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Authors: Joseph Conrad

Tags: #Relato, #Clásico

El corazón de las tinieblas

 

En "El corazón de las tinieblas" un marinero llamado Marlow narra una travesía que realizó años atrás por el río Congo en busca de Kurtz, el jefe de una explotación de marfil, y que a lo largo del relato adquiere un carácter simbólico y ambiguo.

Los dos primeros tercios de la novela narran el viaje de Marlow desde Londres a África y remontando el río Congo, hasta alcanzar la base de recolección de marfil en la que se encuentra un empleado de la empresa belga que lo ha contratado. Ese empleado, Kurtz, ha tenido un enorme éxito en el tráfico de marfil, pero eso le ha granjeado la envidia de otros colegas. Marlow intuye que Kurtz ha roto con todos los límites de la vida social tal y como se conoce en Europa, lo que le repele y atrae al mismo tiempo. En el camino Marlow será testigo de la situación extrema en que viven los colonos europeos y de su brutalidad hacia los nativos africanos; además deberá superar todo tipo de obstáculos hasta alcanzar su destino: retrasos, enfermedades, ataques de indígenas... Cuando finalmente se encuentra con Kurtz, cuya imagen ha ido agrandándose y mitificándose durante el proceso, descubre que se trata de un personaje misterioso, al que los nativos idolatran como si fuera un dios, pero que parece haber caído en una locura bestial. Como legado deja un panfleto en el que detalla cómo civilizar a los nativos, y que incluye una anotación brutal:
"¡Exterminad a todas esas bestias!"
. Marlow y sus compañeros de viaje logran cargar a Kurtz, ya gravemente enfermo, en el pequeño barco de vapor que debe sacarlo de la selva, pero éste muere en el trayecto, pronunciando ante Marlow sus últimas y enigmáticas palabras:
"¡El horror! ¡El horror!"
. El viaje de Marlow al corazón del continente africano se transforma así en un descenso a los infiernos, pero también en una crítica al imperialismo occidental y una investigación acerca de la locura.

"El corazón de las tinieblas" es una de las obras imprescindibles de la literatura inglesa y del canon occidental. Francis Ford Coppola se basó en este breve relato para su película
Apocalypse Now
, que aunque estaba ambientada en la Guerra de Vietnam mantenía el espíritu y la estructura del relato de Conrad.

Joseph Conrad

El corazón de las tinieblas

(Heart of Darkness)

ePUB v1.0

Ockham
28.09.11

Título original:
Heart of Darkness

Autor: Joseph Conrad

Presentación: Malva Flores

Traducción: Sergio Pitol

Edición: 1998 (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México)

ISBN: 9701819136

Publicado inicialmente en

  • 1899 (como serie, por
    Blackwoods's Magazine
    )
  • 1902 (como libro)
Presentación

En 1910, Josef Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski, es decir, Joseph Conrad, retirado de la marina mercante británica dedicaba su tiempo a la escritura no sólo de novelas y cuentos, sino también de prosas críticas y artículos para un periódico londinense. En una de estas colaboraciones, recogida en
Notes on Life and Letters,
Conrad plantea una idea que se filtra como líquido vital y como problema moral en gran parte de sus obras: el hombre enfrentado a la disyuntiva de la eterna elección entre el bien y el mal. Observa el narrador:

Los más de nosotros nos hemos descubierto en un momento u otro cierta disposición a perdernos por el mal camino. ¿Y qué hemos hecho, en nuestro orgullo y cobardía? Echando miradas furtivas y aguardando el momento oscuro hemos enterrado nuestro descubrimiento discretamente, para seguir luego en la misma dirección de antes y en esa senda tan transitada, que no tuvimos el valor de dejar y que ahora, más claramente que nunca, advertimos que no es sino el largo camino que lleva a la tumba.

Esta declaración, extraña en sí misma, parecería señalar cierta proclividad en Conrad hacia el "mal camino", pero una lectura cuidadosa nos permite comprender el sentido profundo de dicha aseveración, la cual convoca la certeza de que toda elección conlleva riesgos, pero que el más severo, mortal para el espíritu antes que para la carne, es soslayar la posibilidad del cambio y la apuesta moral que ello significa.

Hijo de Apollo Korzeniowski, un nacionalista polaco, Conrad nació el año de 1857 en Berdyczew, región ucraniana de Polonia, entonces dominada por el ejército ruso.

Desde finales del siglo XVIII, Polonia se encontraba ocupada por tres potencias que se habían repartido su territorio —Rusia, Prusia y Austria—, y desde entonces la familia de Conrad participó en la lucha por la liberación. Esta participación culminó con la muerte de sus padres, quienes, obligados a cumplir trabajos forzados en Rusia, vivieron siete años en el exilio.

Bajo la custodia de un tío, Conrad pasó la infancia en Kiev, y en Cracovia la adolescencia. Después de viajar por Alemania, Suiza e Italia, abandona su tierra natal, recientemente liberada, y a los 17 años se traslada al sur de Francia donde conoce la que sería la gran pasión de su vida, el mar; asimismo, obtiene su primer trabajo al servicio de la marina mercante francesa, embarcándose en el Mont-Blanc con destino a las Indias.

Sin embargo, su colaboración con el comercio francés fue breve, cuatro años escasos. Agobiado por las deudas, y después de un intento de suicidio, Conrad decide cambiar de aires. En 1878 inicia una carrera de 16 años en la flota de Inglaterra, país cuyo idioma desconocía y del que adopta la nacionalidad en 1886. Diez años después se casará con la inglesa Jessie George.

Durante su servicio marítimo, Conrad viajó a diversos países, tanto asiáticos como africanos, experiencia que posteriormente se reflejaría en su obra. Así, en 1890, contratado por la Sociedad Anónima Belga para el Comercio del Congo, realiza un viaje que por varias razones resulta desastroso: las dificultades padecidas le dejaron secuelas emocionales que a lo largo de toda su vida reaparecen con frecuencia. Cuatro años después, a pesar suyo, abandona el mar y se dedica exclusivamente a la literatura.

Su obra tuvo que esperar algunos años para ser aceptada por el gran público; en contraste, desde la aparición de los primeros títulos de este autor, escritores como Henry James y H. G. Wells vieron en su narrativa la revelación de un gran escritor.

Extranjero de la lengua en que escribió, Conrad es considerado uno de los más importantes exponentes de la literatura inglesa de este siglo. Catalogarlo únicamente como un escritor de novelas de aventuras simplifica el valor de su obra. La aventura en Conrad es distinta a la de los viajes acechados por los peligros de la naturaleza. Otros son, en su caso, el viaje y los peligros. La aventura es diferente porque se trata del enfrentamiento moral del hombre no sólo con el destino, sino con su propio albedrío. Y sin embargo, es una apuesta trágica, llevada al extremo de la representación sin héroes, pues los personajes de Conrad poseen dimensiones contrarias a lo heroico, en los términos arquetípicos de la tragedia y la epopeya clásicas.

Sólo el hombre "capaz de gracia", en palabras del novelista, puede superar favorablemente la línea de sombra que preside su destino, frontera entre el bien y el mal, entre la honra y el deshonor. Los linderos entre la integridad y la cobardía guían la trama de la mayor parte de las narraciones de este autor, siendo
Lord Jim
(1900) el ejemplo más notable.

Sin alcanzar la maestría de esta última,
El corazón de las tinieblas
(1902) es, no obstante, una obra de singulares resonancias. Su acción se desarrolla en el Congo, lugar de recuerdos nada gratos para Conrad. El viejo marinero Marlow sirve al escritor para contar una historia inquietante (ya antes, en
Youth,
1902, y en
Lord Jim,
se había valido de este personaje para dotar de verosimilitud a la narración mediante el "testimonio" de un testigo).

La anécdota es por demás sencilla. Marlow decide hacer realidad un sueño de infancia: navegar por un río en medio de la selva. Después de ciertos contratiempos y gracias a algunas recomendaciones familiares, es nombrado capitán de un barco que, con motivo del tráfico de marfil, debe recorrer el corazón de la jungla. Su misión es encontrar al agente Kurtz, jefe de una estación río arriba, y preparar su regreso a la Estación Central de la Compañía.

A partir de la primera mención a Kurtz y hasta su encuentro, la narración de Marlow (una suerte de monólogo ocasionalmente interrumpido para intensificar el suspenso de la historia) se vuelve cada vez más angustiosa y obsesiva, revelando el verdadero sentido de la obra: el enfrentamiento de Marlow, un hombre "civilizado", ante un ser de extraordinarias cualidades sumido en la locura, producto de su estancia en la selva.

"Con ese hombre no se habla, se le escucha", señala algún adepto del agente; Kurtz "era una voz", dice a su vez Marlow, y esa sentencia pone de manifiesto una certeza: el poder devastador de la palabra, su capacidad para transformar vidas y espíritus. La reflexión sobre la naturaleza moldeable del hombre en circunstancias extremas, surge en Conrad a manera de aviso: "¿Cómo poder imaginar entonces a qué determinada región de los primeros siglos pueden conducir los pies de un hombre libre en el camino de la soledad, de la soledad extrema…?"

Esa región, nombrable sólo mediante la invocación a "los poderes de las tinieblas", forma parte de una crítica que no únicamente involucra al desdichado Kurtz y su insaciable deseo de poder y riqueza, sino que alude también a los horrores de la colonización, en cualquiera de sus formas o épocas. Al igual que Marlow, atestiguamos cómo los conquistadores, en nombre de la civilización, llegan incluso a ser más salvajes e inhumanos que los propios nativos.

No es gratuita la aparición, en reiteradas ocasiones, de la palabra ominoso. Quizá sea la que define mejor las circunstancias y ambiente en que se desarrolla este encuentro. El juego de luces impuesto por Conrad a una historia cuya tensión se mantiene de principio a fin, contribuye de manera decisiva al carácter simbólico del relato: el corazón de las tinieblas es el corazón del hombre.

Malva Flores

I

El Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se inclinó hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y permaneció inmóvil. El flujo de la marea había terminado, casi no soplaba viento y, como había que seguir río abajo, lo único que quedaba por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea.

El estuario del Támesis se prolongaba frente a nosotros como el comienzo de un interminable camino de agua. A lo lejos el cielo y el mar se unían sin ninguna interferencia, y en el espacio luminoso las velas curtidas de los navíos que subían con la marea parecían racimos encendidos de lonas agudamente triangulares, en los que resplandecían las botavaras barnizadas. La bruma que se extendía por las orillas del río se deslizaba hacia el mar y allí se desvanecía suavemente. La oscuridad se cernía sobre Gravesend, y más lejos aún, parecía condensarse en una lúgubre capa que envolvía la ciudad más grande y poderosa del universo.

El director de las compañías era a la vez nuestro capitán y nuestro anfitrión. Nosotros cuatro observábamos con afecto su espalda mientras, de pie en la proa, contemplaba el mar. En todo el río no se veía nada que tuviera la mitad de su aspecto marino. Parecía un piloto, que para un hombre de mar es la personificación de todo aquello en que puede confiar. Era difícil comprender que su oficio no se encontrara allí, en aquel estuario luminoso, sino atrás, en la ciudad cubierta por la niebla.

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