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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Estado de miedo (15 page)

—En realidad tampoco me consta.

—Permíteme que te hable claro —continuó Drake—. Sé de muy buena fuente que John Kenner tiene contactos poco recomendables. El Centro de Análisis de Riesgos está financiado íntegramente por grupos de la industria. No necesito decir más. Por otra parte, el señor Kenner pasó varios años asesorando al Pentágono y, de hecho, su relación con ellos fue tan estrecha que incluso se sometió a algún tipo de adiestramiento durante un tiempo.

—¿Adiestramiento militar, quieres decir?

—Sí. Fort Bragg y Harvey Point, en Carolina del Norte —explicó Drake—. No cabe duda de que ese hombre tiene tratos con el ejército y la industria. Y me han contado que mantiene una actitud hostil hacia las principales organizaciones ecologistas. No me gusta la idea de que un hombre así esté influyendo en el pobre George.

—Yo no me preocuparía por George. Es perfectamente capaz de distinguir la propaganda.

—Eso espero. Pero, para serte sincero, no comparto tu confianza. Aparece ese hombre vinculado al ejército, y lo siguiente que sabemos es que George se propone solicitar una auditoría sobre nosotros. Por Dios, ¿para qué querrá hacer una cosa así? ¿No se da cuenta del derroche de recursos que representa? ¿El tiempo, el dinero, todo? A mí me exigirá horas y horas.

—No estaba enterado de que se hubiese solicitado una auditoría.

—Se ha hablado de ello. Por supuesto, no tenemos nada que esconder y pueden auditarnos cuando quieran. Siempre lo he dicho. Pero ahora estamos especialmente ocupados, con el juicio de Vanuatu a punto de empezar y los preparativos para el Congreso sobre el Cambio Climático Abrupto. Todo eso ocurrirá en las próximas semanas. Ojala pudiese hablar con George.

Evans se encogió de hombros.

—Llámalo al móvil.

—Ya lo he hecho. ¿Y tú?

—Sí.

—¿Te ha devuelto la llamada?

—No —contestó Evans.

Drake negó con la cabeza.

—Ese hombre es mi Ciudadano Consciente del Año —dijo—, y ni siquiera puedo ponerme en contacto con él por teléfono.

BEVERLY HILLS
LUNES, 13 DE SEPTIEMBRE
8.07 H

A las ocho de la mañana, Morton esperaba a Sarah en una mesa exterior de una cafetería de Beverly Drive. Por norma, su ayudante era puntual y no vivía lejos de allí. A menos que hubiese reanudado su relación con aquel actor. Los jóvenes tenían mucho tiempo que perder en malas relaciones.

Tomó un sorbo de café mientras hojeaba el
Wall Street Journal
sin gran interés. Su interés disminuyó aún más cuando una insólita pareja se sentó en la mesa contigua.

La mujer era menuda, de una belleza sorprendente, cabello oscuro y aspecto exótico. Quizá fuese marroquí, aunque no era fácil deducido por el acento. Vestía de una manera chic que desentonaba con la informalidad de Los Ángeles: falda ceñida, zapatos de tacón, una chaqueta de Chanel.

El hombre que la acompañaba no podría haber sido más distinto. Era un norteamericano fornido y rubicundo, de facciones ligeramente porcinas, con jersey, pantalones holgados de color caqui y zapatillas de deporte. Poseía la corpulencia de un jugador de fútbol. Se arrellanó junto a la mesa y dijo:

—Yo tomaré un café con leche, cariño. Desnatada. Grande.

—Pensaba que irías tú a buscarme uno —dijo ella—, como un caballero.

—No soy un caballero —replicó él—. Y tú no eres una damisela, joder. No después de darme plantón anoche. Así que dejemos el rollo de las damas y los caballeros, ¿vale?

La chica hizo un mohín.


Chéri
, no hagas una escena.

—Eh, yo solo te he pedido que me traigas un puto café con leche. ¿Quién está haciendo una escena?

—Pero
chéri

—¿Vas a traérmelo o no? —Le lanzó una mirada iracunda—. Ya estoy harto de ti, Marisa, ¿lo sabes?

—No eres mi dueño —contestó ella—. Yo hago lo que me da la gana.

—Eso ha quedado bastante claro.

Durante esta conversación Morton había ido bajando gradualmente el periódico. Lo plegó y alisó, se lo apoyó en la rodilla y fingió leer. Pero, de hecho, no podía apartar la mirada de la mujer. Era preciosa, decidió, pero no muy joven. Debía de rondar los treinta y cinco. Por alguna razón su madurez le daba un aspecto más manifiestamente sexual. Se sentía cautivado.

—William, eres muy aburrido —dijo ella al jugador de fútbol.

—¿Quieres que me vaya?

—Quizá sea lo mejor.

—Vete a la mierda —dijo él, y la abofeteó.

Morton no pudo contenerse.

—Eh —dijo—, cálmese.

La mujer le dirigió una sonrisa. El hombre fornido se puso en pie y apretó los puños.

—¡Métase en sus putos asuntos!

—No le pegue a la señora, amigo.

—¿Y si lo arreglamos entre usted y yo? —dijo, blandiendo el puño.

En ese momento pasó por allí un coche patrulla de Beverly Hills. Morton lo vio e hizo una seña. El coche patrulla se detuvo junto al bordillo.

—¿Todo en orden? —preguntó uno de los policías.

—No pasa nada, agente —dijo Morton.

—A la mierda —dijo el jugador de fútbol, se dio media vuelta y se alejó.

La mujer morena sonrió a Morton.

—Gracias —dijo.

—No hay de qué. ¿He oído que quería un café con leche?

Ella volvió a sonreír. Cruzó las piernas dejando a la vista sus rodillas morenas.

—Si es tan amable.

Morton se levantaba ya para ir a buscarlo cuando Sarah lo llamó:

—¡Eh, George! Disculpa el retraso. —Llegó trotando en chándal. Como siempre, estaba preciosa.

Una expresión de enojo asomó al semblante de la mujer morena. Fue muy pasajera, pero Morton la advirtió y pensó: «Aquí ocurre algo raro». No conocía a esa mujer. Ella no tenía motivo alguno para enfadarse. Probablemente, decidió, su intención era darle una lección al novio. El tipo seguía aún rondando en la esquina opuesta, simulando mirar un escaparate. Pero a esa hora tan temprana todas las tiendas estaban cerradas.

—¿Estás listo para marcharte? —preguntó Sarah.

Morton ofreció una breve disculpa a la mujer, que hizo un gesto de indiferencia. Ahora tenía la impresión de que era francesa.

—Quizá volvamos a vernos —dijo Morton.

—Sí —contestó ella—, pero lo dudo. Lo siento.
Ca va
.

—Buenos días.

Cuando se alejaban, Sarah preguntó:

—¿Quién era esa?

—No lo sé. Se ha sentado en la mesa de al lado.

—Es de lo más sexy.

Morton se encogió de hombros.

—¿He interrumpido algo? ¿No? Me alegro. —Entregó a Morton tres sobres marrones—. En este están todas tus donaciones al NERF hasta la fecha. Este es el acuerdo de la última donación, para que compares el texto. Y este es el cheque al portador que querías. Ve con cuidado. Es una suma importante.

—Bien. No es problema. Me marcho dentro de una hora.

—¿N o quieres decirme adónde?

Morton negó con la cabeza.

—Es mejor que no lo sepas.

CENTURY CITY
LUNES, 27 DE SEPTIEMBRE
9.45 H

Evans no sabía nada de Morton desde hacía casi dos semanas. No recordaba haber pasado nunca tanto tiempo sin mantener contacto con su cliente. Había comido con Sarah, visiblemente inquieta.

—¿Has tenido noticias de él? —preguntó.

—Ni una sola palabra.

—¿Qué dicen los pilotos?

—Están en Van Nuys. Ha alquilado otro avión. No sé dónde está.

—Y volverá… ¿cuándo?

Sarah se encogió de hombros.

—¿Quién sabe?

Y por eso Evans se llevó una sorpresa al recibir la llamada de Sarah aquel día.

—Mejor será que te pongas en marcha —dijo ella—. George quiere verte ahora mismo.

—¿Dónde?

—En la sede del NERF. En Beverly Hills.

—¿Ha vuelto?

—Eso parece.

El edificio del NERF no estaba a más de diez minutos en coche de las oficinas de Century City. La sede central del Fondo Nacional de Recursos Medioambientales se hallaba en Washington, por supuesto, pero recientemente había abierto una delegación en la costa Oeste, en Beverly Hills. Según los cínicos, el NERF lo había hecho con la intención de estar más cerca de las celebridades de Hollywood, que tan indispensables eran para su recaudación de fondos. Pero no eran más que habladurías.

Evans esperaba encontrar a Morton paseándose fuera, pero no lo vio por ninguna parte. Entró en la recepción y le informaron de que encontraría a Morton en la sala de reuniones de la tercera planta. Subió.

La sala de reuniones tenía mamparas de cristal en dos de sus lados. El mobiliario se componía de una gran mesa y dieciocho sillas. En el rincón había una unidad audiovisual para las presentaciones. Evans vio a tres personas en la sala, y una discusión en marcha. Morton, de pie en la parte delantera, gesticulaba enrojecido. Drake, también de pie, deambulaba de un lado a otro, señalando a Morton con el dedo en actitud iracunda y comentándole también a gritos. Evans vio asimismo a John Henley, el taciturno jefe de relaciones públicas del NERF. Inclinado, tomaba notas en un bloc amarillo. Era evidente que se trataba de una discusión entre Morton y Drake.

Evans, vacilante, se quedó allí inmóvil. Al cabo de un momento, Morton lo vio y, con un parco gesto, le indicó que esperase fuera. Evans así lo hizo. Y observó el altercado a través del cristal.

Resultó que en la sala había una cuarta persona. En un primer momento Evans no había advertido su presencia porque se hallaba encorvado detrás del podio, pero cuando se irguió, vio que era un operario; vestía un mono limpio y recién planchado y llevaba un par de medidores electrónicos prendidos del cinturón, una caja de herramientas y un maletín. En el bolsillo del pecho se leía el logotipo
AV NETWORK SYSTEMS
.

El operario parecía desconcertado. Por lo visto, Drake no lo quería presente en la sala durante la discusión. En tanto que a Morton, al parecer, le gustaba la idea de tener público. Drake quería que aquel hombre se fuese; Morton insistía en que se quedase.

Atrapado entre ambos, el operario, incómodo, volvió a agacharse detrás del podio. Pero poco después Drake impuso su voluntad y el hombre salió.

Cuando pasó junto a Evans, este le dijo:

—¿Un mal día?

El operario se encogió de hombros.

—En este edificio tienen muchos problemas con la red —comentó—. Personalmente, creo que el cable de Ethernet es defectuoso, o los routers se han recalentado… —Dicho esto, se fue.

Dentro de la sala, la discusión se enconó aún más. Continuó durante otros cinco minutos. El cristal insonorizaba el interior casi por completo, pero a veces, cuando levantaban la voz, Evans oía una frase. Oyó gritar a Morton:

—¡Maldita sea, quiero ganar!

—Es demasiado arriesgado —contestó Drake, lo cual enfureció más todavía a Morton y poco después Morton dijo:

—¿No debemos luchar por el problema más grave al que se enfrenta nuestro planeta?

Y Drake contestó algo sobre la necesidad de mantener una actitud práctica o afrontar la realidad. Morton respondió:

—¡A la mierda la realidad!

En ese momento el jefe de relaciones públicas, Henley, alzó la vista y comentó algo así como:

—Eso mismo opino yo.

Evans tuvo la clara impresión de que el motivo de la discusión era la demanda de Vanuatu, pero parecía extenderse también a otras cuestiones.

Y de repente Morton salió y dio tal portazo que temblaron las mamparas de cristal.

—¡Qué se vayan a la mierda!

Evans se acercó a su cliente. A través del cristal, vio a los otros dos hombres acercarse y hablar en susurros.

—¡Que se vayan a la mierda! —exclamó George otra vez. Se detuvo y volvió la vista atrás—. Si tenemos la razón de nuestro lado, ¿no estamos obligados a decir la verdad?

Dentro, Drake se limitó a mover la cabeza en un pesaroso gesto de negación.

—¡Que se vayan a la mierda! —repitió Morton, y se alejó.

—¿Querías que viniese? —preguntó Evans.

—Sí. —Morton señaló con el dedo—. ¿Sabes quién era ese otro tipo?

—Sí —contestó él—, John Henley.

—Exacto. Esos dos son el NERF —dijo George—. Da igual cuántos miembros famosos del consejo directivo aparezcan en el membrete, o cuántos abogados tengan en plantilla. Esos dos son los amos del cotarro, y los demás simples comparsas. Ningún miembro del consejo sabe qué ocurre realmente. De lo contrario, se negarían a formar parte de esto. Y permíteme decirte que yo no vaya formar parte de esto. No más.

Empezaron a bajar por la escalera.

—¿Y eso qué implica? —preguntó Evans.

—Implica que no voy a donar esos diez millones de dólares para la demanda.

—¿Se lo has dicho?

—No —contestó Morton—, no se lo he dicho y tampoco tú se lo dirás. Prefiero que sea una sorpresa, para más adelante. —Esbozó una sombría sonrisa—. Pero redacta ya lo papeles.

—¿Estás seguro, George?

—Chico, no me cabrees.

—Solo lo preguntaba…

—Y yo he dicho que redactes los papeles, así que hazlo.

Evans respondió que así lo haría.

—Hoy.

Evans prometió que se pondría manos a la obra de inmediato.

Evans esperó hasta que llegaron al aparcamiento antes de volver a hablar. Acompañó a Morton hasta su coche. El chofer, Harry, le abrió la puerta.

—George, la semana próxima tienes ese banquete que ha organizado el NERF en tu honor. ¿Sigue en pie?

—Por supuesto —respondió Morton—. No me lo perdería por nada del mundo.

Subió al coche, y Harry cerró la puerta.

—Buenos días —saludó Harry a Evans.

Y el coche se alejó bajo la luz de la mañana.

Telefoneó desde el coche.

—Sarah.

—Lo sé, lo sé.

—¿Qué está pasando?

—No me lo ha dicho. Pero está furioso, Peter. Muy furioso.

—Esa impresión me ha dado.

—Y acaba de marcharse otra vez.

—¿Cómo?

—Se ha ido. Ha dicho que volvería dentro de una semana. A tiempo de llevar a todo el mundo en avión a San Francisco para el banquete.

Drake llamó a Evans al móvil.

—¿Qué está pasando, Peter?

—No tengo la menor idea, Nick.

—Ese hombre delira. Las cosas que ha dicho… ¿lo has oído?

—La verdad es que no.

—Delira. Me tiene muy preocupado. Como amigo, quiero decir. Por no hablar del banquete de la semana que viene. ¿Estará en condiciones?

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