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Authors: Guillermo del Toro & Chuck Hogan

Tags: #Terror

Eterna (12 page)

INTERLUDIO I

La historia del señor Quinlan

E
l año 40 d.C. fue el último del reinado de Cayo Calígula, emperador de Roma, caracterizado por unas muestras de arrogancia, crueldad y locura inauditas. El emperador comenzó a aparecer en público ataviado como un dios, y de hecho varios documentos de la época se refieren a él como Júpiter. Ordenó retirar las cabezas de las estatuas de los dioses y reemplazarlas con su efigie. Obligó a los senadores a adorarlo como a un dios viviente. Uno de estos senadores era su caballo, Incitatus.

Al palacio imperial del Palatino se le añadió un templo anexo para el culto de Calígula. En la corte del emperador se encontraba un antiguo esclavo, un joven de quince años pálido y de cabello oscuro, citado por el nuevo dios Sol a instancias de un adivino del que nunca más se volvió a tener noticias. El esclavo fue bautizado de nuevo con el nombre de Thrax por el emperador.

La leyenda dice que Thrax fue encontrado en una aldea abandonada de una zona remota del Lejano Oriente, en las regiones heladas, habitadas solo por las tribus más bárbaras. A pesar de tener una apariencia inocente y frágil, su reputación era la de un ser brutal y sumamente astuto. Algunos decían que tenía el don de la profecía, y Calígula se sintió cautivado por él de inmediato. Thrax tuvo una gran influencia a pesar de su corta edad. Solo se le veía de noche, por lo general sentado al lado de Calígula, o bien en el templo bajo la luz de la luna, con su piel pálida resplandeciendo como el alabastro. Thrax hablaba varias lenguas bárbaras, y rápidamente aprendió latín y tuvo dominio de las ciencias; su voraz avidez de conocimientos solo era superada por su gusto por la crueldad. No tardó en ganarse una siniestra reputación en Roma, en una época en la que se consideraba un logro distinguirse por la crueldad. Fue consejero de Calígula en asuntos políticos y otorgó o utilizó el favor imperial a sus anchas. Con frecuencia se los veía juntos en el Circo Máximo, apoyando fervientemente a los Verdes en las carreras de caballos. Se rumoreaba, de hecho, que fue Thrax quien sugirió que envenenaran a los caballos rivales cuando su equipo perdió.

Calígula no sabía nadar. Thrax tampoco, y entonces invitó al emperador a emprender su mayor locura: un puente flotante de más de tres kilómetros de largo utilizando sus barcos como pontones. El puente conectaba Bayas con Pozzuoli, dos ciudades portuarias del mar Tirreno. Thrax no estuvo presente cuando Calígula recorrió triunfalmente la bahía de Bayas en su caballo Incitatus, ataviado con el pectoral de Alejandro Magno, pero se cuenta que posteriormente fue muchas veces allí, siempre de noche y en una litera transportada por cuatro esclavos nubios, ataviado con las mejores vestiduras, sobre una
sedia gestatoria
profana, flanqueado por una docena de guardias.

Regularmente, un día a la semana, siete esclavas eran conducidas a la cámara de oro y alabastro que Thrax tenía bajo el templo. Exigía que fueran vírgenes, absolutamente sanas, y no mayores de diecinueve años. Sus gotas de sudor eran utilizadas para elegirlas durante el transcurso de la semana. Al caer la noche del séptimo día, la puerta de hierro y madera era cerrada desde dentro.

El primer asesinato tuvo lugar en un pedestal de mármol verde en el centro de la cámara, donde un relieve escultórico mostraba una masa de cuerpos retorciéndose e implorando, con los ojos y los brazos suplicantes en dirección al cielo. Dos conductos en la base llevaban la sangre de las esclavas a unos cálices de oro con rubíes y granates incrustados.

Thrax salió de una entrada lateral, vistiendo únicamente su
subligar
, y le ordenó a una esclava que subiera al pedestal. Bebió de ella allí mismo, reflejado en los siete espejos de bronce que colgaban de las paredes de la cámara, mordiéndola con ferocidad mientras le perforaba el cuello con su aguijón. La succión fue tan rápida que sus venas parecieron explotar bajo la piel, mientras la piel de la esclava abandonaba el color en cuestión de segundos. Los brazos delgados y fuertes de Thrax aprisionaron el torso de la mujer con la firmeza y el dominio de un experto.

Cuando la diversión producida por el pánico se desvanecía, una segunda esclava era atacada con rapidez, devorada y brutalmente asesinada. Lo mismo sucedía con una tercera, una cuarta, y así sucesivamente, hasta que solo quedaba una esclava aterrorizada. Thrax disfrutaba más del último asesinato; era el que más lo saciaba.

Pero una noche de invierno, Thrax se detuvo antes de terminar con la última víctima, pues detectó un pálpito anormal en la sangre de la esclava. Palpó su vientre a través de la túnica y descubrió que estaba tenso e hinchado. Tras confirmar su embarazo, la abofeteó con brutalidad y ella cayó al suelo, manando sangre por la boca. Thrax fue a buscar la daga de oro que guardaba al lado de una bandeja rebosante de frutas frescas. La atacó con ella, abalanzándose sobre su cuello, pero el golpe con la derecha dio en el antebrazo de la esclava; le abrió en dos los músculos exteriores y poco faltó para causarle el mismo daño en los tendones. Thrax se abalanzó de nuevo, pero fue detenido por la muchacha. A pesar de su velocidad y destreza, él estaba en desventaja debido a su cuerpo adolescente y poco desarrollado: era muy débil, pese a su técnica perfeccionada con el tiempo.

Por esa razón, el Amo decidió no ocupar nunca más ningún «vehículo» que tuviera menos de trece años. La esclava le suplicó al Amo que les perdonara la vida a ella y al ser que llevaba en su vientre, mientras sangraba copiosa y deliciosamente. Invocó los nombres de sus dioses, pero sus súplicas no significaban nada para el Amo, salvo como parte del rito de alimentación: el sonido chisporroteante del tocino en la sartén.

Justo en ese momento los guardias del palacio golpearon la puerta de la cámara. Tenían órdenes estrictas de no interrumpir su ritual semanal; y como ellos conocían su inclinación por la crueldad, el Amo comprendió que debía de tratarse de un asunto importante para atreverse a importunarlo de esa manera. Retiró la tranca de la puerta y los condujo a la escena sangrienta. Los guardias, que llevaban varios meses en el palacio, estaban acostumbrados a aquel espectáculo de extrema depravación. Informaron a Thrax de que Calígula acababa de salir ileso de un intento de asesinato y les había mandado que lo llamaran.

La esclava debía ser liquidada y su embarazo interrumpido. Así eran las normas. Pero el Amo no quería sufrir engaños en su afición semanal, y Thrax ordenó que las puertas fueran custodiadas hasta su regreso.

El supuesto complot de asesinato no era más que un ataque de histeria imperial, que implicó la muerte de siete inocentes, invitadas a una orgía. Poco después, Thrax regresó a su cámara y descubrió que mientras había estado ausente, aplacando al dios Sol, los centuriones habían despejado los jardines del palacio, incluyendo el templo, con el fin de reprimir el atentado. La esclava embarazada —infectada y herida— había desaparecido.

Cuando se acercó el amanecer, Thrax convenció a Calígula de enviar soldados a todas las ciudades de los alrededores para encontrar a la esclava y traerla de vuelta al templo. Y aunque los soldados saquearon prácticamente sus propias tierras, no pudieron dar con su paradero. A la hora del crepúsculo, Thrax decidió salir en busca de la esclava, pero su impronta en la mente de la joven era muy débil a causa de su embarazo. En aquella época, el Amo apenas contaba con unos cuantos siglos y todavía era susceptible de cometer errores. Esta omisión en concreto le perseguiría durante varios siglos, pues Calígula fue asesinado en el primer mes del nuevo año, y su sucesor, Claudio, subió al poder tras un breve exilio, gracias al apoyo de la guardia pretoriana. Thrax, el esclavo funesto, cayó en desgracia y tuvo que huir.

La esclava embarazada siguió hacia el sur, de regreso a la tierra de sus Seres Queridos. Dio a luz un bebé pálido, casi translúcido; su piel era del color del mármol bañado por la luna. Nació en una cueva en medio de un campo de olivos cerca de Sicilia, y durante varios años cazaron en aquella tierra árida. La esclava y el bebé tenían un vínculo psíquico débil, y aunque ambos sobrevivían gracias a la sangre humana, el niño carecía del patógeno infeccioso requerido para convertir a sus víctimas.

Los rumores de un demonio escapado del infierno se extendieron por todo el Mediterráneo mientras el Nacido crecía. El niño no podía exponerse mucho tiempo al sol sin riesgo de perecer, pues solo era parcialmente humano. En cuanto a lo demás, ya contagiado de la maldición del Amo, poseía todos los atributos vampíricos, a excepción del vínculo en calidad de esclavo con su creador.

Pero si algún día el Amo llegara a ser destruido, él también lo sería.

Diez años después, el Nacido sintió una presencia al regresar a su caverna justo antes del amanecer. Entre las sombras de la gruta vio otra sombra aún más oscura, que se movía y lo observaba. Y entonces sintió que la voz de su madre se desvanecía en su interior: su señal se había extinguido. Supo de inmediato lo que había sucedido; quienquiera que estuviese allí, había eliminado a su madre… y ahora iba tras él. Sin necesidad de ver a su enemigo, el Nacido ya era consciente de la intensidad de su crueldad. El ser oculto entre las sombras no conocía la misericordia. Sin dudarlo un instante, el Nacido se dio la vuelta y huyó hacia su único refugio: la luz del sol de la mañana.

El Nacido sobrevivió lo mejor que pudo. Buscaba restos de comida entre la basura, cazaba y robaba ocasionalmente a los viajeros en los caminos de Sicilia. No tardó en ser capturado y llevado ante la justicia. Fue contratado y entrenado como gladiador. En las exhibiciones públicas, derrotaba a todos sus rivales, ya fueran humanos o animales, y sus talentos insólitos y apariencia peculiar llamaron la atención del Senado y de los militares romanos. La víspera de su bautizo ceremonial, una emboscada tendida por varios rivales celosos de su éxito y de la atención que despertaba lo dejó con varias heridas de espada; golpes fatales que, milagrosamente, no le arrebataron la vida. Se recuperó con rapidez y abandonó la escuela de gladiadores. Luego fue acogido por el senador Fausto Sertorio, quien estaba familiarizado con las artes oscuras y tenía una importante colección de instrumentos arcaicos. El senador reconoció al gladiador como el quinto inmortal nacido de carne humana y de sangre vampírica, y por eso lo llamó Quinto Sertorio.

El extraño
peregrinus
fue reclutado inicialmente para los
auxilia
,las tropas auxiliares del ejército, donde no tardó en ascender dentro de la jerarquía y se unió a la tercera legión. Bajo el estandarte de Pegaso, Quinto cruzó el Mediterráneo para luchar en la guerra contra los bereberes, un pueblo feroz de las montañas del norte de África. Se convirtió en un experto en el manejo del
pilum
, una lanza alargada, y llegó a decirse que podía lanzarla con tanta fuerza que era capaz de derribar a un caballo en pleno galope. Quinto tenía una espada de acero de doble filo, una
gladius hispaniensis
forjada especialmente para él, desprovista de cualquier adorno de plata y con una empuñadura de hueso, elaborada con un fémur humano.

Durante varias décadas, Quinto marchó triunfalmente desde el templo de Bellona hasta la
Porta Triumphalis
, y sirvió a lo largo de varios siglos, complaciendo a todos los emperadores. Los rumores sobre su longevidad se sumaron a su leyenda y llegó a ser temido y admirado a la vez. En Britania, sembró el terror en las mentes y en los corazones del ejército picto. Era conocido como la Sombra de Acero entre los
gamabrivii
germanos, y su sola presencia mantenía la paz a lo largo de las orillas del Éufrates.

En cada etapa de su carrera, Quinto sintió la persecución del Amo, que había abandonado el cuerpo anfitrión del adolescente Thrax. El Amo acometió varias emboscadas fallidas, ataques de vampiros esclavos, y solo en contadas ocasiones asaltos directos. Al principio, Quinto se sintió confundido por la naturaleza de estos ataques, pero con el tiempo desarrolló curiosidad por su ejecutor. Debido a su formación militar romana, que lo predisponía a tomar la ofensiva cuando era amenazado, comenzó a seguir al Amo en busca de respuestas.

Al mismo tiempo, las gestas y la creciente leyenda del Nacido llamaron la atención de los Ancianos, quienes lo abordaron una noche en medio de una batalla. Gracias a su contacto con ellos, el Nacido supo la verdad acerca de su linaje y del origen del Anciano rebelde al que llamaban el Joven. Le enseñaron muchos arcanos pensando que, una vez revelados, el Nacido se uniría a ellos.

Pero Quinto se negó. Le dio la espalda a la oscura orden de los señores vampiros nacidos de la misma fuerza cataclísmica que el Amo. Quinto había pasado toda su vida entre humanos, y quería adaptarse a su especie. Anhelaba explorar esa otra mitad suya. Y a pesar de la amenaza que representaba el Amo, quería vivir como un inmortal entre los mortales, antes que —según pensaba él de sí mismo— como un mestizo entre miembros de una raza pura.

Quinto era incapaz de procrear, pues había nacido más por omisión que por acción. Era incapaz de reproducirse y nunca podría reclamar a una mujer como realmente suya. También carecía del patógeno que le habría permitido propagar la infección o subyugar a cualquier ser humano a su voluntad.

Al final de sus días de campaña, Quinto recibió la condición de una parcela de tierra fértil y también una familia: una joven viuda bereber de piel aceitunada, ojos oscuros y con una hija pequeña. Quinto encontró afecto e intimidad en ella y, con el paso del tiempo, amor. La mujer morena le cantaba dulces canciones en su lengua nativa y lo arrullaba en los sótanos profundos de su casa. Durante una época de paz relativa, tuvieron una propiedad en la costa del sur de Italia. Hasta que una noche, cuando él estaba ausente, el Amo la visitó.

Quinto regresó y encontró a su familia convertida y al acecho, atacándolo en compañía del Amo. Tuvo que luchar contra ellos, liberando a su mujer bestializada y luego a su hija. Logró sobrevivir con dificultad a la emboscada. En ese momento, el vehículo escogido por el Amo era el cuerpo de un legionario, un tribuno ambicioso y despiadado llamado Tácito. Su cuerpo pequeño, pero robusto y musculoso, le dio al Amo una amplia ventaja en la pelea. Eran escasos los legionarios con una estatura inferior a un metro setenta y ocho centímetros, pero Tácito fue aceptado porque era fuerte como un toro. Sus brazos y su cuello eran gruesos y cortos, y sus músculos prominentes. Sus hombros y espalda descomunales le daban un aspecto ligeramente encorvado, pero en aquel momento, mientras dominaba a un Quinto derrotado, Tácito estaba tan erguido como una columna de mármol. Sin embargo, Quinto se había preparado para esa ocasión; temía y esperaba al mismo tiempo ese momento. Guardaba una fina hoja de plata en un pliegue de su cinturón —separada de su piel— con una empuñadura de sándalo que le permitía sacarla con rapidez. Pinchó en un ojo a Tácito y cortó su pómulo derecho en dos. El Amo aulló y se cubrió el ojo herido, del cual manó sangre y un humor vítreo. Salió de la casa de un salto y se escabulló en el jardín oscuro.

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