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Authors: George Pelecanos

Tags: #Policíaco

El jardinero nocturno (34 page)

Estaba bebiendo vodka, pensó.

«No huele. Pero sí. Y también se te acaba notando. Estás en un hotel anodino porque eres un poli de ésos. No tienes amigos, aparte de tus compañeros, y de ellos no estás muy seguro. No tienes familia, ni un hogar. Un piso, puede ser, pero eso no cuenta. Cuando no estás patrullando por tu distrito, estás solo. No tienes adónde ir. Estás perdido.»

—¿Todo bien, señor? —le preguntó un joven con el nombre en una placa del hotel que llevaba en el pecho. Estaba delante de Holiday, con los dedos entrelazados.

—Estoy esperando a un cliente.

—¿Prefiere llamarle a la habitación desde el mostrador?

—No, ya vendrá.

Dunne terminó deprisa la copa, pidió otra y se la quedó mirando fijamente. No se dio la vuelta. Con excepción del camarero, no había intentado hablar con ninguna otra persona.

Desde el otro lado de la sala, Holiday vigilaba.

—¿Dónde está tu primo?—preguntó Chantel Richards.

—Conrad se ha largado —contestó Romeo Brock—. No va a volver.

—¿Por qué?

Romeo se metió los faldones de la camisa dentro del pantalón.

Al volver del trabajo, Chantel se había encontrado a Romeo en el dormitorio al fondo de la casa. Se estaba abrochando la camisa de rayón rojo. Sobre la cómoda estaba la pistola junto con una caja de balas, un paquete de Kool, cerillas y un móvil. Al lado estaban las dos maletas Gucci. La de la derecha contenía cincuenta mil dólares. La de la izquierda, la ropa de Chantel.

—¿Por qué se ha marchado, Romeo?

—Cree que vamos a tener problemas. Y puede que tenga razón.

—¿Qué clase de problemas?

—Pues de los que implican tiros. Pero, oye, que no va a pasar nada.

—Yo no quería nada de esto —declaró Chantel.

—Desde luego que sí. Cuando te largaste conmigo y dejaste al Gordo Tommy, te metiste en esto hasta las trancas. Pero va a ser un buen viaje, y todavía ni hemos empezado. Tú sabes quiénes eran Red y Coco, ¿no?

—No.

—Bueno, es una historia muy larga. Pero seguro que sí has oído hablar de Bonnie y Clyde.

—Sí.

—La mujer se quedó con su hombre, ¿no? Se dieron una buena vida y no aguantaron tonterías de nadie.

—Pero al final murieron, Romeo.

—El caso es cómo vives, no cómo mueres. —Romeo se acercó a ella y le besó los suaves labios—. Nadie puede matarme, encanto. No hasta que tenga una reputación. Mi nombre va a ser muy famoso antes de que me pase nada.

—Tengo miedo.

—No tengas miedo. —Brock se apartó—. Voy a hacer una llamada, y luego me voy a sentar ahí en el salón. Tú cierra la puerta cuando salga y no te preocupes por nada. ¿Lo has entendido?

—Sí, Romeo.

—Ésa es mi chica. Mi propia Coco.

Se guardó en los bolsillos el tabaco, las cerillas y el móvil. Luego cogió el Colt y la munición y salió del dormitorio.

Chantel echó el pestillo y encendió la radio de la mesilla, sintonizada en la KYS. Si lloraba no quería que Romeo la oyera. Se sentó al borde de la cama, entrelazó los dedos y dio vueltas a los pulgares. Miró por la ventana hacia el pequeño jardín bordeado de arces, robles y pinos. Si hubiera podido hacer acopio de valor, había huido hacia el bosque. Pero no encontró el coraje y se quedó allí sentada, frotándose las manos.

Gus Ramone estaba en el Leo's, bebiendo una Beck con el diario sobre la barra. Era muy raro que no volviera a casa con su familia después del trabajo, pero le gustaba aquel local, con su poco convencional clientela. En parte por eso estaba allí. La otra parte era que no le apetecía volver a casa. Sabía que tendría que hablar con Diego, pero no estaba preparado todavía para contarle lo de Asa.

Detrás de él dos hombres hablaban de la canción que sonaba en la jukebox. Se interrumpieron para cantar el estribillo, y cuando terminó reanudaron la conversación.


Closed for the Season
—dijo el primero—. De Brenda Holloway.

—No, es Bettye Swann. Brenda Holloway cantaba aquel tema que hicieron famoso los Blood,
Sweat and Tears
.

—A mí me da igual que cantara para Pacific Gas and Electric. La que está cantando ahora es Brenda.

—Es Bettye Swann. Y si me equivoco le beso el culo a tu perro.

—¿Por qué no me besas el mío?

Ramone dio un trago a la cerveza. Estaba pensando en el diario de Asa.

Ya no había dudas con respecto a su muerte. La última entrada del diario era de aquel mismo día, una auténtica nota de suicidio. No podía cumplir con las expectativas de su padre. Odiaba a su padre y a la vez le quería. Estaba seguro de que era gay de nacimiento y que su orientación no cambiaría jamás. No podía soportar pensar cómo reaccionaría su padre si se enterase. No quería pensar en enfrentarse a sus amigos. Asa ya no podía vivir consigo mismo. Rezaba para que Dios le diera valor para apretar el gatillo cuando llegara el momento. Sabía de un lugar tranquilo para ello. Sabía dónde conseguir una pistola. La muerte sería un alivio.

Los pasajes en los que contaba sus experiencias homosexuales le resultaron perturbadores. Asa había experimentado primero con el sexo por teléfono, y luego, a través de Internet y anuncios en periódicos locales alternativos, había quedado con varios hombres en distintos puntos cerca de su casa. Al final salía con uno, bastante mayor que él, al que sólo identificaba como RoboMan. Asa escribía que el hombre estaba enamorado de él. El propio Asa no hablaba de sus sentimientos, sino más bien del aspecto físico de su relación. Habían practicado sexo anal y oral. No había indicios de violación o coacción. Ramone tenía que suponer que había sido sexo consentido. Consentido pero no legal, dada la edad de Asa.

Ramone abrió el cuaderno en la barra para leer los comentarios pertinentes que había anotado durante sus interrogatorios.

RoboMan.

Robocop, fue lo primero que le vino a la mente. ¿Podía ser Dunne el amante de Asa, el agente de policía que había visto en la escena del crimen? El mismo agente que Holiday había visto pasar por el jardín la noche que descubrió el cuerpo de Asa.

Luego leyó un comentario que había escrito el día anterior.

—«A la defensiva.» —dijo. La canción de Bettye Swan y su sección de vientos apagaron su voz.

Alzó un dedo para llamar la atención del camarero y pidió otra cerveza. Pensaba quedarse en el Leo's y beber despacio. El siguiente paso era la pistola.

35

Raymond Benjamin aparcó detrás del Maxima en Hill Road y esperó a que se acercaran Michael Tate y Ernest Henderson. Había llamado a Henderson para decirle que estaba cerca y que cuando llegara tanto él como Tate tenían que coger las armas y meterse en el coche. Henderson se acercaba con paso firme, listo para el trabajo. Tate, en cambio, parecía un joven a punto de irse de discoteca o asistir a un desfile de moda.

Benjamin había acertado con el hermano mayor de Tate, William, de apodo Dink, cuando ambos estaban metidos del todo en el bisnes. Dink mantuvo el tipo y la boca cerrada en el juicio, y gracias a ello a Benjamin le cayó una condena corta. Alguien había dado el chivatazo, y todo el peso de la ley cayó sobre Dink. Su falta de cooperación añadió otro factor negativo a su sentencia. Benjamin nunca olvidaría lo que Dink había hecho por él. Le mandaba dinero a su madre regularmente y había puesto en nómina a su hermano Mikey, aunque el chico no estaba preparado para aquella clase de trabajo. Utilizaba a Tate sobre todo en el negocio de los coches. Se lo llevaba a las subastas en Jersey y le encargaba dejar los vehículos listos para la entrega. Nunca lo había utilizado para otra cosa.

Tate y Henderson subieron al asiento trasero del S500 de Benjamin. Era un Mercedes inmaculado, amplio, negro y marrón, con dos pantallas de DVD, acabados en madera auténtica y cuero bueno. Benjamin necesitaba un espacio amplio, puesto que era alto y de hombros anchos.

—Contadme —pidió.

—La chica se metió andando por el camino de grava —comenzó Henderson—. Mikey subió entre los árboles, él te puede contar.

—Hay dos casas —explicó Tate—. Una al principio del camino, otra muy al fondo. La chica entró en la última.

—¿Hay alguien en la primera casa?

—Yo no vi a nadie. Tampoco había coches.

—Parece que están todos aparcados aquí-dijo Benjamin.

—Porque el camino no tiene salida. Está cortado.

—El tipo es cauteloso. —Benjamin miraba a Tate por el retrovisor—. ¿Se puede llegar hasta allí entre los árboles?

—Hay árboles a cada lado, hasta la segunda casa. Y detrás también.

—Yo no pienso meterme en el bosque por la noche —declaró Benjamin. No temía a ningún hombre, pero sí le daban miedo las serpientes.

—Podemos esperar —terció Henderson—. Dentro de una hora habrá oscurecido del todo y podremos ir por el camino.

—Tiene que ser ahora —objetó Benjamin—. No quiero quedarme aquí con las armas en el coche. Lleváis la artillería, ¿no?

—Sí, estamos listos. —Henderson se levantó la camisa azul para mostrar la culata de una Beretta de nueve milímetros metida en los tejanos. Tate asintió, pero no vio la necesidad de enseñar su arma.

—Muy bien. —Benjamin seguía mirando a Tate—. Mickey, ve tú, quiero que cubras la parte trasera de la casa.

—Muy bien.

—Si la chica o quien sea sale por detrás, ya sabes lo que hay que hacer.

—No te preocupes, Ray.

—Pues venga. Cuando se acabe todo, echa a correr. Nos reuniremos aquí en los coches.

Benjamin y Henderson se quedaron mirando a Tate, que bajó por Hill Road a paso ligero y se metió entre los árboles.

—No tiene lo que hay que tener —comentó Henderson.

—Pero tú sí.

Henderson se hinchó de orgullo.

—Estoy a tope, Ray. De verdad.

—Esos hijos de puta me la jugaron y le pegaron un tiro a mi sobrino.

—Ya te digo que estoy listo.

—Aguanta ese ánimo diez minutos. Que el chico llegue a su posición. Luego entramos.

Holiday y Cook siguieron a Grady Dunne hasta el distrito en cuanto se marchó del bar del hotel. Esta vez Holiday iba delante. Especularon por radio sobre el punto de destino de Dunne. Se estaba tomando su tiempo en atravesar la ciudad. Había ido hasta Kenilworth Avenue y luego tomó Minnesota hasta Southeast.

—Va a salir de la ciudad —dijo Holiday, cuando Dunne salió de Minnesota Avenue y tomó East Capitol hacia la línea Maryland.

East Capitol se convertía en Central Avenue ya en el cinturón en Prince George's County. Estaban en la frontera entre Seat Pleasant y Capitol Heights. Atravesaron nuevas urbanizaciones, casas viejas, centros comerciales, jóvenes andando por la acera. No era tanto un barrio residencial como una extensión de Southeast D.C.

Holiday aminoró la marcha. Dunne sacó el intermitente y giró a la izquierda en una gasolinera.

—Joder —exclamó Holiday en la radio.

—¿Qué pasa?

—Métase en el carril derecho y sígame hasta el parking de la zona comercial.

Cuando Cook se acercó vio el supermercado de la gasolinera y el Explorer de Dunne, parado ante un surtidor.

—Joder —exclamó Cook, también—. Ahí es donde trabaja Reginald Wilson.

—Dese prisa.

Cook aparcó junto a Holiday, de cara a Central Avenue. Holiday salió del Town Car con los prismáticos en la mano y se metió en el Marquis de Cook. El ex sargento sudaba y tenía los ojos brillantes.

—Lo sabía —dijo.

—Todavía no sabemos nada —objetó Holiday, mirando a Dunne, que echaba gasolina al Ford.

—Wilson está ahí dentro. Su Buick está aparcado al lado del supermercado.

—Vale, está ahí. Eso no significa que los dos tengan ninguna relación. Lo único que sabemos es que Dunne ha parado a echar gasolina.

—Ya, ¿y qué vamos a hacer, nada?

—No. —Holiday dejó los prismáticos en el asiento del coche, junto a Cook—. Úselos, no aparte la vista del supermercado.

—¿Adónde vas?

—A pegarme a Dunne. A inventarme la manera de hablar con él. Tendrá la guardia baja, es el mejor momento.

—¿Y yo me tengo que quedar aquí de brazos cruzados?

—Asegúrese de que Wilson no se va a ningún lado. —Holiday no quería que Cook lo retrasara—. Si sé marcha, sígale.

—¿Seguimos en contacto por radio?

—Si consigo abordar a Dunne voy a apagar el walkie. No quiero que sepa que estoy trabajando con alguien. Ya le informaré cuando termine.

—Muy bien.

Holiday miró a Cook, que tenía la camisa empapada en sudor.

—¿Por qué no se quita la chaqueta, sargento?

—Estoy trabajando, jovencito.

—Bueno, bueno, como quiera.

—¿Doc? —Cook tendió la mano, Holiday se la estrechó—. Gracias.

—No me dé las gracias. —Holiday salió del Marquis y se metió en su Lincoln. Condujo hasta la salida del parking y se quedó esperando.

Dunne había entrado en el supermercado. Unos minutos más tarde salió por la puerta principal hablando por el móvil. Se metió en su Ford y se dirigió a la salida. Holiday aguardó pacientemente y por fin salió tras él por Central Avenue.

Cook apoyó el brazo en la ventana y se llevó los prismáticos a los ojos. Luego se quedó mirando el Buick del parking. Sabía que Holiday no le había dicho la verdad sobre la investigación de Ramone. Lo más seguro era que Ramone hubiera resuelto ya el caso Johnson. Y ahora Holiday andaba siguiendo a Grady Dunne porque le parecía que él, Cook, era un viejo. Demasiado viejo para hacer de policía. Una carga. Pero Cook no pensaba quedarse allí sentado vigilando un coche parado. Reginald Wilson no iba a ir a ninguna parte. Desde luego le faltaba mucho para terminar el turno y volver a su casa. Por eso Cook necesitaba ir a casa de Wilson. Tenía que hacer algo ahora, demostrar a esos jovencitos que todavía no estaba acabado.

Apagó la radio y el móvil. No quería hablar con Holiday ni con nadie más. Ya había tenido tecnología suficiente por un día. Puso en marcha el Marquis y salió del parking.

Holiday seguía a Dunne por Central Avenue, a cuatro coches de distancia. Dunne permaneció en el carril derecho, con el SUV quince kilómetros por encima del límite de velocidad. Seguía hablando por el móvil, concentrado en la conversación. Holiday estaba seguro de que no se daría cuenta de que le seguían hasta que llegara a su punto de destino. Pero ya había decidido que no le permitiría llegar tan lejos.

Aceleró mientras Dunne aminoraba ante un semáforo en rojo. Holiday se puso a su lado, en el carril izquierdo y bajó la ventanilla, dando un breve bocinazo.

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