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Authors: Jean M. Auel

El valle de los caballos (41 page)

–Es una anécdota divertida cuando la cuentan bien –dijo Markeno.

–Y puede encerrar algo de verdad –agregó Carlono–. Si estuviéramos haciendo una barquichuela, habríamos terminado ya, a falta de los últimos toques –comentó mientras se acercaban a un grupo de gente ocupada en perforar agujeros con taladros de piedra a lo largo de los bordes de tablones. Era una tarea fastidiosa y difícil, pero muchas manos aceleraban el trabajo, y la compañía aliviaba el aburrimiento.

–Y yo estaría a punto de emparejarme –dijo Thonolan, viendo que Jetamio formaba parte del grupo.

–Sonríen, lo cual significa que la madera ha estirado cumplidamente –dijo la joven dirigiéndose a Carlono, aunque sus ojos se volvieron rápidamente hacia Thonolan.

–Estaremos más seguros cuando se seque –dijo Carlono, por miedo a tentar al destino–. ¿Qué tal van las tracas?

–Están terminadas. Ahora trabajamos en los tablones para la casa –respondió una mujer mayor. Se parecía a Carlono, a su manera, tanto como Markeno, especialmente cuando sonreía–. Una pareja joven necesita algo más que una barca. Hay algo más en la vida, querido hermano.

–Tu hermano está tan deseoso de tenerlos emparejados como tú, Carolio –dijo Barono, sonriendo mientras los dos jóvenes se lanzaban miradas amorosas, aunque no decían palabras–. Pero ¿qué es una buena casa sin una barca?

Carolio le echó una mirada ofendida. Era un aforismo tradicional entre los Ramudoi, supuestamente espiritual, que se había vuelto molesto a fuerza de repetirlo.

–¡¡Ah!! –exclamó Barono–, ha vuelto a romperse.

–Está muy torpe hoy –dijo Carolio–. Es el tercer taladro que rompe. Creo que está tratando de librarse de los fastidiosos agujeros.

–No seas tan dura con tu compañero –dijo Carlono–. A cualquiera se le rompe un taladro, no se puede evitar.

–En algo tiene razón: abrir agujeros es un fastidio. No hay nada que dé más ganas de bostezar –dijo Barono con una mueca de disgusto, ante el gruñido general.

–Se cree muy chistoso. ¿Puede haber algo peor que un compañero que se cree chistoso? –Carolio pedía la comprensión de todos los presentes. Todos sonrieron: bien sabían que las reprimendas sólo disimulaban un profundo afecto.

–Si tienen otro taladro, yo abrir hoyos –ofreció Jondalar.

–¿Qué le pasa a este joven? ¿Anda mal de la cabeza? Nadie quiere abrir hoyos –dijo Barono, pero se puso enseguida de pie.

–Jondalar está muy interesado en la construcción de barcos –explicó Carlono–. Ha hecho un poco de todo.

–¡Todavía podemos convertirlo en Ramudoi! –dijo Barono.

Siempre me pareció que era un joven inteligente. Pero no estoy tan seguro en cuanto al otro –agregó, sonriendo a Thonolan, que no había prestado atención a nadie más que a Jetamio–. Creo que aunque le cayera un árbol encima, ni se enteraría. ¿No se le puede poner a hacer algo que valga la pena?

–Podría recoger leña para la caja de vapor o cortar juncos para coser las tablas –dijo Carlono–. Tan pronto como esté seco el vaciado y tengamos perforados los orificios alrededor del casco, estaremos listos para combar las tablas y hacer que se ajusten. ¿Cuánto crees que falta para terminarla, Barono? Tenemos que informar al Shamud, y así se podrá fijar el día del emparejamiento. Dolando tendrá que enviar mensajeros a las otras Cavernas.

–¿Qué más falta por hacer? –preguntó Barono, mientras echaban a andar hacia una zona en la que robustos postes estaban hundidos en el suelo.

–Rebajar los postes de proa y popa, y... ¿vienes, Thonolan? –dijo Markeno.

–¿Qué...? ¡Oh!..., sí, voy.

Cuando se alejaban, Jondalar recogió un taladro de hueso metido en un mango de asta y observó cómo Carolio utilizaba otro.

–¿Por qué hoyos? –preguntó, después de haber hecho unos cuantos.

La hermana gemela de Carlono estaba tan preocupada por los barcos como su hermano –a pesar de sus bromas– y era tan experta en cuanto a ajustes y encajes como él en lo concerniente a la tarea de vaciar y dar forma. Empezó a explicar, después se puso de pie y condujo a Jondalar a otra área donde había una barca parcialmente desmantelada.

A diferencia de la balsa, que depende para flotar de la ligereza de sus materiales estructurales, el principio de la embarcación de los Sharamudoi consistía en encerrar una bolsa de aire dentro de una cáscara de madera. Era una importante innovación, que permitía una mayor maniobrabilidad y proporcionaba la posibilidad de transportar cargas mucho más pesadas. Las tablas que se empleaban para ampliar el vaciado básico y construir una embarcación mucho mayor, estaban combadas de manera que se ajustaran al casco curvo. Esto se lograba también mediante calor y vapor; se cosían literalmente, por lo general con mimbres, por los agujeros previamente perforados, y se aseguraban con clavijas a los sólidos postes de proa y popa. Más adelante se agregarían soportes colocados a intervalos a lo largo de ambos costados para servir de refuerzo y permitir que se fijaran asientos.

Cuando el trabajo estaba bien hecho, el resultado era una cáscara impermeable que podría resistir el desgaste de su utilización durante varios años. Pero finalmente el uso y el deterioro de sus ataduras de mimbre exigían que los barcos fueran desmantelados y se volvieran a hacer. Entonces también se sustituían las tablas deterioradas, con lo cual se prolongaba considerablemente la vida útil de las embarcaciones.

–Mira..., ahí donde se quitaron las tracas –dijo Carolio, señalando a Jondalar la barca desmantelada– hay orificios a lo largo del borde superior del vaciado –le mostró una tabla con una curva que se ajustaba al casco–. Era la primera traca. Los orificios a lo largo del borde más largo se ajustan a la base. ¿Ves? Estaba solapada de esta manera y cosida a la parte superior del casco. Entonces, la tabla superior estaba cosida a ésta.

Dieron vuelta a la embarcación, por el lado que aún no se había desmantelado. Carolio mostró las fibras deshilachadas y rotas en algunos de los agujeros.

–Esta barca necesitaba muchas reparaciones, pero puedes ver cómo se solapan las tracas. Para barcas pequeñas, de una o dos personas, no necesitas costados, sólo el casco. Son más difíciles de manejar en aguas turbulentas, eso sí. Pueden descontrolarse antes de que estés en condiciones de hacer nada.

–Algún día me gustaría aprender –dijo Jondalar, y al ver la traca combada, preguntó–: ¿Cómo se comban las tablas?

–Con vapor y tensión, como la base que se ensanchó. Esos postes de allí, donde están tu hermano y Carlono, son para que las cuerdas de retén mantengan las tracas en su sitio mientras se están cosiendo. No se tarda mucho cuando todos trabajamos juntos, una vez perforados los agujeros. Hacer éstos es un problema más importante. Afilamos los taladros de hueso, pero se rompen con demasiada facilidad.

Al anochecer, cuando todos regresaban en grupo hacia la terraza elevada, Thonolan observó que su hermano aparecía insólitamente callado.

–¿En qué piensas, Jondalar?

–En la construcción de barcas. Es muchísimo más complicado de lo que yo imaginaba. Nunca había oído hablar antes de barcas como éstas, ni visto hombres tan hábiles sobre el agua como estos Ramudoi. Creo que los niños están más cómodos en sus barquitos que caminando. Y son tan hábiles con sus herramientas... –Thonolan vio que a su hermano se le iluminaban los ojos–. Las he estado examinando. Creo que si pudiera desprender una lasca grande del filo de esa hachuela que estaba usando Carlono, quedaría una cara interior cóncava y suave, con lo que resultaría mucho más fácil de usar. Y estoy seguro de que podría hacer un buril con pedernal, y así los agujeros se perforarían más rápidamente.

–¿Así que era eso? Estaba haciéndome a la idea de que te interesaba realmente la construcción de embarcaciones, hermano mayor. Debería haberlo adivinado. No son las barcas, sino las herramientas empleadas para hacerlas. Jondalar, en el fondo de tu corazón siempre serás un fabricante de herramientas.

Jondalar sonrió, comprendiendo que Thonolan tenía razón. El proceso de la construcción de barcos era interesante, pero lo que se había apoderado de su imaginación eran las herramientas. Había buenos talladores de pedernal en el grupo, pero ninguno se había especializado. Ninguno era capaz de ver cómo unas pocas modificaciones podrían proporcionar una mayor eficacia a las herramientas. Siempre se había deleitado haciendo herramientas adecuadas para cada tarea, y su mente técnicamente creativa estaba ya imaginando posibilidades para mejorar las que utilizaban los Sharamudoi. Y tal vez por ese medio podría comenzar a recompensar a ese pueblo, al que tanto debía, gracias a sus conocimientos y habilidades.

–¡Madre! ¡Jondalar! ¡Acaba de llegar más gente! Hay tantas tiendas ya que no sé dónde van a encontrar espacio –gritó Darvo corriendo al refugio. Salió otra vez a todo correr; sólo había ido para llevar la noticia. No podía quedarse quieto: en el exterior las actividades eran demasiado excitantes.

–Han venido más visitantes que cuando se unieron Markeno y Tholie, y a mí me pareció entonces que aquella reunión era numerosa –dijo Serenio–. Pero, a decir verdad, la mayoría sabía de los Mamutoi aun cuando no conociera a ninguno. Nadie ha oído hablar de los Zelandonii.

–¿No creen que tenemos dos ojos, dos brazos y dos piernas, como ellos? –preguntó Jondalar.

Estaba algo abrumado ante el número de asistentes. Una Reunión de Verano de los Zelandonii solía congregar a más, pero éstos eran todos forasteros, excepto los residentes en la Caverna de Dolando y el Muelle de Carlono. Se había corrido la voz tan aprisa que incluso habían acudido otros que no eran Sharamudoi. Algunos parientes Mamutoi de Tholie y otros más, lo suficientemente curiosos para acompañarlos, fueron de los primeros en llegar. También vino gente de río arriba..., de ambos ríos, el de la Madre y el de la Hermana.

Y muchas de las costumbres de la Ceremonia del Casamiento serían desconocidas para él. Todas las Cavernas viajaban a un lugar de reunión previamente establecido para un Matrimonial Zelandonii y se unían oficialmente varias parejas al mismo tiempo. Jondalar no estaba acostumbrado a que tantas personas visitaran la caverna de una pareja para atestiguar su unión. Como único pariente de sangre de Thonolan, tendría un lugar destacado en las ceremonias, y se sentía nervioso.

–Jondalar, ¿sabes que casi todos se sorprenderían de ver que no siempre estás tan seguro de ti mismo como pareces? No te preocupes, lo harás todo bien –dijo Serenio, acercándose a su cuerpo y rodeándole el cuello con los brazos. Siempre lo haces bien.

Había hecho lo correcto. Sentirla cerca representaba una distracción placentera –ella le apartaba de sí mismo sin exigencias– y sus palabras eran tranquilizadoras. La acercó más aún, oprimió la boca tibia con la suya y se quedó así, permitiéndose el respiro de un momento de gozo sensual antes de que la aprensión se apoderara nuevamente de él.

–¿Tú crees que tengo buen aspecto? Esta ropa de viaje, no para situación especial –preguntó, súbitamente consciente de que vestía prendas Zelandonii.

–Aquí nadie lo sabe. Son originales, exclusivas. Yo creo que son perfectamente apropiadas para la ocasión. Sería demasiado vulgar si te pusieras algo acostumbrado, Jondalar. La gente va a mirarte a ti tanto como a Thonolan. Para eso han venido. Si te pueden ver a distancia tal vez no sientan la necesidad de acercarse, y tú te encuentras a gusto con esa ropa. Además, te sienta bien.

La soltó y miró por un resquicio la multitud que había fuera, contento de no tener que hacerle frente todavía. Fue hacia la parte de atrás, hasta donde el techo inclinado no le permitía avanzar más a causa de su elevada estatura, regresó a la parte delantera y volvió a mirar.

–Jondalar, voy a prepararte una infusión. Es una mezcla especial que me enseñó el Shamud. Te calmará los nervios.

–¿Parezco nervioso?

–No, pero tienes derecho a estarlo. Sólo es cuestión de un instante.

Vertió agua en una olla rectangular y agregó piedras muy calientes. Él cogió un taburete de madera –demasiado bajo– y se sentó. Sus pensamientos no estaban allí y miraba sin verlos unos dibujos de forma geométrica que adornaban la olla; una serie de líneas inclinadas, paralelas, por encima de otra hilera inclinada en dirección opuesta, lo cual producía un efecto de espina de pescado.

Los laterales de las ollas cortadas estaban hechos de una sola tabla en la que se habían marcado surcos o tajos, pero sin atravesar la pieza. Empleando vapor para poder doblar la madera, las tablas se combaban fuertemente en los surcos para formar ángulos, y los extremos de la tabla formaban el cuarto ángulo sujeto con clavijas. Se daba también un tajo cerca de la orilla inferior, allí se encajaba una pieza del fondo. Las cajas u ollas eran impermeables, especialmente después de haberse hinchado con los líquidos. Cubiertas con tapas independientes, se utilizaban para muchos fines, desde cocinar hasta almacenar.

La caja le recordó a su hermano y le hizo desear estar junto a él antes de su unión definitiva. Jondalar había comprendido muy pronto la forma en que los Sharamudoi combaban y daban forma a la madera. Su especialidad en la fabricación de lanzas se basaba en los mismos principios de calor y vapor para enderezar un asta o para combarla y hacer un esquí para la nieve. Pensar en eso hizo que Jondalar rememora el comienzo de su Viaje y, con un sentimiento de nostalgia, se preguntó si volvería a ver su hogar algún día. Desde que había vuelto a ponerse su ropa había estado luchando contra crisis de nostalgia que conseguían hacer presa en él cuando menos se lo esperaba, por medio de algún recuerdo vívido o conmovedor. Esta vez fue la caja de cocinar de Serenio la que lo había provocado.

Se puso rápidamente en pie. Al hacerlo derribó el taburete y, como se precipitara a recogerlo, evitó por un pelo a Serenio, que llegaba con una taza de infusión caliente para él. Este leve incidente le recordó el desafortunado accidente durante el Banquete de Compromiso. Tanto Tholie como Shamio parecían estar bien y sus quemaduras estaban casi curadas, pero experimentó una sensación de inquietud al recordar la conversación que sostuvo después con el Shamud.

–Jondalar, bébete esto; estoy segura de que te ayudará a relajarte un poco.

Se había olvidado de la taza que tenía en la mano; sonrió, tomó un sorbo: la bebida tenía un sabor agradable..., le pareció reconocer manzanilla entre los ingredientes; su calor resultaba calmante. Al cabo de un rato sintió que su tensión se aliviaba.

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