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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El amanecer de una nueva Era (26 page)

—Un pueblo desierto —reflexionó la kender en voz alta—. Suena espeluznante. Por supuesto, no me importa recibir un buen susto de vez en cuando, pero...

23

La calma antes de la tormenta

—He tomado mi decisión, Majere. —El mago conocido como el Hechicero Oscuro hablaba en voz baja, poco más que un susurro. Vestía la misma Túnica Negra con la que Palin lo había visto cuando se conocieron, hacía casi tres décadas. No estaba ajada ni descolorida, y nunca tenía el menor rastro de suciedad. Siempre estaba limpia, y siempre encubría los rasgos de la persona que la vestía. La máscara metálica ocultaba cualquier emoción.

Palin había renunciado a descubrir quién era el mago o si se trataba de un hombre o una mujer. El Hechicero Oscuro había demostrado ser un aliado útil y un competente investigador, y Palin, en todos estos años, no había hecho indagaciones sobre él. Su tío Raistlin había sido muy reservado, y si el Hechicero Oscuro deseaba el anonimato, Palin no pensaba oponerse. Por lo general, los hechiceros eran gente misteriosa que se aislaba escudándose tras sus propias peculiaridades. Por otro lado, Palin estaba normalmente abierto a todo. Andar con secretos no era su estilo.

—No fue una decisión fácil —añadió el Hechicero Oscuro.

—E implica no revelar ninguna información sobre nuestro descubrimiento —adivinó Palin tristemente. Los ojos del mago eran vivaces y brillantes, y sólo tenían un atisbo de arrugas a despecho de su edad. A Usha le gustaba decir que eran arrugas de preocupación, y él estaba de acuerdo con su esposa. Casi siempre estaba preocupado. Su tez estaba bastante morena, ya que tenía por costumbre salir al exterior varias veces al día, aunque sólo fuera para meditar.

—Eres perspicaz, Palin —dijo el Hechicero Oscuro—. Aunque he de admitir que no estaba seguro de mi decisión hasta ayer. Pero tienes razón. Estoy de acuerdo con el Custodio. El secreto tiene que quedar entre nosotros.

—Lo veía venir. Debí imaginar que iba a ocurrir algo así. —Palin se alejó de la larga mesa de ébano, ante la que estaban sentados el Hechicero Oscuro y el Custodio de la Torre.

—Realmente consideré tu postura —dijo el Hechicero Oscuro—. Pero no es el modo de obrar más aconsejable en este momento.

«¿Y cuándo lo será? —se preguntó Palin—, ¿cuando sea demasiado viejo para que me importe o cuando ya dé lo mismo?»

Soltó un profundo suspiro y se quedó mirando por la ventana, la más alta de la Torre de Wayreth. Al menos Ansalon había recuperado la magia a través de la hechicería. Palin estaba enseñando magia en su Escuela de Hechicería, cerca de Solace. Aun así, quería hacer algo más. Confiaba en que él o alguno de los héroes de Goldmoon dieran con alguna fisura en la armadura de los dragones que pusiera fin a toda esta inquietud.

Los hechiceros habían estado inspeccionando mágicamente el feudo de Malys. Había una cumbre en particular que llamaba la atención a Palin. Se encontraba entre Flotsam y Lejanas Encinas, y unas agujas rocosas parecían rodearla como una corona. Ahora la estaba observando y se preguntaba qué tipo de seres estaban dirigiéndose hacia allí. Había contemplado un grupo de goblins ascendiendo por la empinada ladera hacía aproximadamente un mes. Hubiera querido investigar, pero sus compañeros le habían recomendado que fuera precavido.

«Vigila desde lejos», le había dicho el Custodio, y Palin no tuvo más remedio que reconocer que era un sabio consejo.

—En el fondo de tu corazón sabías que no podía tomarse otra decisión —continuó el Hechicero Oscuro, sacando a Palin de su abstracción—. Llevamos casi dos meses estudiando esa zona. La hembra Roja ha transformado la propia configuración del territorio, algo que ni siquiera los dioses habrían hecho. Todos los objetos mágicos que controlamos o que tenemos a nuestro alcance tienen que estar a nuestra disposición, y sólo a la nuestra, por si acaso sufrimos algún ataque tanto por parte de ella como de cualquier otro dragón. Los utilizaremos juiciosamente. No podemos responder del uso que otros les darían.

—Me atendré al voto de este Cónclave —repuso Palin, pero para sus adentros pensaba que era una presunción el que sólo tres hechiceros se arrogaran la decisión sobre algo tan importante.

»
Aunque debéis comprender que, si nosotros hemos descubierto el secreto de destruir objetos mágicos para incrementar el poder de los hechizos, cabe la posibilidad de que otros magos lo descubran —se sintió obligado a añadir.

—Lo dudo mucho, Majere. Los demás no son tan poderosos ni tan versados como nosotros —adujo el Hechicero Oscuro.

—Por desgracia, la mayoría de los jóvenes creen que estudiar magia es un esfuerzo inútil —añadió el Custodio de la Torre—. La nueva orden de hechicería necesitará tiempo para florecer.

No todos los jóvenes eran de esa opinión, reflexionó Palin, pensando en su propio hijo Ulin, aprendiz en la Escuela de Hechicería.

—Puede que no dispongamos de tiempo —dijo, sin dirigirse a nadie en particular.

Había conseguido ver a Malys sólo una vez, cuando realizaba un escrutinio mágico. La había observado mientras volaba silenciosamente sobre los árboles, surgiendo por el oeste. Pero no la había vuelto a ver desde entonces, desde hacía casi dos meses. Su ausencia, su
invisibilidad,
lo tenía preocupado, le ponía de punta el vello de la nuca, lo atraía hacia la bola de cristal, le ocasionaba insomnio, y lo mantenía alejado de su esposa. Últimamente, había estado con Usha muy poco tiempo. ¿Cuánto más seguiría siendo tan comprensiva?

—¿Dónde está la hembra Roja? —preguntó en voz alta.

—Quizá se encuentra en otra parte, apoderándose de otro país —sugirió el Hechicero Oscuro.

—Lo dudo. —Palin se pasó los esbeltos dedos entre el largo y canoso cabello, y bostezó—. Los vaticinios que he realizado apuntan a que Malys sigue en su feudo. ¿Qué se traerá entre manos?

Estaba terriblemente cansado. Se había forzado hasta el límite, exigiéndose más y más, quedándose en vela hasta casi el amanecer, sin apenas dormir, ensimismado en los libros de su tío Raistlin, buscando alguna clave hacia el poder, alguna referencia a algo que pudiera utilizarse contra los dragones, alguna migaja del saber mágico que antes le hubiera pasado por alto. Sus compañeros también solían trabajar muchas horas, pero no siempre, y eran lo bastante sensatos para irse a la cama antes de verse obligados a ejecutar pequeños conjuros con los que evitar dar cabezadas.

—Creo que probablemente sólo siente curiosidad. ¿Por qué matarnos si puede analizarnos, aprender de nosotros? —El Hechicero Oscuro se inclinó hacia adelante con gesto furtivo—. Descubrir nuestros puntos flacos, los defectos de la raza humana. Tal vez nos esté oyendo en este mismo momento.

—Tal vez —repuso Palin—. Deberíamos marcharnos.

—¿E ir adonde, Majere?

—A los Eriales del Septentrión. Goldmoon ha enviado a algunas personas allí para que se reúnan conmigo.

—Ah, sí, ahora me acuerdo —dijo el Custodio—. Tenían que buscarte en Refugio Solitario.

—Tenemos que ir a los Eriales.

—¿Sólo por causa de los aspirantes a héroe de Goldmoon? —La queda voz del Hechicero Oscuro estaba cargada de escepticismo—. ¿Crees de verdad que pueden llevar a cabo algo significativo? ¿Qué pueden hacer ellos que no podamos hacer nosotros? ¿Y de qué modo, tú o cualquiera de nosotros, podemos ayudarlos?

Palin se apartó de la ventana y regresó a su sitio a la cabecera de la larga mesa. Apoyó los codos en el tablero, juntó las manos por las puntas de los dedos, y bajó los ojos. Su rostro con expresión preocupada se reflejaba en la pulida superficie de madera.

—Cada cual contempla el mundo de una manera diferente, amigo mío —contestó por fin Palin—. A lo mejor ven algo que nosotros no vemos, o descubren alguna cosa que se nos ha pasado por alto. Son distintos de nosotros, que nos atrincheramos en una torre mientras examinamos viejos libros enmohecidos y conjeturamos qué harán los dragones a continuación. Además, Goldmoon tiene fe en ellos. Y yo la tengo en ella.

—Entonces, nos trasladaremos allí —decidió el Custodio—, y haremos cuanto esté en nuestras manos para ayudarlos.

—Pero yo no os acompañaré —manifestó el Hechicero Oscuro—. Tal vez tengas razón, Majere, y alguien que no esté atrincherado en una gran torre pueda ver a la hembra Roja. Si, como sospechamos, es efectivamente la más poderosa y peligrosa de todos los dragones señores supremos, alguien tendrá que vigilarla, descubrir sus planes.

—Podría ser arriesgado —advirtió Palin.

—Lo sé.

—¿Te reunirás después con nosotros? —preguntó el Custodio.

—Desde luego. Os buscaré en los Eriales del Septentrión.

—Que tengas suerte —deseó Palin mientras se incorporaba de la mesa y giraba la cabeza a uno y otro lado hasta que sonó un chasquido en su cuello—. Y ahora, si me disculpáis, tengo algo que hacer.

Salió de la habitación y subió otro tramo de escaleras; abrió una pesada puerta de madera y salió al tejado.

Inhaló profundamente y miró en derredor antes de acercarse al borde. El aire estaba cargado, bochornoso. Cerró los ojos y alzó la barbilla hacia el sol, enfocando su energía. Transcurrieron varios segundos, en los que el ritmo de su respiración se hizo más lento; Palin sintió la caricia de una suave brisa en su piel.

—Goldmoon —musitó.

—Hacía mucho que no hablábamos —contestó la imagen proyectada de Goldmoon, que flotaba a unos palmos del mago, al otro lado del parapeto.

A pesar de ser casi transparente, Palin vio su semblante perfecto y sus ojos relucientes. El dorado cabello ondeaba levemente con la suave brisa creada por la magia.

—Partiremos para los Eriales a última hora de la noche para esperar a tus campeones —empezó el mago—. Refugio Solitario está...

—¿Y el mango? —lo interrumpió la imagen.

—Ya está en mi poder —repuso Palin—. Después de que me reúna con tus campeones, los acompañaré a Palanthas. Goldmoon, ¿crees que tu plan funcionará?

—Estos nuevos compañeros tienen madera de héroes —respondió ella—. Están hechos de buen material, como la lanza. Pero no pueden enderezar las cosas en Krynn por sí solos.

—Sin embargo, son un principio... —concluyó Palin.

Entonces la niebla sopló con más fuerza y se llevó la imagen.

* * *

Esa noche, más tarde, Palin dejó los libros de su tío a un lado, regresó a la Escuela, y se encontró con Usha, que estaba volcada en plasmar con pinceles una escena que recordaba de su infancia. Un espeso bosque de robles y pinos estaba cobrando forma, y cerca del árbol más alto había un hombre de increíble atractivo y edad incierta, un irda al que Usha llamaba el Protector. Él la había criado, había cuidado de ella, y la había enviado lejos cuando los otros irdas consideraron que había llegado el momento de que se reuniera con sus semejantes. Si no la hubiera hecho marcharse, Usha habría muerto con todos los irdas en su isla idílica cuando la Gema Gris fue fracturada y Caos escapó.

Usha había estado trabajando con ahínco en el cuadro desde hacía varias semanas y ya estaba casi acabado; era una de sus mejores obras.

—Es precioso —dijo Palin, que se había acercado a su mujer por detrás sin hacer ruido.

—Pero no le hace justicia —dijo ella—. Es por los ojos. La esperanza ardía en ellos. Me miraban risueños cuando hacía alguna niñería. Me reprendían cuando me equivocaba. Y lloraban cuando me marché. Sus ojos me hablaban. Es esa expresividad la que no consigo captar.

—Quizá no habría querido que lo hicieras —sugirió Palin—. Tal vez su significado era sólo para ti, y no para cualquiera que admire su imagen colgada en una pared. Es un cuadro bellísimo. Exquisito.

Usha había empezado a pintar después de que sus hijos se hicieran mayores, después de que Palin empezara a pasar cada vez más tiempo dedicado al estudio de los dragones y las notas de Raistlin. Tenía que hacer algo que la mantuviera ocupada, y ese algo decoraba ahora varias paredes de la Escuela de Hechicería. Había ido mejorando con cada cuadro, desarrollando por sí misma técnicas sutiles para matizar, iluminar y dar profundidad. Había retratos de Ulin y de Linsha, de amigos que Palin y ella habían conocido, de criaturas fantásticas que había visto, de puestas de sol en Solace. Éste era el único cuadro en el que había intentado plasmar a un irda.

—Puede que sea precioso, pero sigo pensando que no le hace justicia. —Se apartó del caballete, removió el pincel dentro de una vasija de agua, lo sacudió, y lo puso con cuidado en un recipiente—. Era un hombre maravilloso.

—Y más por enviarte junto a mí. —Palin la cogió de las manos y la atrajo hacia sí. La besó con suavidad.

—Te he echado de menos —susurró ella—. Hace días que no te veía, encerrado en esa habitación con esos hombres.

—Hemos estado...

—Ya lo sé: los dragones.

—Nos marchamos a los Eriales del Septentrión mañana —anunció el mago, mirándola casi suplicante.

—¿Nos? —Usha suspiró hondo.

—Puede ser peligroso. Cuando hallemos algún modo de combatir a los dragones, nos convertiremos en el blanco de los reptiles.

—Sé sincero y dime si hay algún lugar realmente seguro, Palin Majere. —Usha había fruncido los labios. El mago tenía el gesto ceñudo.

»
Bueno, ¿lo hay o no?

—Algunos sitios son más seguros que otros —respondió Palin, lacónico. Condujo a su esposa hacia la escalera—. Necesito saber que te ocupas de la Escuela, que estás aquí. Sigo teniendo sueños sobre el Azul. Ahora, por fin, voy a su feudo.

—Puede que si ves a Khellendros en carne y hueso dejes de soñar con él —dijo Usha con una risita.

—El Azul es casi tan poderoso como la hembra Roja. —El mago tenía prietos los labios.

Usha lo precedió escaleras arriba.

—A lo mejor podría pintarlo —comentó—. Tengo pintura azul a montones.

Cuando llegaron al rellano, el mago hizo un alto delante de una puerta de roble.

—Te he persuadido para que te quedes, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza.

—Y yo puedo persuadirte para otra cosa —le dijo.

Usha sonrió con coquetería, abrió la puerta, y empujó al mago suavemente hacia el interior del cuarto.

24

Los guantes de Ampolla

Dhamon llegó a la puerta occidental de Palanthas conduciendo a tres yeguas de color pardo, dos de ellas ensilladas. La más grande iba cargada con abultadas alforjas llenas de carne seca, queso y odres de agua.

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