qué angustia a la gente?

Uno de nuestros grandes problemas actuales es el estrés. Tendemos a creer que el estrés lo provoca el exceso de trabajo y la falta de tiempo, pero cuando empezamos a escarbar descubrimos que ésa no es la razón, que las razones del estrés son otras.

La neurocientífica Sonia Lupien asegura que nuestro cuerpo reacciona de la misma forma cuando tenemos un tigre delante que nos quiere comer que cuando estamos atrapados en un atasco y nos ponemos de los nervios.

Cada vez que nuestro cerebro detecta algo que supone una amenaza, ya sea para nuestro tiempo o para nuestra vida, genera las hormonas del estrés para aportarnos la energía necesaria para combatir esa amenaza.

Tras treinta años de investigación científica, Lupien ha descubierto que hay cuatro características de una situación que provocan estrés. La primera es la novedad, la segunda es la impredecibilidad, la tercera es la sensación de que no controlamos en absoluto la situación y la cuarta es que debe representar una amenaza para nuestra personalidad. Cuantas más características se cumplan, mayor será el estrés que experimentemos, aunque no todas las personas lo sufren del mismo modo. Los niños y las personas mayores, por ejemplo, son mucho más vulnerables al estrés porque su cerebro es más sensible a las amenazas.

La Organización Mundial de la Salud predice que, en el año 2020, la depresión relacionada con el estrés crónico será la segunda causa de invalidez en el mundo. Y si ya no hay dinosaurios o mamuts que nos amenazan, ¿por qué pasa eso? Pues porque ahora los factores estresantes son relativos, como dice Lupien, lo que significa que generamos una respuesta de estrés si estamos expuestos a situaciones nuevas, impredecibles, que no controlamos, y ésas sí que abundan ahora. Lo que hay que conseguir, según esta neurocientífica, es mantener el estrés a raya, que no desaparezca del todo porque tiene una parte positiva: una vida sin nada de estrés no sería una vida feliz porque significaría que no tenemos retos que conseguir. Los expertos consideran que lo correcto es vivir con un poco de estrés, pero estrés absoluto: el que nos mueve para alcanzar un objetivo, con el nivel justo, ya que es bueno para la supervivencia, y porque además, aumenta la memoria. Lo que no es bueno y hay que saber detectar a tiempo para luchar contra él es el estrés crónico, el que se prolonga excesivamente y acaba afectando de forma negativa a la memoria y el aprendizaje.

Para ello, según Lupien, es útil saber que el estrés crónico se desarrolla en tres fases diferenciadas, fáciles de reconocer:

La primera fase es cuando el estrés empieza a cronificarse. Uno de los primeros síntomas es que la digestión cambia y nuestro estómago empieza a no funcionar de forma regular. Algo va mal.

Pero los problemas pueden seguir. Además de trastornos digestivos, el cuerpo da otras pistas que deberían ayudar a reconocer que algo va mal. En algún momento, el cerebro pedirá algo bueno. Es como si dijera: «He trabajado muchísimo estos días, necesito algo bueno». En este punto, algunos pueden beber más alcohol. Otros, fumar más. Otros, en cambio, empezar a tomar más helados…, cualquier cosa que guste se empezará a tomarla más, porque el cerebro necesita algo para calmarse. Ésta sería la segunda fase, según Lupien.

En la tercera fase, en cambio, es cuando se enferma y cuando uno se ve obligado a medicarse para tratar los efectos y secuelas de la repetida activación del sistema de respuesta al estrés. Se pueden sufrir problemas de memoria, cambios en la personalidad, con enfados repentinos, y aquí es cuando puede aparecer la sensación de estar quemado y la depresión.

Conocer en qué consiste el estrés realmente y saber detectar las distintas fases del estrés crónico es la única forma de empezar a hacerle frente con éxito.

Estadísticas para la vida real

Un hombre recién casado en Las Vegas despierta a medianoche, ve una ficha de 5 dólares en la cómoda, baja al casino y pone la ficha en el número 17 de la ruleta. Sale su número y gana 175 dólares. Pone los 175 dólares al número 17 una y otra vez hasta que consigue casi un millón de dólares. Al final decide apostar por última vez. ¡Lo pierde todo! Regresa a la habitación del hotel. «¿Cómo te ha ido?», pregunta su mujer. Y él responde: «Sólo he perdido cinco dólares».

La línea divisoria entre la psicología y las matemáticas es incierta. El cerebro tiene dos perspectivas diferentes, una de ganancias y de pérdidas, y otra de la actividad real.

Otro ejemplo de la dimensión psicológica de los números es el efecto anclaje, la tendencia que tenemos a quedarnos fijados en un número cuando nos lo enseñan. Por ejemplo, si se pregunta a la gente cuál es la población de Turquía, pero antes se le pide que diga si es mayor o menor de cinco millones, la mayoría dará cifras que varían alrededor de los 20 millones. Si preguntamos lo mismo a otro grupo y le pedimos que diga si es mayor o menor de 240 millones de personas, la mayoría sugerirá una media próxima a 180 millones. No importa el número que se da, el cálculo que hacemos siempre será próximo a ese número inicial. Esta predisposición puede ser utilizada de forma tendenciosa o incluso engañosa para beneficio propio al presentar ciertos temas a la opinión pública. Pero, a veces, son las personas quienes se engañan a sí mismas porque no aceptan manejar ideas contradictorias de forma simultánea; les gusta creer que todo respalda su creencia concreta. Cuando se toman decisiones, se suelen abrigar dudas; pero cuando la decisión está tomada, se buscan motivos que apoyen la opción elegida y se ignoran los datos contrarios. Multitud de gente se ha arruinado en la Bolsa debido a esta desviación sesgada. Si una persona invierte en acciones, una vez que toma la decisión hace todo lo posible para respaldarla y convencerse de que es una buena inversión. Incluso se pueden obviar las señales de alerta que pueda estar lanzando la compañía en la que hemos invertido o el mercado.

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