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Authors: Julio Verne

Tags: #Aventuras,Clásico

El faro del fin del mundo (19 page)

El comandante Lafayate comprendió que era necesario, para garantir la seguridad de los torreros del faro, purgar la isla de los bandidos que la infestaban, y que, después de la muerte de Carcante y de Vargas, eran aún en número de trece, comprendido entre ellos su jefe Kongre.

Dada la extensión de la isla, la persecución sería larga y acaso no se tuvo todo el éxito deseado. ¿Cómo era posible que la tripulación del Santa Fe pudiera dar una batida en regla? Seguramente que Kongre y sus compañeros no cometerían la imprudencia de volver

al cabo San Bartolomé, en previsión de que hubiera sido descubierto el secreto de su retiro; pero disponían del resto de la isla, y tal vez transcurrieran semanas, y aun meses, antes que se capturara a todos los individuos de la banda. Y, sin embargo, el comandante Lafayate estaba en el deber de no abandonar la isla antes de dejar a los torreros al abrigo de toda agresión y de haber asegurado el funcionamiento regular del faro.

Lo que, en verdad, podía precipitar el resultado era la situación en que Kongre y los suyos iban a encontrarse. No les quedaban provisiones ni en la caverna del cabo San Bartolomé ni en la de la bahía de Elgor. El comandante Lafayate, guiado por Vázquez, pudo comprobar que, cuando menos en esta última, no existía ninguna reserva de galleta, salazón ni conservas de ninguna clase. Todo lo que quedaba de víveres había sido transportado a bordo de la goleta, que fue conducida a la caleta por los marineros del «aviso». La, caverna no conservaba más que restos de naufragios, telas, vestidos, utensilios, que también fueron transportados a los almacenes del faro. Aun admitiendo que Kongre fuese durante la noche a registrar su antiguo alojamiento, era seguro que nada había de encontrar provechoso para su subsistencia en la isla. Tampoco debían disponer de armas de caza, dada la cantidad de fusiles y municiones encontrados a bordo de la Carcante. Se verían forzados; por lo tanto, a no alimentarse más que de la pesca, y en tales condiciones no tardarían en rendirse o en morirse de hambre.

Empezaron inmediatamente las pesquisas. Destacamentos de marineros, a las órdenes de un oficial o de un contramaestre, se dirigieron, los unos hacia el interior de la isla y el resto hacia el litoral. El comandante Lafayate se trasladó al cabo San Bartolomé, donde no encontró vestigio alguno de la banda.

Transcurrieron varios días sin descubrir la presencia de ningún pirata, cuando en la mañana del 10 de marzo llegaron al faro siete miserables pescadores extenuados por el hambre. Recibidos a bordo del Santa Fe, donde se les dio alimento, quedaron bajo guardia, en la imposibilidad de huir.

Cuatro días después, el segundo, Riegal, que visitaba la costa meridional en los alrededores del cabo Webster, descubría cinco cadáveres, entre los cuales Vázquez pudo reconocer a dos de los chilenos de la banda. Los restos que se encontraron en sus inmediaciones atestiguaban que habían tratado de alimentarse de pescados y de crustáceos; pero por ninguna parte se descubrían carbones ni cenizas, siendo evidente que no se habían podido procurar lumbre.

En fin, en la tarde del siguiente día, un poco antes de ponerse el sol, un hombre apareció en medio de las rocas que bordean la caleta, a menos de quinientos metros del faro. Estaba casi en el mismo sitio desde donde Vázquez y John Davis habían estado en observación la víspera de la llegada del «aviso». Este hombre era Kongre. Vázquez que se paseaba con los nuevos torreros, le reconoció enseguida y exclamó: —¡allí está! ¡Allí esta! Al oír este grito acudió el comandante Lafayate con su segundo. John Davis y algunos marineros se habían lanzado en su persecución, y todos pudieron ver la silueta de aquel jefe, único superviviente de la banda que mandaba.

¿Qué venía a hacer en aquel lugar? ¿Por qué se mostraba tan sin reserva? ¿Era su intención rendirse?…

No debía forjarse ilusiones sobre la suerte que le esperaba. Sería conducido a Buenos Aires, donde pagaría con su cabeza toda una existencia de robos y de crímenes.

Kongre permanecía inmóvil sobre la roca más elevada, contra la cual rompía el mar dulcemente. Sus miradas recorrían la caleta. Cerca del «aviso» pudo ver aquella goleta que la suerte le había enviado tan oportunamente al cabo San Bartolomé y que un azar contrario se la había arrebatado.

¡Qué de pensamientos debían amontonarse en aquel cerebro! ¡Qué de amarguras!… De no haber llegado el Santa Fe, ya estaría en pleno Pacifico, donde le hubiera sido más fácil sustraerse a todas las persecuciones y asegurar su impunidad.

Se comprende el interés que el comandante Lafayate tenía en apoderarse de Kongre.

Dio sus órdenes, y el segundo, Riegal, seguido de media docena de marineros, se lanzó por la izquierda para flanquear las rocas, a fin de apoderarse del bandido.

Vázquez guiaba este grupo por el camino más corto.

No habían andado cien metros cuando se oyó una detonación, y se vio caer un cuerpo en el vacío y abismarse entre las aguas del mar.

Kongre había sacado un revólver de su cinto y se había disparado un tiro en la cabeza.

El miserable se había hecho justicia, y la marea descendente arrastraba su cadáver hacia alta mar.

Tal fue el desenlace de este drama de la Isla de los Estados.

Inútil es advertir que desde la noche del 3 de marzo, el faro no había dejado de funcionar. Los nuevos torreros fueron puestos al corriente del servicio por el valeroso Vázquez.

Ya no quedaba ni un solo hombre de la banda de piratas. John Davis y Vázquez embarcarían en el «aviso» con rumbo a Buenos Aires; de allí, el primero sería repatriado a Móbile, donde no tardaría en obtener el mando de un barco, al que le hacían acreedor su energía y su valor personal.

Vázquez iría a su pueblo natal a reposar de las rudas pruebas tan resueltamente soportadas… Pero iría solo, sin que sus pobres compañeros le pudieran acompañar.

En la tarde del 18 de marzo, completamente seguro de que ningún riesgo amenazaba ya a los torreros ni al faro, el comandante Lafayate dio la orden de zarpar.

Cuando el «aviso» dejaba la bahía de Elgor, se ocultaba el sol bajo el horizonte, y el Santa Fe se fue alejando sobre la mar ensombrecida, acompañado del haz luminoso que proyectaba de nuevo el Faro del Fin del Mundo.

FIN

JULES VERNE, fue uno de los grandes autores de novela del siglo XIX, destacando por su capacidad de anticipación tecnológica y social que le ha llevado a ser considerado como uno de los padres del género de la ciencia-ficción.

Sus novelas han sido publicadas en todo el mundo, siendo uno de los autores más traducidos de la historia. Títulos tan famosos como
De la Tierra a la Luna
,
Viaje al Centro de la Tierra
,
20000 leguas de viaje submarino
,
Miguel Strogoff
,
Escuela de Robinsones
... hacen de Verne un clásico atemporal de la novela de aventuras, con muchas de sus obras adaptadas al cine y la televisión.

Nacido en una familia adinerada, Verne disfrutó de una buena educación y ya de joven comenzó a escribir narraciones y relatos, sobre todo de viajes y aventuras. Licenciado en Derecho y establecido en París, Verne se dedicó a la literatura pese a no contar con apoyo económico alguno, lo que minó su salud gravemente.

A partir de 1850 comenzó a publicar y trabajar en el teatro gracias a la ayuda de Alejandro Dumas. Sin embargo, es con su viaje de 1859 a Escocia que Verne inicia un nuevo camino gracias a su serie de los Viajes extraordinarios, de los que destaca, además de los ya nombrados, Cinco semanas en globo o La vuelta al mundo en 80 días.

El éxito de las novelas de Verne fue en aumento y con el apoyo de su editor Hetzel, sus ventas fueron en aumento. De todas formas, Verne era un auténtico adicto al trabajo y pasaba días y días escribiendo y revisando textos.

En 1886 Verne fue atacado por su sobrino, quien le causó graves heridas. Después de esto, y de la muerte de su amigo y editor, Verne publicó sus últimas obras con un toque más sombrío que la alegre aventura de sus inicios.

Julio Verne murió en Amiens el 24 de marzo de 1905.

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