El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) (20 page)

John Dickinson, antaño de Pensilvania pero ahora de Delaware, quien había elaborado el primer esbozo de los Artículos de la Confederación, fue elegido presidente de la Convención, pero era claro que era poco lo que ésta podía hacer. Al menos por el momento.

Pero estaba presente James Madison y, más importante aún, también estaba Alexander Hamilton de Nueva York.

Hamilton nació en la isla de Nevis, en las Antillas Británicas, el 11 de enero de 1755. Después de una infancia difícil y en la que vivió en la pobreza, llegó a la ciudad de Nueva York en 1772. Estudió en el King’s College (ahora Columbia) y luego abrazó la causa radical. Combatió en la Guerra Revolucionaria y se ganó la alta estima de Washington, de quien fue ayuda de campo con el rango de teniente coronel.

Después de la guerra, se hizo abogado, interesado en cuestiones financieras, y demostró ser un prolífico escritor en el campo de la política. Se relacionó con una rica e influyente familia de Nueva York al casarse con la hija del general Schuyler, y esto le permitió entrar en la legislatura de Nueva York, en enero de 1787, y luego ser designado delegado a la Convención de Annapolis.

Hamilton era firme partidario de un gobierno central fuerte, y sabía desde el comienzo que una convención destinada a abordar problemas comerciales solamente no lograría nada si se dejaban como estaban los Artículos de la Confederación.

Por ello, trató de persuadir a los otros delegados de que allí no había nada que hacer. Les propuso suspender las sesiones y convocar a otra reunión para más adelante. Los otros delegados aceptaron y Hamilton se ofreció para redactar la resolución que contuviese esa convocatoria.

Tal como la redactó Hamilton, la convocatoria era para una convención que se reuniría en Filadelfia (la capital de la nación) en mayo de 1787, para considerar todas las cuestiones relacionadas con el establecimiento de un gobierno central eficaz. La Convención de Annapolis, que había sido convocada para abordar un problema específico de carácter limitado, no tenía ningún derecho legal a hacer tal convocatoria para un propósito tan vasto, pero Hamilton la presentó de todos modos. Confiaba en que la creciente insatisfacción por el gobierno débil haría que se pasase por alto la ilegalidad del llamado e instase a designar delegados para tal fin, una vez lanzado. Tenía razón.

Aunque la Convención de Annapolis sólo celebró sesiones durante cuatro días, esto fue suficiente. Logró dar el impulso para otra convención mucho más importante; una convención, en efecto, que iba a crear los Estados Unidos en la forma en que existen hoy.

Sin embargo, no puede otorgarse a esa convención todo el mérito de hacer de los Estados Unidos lo que es ahora. Aunque los americanos interesados en un gobierno central fuerte, como Madison y Hamilton, hacían lo posible por sentar las bases de lo que se llamaría la «Convención Constitucional», el Congreso moribundo, bajo los chirriantes e inútiles Artículos de la Confederación, se preparaba para emprender la acción en un asunto importante. Y lo hizo con tal sabiduría que sentó un precedente, nunca violado desde entonces, que hizo posible el crecimiento pacífico de los Estados Unidos.

Se trataba de las tierras occidentales cedidas por los trece Estados y ahora en manos del Congreso. ¿Qué haría el Congreso con ellas? El 23 de abril de 1784 Jefferson había sugerido el otorgamiento a las tierras occidentales de gobiernos temporales distintos de los de los Estados y que, más adelante, cuando la población hubiese crecido lo suficiente, se formasen nuevos Estados en esas tierras. Hasta hizo un diseño en forma de tablero de Estados para los territorios occidentales y les dio nombres extravagantes. El Congreso recibió la sugestión con simpatía, pero no emprendió ninguna acción concreta.

Pero luego, en 1787, al Congreso se le presentó una ocasión de obtener dinero de las tierras occidentales. Un grupo de especuladores en tierras organizó la «Compañía de Ohio» y quiso comprar la mayor cantidad de tierra posible para luego parcelarla y venderla a colonos. El Congreso estaba dispuesto a vender (era una manera de obtener dinero sin tener que recurrir a los tacaños Estados), pero la Compañía de Ohio quería cierta seguridad para la inversión de su dinero. Quería algún escrito similar a las cartas que los reyes británicos solían conceder a las colonias.

Por ello, el Congreso decidió establecer una base legal para gobernar las tierras occidentales a fin de satisfacer a la Compañía de Ohio. La parte particularmente implicada era la situada al norte del río Ohio, que constituía el sector noroccidental de los Estados Unidos de entonces. Lo que se elaboró, pues, y luego se aprobó, el 13 de julio de 1787, fue la «Ordenanza del Noroeste», que seguía las líneas de la idea de Jefferson.

Un signo de la completa decadencia del gobierno central es que esa acción absolutamente vital se llevase a cabo con sólo dieciocho miembros del Congreso presentes.

La Ordenanza del Noroeste fue elaborada principalmente por dos delegados de Massachusetts: Nathan Deane (nacido en Ipswich, Massachusetts, en 1752) y Rufus King (nacido en Scarboro, Maine, el 24 de marzo de 1755).

Para empezar, la Ordenanza del Noroeste estipulaba que un gobernador y otros funcionarios serían nombrados por el Congreso para que gobernasen el «Territorio del Noroeste» situado al norte del río Ohio y al sur de los Grandes Lagos, al este del río Misisipí y al oeste de Pensilvania. Cuando hubiese suficientes colonos, se crearía una legislatura de dos cámaras.

Segundo, cuando la población llegase a cierto nivel, se formarían nuevos Estados en el territorio; no menos de tres y no más de cinco. (Finalmente, se formaron cinco Estados: Ohio, Indiana, Illinois, Michigan y Wisconsin.)

Tercero, se decidió que los nuevos Estados serían iguales a los antiguos en todo aspecto, y éste es el punto fundamental de la Ordenanza y que merece inscribirse en letras doradas. Si los trece Estados originales hubiesen considerado apropiado establecer una dominación colonial sobre las tierras occidentales y formar Estados de poderes subordinados que hubiesen sido títeres en manos de los «Estados superiores», por así decir, la historia de los Estados Unidos, indudablemente, habría estado señalada por la rebelión y la desintegración.

En cambio, se decidió que un Estado era un Estado, independientemente de su ubicación, de la extensión de su historia o del relato de sus hazañas pasadas. Estados Unidos ha adherido siempre a este principio desde entonces. Las partes no colonizadas de su territorio en expansión fueron organizadas primero como «territorios» y luego como Estados; y una vez que un Estado se formaba, era un Estado en pleno.

Cuarto, las libertades civiles ganadas por la población de los trece Estados como resultado de la Guerra Revolucionaria fueron transferidas al territorio. Estas libertades no eran sólo la recompensa de quienes habían luchado por ellas, sino de todo el que formase parte de la nación.

De hecho, en un aspecto el Congreso fue más allá de lo que habían hecho la mayoría de los Estados, pues la Ordenanza prohibía la esclavitud en el Territorio del Noroeste. Sin duda dos Estados (Massachusetts y New Hampshire, el más septentrional) ya habían puesto fin a la esclavitud dentro de sus límites, pero eran Estados y podían hacer lo que quisieran. Pero en este caso el Congreso actuó para abolir la esclavitud de antemano, arrogándose poderes que supuestamente pertenecían a los Estados.

En un período posterior de la historia americana, cuando el problema de la esclavitud se hizo mucho más serio, indudablemente no se habría permitido esa acción. Pero en esta ocasión fue llevada a cabo, y también sentó un precedente. Mostró que el gobierno central (no meramente algunos Estados particularmente) podía considerar que «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad» proclamados como derechos naturales en la Declaración de la Independencia podían ser concedidas a todas las personas, y no sólo a las de origen europeo.

La convención constitucional

Era imposible predecir por entonces que la Ordenanza del Noroeste tendría tanta importancia. Parecía muy probable, en cambio, que fuese un acto carente de sentido de un gobierno cada vez más carente de sentido, y que los Estados Unidos de América estuviesen a punto de quedar fragmentados en un conjunto anárquico de gobiernos independientes, a menos que se hiciese algo rápidamente.

Pero la nación respondió al desafío. Mientras se aprobaba la Ordenanza del Noroeste, la labor de Madison y Hamilton en la Convención de Annapolis estaba dando sus frutos. Una nueva Convención Constitucional se reunió en Filadelfia con el objetivo de crear un gobierno más eficiente.

Once de los trece Estados completaron el nombramiento de delegados a la Convención durante la primavera de 1787. El décimo segundo Estado, New Hampshire, designó delegados después de que la Convención iniciase sus sesiones, el 25 de mayo de 1787. Pero el décimo tercero, la pequeña Rhode Island, permaneció tercamente apartado. Consciente de su pequeño tamaño, no quería saber nada de una Convención que, pensaba, terminaría estableciendo el principio federal, despojando a los Estados de sus derechos particulares. Suponía que los Estados grandes y populosos dominarían y que Rhode Island sería entonces una diminuta e ignorada mancha de tierra.

Un total de cincuenta y cinco hombres de doce Estados participaron en las deliberaciones, que duraron casi cuatro meses. Eran, en su mayor parte, hombres acaudalados y de posición, de ideas conservadoras. Había acomodados comerciantes y abogados de los Estados septentrionales y propietarios de plantaciones con esclavos de los Estados meridionales.

George Washington fue elegido presidente y, dado que su reputación era casi la de un semidiós por entonces, esto sirvió para dar a la Convención una atmósfera de importancia que no habría tenido de otro modo. Pero Washington no participó en los tumultuosos debates, sino que, sabiamente, consideró que su papel debía ser el de una influencia moderadora que estaba por encima de los partidismos. Benjamin Franklin estuvo presente como parte de la delegación de Pensilvania. Tenía a la sazón ochenta y un años (el delegado más viejo, por quince años) y estaba llevando a cabo el último de sus muchos servicios a su país. Apenas le quedaban tres años de vida.

Alexander Hamilton, por supuesto, representó a Nueva York y, aunque abogaba por un gobierno central fuerte, sorprendentemente tuvo escasa participación en las sesiones. James Madison de Virginia, en cambio, fue el que más duramente trabajó. Entre otras cosas, mantuvo un detallado diario de las sesiones, que se realizaban en secreto. Sólo gracias a este diario, no publicado hasta 1840, tenemos un conocimiento detallado de lo que sucedió en la Convención. Otro delegado de Virginia era George Mason, quien había hecho contribuciones a la constitución estatal liberal de Virginia.

Estaba también Gouverneur Morris de Pensilvania (nacido en la ciudad de Nueva York el 31 de enero de 1752), otro partidario de un gobierno central fuerte. Había trabajado en la constitución del Estado de Nueva York, defendiendo la libertad religiosa y la abolición de la esclavitud. Tuvo éxito en lo primero, pero fracasó en lo segundo. Había estado en el Congreso Continental, donde había apoyado vigorosamente a Washington. En 1779 fue derrotado en la reelección al Congreso y dejo Nueva York para establecerse en Philadelfia.

Durante el período de los Artículos de la Confederacion, Morris trabajó con Robert Morris (con quien no tenia ningún parentesco) en las finanzas de la joven republica. Fue Gouverneur Morris quien primero sugirió una acuñación decimal, que más tarde fue aceptada por la convenclón Constitudonal, Morris hablaba con mayor frecuencia que cualquier otro delegado, atacando a la democracia, pues desconfiaba del pueblo y pensaba que era mas seguro dejar las riendas del gobierno en manos de hombres ricos y de buena familia. Fue Gouvemeur Morris, más que cualquier otro delegado, e responsable de la redacción de la Constitución tal como fue finalmente y es justo afirmar que la fraseología clara y simple del documento contribuyó a hacer de él lo que ha llegado a ser: el esquema escrito de gobierno de mayor éxito en la historia del mundo.

El colega pensilvano de Morris, James Wilson (nacido en Escocia el 14 de septiembre de 1742), había emigrado a América en 1765, cuando arreciaba la controversia sobre la Ley de Timbres, y pronto pasó al bando americano. Había sido uno de los firmantes de la Declaración de la Independencia y, si bien favorecía una autoridad central fuerte, también se preocupaba por los derechos individuales. Entre los que recelaban de un gobierno central demasiado fuerte se contaban Roger Sherman de Connecticut (nacido en Newton Massachusetts, el 19 de abril de 1721) Elbridge Gerry de Massachusetts (nacido en Marblehead, Massachusetts, el 17 de julio de 1744) Ambos fueron firmantes de la Declaración de la Independencia.

Casi inmediatamente, los partidarios de la idea federal empezaron a obtener victorias. Se decidió desde el comienzo, por ejemplo, que se elaboraría una nueva constitución y que no serían usados como base los Artículos de la Confederación. También se decidió conducir los debates en secreto para no despertar las pasiones populares (las cuales, se daba por descontado, serían antifederalistas), que harían imposibles los compromisos, y fue esto lo que hizo tan importante el diario de Madison. Finalmente, se decidió que todo lo que se elaborase en la Convención sería votado por convenciones elegidas por votación popular, no por las legislaturas estatales, que, con seguridad, por su misma naturaleza, serían antifederalistas.

El 29 de mayo de 1787, cuatro días después de que la Convención abriese sus sesiones, Edmund Randolph de Virginia (nacido en Williamsburg, Virginia, el 10 de agosto de 1753) presentó un vasto plan para la reorganización del gobierno, el llamado «plan de Virginia».

El plan de Randolph estaba destinado a tener peso, pues los antecedentes de Randolph eran irrecusables. En 1775, el padre de Randolph, un funcionario real, abandonó las colonias rebeldes y se marchó a Gran Bretaña con la mayor parte de su familia. Pero el joven Edmund se quedó, optando por su país antes que por su familia. Contribuyó a elaborar la constitución de Virginia y, en 1786, fue elegido gobernador del Estado. Como gobernador del más viejo y más grande de los Estados, su voz tenía que ser escuchada.

Randolph propuso formar un Congreso de dos cámaras. La inferior iba a ser elegida por voto popular, con un número de diputados de cada Estado proporcional a la población. La cámara superior (superior porque el mandato de sus miembros era más largo) sería elegida por la inferior entre candidatos propuestos por las legislaturas estatales. El ejecutivo iba a ser elegido por las dos cámaras conjuntamente. Y todo ello iba a constituir un gobierno federal que dominaría a los Estados individuales.

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