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Authors: Marco Polo

Tags: #Aventuras, Histórico

El libro de Marco Polo (12 page)

BOOK: El libro de Marco Polo
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CAPÍTULO 39
De la provincia de Carayam

Después de franquear el río susodicho se penetra inmediatamente en la provincia de Carayam, que comprende siete reinos. Está sometida al dominio del Gran Kan. Reina en ella un hijo de Cublay llamado Esencenir, hombre prudente y esforzado, poderoso y riquísimo que guarda justicia en su reino de manera excelente. Los habitantes de la región son idólatras. Avanzando más allá del río se encuentran en cinco jornadas muchas ciudades y aldeas. En esa región nacen caballos muy buenos. Allí se habla lengua propia, pesada y muy difícil. Después de las cinco jornadas susodichas se avista la ciudad principal del reino llamada Xacii, noble y grande, donde se hacen grandes y muchísimos tratos. Viven en ella cristianos nestorianos, pero pocos; son muchos, en cambio, los que adoran a Mahoma. Se da allí en gran abundancia trigo y arroz, pero no comen pan de trigo porque no es saludable; el pan lo hacen de arroz. Elaboran también de diversas especias una bebida que emborracha con más facilidad que el vino. En lugar de moneda usan porcelanas blancas que encuentran. Se dan ochenta de ellas por un sagio de plata, que tiene el valor de dos venecianos, y ocho sagios de plata equivalen a un sagio de oro. En esta ciudad se obtiene de agua de pozo sal en grandísima cantidad, de la que el rey saca pingües ganancias * * *. En la comarca hay un lago que tiene cien millas de circunferencia en la que se pescan grandes y sabrosísimos peces, que los hombres de la región comen de la siguiente manera: en primer lugar, los desmenuzan, después los ponen muy bien adobados en un condimento de muchos ajos y buenísimas especias y acto seguido los comen como se come entre nosotros la carne cocida.

CAPÍTULO 40
De una región de Carayam en la que hay serpientes

Después de salir de la ciudad de Xacii se avanza durante x jornadas hasta la provincia de Carayam * * *, donde reina Cogatuy, hijo del rey Cublay. Allí se encuentra mucho oro llamado «de payolo», que se extrae de los ríos, pero en otras lagunas y montañas se encuentra oro más grueso que el «de payolo»; se trueca un sagio de este oro por seis de plata. Usan como moneda porcelana, sobre la que se ha dicho arriba, que se trae de la India. Los hombres de la región son idólatras. En esta tierra se encuentran grandísimas serpientes: muchas de ellas tienen diez pasos de longitud y xiv palmos de grosor en cerco. Cada una de estas grandes serpientes tiene junto a la cabeza dos piernas carentes de pies, pero en su lugar tiene una garra a modo de león. Su cabeza es enorme y sus ojos grandísimos, como hogazas. Su boca es de tal tamaño que puede engullir con facilidad a un hombre. Tiene colmillos larguísimos. Y como la serpiente es tan espantable que no hay persona que no tenga miedo de acercarse a ella e incluso la temen los animales salvajes, la manera en que la cazan los cazadores es la siguiente. La serpiente susodicha se guarece de día en cavernas subterráneas a causa del calor, y sale de noche y va buscando en torno animales que devorar; se dirige a las madrigueras donde hacen su cubil leones, osos o animales semejantes, y se come a adultos y crías, ya que ninguna bestia puede aguantar su ataque y su fuerza. Después de haber comido vuelve a su gruta. Hay allí un paso arenoso. Y cuando la serpiente va a reptar por la arena se lanza con gran fuerza en ella; y como es tan pesada y tan gruesa, deja un surco tan grande y tan ancho con su pecho y vientre, que parece que se han arrastrado por el arenal grandes toneles llenos de vino. Los cazadores durante el día hincan aquí y allá debajo de la arena muchas y fuertes estacas, en cuyo extremo están clavadas espadas de acero muy puntiagudas que recubren después de arena para que no las pueda ver la serpiente. Así, cuando pasa de noche, el ofidio se arroja según su costumbre sobre el arenal y, al clavarse en su ímpetu el hierro oculto y agudo, muere en el acto o recibe una herida gravísima. Entonces sobrevienen los cazadores y la rematan, si es que vive todavía; en primer lugar extraen su hiel, que venden a subido precio por su gran valor medicinal, ya que el que sufre la mordedura de un perro rabioso y bebe de ella el precio de un dinero pequeño sana por completo; asimismo, la mujer que se encuentra en los dolores del parto y toma un poco de ella queda fuera de peligro, y el que padece un apostema, si unta el lugar enfermo con ella, se cura perfectamente en pocos días. También se vende la carne de la serpiente, que es de gusto muy sabroso y la comen los hombres con sumo placer. En esta región se crían asimismo muchos y excelentes caballos, que los comerciantes llevan a la India. A todos les quitan dos o tres nudos del hueso de la cola, para que al correr no azoten al jinete con su cola, que menean al galopar de acá para allá, pues esto en un caballo se considera feísimo. Los jinetes de esta tierra usan estribos largos para la silla, como acostumbran entre nosotros los franceses. En la guerra se sirven de corazas de cuero de búfalo; utilizan también escudos, lanzas y ballestas y untan de ponzoña las saetas que disparan. Antes de que Cublay Kan conquistase la provincia, los habitantes de la región cometían esta detestable fechoría; cuando atravesaba sus tierras un hombre extranjero de porte honorable y de buenas costumbres, que les pareciese discreto por su trato y conversación, si se hospedaba en su morada lo mataban de noche, pensando que su prudencia, sus costumbres, su apostura y su alma quedaban en adelante en aquella casa. Por esta razón muchos recibieron allí la muerte; mas el Gran Kan, cuando sometió a su señorío aquel reino y lo domeñó, extirpó de raíz esta impiedad y locura de la tierra.

CAPÍTULO 41
De la provincia de Ardandam

Cuando se avanza desde la provincia de Carayam cinco jornadas, se topa con la provincia de Ardandam, que está sometida al Gran Kan. Su ciudad principal se llama Ursian. En esta comarca se da oro al peso; en efecto, una onza o sagio de oro se trueca por cinco onzas o sagios de plata, pues en aquella región no se encuentra plata en un compás de muchas jornadas; por esta razón acuden allí los comerciantes, que cambian con ellos oro por plata y obtienen grandes ganancias; también pagan con porcelana, que se trae de la India. Se nutren, por lo general, de arroz y de carne. Hacen una bebida excelente de arroz y de especias finas. Los hombres y las mujeres de la región llevan los dientes recubiertos de laminillas de oro finísimas, dispuestas de manera que encajen a la perfección en la dentadura. Todos los hombres son guerreros, dedicándose únicamente a las armas, a la milicia y a la caza de animales y aves, mientras que las mujeres se cuidan por completo de la hacienda y tienen siervos comprados que están a sus órdenes. En esta región existe la costumbre de que, cuando pare la mujer, se levante cuanto antes de la cama y se haga cargo de la administración de la casa, mientras que su marido pasa XL días en el lecho y vela por el recién nacido, a la madre no le resta otra preocupación por el niño que la de darle de mamar; entre tanto, los amigos y parientes visitan al varón en la cama. Dicen que obran así porque la mujer ha sufrido largo tiempo y ha tenido harto trabajo durante el embarazo y el parto, por lo que juzgan conveniente que se desentienda durante XL días del cuidado del hijo; sin embargo, ella le lleva a su marido la comida a la cama. En esta comarca no hay ídolos, sino que cada familia adora a su progenitor ancestral, del que proceden los demás miembros de la familia. Habitan en lugares muy salvajes, donde se alzan enormes montañas y selvas muy grandes. A aquellos montes no se acercan hombres de otras regiones, porque los forasteros no pueden aproximarse allí por la extrema corrupción del aire. Carecen de escritura, pero hacen sustratos con dos pedazos partidos de madera, de los que uno conserva una mitad y el otro la otra; después, cuando se juntan, coinciden en las muescas. En esta provincia y en las otras susodichas, es decir, Caindu y Carayam, no hay médicos, sino que, cuando alguien enferma, llaman a los magos que sirven a los ídolos; los pacientes les exponen sus dolencias y entonces los hechiceros danzan en corro y tocan sus instrumentos y entonan grandes cánticos en honor de sus dioses. Prosigue todo ello hasta que uno de los que bailan cae presa de un demonio. Cesando entonces el baile preguntan al endemoniado, que yace en el suelo, por qué causa está aquél enfermo y qué hay que hacer para su salvación. El diablo responde por boca del poseso diciendo que adoleció porque ofendió a tal o a cual dios. Los magos suplican entonces al dios que, si se apiada, le ofrecerá un sacrificio * * * de su propia sangre. Si el demonio juzga por los síntomas de la enfermedad que la curación es imposible, replica: «Fulano ha cometido tan grave afrenta contra el dios, que ningún sacrificio puede apaciguarlo». Si, por el contrario, considera que puede escapar, dice: «Es preciso que ofrezca tantos carneros de testuz negra a tal dios, y que haga tales rogativas, y que convoque a tantos hechiceros y hechiceras, para que ofrezcan por sus manos el sacrificio y aplaquen así al dios». Entonces los parientes del enfermo cumplen todo lo que el demonio ordenó que se hiciera, inmolan carneros y lanzan al cielo su sangre. A su vez los magos, juntándose con las brujas, encienden grandes fuegos e inciensan toda la casa y hacen sahumerios de lináloe y derraman el caldo de la carne cocida y una parte también de las bebidas hechas con especias. Y de nuevo danzan en corro y cantan en honor de aquel ídolo. Después preguntan otra vez al endemoniado si con todo esto ha quedado satisfecho el dios. Si el diablo ordena que se haga otra cosa, se acata sin dilación su orden. Cuando los ensalmadores saben que le han satisfecho, se sientan a la mesa y comen la carne inmolada con gran regocijo y beben los brebajes consagrados al ídolo en la ceremonia. Acabada la comida tornan a su casa. Si acontece por la providencia divina que sane el doliente, atribuyen su curación al diablo al que han ofrecido los sacrificios. De esta suerte los demonios se mofan de su ceguera.

CAPÍTULO 42
De un gran combate que hubo entre los tártaros y un rey de Mien

A causa del susodicho reino de Carayam y del reino de Uncian hubo un gran combate en la región que acabamos de mencionar. En el año del Señor de MCCLXII el Gran Kan envió a uno de sus príncipes, llamado Noscardin, que era un varón prudente y arrojado; con él iban buenos soldados y fortísimos guerreros. Pero los reyes de Mien y de Bengala, al oír su llegada, se aterrorizaron, recelando que había venido a invadir sus tierras, por lo que, juntando sus fuerzas, reunieron alrededor de lx mil jinetes y peones y unos dos mil elefantes con torretas, en cada una de las cuales iban XII, XV o XVI hombres. El rey de Mien con este ejército llegó cerca de la ciudad de Unciam, donde se encontraba la susodicha hueste de los tártaros, y acampó en la llanura a tres jornadas de Unciam. Nastardin, al recibir esta nueva, sintió temor porque llevaba una pequeña mesnada, pero simuló sin embargo no albergar ningún miedo, ya que tenia consigo a hombres fuertes y esforzados guerreros, y fue a su encuentro a la llanura de Buciam, y allí plantó su real junto a un gran bosque donde crecían árboles enormes, porque sabía que los elefantes no podían entrar de ninguna manera en la foresta. Así, pues, el rey de Mien vino a atacar su ejército, pero los tártaros le salieron audazmente al paso. Cuando los caballos de los tártaros vieron los elefantes con torretas, colocados en primera fila, se espantaron con tal pánico, que sus jinetes no pudieron lograr que se les aproximaran ni con fuerza ni con maña. Entonces desmontaron todos, ataron los corceles a los árboles y tornaron como peones a combatir a los elefantes, y comenzaron a arrojar flechas sin pausa contra ellos. Los hombres que estaban en la llanura con los elefantes peleaban contra ellos, pero los tártaros eran más valientes y aguerridos; por consiguiente, causaron con sus saetas muy crueles heridas a multitud de elefantes, los cuales, por miedo a las flechas, emprendieron la huida y todos, en veloz carrera, se internaron en el bosque próximo, ya que sus conductores no pudieron evitar la entrada. En el bosque se desperdigaron acá y acullá y las ramas quebraron todos los castillos de madera, pues la arboleda era grande y espesa. Percatándose de ello, los tártaros corrieron a los caballos, y montando en ellos y dispersos los elefantes, cargaron contra el ejército del rey, en el que había cundido no pequeño temor al ver deshecha el haz de elefantes. Con todo, el combate fue encarnizado en extremo. Cuando uno y otro ejército agotó las flechas que tenía, todos echaron mano a las espadas, con las que lucharon muy denodadamente, cayendo muchos por ambas partes. Por fin el rey de Mien se dio a la fuga con los suyos; los tártaros, lanzándose en su persecución, mataron a muchos de los que huían. Habiendo dado muerte o puesto en fuga a sus adversarios, regresaron al bosque para capturar los elefantes; pero no hubiesen podido apresar ninguno, de no haberles prestado ayuda unos cautivos de los enemigos, con cuyo concurso cogieron cerca de cc. Desde esta batalla en adelante empezó el Gran Kan a tener elefantes para su ejército, con los que antes no contaban para la guerra. A continuación conquistó el Gran Kan las tierras del rey de Mien y las sometió a su señorío.

CAPÍTULO 43
De una región salvaje de la provincia de Mien

Al salir de la provincia de Carayam se encuentra un desierto inmenso, por el que se desciende sin parar durante dos jornadas y media. No hay allí poblado ninguno, sino una vasta y anchurosa llanura a la que tres días por semana bajan a ferias y mercados muchos habitantes de las grandes cordilleras de aquella región; llevan oro que truecan por plata y dan una onza de oro por cinco onzas de plata; así, pues, muchos mercaderes de aquellas partes acuden con plata. A aquellas montañas asperísimas donde viven ellos por su seguridad no se acerca ningún extranjero, porque son parajes muy fragosos, y por eso los forasteros no saben dónde está su poblado. Después se encuentra la provincia de Mien, que confina con la India al mediodía, a través de la cual se va durante XV jornadas por lugares salvajes y boscosos donde abundan los elefantes, unicornios y otras fieras salvajes sin cuento; y no hay allí ningún poblado.

CAPÍTULO 44
De la ciudad de Mien y el muy hermoso sepulcro de su rey

Al cabo de aquellas XV jornadas se halla la ciudad que se llama Mien, grande y famosa, que es la capital del reino y está sometida al Gran Kan. Sus habitantes tienen lengua propia y son idólatras. En esta ciudad hubo un rey riquísimo que, al morir, mandó que se le hiciera un sepulcro de esta guisa. En todas las esquinas del monumento ordenó que se levantase una torre de mármol de diez pasos de altura, cuyo grosor tenía la proporción que requería la altura, y que en su chapitel era redonda. Una de estas torres estaba recubierta de oro; el grosor del oro medía un dedo de anchura. Sobre la cúspide de la torre había muchas campanas pequeñas de oro que, al soplar el viento, tañían. Otra torre estaba cubierta en la misma manera y forma de plata, también provista de campanillas de plata. Mandó el soberano que se labrase este sepulcro en honor de su alma y para que no pereciese su memoria. Un día se reunieron en la corte del Gran Kan juglares en gran número. El monarca, llamándolos a su presencia, les dijo: «Id con el general que os daré y con el ejército que juntaré a vosotros y conquistad la provincia de Mien». Ellos, ofreciéndose de grado a cumplir la orden del rey, marcharon como les mandó y venciendo la provincia de Mien la sometieron a su dominio. Cuando llegaron al sepulcro de mármol no se atrevieron a derrocarlo sin haber antes requerido el consentimiento del gran rey. Este, al oír que el soberano lo había construido en honor de su alma, ordenó que de ningún modo se violase la tumba; en efecto, es costumbre de los tártaros no saquear lo que pertenece a los difuntos. En esta comarca hay muchos elefantes y también grandes y hermosos bueyes salvajes, ciervos y gamos y animales salvajes de otras y diversas especies en grandísimo número.

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