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Authors: Dalai Lama y Howard C. Cutler

Tags: #Ensayo

El arte de la felicidad (30 page)

BOOK: El arte de la felicidad
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»Esto me hace pensar en uno de los maestros tibetanos, Kadampa Potowa, quien dijo que para un meditador que ha alcanzado un cierto grado de estabilidad y realización interior, cada acontecimiento, cada experiencia, es una especie de aprendizaje; es una experiencia de aprendizaje. Creo que esto es muy cierto.

»Desde esta perspectiva, por tanto, hasta cuando se ve expuesta, por ejemplo, a escenas perturbadoras de violencia y sexo en la televisión o en las películas, existe la posibilidad de abordarlas con la conciencia de que causan efectos dañinos y, en lugar de sentirse totalmente abrumada por lo que ve, puede tomar tales escenas como una especie de indicador de la naturaleza nociva de las emociones negativas no controladas.

Pero sacar lecciones de reposiciones de
El equipo A
o
Melrose Place
es una cosa. Como budista practicante, sin embargo, el régimen espiritual del Dalai Lama incluye ciertamente rasgos propios del camino budista. Al describir su práctica cotidiana, por ejemplo, mencionó que incluye meditaciones sobre la naturaleza de la realidad, así como ciertas prácticas de visualización. Aunque en el contexto de este análisis mencionó tales prácticas sólo de pasada, a lo largo de los años he tenido la oportunidad de oírle hablar extensamente del tema, ya que, de hecho, sus charlas y conferencias abarcan algunos de los análisis más complejos que haya escuchado nunca sobre cualquier tema. Sus charlas sobre la naturaleza de la realidad estaban llenas de complicados argumentos y laberínticos análisis filosóficos; sus descripciones de las visualizaciones tántricas eran inconcebiblemente intrincadas y elaboradas, con meditaciones y visualizaciones cuyo objetivo parecía ser construir una especie de atlas holográfico del universo dentro de su propia imaginación. Había dedicado toda una vida al estudio y la práctica de estas meditaciones. Al pensar en esto, y conocedor del monumental alcance de sus esfuerzos, se me ocurrió preguntarle:

—¿Puede describir el beneficio práctico o el impacto que han tenido estas prácticas espirituales sobre su vida cotidiana?

El Dalai Dama guardó silencio durante un rato, antes de contestar serenamente:

—Aunque mi propia experiencia pueda ser escasa, algo que puedo decir con toda seguridad es que tengo la sensación de que, a través de la formación budista, siento que mi mente se ha hecho mucho más serena. Aunque se ha producido gradualmente, quizá incluso centímetro a centímetro —se echó a reír—, creo que ha habido un cambio en mi actitud hacia mí mismo y los demás. A pesar de que resulta difícil señalar las causas exactas de él, creo que está influido por una toma de conciencia; no una plena realización, pero sí un cierto sentimiento de la naturaleza fundamental de la realidad, y también de la consideración de cuestiones como la transitoriedad, el sufrimiento y el valor de la compasión y el altruismo.

»Así, por ejemplo, hasta cuando pensamos en los chinos comunistas que causan daño al pueblo tibetano, mi formación budista me permite experimentar una cierta compasión incluso hacia el torturador, porque comprendo que se ha visto impulsado por fuerzas negativas.

Debido a ello, a mis votos de Bodhisattva
[5]
, y a mis compromisos, aunque una persona cometa atrocidades, no puedo sentir o pensar que, debido a ellas, deba experimentar siempre cosas negativas o no tener momentos de felicidad. El voto de Bodhisattva me ha ayudado a desarrollar esta actitud y me ha sido muy útil, de modo que, naturalmente, le doy un gran valor.

»Eso me recuerda a un antiguo maestro de canto que está en el monasterio Namgyal. Estuvo en las prisiones chinas y en campos de concentración, como prisionero político, durante veinte años. Una vez le pregunté cuál fue la situación más difícil a la que tuvo que enfrentarse en esa época. Sorprendentemente, me contestó que, en esa época, el mayor peligro que corrió fue el de perder la compasión que sentía por los chinos.

»Hay muchas historias similares. Por ejemplo, hace tres días me reuní con un monje que pasó muchos años en las prisiones chinas. Me dijo que tenía veinticuatro años cuando se produjo el levantamiento tibetano de 1959. Se unió a las fuerzas tibetanas en Norbulinga. Fue hecho prisionero por los chinos y enviado a prisión, junto con otros tres hermanos suyos que fueron asesinados en ella. Otros dos hermanos también fueron asesinados. Más tarde, sus padres murieron en un campo de trabajos forzados. Pero me dijo que cuando estuvo en prisión, reflexionó sobre la vida que había llevado hasta entonces y llegó a la conclusión de que, a pesar de haber pasado toda una vida en el monasterio de Drepung, no había sido un buen monje. Pensaba que había sido un monje estúpido. En aquel momento se hizo votos de que, a partir de entonces, estando en prisión, trataría de ser un monje genuinamente bueno. Como resultado de sus prácticas budistas, pudo mantenerse mentalmente muy feliz a pesar de sufrir un gran dolor físico. Incluso cuando lo sometieron a torturas y a fuertes palizas, pudo sobrevivir y seguir sintiéndose feliz al considerar todo como una limpieza de su anterior karma negativo.

»A través de estos ejemplos podemos apreciar realmente el valor de incorporar todas estas prácticas espirituales en nuestra vida cotidiana.

De ese modo, el Dalai Lama añadió el ingrediente final de una vida más feliz: la dimensión espiritual. A través de las enseñanzas del Buda, el Dalai Lama y muchos otros han encontrado unos principios que les permiten soportar y hasta trascender el dolor y el sufrimiento que la vida trae consigo. Y, tal como sugiere el Dalai Lama, cada una de las grandes confesiones religiosas del mundo puede ofrecer las mismas oportunidades de alcanzar una vida más feliz. El poder de la fe, generado a una escala muy amplia por la religión, ilumina las vidas de millones de personas y las ha sostenido en momentos de dificultad. A veces, funciona de forma silenciosa y sutil, otras lo hace a través de experiencias transformadoras. Cada uno de nosotros, en algún momento de nuestras vidas, ha sido testigo del funcionamiento de ese poder en un miembro de nuestra familia, en un amigo o en un conocido. Ocasionalmente, los ejemplos llegan hasta las páginas de los periódicos. Muchos conocen, por ejemplo, el suplicio de Terry Anderson, un hombre corriente que fue secuestrado en una calle de Beirut una mañana de 1985. Le echaron una manta por encima, fue metido a empujones en un coche y durante los siete años siguientes fue retenido como rehén por Hezbollá, una organización islámica radical. Hasta 1991 estuvo encerrado en pequeñas celdas de sótanos húmedos y sucios, con los ojos cubiertos y encadenado durante prolongados períodos de tiempo, soportando palizas regularmente. Cuando fue finalmente liberado, el mundo se fijó en él y encontró a un hombre regocijado por poder regresar junto a su familia y reanudar su vida, pero sorprendentemente libre de amargura y odio hacia sus captores. Al ser interrogado por los periodistas sobre el origen de una fortaleza tan notable, señaló la fe y la oración como los elementos que le ayudaron a soportar su suplicio.

El mundo está lleno de ejemplos similares de cómo la fe religiosa ofrece ayuda en momentos difíciles. Recientes y extensas encuestas parecen confirmar el hecho de que la fe religiosa puede contribuir sustancialmente a llevar una vida más feliz. Las dirigidas por investigadores independientes y por grandes organizaciones de encuestas (como la empresa Gallup) han descubierto que las personas religiosas se sienten felices y satisfechas con su vida en mayor medida que las no religiosas. Los estudios han descubierto que la fe no sólo conlleva sentimientos de bienestar, sino que también parece ayudar a afrontar más serenamente cuestiones como el envejecimiento o la superación de crisis personales y acontecimientos traumáticos. Además, las estadísticas muestran que las familias con fuertes creencias religiosas se ven afectadas por menores índices de delincuencia, alcoholismo, drogadicción y rupturas matrimoniales.

También hay pruebas que indican que la fe puede tener beneficios para la salud, incluso en casos de enfermedades graves. De hecho, hay cientos de estudios científicos y epidemiológicos que han establecido una vinculación entre la fe religiosa, índices menores de mortalidad y mejor salud. Según un estudio, mujeres ancianas con fuertes creencias religiosas pudieron caminar distancias más largas, después de haber sido operadas de la cadera, que las que tenían menos convicciones religiosas; también se sintieron menos deprimidas después de la operación. Un estudio realizado por Ronna Casar Hanis y Mary Amanda Dew en el Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh descubrió que los pacientes trasplantados de corazón con fuertes convicciones religiosas tienen menos dificultades para afrontar regímenes médicos postoperatorios y muestran una mejor salud física y emocional a largo plazo. En otro estudio del doctor Thomas Oxman y sus colegas de la Escuela Médica de Dartmouth, se descubrió que los pacientes mayores de cincuenta y cinco años sometidos a una operación quirúrgica a corazón abierto de la arteria coronaria o de la válvula cardiaca que se habían refugiado en sus creencias religiosas, tenían tres veces más probabilidades de sobrevivir que quienes no lo habían hecho.

A veces, los beneficios de una fuerte fe religiosa son el producto directo de las doctrinas de una religión concreta. Muchos budistas, por ejemplo, soportan el sufrimiento a través de su fe en la doctrina del karma. Gracias a la fe que tienen depositada en un Dios omnisciente y amoroso, un Dios cuyo plan quizá sea oscuro para nosotros pero que, en su sabiduría, terminará por revelarnos su amor, mucha gente puede resistir sus tribulaciones. Con fe en las enseñanzas de la Biblia, pueden reconfortarse con versículos como el de
Romanos
8:28: «En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman, de aquellos que han sido llamados según su voluntad».

Aunque algunas de las compensaciones de la fe se basen en doctrinas de una confesión determinada, la vida espiritual también tiene otras características comunes a todas las religiones. La participación en las actividades de cualquier grupo religioso puede crear una sensación de pertenencia, de lazos comunes, una conexión con los otros participantes. Ofrece una estructura a través de la cual uno puede conectarse y relacionarse con los demás; eso puede proporcionar un sentimiento de pertenencia. Las creencias religiosas muy arraigadas pueden damos un profundo sentido de propósito, aportar significado a la propia vida. Ofrecen esperanza frente a la adversidad, el sufrimiento y la muerte. Ayudan a adoptar una perspectiva amplia, que nos permite salir de nosotros mismos cuando nos sentimos abrumados por los problemas cotidianos.

Aunque estos beneficios potenciales están al alcance de quienes practican una religión establecida, está claro que tener una fe religiosa no garantiza, por sí sola, la felicidad y la paz. Por ejemplo, en el mismo momento en que Terry Anderson se hallaba encadenado en una celda, manifestando los valores más elevados de la fe religiosa, justo fuera de ella se desataban la violencia de masas y el odio mostrando los peores aspectos de la misma. Durante años, distintos grupos musulmanes, cristianos e israelíes mantuvieron una guerra, en parte alimentada por el odio violento entre los bandos, lo que tuvo como consecuencia atrocidades inenarrables cometidas en nombre de la fe. Es una vieja historia que se ha repetido con demasiada frecuencia a lo largo de los tiempos, incluso en el mundo moderno. Debido a este potencial para alimentar la división y el odio, resulta fácil perder la confianza en las religiones. Eso ha llevado a algunas figuras como el Dalai Lama a tratar de difundir los elementos de la vida espiritual que pueden ser aplicados universalmente para aumentar la felicidad, independientemente de la confesión o las creencias religiosas.

Así, con tono de la más completa convicción, el Dalai Lama concluyó su análisis ofreciendo su visión de una verdadera vida espiritual:

—Cuando hablo de adoptar una dimensión espiritual en nuestra vida, he identificado fe con espiritualidad. Cuando se profesa una religión eso está bien. Pero nos podemos arreglar incluso sin creencias religiosas. En algunos casos, nos las arreglamos mejor. Tenemos derecho: si deseamos creer, bien; si no, también. Existe, sin embargo, otro nivel de espiritualidad. Eso es lo que llamo espiritualidad básica: se trata de un conjunto de cualidades, como bondad, amabilidad, compasión, atención con los demás. Tanto si somos creyentes como si no, esta clase de espiritualidad es esencial. Personalmente, considero este segundo nivel de espiritualidad más importante que el primero, porque al margen de lo maravillosa que pueda ser una religión, sólo será aceptada por una parte de la humanidad. Pero, mientras seamos seres humanos, mientras formemos parte de la familia humana, todos necesitamos aquellos valores espirituales. Sin ellos, la existencia humana resulta dura, muy seca: ninguno de nosotros podrá ser una persona feliz, nuestra familia sufrirá y, en último término, toda la sociedad tendrá más problemas. Así pues, queda claro que el cultivo de aquellos valores resulta esencial.

»Al cultivarlos, me parece que necesitamos recordar que de los aproximadamente cinco mil millones de seres humanos que habitamos este planeta, sólo unos mil o dos mil millones somos creyentes. Naturalmente, al referirme a creyentes no incluyo a aquellas personas que dicen simplemente: "Soy cristiano" porque lo eran sus antepasados, pero que no practican su religión. Por tanto, excluyendo a estas personas, creo que quizá haya alrededor de mil millones de personas que practiquen sinceramente su religión. Eso significa que hay cuatro mil millones de personas, la mayoría de la población de esta tierra, que no son creyentes. Tenemos que encontrar una forma de intentar mejorar la vida de ellos, de esos cuatro mil millones de seres que no tienen religión específica; alguna forma de ayudarles a convertirse en seres humanos buenos, en personas morales, sin ninguna religión. En este aspecto creo que la educación es crucial, ya que dar a la gente la idea de que la compasión, la afabilidad, etcétera, son las cualidades humanas básicas no afecta sólo a los miembros de una Iglesia. Creo que antes ya hablamos de la importancia fundamental del calor humano, del afecto y la compasión para la salud física de la gente, para su felicidad y paz mental. Este es por tanto un tema muy práctico y no simple teoría religiosa o especulación filosófica. Se trata de un tema clave. Y creo que constituye la esencia de las enseñanzas religiosas de todas las confesiones. Pero también es esencial para los que prefieren no tener religión. Creo que a esas personas podemos educarlas y convencerlas de que está bien que permanezcan sin religión, pero que hay que ser una persona buena, un ser humano sensible, con sentido de la responsabilidad y del compromiso para lograr un mundo mejor y más feliz.

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