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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (26 page)

—Piensa un momento —dijo en voz baja Laura—. Si Cypher lo ha encerrado aquí, debemos ayudarle: el enemigo de mi enemigo es mi amigo, ya sabes.

—Vale, pero ¿y si lo han encerrado por una buena razón? Lo último que necesitamos es otro psicópata asesino dando vueltas por ahí.

—No perdemos nada por hablar con él —dijo Laura deprisa—. Mira, está esposado a la cama, si la cosa se pone fea le dejamos ahí atado y punto.

—Vale, vale, pero si el tipo ese de ahí es Hannibal Lecter, tú tendrás la culpa de lo que pase —dijo Shelby con un suspiro.

Luego volvió a sacar sus herramientas del bolsillo, forzó la cerradura a toda prisa y la puerta giró hasta abrirse con un crujido.

Laura se acercó a la figura que estaba atada a la cama y vaciló unos instantes. Quizás Shelby tuviera razón, podía tratarse de una persona a la que Cypher considerara muy peligrosa. Luego respiró hondo y se regañó a sí misma por ser tan apocada. En cualquier caso, no podía pasar nada malo por ver qué aspecto tenía. Alargó una mano y quitó la capucha de la cabeza del preso.

Laura soltó un grito ahogado mientras la capucha caía fláccida de sus dedos.

—Dios mío —siseó Shelby—. ¡Es Wing!

Allí tumbado en la cama estaba el amigo al que tanto habían llorado hacía poco. Laura tenía el mismo aspecto de alguien que acabara de ver un fantasma.

Shelby alargó un brazo, posó una mano sobre el pecho de Wing y, al sentirlo subir y bajar, se le llenaron de lágrimas los ojos.

—Está vivo —susurró.

—¡Wing! —exclamó Laura con tono apremiante—. ¡Despierta!

Wing ni siquiera se movió cuando le sacudió el hombro. No era un sueño normal. Le habían sedado.

—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Shelby, en cuya voz se seguía apreciando un patente tono de incredulidad—. No podemos llevárnoslo de aquí a cuestas.

Acto seguido, se puso a trabajar a toda prisa en las esposas que le tenían atado a la cama; era un juego de niños para ella y al cabo de unos segundos ya las había soltado.

—¡Wing! —gritó Laura mientras volvía a sacudirle, sin preocuparse de que alguien pudiera oírla.

—Espera, déjame probar a mí —le pidió Shelby, apartándola con suavidad—. Lo siento —le dijo después a Wing en voz baja y, a continuación, le soltó un guantazo en la cara.

Wing se revolvió un poco durante un instante y masculló algo, pero luego volvió a sumirse en el mismo estado de inconsciencia.

—Venga, muchachote —dijo Shelby en voz baja—. No me obligues a hacerlo otra vez.

Wing no dio ninguna señal más de recuperar la conciencia, así que Shelby volvió a alzar la mano y la lanzó hacia abajo para golpearle en la cara. La mano de Wing se movió como una centella, saltó en el aire como si fuera una serpiente y atrapó la muñeca de Shelby una milésima de segundo antes de que entrara en contacto con su mejilla. Laura soltó un grito ahogado y Shelby casi se muere del susto.

—Si estoy soñando, ¿por qué me duele tanto la cara? —dijo Wing con voz ronca.

Shelby dejó escapar un sollozo y se abrazó a Wing con todas sus fuerzas. El pesar que seguía tan presente y tan vivo en ella se desvaneció y fue reemplazado por la alegría más profunda que había sentido en su vida. Cálidas lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras se aferraba a él como si tuviera miedo de que fuera a esfumarse en medio de una nube de humo si le soltaba.

Capítulo 15

E
l gesto de honda preocupación de Nero se transformó en otro de alivio cuando Otto y Raven entraron en el centro de mando en compañía del jefe de seguridad. En las últimas horas apenas si se habían producido buenas noticias y verles a los dos vivos, aunque un tanto desarreglados, suponía un cambio muy grato.

—Natalia —dijo Nero con una inclinación de cabeza—, me alegro de tenerla otra vez aquí y ya veo que se las ha arreglado para traernos a Malpense sano y salvo. Ojalá pudiera darles a los dos la bienvenida en unas circunstancias más halagüeñas.

—Los guardias no tienen nada que hacer contra las tropas de Cypher, Max —repuso Raven—. Son robots. Máquinas letales e imparables. Nunca había visto cosa igual.

—Ya —repuso Nero; eso había quedado bien claro tras la corta y desigual batalla que se había librado en el cráter—, pero tenemos que detenerlos. No podemos permitir que Cypher se haga con el control de este complejo. ¿Cuál es su valoración de la situación, Lewis?

—Nada buena, señor —se apresuró a responder el jefe de seguridad—. Hemos sellado las puertas exteriores, pero poco más hemos podido hacer. Les retrasará, eso es todo. El sabotaje de la condesa nos ha dejado prácticamente sin ningún control sobre los sistemas de defensa y seguridad.

—¿La condesa? —inquirió Raven—. ¿Qué es lo que ha hecho?

Nero le dio una apresurada explicación sobre la hondura de la traición de la condesa, que no solo les había puesto en manos de Cypher en Tokio, sino que además había dejado la escuela indefensa contra el ataque que estaba sufriendo en ese momento.

—Déjemela a mí —dijo Raven con frialdad.

—Una vez que esto haya acabado, Natalia, tiene mi permiso para darle caza hasta los mismísimos confines de la tierra, pero ahora tenemos preocupaciones más apremiantes. Un simple retraso en el avance de las tropas de Cypher no me interesa, quiero que sean arrojadas al mar —dijo Nero con firmeza.

—Max, me costó muchísimo derrotar a una de esas cosas en una pelea cuerpo a cuerpo —dijo Raven— y Cypher tiene un ejército entero. No podemos confiar en que conseguiremos expulsarlos. Es imposible.

—Eso no es del todo cierto —dijo Otto en voz baja.

—¿En qué está pensando, señor Malpense? —preguntó Nero.

—Es solo una idea, pero antes tendría que hablar con el profesor Pike.

—Muy bien —dijo Nero con un suspiro—. Llegados a este punto, no creo que tenga nada de malo. Raven, hágame el favor de acompañar al señor Malpense al Departamento de Ciencia y Tecnología; el profesor está allí intentando volver a conectar la mente. Ah, por cierto, Natalia, antes de que se vaya, hay una cosa más…

Nero condujo a Raven a un rincón apartado del centro de mando, mantuvo una breve conversación con ella y luego depositó algo en su mano. Raven miró a Nero durante un instante y a continuación asintió con la cabeza. Después, los dos regresaron adonde estaba Otto, y Raven le hizo una seña para que saliera con ella de la sala.

Nero escuchó el apremiante parloteo que provenía de las radios de las patrullas de seguridad. Tenía serias dudas de que a Malpense se le hubiera ocurrido algo que pudiera hacer descarrilar los planes de Cypher, pero, tal como estaban las cosas, no les quedaba otra posibilidad. Necesitaban con urgencia algo que les diera una pequeña ventaja y si Otto Malpense se lo podía proporcionar, quizá aún tuvieran alguna esperanza.

El enorme helicóptero de carga aterrizó suavemente en la plataforma, que se encontraba rodeaba por el cordón de seguridad formado por los sicarios mecánicos de Cypher que ya habían penetrado en el cráter. Cypher bajó del helicóptero e inspeccionó la escena con satisfacción. De momento, todo iba según lo planeado. Hacerse con el pleno control de HIVE ya no era más que una simple cuestión de tiempo y después ya nada podría detenerlo.

Un técnico se le acercó corriendo y casi sin aliento le informó de lo que pasaba.

—Hemos probado a utilizar el sistema de cortado estándar con las puertas de seguridad, señor, pero apenas si hemos conseguido hacerles un rasguño. Con ese método podemos tardar horas en entrar.

—En tal caso es una suerte que hayamos traído otro método bastante más eficaz —dijo con tono despreocupado Cypher mientras echaba un vistazo a tres grandes cajas que el helicóptero había descargado con un cabestrante hacía unos minutos—. ¿Están listos?

—Sí, señor —respondió el técnico echando un vistazo al ordenador de bolsillo que llevaba consigo—. El ciclo de encendido se ha completado y todas las comprobaciones del sistema tienen la luz verde. Ya pueden activarse.

—Estupendo. En tal caso, no nos demoremos más. Acabemos con esto de una vez —dijo Cypher sacando un pequeño mando a distancia de un bolsillo interior.

Apuntó con él a las cajas y apretó un botón. El panel delantero de las cajas se abrió lentamente hacia delante y al cabo de un momento un conjunto de luces rojas muy características brilló en la oscuridad en cada una de ellas. El primero de los robots sicarios gigantes estampó un pie en el suelo y salió de la caja. Respondían al mismo diseño que el que Cypher había enviado a luchar contra Raven y si uno había bastado para dar cuenta de ella, no veía por qué iba a necesitar más de tres para apoderarse de HIVE.

Dando unos pisotones que propagaban un pequeño temblor por el suelo, los tres monstruos se acercaron a Cypher y formaron una línea perfecta delante de él.

—Esperando órdenes —dijo la máquina del centro con su áspera voz mecánica.

—Esa puerta —dijo Cypher señalando la puerta sellada—. Quitadla de en medio.

—Entendido —respondió el robot, y las tres máquinas se dieron la vuelta y se dirigieron hacia la puerta.

La forma en que abordaron la tarea carecía de sutileza: los tres robots gigantescos se pusieron a aporrear la puerta con unos puños tan enormes como bolas de demolición. Casi de inmediato, la puerta empezó a abollarse y a deformarse y al cabo de un par de minutos comenzó a combarse poco a poco bajo el implacable martilleo. El ruido era ensordecedor.

—Dé la orden de que se congreguen aquí todas las unidades de combate. En cuanto cedan esas puertas, entraremos a saco —dijo Cypher al técnico, alzando un poco la voz para que le pudiera oír en medio del estruendo montado por los robots que atacaban la puerta.

—¿Cuáles son las órdenes en caso de que se produzca un encuentro con las fuerzas de defensa? —preguntó con nerviosismo el técnico.

—Matar a todo aquel que ofrezca resistencia —respondió Cypher con calma.

Nigel ya no estaba preocupado por las patrullas de seguridad. Franz y él se habían cruzado con varias de camino a la biblioteca, pero ninguna de ellas les había parado ni les había preguntado qué hacían fuera de la zona residencial. De hecho, parecían tener cuestiones mucho más apremiantes de las que ocuparse, a juzgar por el temor que se veía reflejado en las caras de algunos de sus miembros. Sí, ya no le preocupaban los guardias de seguridad: bastante tenía con la preocupación que le causaba pensar qué podía ser lo que les tenía tan asustados.

Los dos muchachos recorrían en ese momento un pasillo vacío bajo la tenue luz del sistema de iluminación de emergencia de HIVE.

—Hay mucho silencio… —dijo Franz.

—Si ahora vas y dices «demasiado silencio», no te vuelvo a hablar nunca más —se apresuró a decir Nigel.

—Hay algo que te tiene en velo. Estás preocupado —dijo Franz con cara de fastidio.

—Se dice en vilo. Y sí, estoy preocupado. ¿Por qué todas las patrullas que nos hemos encontrado se dirigían corriendo a alguna parte y por qué estaban demasiado ocupadas para interesarse por lo que estábamos haciendo?

—No estoy seguro, pero me huelo que tiene algo que ver con las alarmas —dijo Franz asintiendo con la cabeza con gesto sabiondo.

El hecho de que las sirenas de alarma siguieran aullando por toda la base hacía pensar a Nigel que, pasara lo que pasara, debía tratarse de algo muy grave y que el problema aún no se había solucionado.

—Quizás sería mejor que regresáramos a la zona residencial —propuso con nerviosismo Franz—. Me parece que en estas circunstancias puede ser más seguro que…

Franz se vio interrumpido a mitad de la frase por la mano que Nigel le puso en la boca. El muchacho alemán miró con una mezcla de sorpresa y de confusión a su compañero de habitación, pero Nigel se llevó un dedo a los labios y señaló al otro extremo del pasillo. Allí, en la penumbra, se distinguían las inconfundibles figuras del coronel Francisco, Block y Tackle. Probablemente, Nigel no estuviera muy al tanto de cuál era la situación en ese momento, pero Laura y Shelby le habían contado lo bastante como para saber que el coronel tendría que estar en una celda y que las fuerzas de seguridad habían estado peinando HIVE en busca de los dos esbirros. Desde luego, no se suponía que pudieran deambular libremente por los pasillos de la escuela.

Nigel y Franz retrocedieron, se ocultaron en el hueco de la puerta de un aula cercana y observaron a los tres fugitivos, que, tras detenerse un instante y enfrascarse en una especie de intercambio de susurros, desaparecieron por un pasillo contiguo. Procurando no hacer ruido, Nigel sacó su caja negra y la abrió, pero, para su consternación, resultó que estaba sin conexión. La pantalla mostraba tan solo dos palabras: «Mente desconectada».

—Vamos —dijo Nigel emprendiendo la marcha por el pasillo para seguirlos.

—¿Adónde vas? —preguntó Franz con voz lastimera.

—A seguirlos, ¿adonde iba a ir si no? —respondió Nigel.

—¿Y por qué quieres hacer eso? —dijo Franz con tono de incredulidad—. Lo que tendríamos que hacer es buscar una patrulla de seguridad para contárselo.

—Para cuando hayamos encontrado una patrulla y la hayamos traído hasta aquí, hará mucho que esos tres ya se habrán largado. Tenemos que seguirlos adonde vayan y ya buscaremos luego a los guardias —le explicó con impaciencia Nigel.

—Me parece que me voy a arrepentir de esto —repuso Franz suspirando—. En fin, vamos allá.

Nigel comenzó a avanzar por el pasillo procurando no hacer ruido, pero Franz se quedó quieto durante unos instantes.

—Demasiado silencio —se dijo en un susurro.

—Y luego me desperté al sentir que alguien me abofeteaba —dijo Wing con una media sonrisa.

—Ya, bueno… Una vez más, lo siento —dijo Shelby sonriendo avergonzada.

—¿Así que te despertaste en la base de Cypher sin tener ni idea de lo que había pasado? —preguntó Laura.

—Ni la más remota. Mi último recuerdo era el tejado de Tokio, de modo que ya puedes imaginarte que el simple hecho de despertarme me dejó un tanto sorprendido —le explicó Wing.

—No es para menos —terció Shelby—. Todo el mundo daba por sentado que habías muerto.

—Desde luego, y creo que eso era lo que querían —repuso Wing—. A juzgar por un pequeño pinchazo que tengo en el pecho, da la impresión de que el arma de Cypher estaba cargada con algún tipo de dardo tranquilizante diseñado de tal forma que pareciera un disparo mortal.

—¿Y solo hablaste con él en dos ocasiones? —preguntó Laura.

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