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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (62 page)

BOOK: Espacio revelación
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—Entrada de bitácora —dijo Alicia, tras un vacío en la narración—. Las sondas informan de algo inusual. Acabamos de recibirlo. —Miró a un lado para consultar un monitor que había más allá del espacio de proyección—. Hay actividad sísmica en la superficie. Estábamos esperando para verlo, pero hasta ahora la corteza no se ha movido, a pesar de que la órbita del planeta no está totalmente circularizada y debería haber tensiones de marea. Es como si las sondas lo hubieran desencadenado, por ridículo que parezca.

—Tanto como un planeta que es capaz de borrar de su superficie la evidencia de un impacto cometario —comentó Pascale, mirando a Sylveste—. Por cierto, no estoy criticando a Alicia.

—Puede que no lo estés haciendo, pero lo parece —respondió su marido. Entonces, dirigiéndose a Volyova, añadió—: Aparte de las entradas de bitácora de Alicia, ¿recuperasteis algo más? Tendría que haber datos telemétricos de las sondas…

—Los tenemos —dijo Volyova, con cautela—. Aún no los he ordenado. Se encuentran en su estado original.

—Conéctame.

Volyova susurró una serie de órdenes al brazalete que siempre llevaba encima y el puente ardió en llamas: un bombardeo de sinestesia que trastocó los sentidos de Sylveste. Estaba zambulléndose en la información de una de las sondas de Alicia. Era tan caótica como Volyova le había anunciado, pero como había sabido qué esperar, la transición no estaba siendo agónica (como podría haber sido), sino sólo irritante.

Estaba flotando sobre un paisaje. Resultaba difícil calcular la altura a la que se encontraba, puesto que las características fractales de la superficie (cráteres, grietas y ríos grises de lava congelada) habrían sido muy similares desde cualquier distancia. El altímetro le indicó que se encontraba a medio kilómetro de Cerberus. Contempló la llanura, buscando alguna señal de la actividad sísmica que Alicia había mencionado. Cerberus parecía eternamente viejo e inmutable; era como si en ese lugar no hubiera ocurrido nada durante millones de años. El único indicio de movimiento procedía de los reactores de fusión, que proyectaban sombras radiales a partir de la posición que él ocupaba.

¿Qué habrían visto los zánganos? Sin duda alguna, nada en la banda visual. Sintiendo su avance hacia el centro sensorial (era algo similar a ponerse un guante nuevo) Sylveste encontró las órdenes neuronales que accedían a los diferentes canales de datos. Se centró en los sensores térmicos, pero la temperatura de la llanura no mostró señales de variación. En el espectro electromagnético no había nada anómalo y los flujos de neutrinos y partículas exóticas seguían siendo tan constantes como esperaba; sin embargo, en cuanto activó las imágenes gravitacionales, supo que en Cerberus ocurría algo muy extraño. Su campo visual estaba recubierto de trazos de fuerza gravitacional de colores traslúcidos. Y los trazos se movían.

Cosas lo bastante grandes para que pudieran registrarlas los sensores de masa se desplazaban por debajo de la superficie, convergiendo en un movimiento de pinza justo bajo el punto que él ocupaba en esos momentos. Por un instante se permitió pensar que aquellas formas no eran más que enormes flujos de lava enterrados, pero aquel agradable error sólo duró un segundo.

Aquello no era natural.

Aparecieron líneas en la llanura, formando una mandala en forma de estrella centrada en el mismo foco. Débilmente, en los límites de su percepción, fue consciente de que se estaban abriendo modelos similares debajo de otras sondas. Las grietas aumentaron, convirtiéndose en monstruosas brechas negras. Entre las fisuras, Sylveste alcanzó a ver lo que parecían ser kilómetros de luminosa profundidad. Formas mecánicas enrolladas se retorcían, deslizando zarcillos de color gris azulado más amplios que cañones. El movimiento era ajetreado orquestado, resuelto, mecánico. Sintió una revulsión similar a cuando muerdes una manzana y te encuentras con una agitada colonia de gusanos. Ahora lo sabía: Cerberus no era un planeta.

Era un mecanismo.

De pronto, las cosas enrolladas salieron del agujero en forma de estrella de la llanura y se precipitaron hacia él, como si quisieran arrancarlo del cielo. Hubo un terrible momento de blancura (blancura en todos y cada uno de los sentidos que tenía) antes de que el centro sensorial de Volyova finalizara con estridente premura. Sylveste gritó asustado mientras su sentido de sí mismo se estrellaba contra su cuerpo en el puente.

Recuperó sus facultades a tiempo de ver a Alicia articulando unas silenciosas palabras. En el rostro de la mujer se había grabado una expresión que podía ser de miedo… y también de consternación por haber descubierto, justo un instante antes de morir, que estaba equivocada.

Entonces su imagen se disolvió en estática.

—Por lo menos, ahora sabemos que está loco —dijo Khouri horas después—. Si eso no ha logrado persuadirlo de que se mantenga alejado de Cerberus, no creo que nada lo consiga.

—Es bastante normal que haya tenido el efecto contrario —comentó Volyova, bajando la voz a pesar de la seguridad relativa que proporcionaba la habitación-araña—. Sylveste ya no sospecha que allí hay algo que merece la pena investigar, sino que ahora lo sabe.

—¿Maquinaria alienígena?

—En efecto. Y puede que incluso logremos descubrir su propósito. Cerberus no es un mundo real… o es un mundo real rodeado de un caparazón de máquinas y envuelto en una corteza artificial. Eso explicaría por qué nunca se encontró el punto de impacto cometario: en teoría, la corteza se autorreparó antes de que la tripulación de Alicia consiguiera acercarse lo suficiente.

—¿Crees que se trata de algún tipo de camuflaje?

—Eso es lo que parece.

—¿Y porqué llamar la atención atacando a las sondas?

Era obvio que Volyova ya había reflexionado sobre aquel asunto.

—Supongo que la ilusión de verosimilitud no puede mantenerse a distancias inferiores a un kilómetro. En mi opinión, las sondas estaban a punto de descubrir la verdad cuando fueron destruidas; de este modo, el mundo no perdió nada y consiguió materias primas adicionales.

—¿Pero por qué? ¿Por qué envolver un planeta con una corteza artificial?

—No tengo ni idea… y sospecho que Sylveste tampoco. Por eso es tan probable que insista en que nos aproximemos más. —Bajó la voz—. De hecho, ya me ha pedido que prepare una estrategia.

—¿Una estrategia para qué?

—Para llevarle a Cerberus. —Hizo una pausa—. Sabe lo de las armas-caché y considera que bastarán para conseguir su objetivo: debilitar la maquinaria de la corteza en una zona del planeta. Sin embargo, estoy segura de que necesitará mucho más que eso. —El tono de su voz cambió—. ¿Crees que esa Mademoiselle tuya siempre supo que ése sería su objetivo?

—Me dejó bastante claro que no debía permitir que subiera a bordo de esta nave.

—¿Te dijo eso antes de que te unieras a nosotros?

—No, después. —Le habló del implante de su cabeza y de cómo había descargado un avatar de sí misma en el cráneo de Khouri para comunicarse con ella durante la misión—. Era un incordio —añadió—. Pero me hizo inmune a las terapias de lealtad… y supongo que debo agradecérselo.

—Las terapias funcionaron tal y como esperaba —respondió Volyova.

—No, sólo lo fingía. La Mademoiselle me decía qué debía decir y cuándo. Supongo que no lo hizo demasiado mal pues, si no, no estaríamos teniendo esta conversación.

—No podía descartar que las terapias funcionaran de forma parcial, ¿verdad?

Khouri volvió a encogerse de hombros.

—¿Acaso importa? ¿Qué tipo de lealtad tendría ahora algún sentido? Es como si me dijeras que estás esperando a que Sajaki haga un movimiento en falso. Lo único que mantiene unida a esta tripulación son sus amenazas de matarnos si no hacemos lo que quiere. Sajaki es un megalómano… Quizá debería haber comprobado mejor las terapias que te estaba aplicando.

—Te enfrentaste a Sudjic cuando intentó matarme.

—Sí, lo hice. Pero si me hubiera dicho que iba a por Sajaki, o incluso a por Hegazi, no sé qué hubiera hecho.

Volyova meditó la respuesta unos instantes.

—De acuerdo —dijo finalmente—. Supongo que el tema de la lealtad se puede discutir. ¿Qué más te hizo el implante?

—Cuando me conectaste a las armas —dijo Khouri—, la Mademoiselle usó la interfaz para inyectarse, a ella o a una copia de sí misma, en la artillería. Al principio pensaba que sólo quería asumir el control de la mayor parte posible de la nave y que la artillería era su único punto de entrada.

—La arquitectura no le habría permitido llegar más allá.

—Y no se lo permitió. Según tengo entendido, nunca consiguió el control de ninguna parte de la nave diferente a las armas.

—¿Te refieres al caché?

—Era ella quien controlaba aquel arma, Ilia. No pude decírtelo en su momento, pero sabía qué estaba pasando. Quería usar el arma para matar a Sylveste antes de que llegara a Resurgam.

—Supongo que eso tiene sentido —dijo Volyova, con resignación—. Sin embargo, usar semejante arma sólo para matar a un hombre… Ya te lo he dicho antes: vas a tener que contarme por qué deseaba tanto verlo muerto.

—No te gustará saberlo. Sobre todo ahora, después de lo que Sylveste pretende hacer.

—Limítate a explicármelo.

—Lo haré, lo haré —dijo Khouri—. Pero hay una cosa más, otro factor que complica un poco más las cosas. Se llama Ladrón de Sol. Creo que ya lo conoces.

Fue como si acabara de reabrirse alguna herida interna; como si se hubiera rasgado una dolorosa costura.

—Ah —dijo finalmente—. Otra vez ese nombre.

Veintiuno

Aproximación a Cerberus/Hades, 2566

Sylveste siempre había sabido que este momento llegaría, pero hasta ahora se las había arreglado para mantenerlo apartado de su pensamiento. Conocía su existencia, pero se negaba a centrar su atención en lo que realmente significaba, del mismo modo que un matemático ignora la parte invalidada de una prueba hasta que el resto está rigurosamente probado, libre de contradicciones y del menor indicio de error.

Sajaki había insistido en que fueran solos al nivel del Capitán, prohibiendo a Pascale y a cualquier otro miembro de la tripulación que los acompañara. Sylveste no se lo había discutido, aunque hubiera preferido que su mujer estuviera con él. Era la primera vez que se quedaba a solas con Sajaki desde su llegada al
Infinito
. Mientras descendían en el ascensor, Sylveste buscó en su mente algo de qué hablar, cualquier cosa excepto la atrocidad que yacía ante ellos.

—Ilia dice que las máquinas que tiene a bordo del
Lorean
necesitarán otros tres o cuatro días —dijo Sajaki—. ¿Estás seguro de que quieres que siga adelante?

—Por supuesto —respondió.

—Entonces, no me queda más remedio que cumplir con tus deseos. Tras sopesar las pruebas, he decidido creer en tu amenaza.

—¿Crees que no había llegado a esa conclusión por mí mismo? Te conozco demasiado bien, Sajaki. Si no me hubieras creído, me habrías obligado a ayudar al Capitán cuando aún estábamos en la órbita de Resurgam y después te habrías deshecho de mí.

—Eso no es cierto —Sajaki parecía divertido—. Infravaloras mi curiosidad. Creo que te he permitido todo esto sólo para ver hasta qué punto era cierta tu historia.

Por un instante, Sylveste fue incapaz de creerlo, pero tampoco encontró ninguna razón para discutir sus palabras.

—Ahora que has visto el mensaje de Alicia, ¿qué parte de todo esto sigues sin creerte?

—Podría estar manipulado. Es posible que los daños que sufrió la nave fueran causados por su propia tripulación. Creo que no debería creérmelo por completo hasta que no salga algo de Cerberus y empiece a atacarnos.

—En cambio, yo sospecho que verás cumplidos tus deseos en cuatro o cinco días —dijo Sylveste—. A no ser que Cerberus realmente esté muerto.

Guardaron silencio hasta llegar a su destino.

No era la primera vez que visitaba al Capitán, ni siquiera desde que estaba a bordo, pero seguía sorprendiéndolo ver en qué se había convertido. Siempre tenía la impresión de estar contemplando aquella escena por primera vez. Y no era del todo falso, pues ésta era su primera visita desde que Calvin le había reparado los ojos recurriendo a la tecnología médica superior de la nave. Pero aún había más: el Capitán había cambiado, y de forma perceptible. Parecía que la tasa de propagación de su enfermedad estuviera acelerándose, precipitándose hacia algún estado desconocido del mismo modo que la nave se precipitaba hacia Cerberus. Sylveste consideraba que había llegado en el momento crítico… asumiendo que alguna intervención pudiera ayudarlo.

Resultaba tentador pensar que esta aceleración era significativa o simbólica. El Capitán llevaba varias décadas enfermo (si lo que tenía realmente podía considerarse una enfermedad), pero había escogido este momento preciso para iniciar una nueva fase de su dolencia. De todos modos, Sylveste sabía que este punto de vista era erróneo: teniendo en cuenta que el vuelo relativista había reducido todas esas décadas a un puñado de años, este brote era menos insólito de lo que parecía; no había nada siniestro en él.

—¿Cómo funciona esto? —preguntó Sajaki—. ¿Seguimos los mismos procedimientos que la última vez?

—Pregúntaselo a Calvin… es él quien está al mando.

Sajaki asintió lentamente.

—Deberías tener derecho a opinar, Dan. Al fin y al cabo, él trabaja a través de ti.

—Y ésa es exactamente la razón por la que no es necesario que tengas en cuenta mis sentimientos: ni siquiera estaré presente.

—Yo no lo creo, Dan. Estarás allí… y completamente consciente, si no recuerdo mal. Puede que no estés al mando, pero participarás. Y no te gustará. Eso quedó claro la última vez.

—De pronto te has convertido en un experto.

—Si no odiaras todo eso, ¿acaso habrías intentando escapar de nosotros?

—No lo he hecho. No me encontraba en condiciones de huir.

—No me refiero sólo a la época que estuviste en prisión. Estoy hablando de cuando viniste aquí por primera vez, a este sistema. ¿Qué hacías, sino escapar de nosotros?

—Puede que tuviera razones para venir aquí.

Durante un instante, Sylveste se preguntó si Sajaki seguiría insistiendo en aquel asunto, pero el momento pasó y el Triunviro pareció descartar mentalmente aquella línea de interrogación. Quizá el tema lo aburría. De pronto descubrió que Sajaki era un hombre para quien el pasado carecía de atractivo; un hombre que existía en el presente y pensaba en gran medida en el futuro. No estaba interesado en buscar posibles motivaciones o probabilidades, quizá porque, en cierto nivel, no era capaz de comprender esos asuntos.

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