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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El amanecer de una nueva Era (14 page)

BOOK: El amanecer de una nueva Era
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—¿Quieres esta bonita espada, Dhamon? —preguntó el kender—. Te la has ganado, y es demasiado larga para mí.

Dhamon sacudió la cabeza.

—Apuesto a que vale bastante —rezongó Raf por lo bajo.

—Probablemente el valor del pasaje a Schallsea —dijo Ampolla—. ¡Mira, Dhamon se marcha! Vamos.

—¡Espera! ¡Tengo que recoger mis cucharas!

13

El camino a la Escalera de Plata

Nuevo Puerto se alzaba al fondo de una bahía estrecha y alargada del Nuevo Mar. Era una ciudad bulliciosa que había experimentado un notable crecimiento con la llegada de los elfos que abandonaron los bosques de Qualinesti cuando la hembra de Dragón Verde se trasladó allí. No todos los elfos se habían marchado de los bosques ni todos los que partieron habían ido allí, pero los que lo hicieron aumentaron la población de manera espectacular y contribuyeron al rápido desarrollo de la localidad.

La ciudad estaba construida como una rueda. Los sectores residenciales más antiguos formaban el eje, y de él partían calles a manera de radios en las que abundaban las viviendas y los comercios. Los edificios más recientes eran los más alejados del centro de la población, salvo un sector de construcciones antiguas levantadas a lo largo de la costa.

Resultaba fácil distinguir el sector viejo de la ciudad del nuevo. El centro de la población constaba de recios edificios de piedra con techos de bálago. Los postigos y los marcos de las ventanas estaban desgastados y cubiertos de pintura desconchada. Al oeste, los edificios eran más pequeños, de madera, y recién pintados o sin el menor rastro de pintura. Algunos daban la impresión de que los hubieran amontonado, y sus paredes olían a pino recién cortado. En medio había chozas y cobertizos ocupados por personas que todavía no tenían hogares permanentes. La impresión general era la de una ciudad en expansión que progresaba, quizá creciendo demasiado deprisa.

Pero, a despecho de las apariencias, Nuevo Puerto no estaba prosperando. Los mendigos se amontonaban entre los edificios. Los pilludos jugaban en las puertas traseras de tabernas y posadas con la esperanza de conseguir algunas sobras comestibles entre las basuras o recibir de los cocineros la limosna de restos de comidas. Algunos establecimientos se encontraban cerrados o parecían estar desocupados y polvorientos.

Dhamon inició una conversación con un vendedor callejero, quien le explicó que muchos negocios no iban bien, y algunos habían cerrado las puertas porque los gastos de mantenerlos abiertos superaban las ganancias que podrían obtener. La gente gastaba lo imprescindible y ahorraba su dinero, que le haría falta para comprar el pasaje a otras tierras que fueran más seguras en caso de que la hembra Verde decidiera ampliar su territorio, situado al este de la ciudad. Casi todos los residentes estaban intranquilos, aunque lo disimulaban bien con sonrisas y talantes animados.

Los pescadores eran los únicos vecinos realmente felices de la comunidad, según el vendedor. Ahora que la orilla opuesta del Nuevo Mar se había convertido en un pantano debido a los cambios climáticos realizados por la hembra de Dragón Negro, las temperaturas cálidas se habían extendido hacia el oeste, alcanzando esta parte del mar, y la pesca había mejorado de manera considerable. La gente tenía que comer, así que los pescadores estaban haciendo ganancias al haber más bocas que alimentar.

Dhamon se paró en una esquina y compró una manzana a un gnomo. Los kenders hicieron otro tanto, y después dieron media vuelta y se dirigieron a buen paso hacia la zona del puerto.

La salada brisa del mar tenía un aroma intenso y agradable, mezclado con olor a pescado, cangrejos y langostas recién capturados. Dhamon vio a varios hombres pescando con redes y otros aparejos desde un viejo y estrecho muelle que se internaba en la refulgente bahía. Unos cuantos barcos estaban atracados en los muelles principales, donde el agua era más oscura y profunda. Era mediodía, así que la mayor parte de los barcos pesqueros aún estarían fuera durante varias horas más.

El trío no tardó mucho en encontrar un barco que hacía travesías más o menos regulares a la isla de Schallsea. Era un transporte mercante costero llamado
Cazador del Viento.
Construido con madera de álamo y pino, apenas medía quince metros de eslora, y sólo tenía un palo y una vela cuadrada. El capitán era un apuesto hombre de piel oscura y corto cabello negro. Era alto y musculoso, y lucía una limpia camisa amarilla de amplias mangas que se agitaban con la brisa. Sus pantalones de color tostado eran fruncidos e iban sujetos a la rodilla, justo por encima de las botas de piel.

—Así que a Schallsea, ¿eh? —preguntó el capitán mientras caminaba desde el centro de la cubierta y miraba desde la baja batayola a Dhamon. Tenía una voz profunda y melodiosa que resultaba agradable. Sus oscuros ojos se clavaron en los kenders, y el hombre frunció los labios—. Sólo voy cuando hay suficientes pasajeros... y dinero, lo que probablemente ocurrirá a lo largo de mañana o pasado mañana.

Raf mostró la ornamentada espada larga que había llevado arrastrando.

—¿Cubrirá esto nuestros pasajes?

El capitán sonrió a medida que sus ojos examinaban el arma con admiración y se detenían en la empuñadura. Dhamon miró de soslayo el alfanje que colgaba de la cadera derecha del hombre negro. Estaba bien lubricado y tenía un aguzado filo que centelleaba con la luz del sol, pero no era tan valioso como la espada que Raf le había ofrecido. También llevaba varias dagas sujetas en torno a la cintura, y debajo de la camisa y por el borde de las botas asomaban los pomos de más armas cortas.

—Es una espada excelente. ¿Cómo la has conseguido, pequeño? —La que hablaba era una mujer, de tez negra como el capitán, pero con el cabello aún más corto, tanto que casi daba la impresión de que se hubiera afeitado la cabeza. Llevaba un chaleco de satén de color marfileño que casi hacía juego con el de la vela arriada, detrás de la cual había salido. Las polainas marrones se ajustaban a sus largas piernas como un guante, y el fajín de seda verde que ceñía sus caderas ondeaba alegremente con la fuerte brisa.

Dhamon imaginaba que pertenecían a la estirpe de los bárbaros del mar en el lejano noreste, una raza de marineros negros oriundos de las islas vecinas a Copa de Sangre, en el Mar Sangriento.

—Mi tío me la regaló —empezó Raf—. Lleva años en la familia, pero soy demasiado bajo para utilizarla, y estoy cansado de ir arrastrándola de un sitio para otro.

—Servirá para pagar
tu
pasaje —manifestó el capitán.

—El de
todos —
intervino Ampolla.

El hombre negro enarcó una ceja.

—De acuerdo —accedió—. La espada vale lo suficiente para cubrir el precio de los tres pasajes. Volved mañana, antes de mediodía.

—Hoy —insistió Dhamon—. Necesito ir a la isla de Schallsea hoy.

—De todos modos, no llegarás allí en un día, por muy pronto que partamos. Hay unas trescientas millas marinas hasta el puerto principal de la isla. Regresad mañana y veremos si hay pasajeros suficientes para hacer la travesía.

—Tengo un poco de dinero —continuó Dhamon—. Puede que te sea rentable zarpar ahora.

—¿Es que te persiguen? —tanteó el capitán—. ¿Te busca la justicia?

—No, sólo tengo prisa.

—El dinero y la espada —dijo la mujer. Se acercó, silenciosa como un gato, hasta ponerse detrás del capitán—. Con eso quedaría cerrado el trato. Me llamo Shaon. —Alargó una mano esbelta y encallecida hacia Dhamon para ayudarlo a subir a bordo. Su apretón era firme—. Éste es Rig. Está al mando del
Cazador del Viento.
Tenemos otros dos tripulantes, que han ido a comprar provisiones, pero estarán pronto de vuelta. —Giró sobre los talones y se pegó a Rig—. A los hombres no les va a gustar esto —susurró—. Creían que nos quedaríamos en la ciudad por lo menos una noche.

—Te costará cien monedas de acero y la espada —soltó Rig de sopetón.

Dhamon suspiró y empezó a buscar dentro de su mochila. Los ojos de Raf se abrieron de par en par.

—¿Tiene tanto dinero? —susurró el joven kender mientras daba tirones a la túnica de Ampolla.

—Con esa cantidad casi podríamos comprar una embarcación pequeña —intervino la kender, haciendo caso omiso de su curioso compañero—. Cincuenta, y ni una moneda más. Sigue siendo demasiado dinero, pero tenemos prisa. O lo tomas o buscamos otro barco.

Rig rezongó por lo bajo y dirigió una mirada feroz a los dos kenders que estaban subiendo a bordo, pero asintió y extendió una mano.

—¿Conoces la Escalera de Plata? —preguntó Dhamon mientras pagaba las monedas.

El hombre negro hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

—Está en la Ciudadela de la Luz —dijo—. Los peregrinos llevan años visitando el lugar. —Entregó las monedas a Shaon, y después señaló un par de bancos que había casi en el centro de la cubierta.

—Allí es donde tengo que ir, a la Escalera de Plata —añadió Dhamon.

—Eso está más lejos, subiendo por la costa. Te costará más.

—¿Cuánto más? —intervino Raf.

—Veinte monedas.

—Diez —regateó Ampolla, que se puso en jarras y frunció el ceño.

—Hecho. —El hombre negro se echó a reír y se dirigió a proa.

—No le habrías pagado las veinte monedas y las otras cien que antes te había pedido, ¿verdad? —preguntó Ampolla a Dhamon.

El guerrero apretó los labios en una fina línea.

—Es todo el dinero que tengo —admitió—, pero, sí, se lo habría dado.

—Debes aprender a regatear, maese Fierolobo —lo reprendió la kender—. En caso contrario, acabarás sin un céntimo en el bolsillo, y entonces pasarás hambre.

Dhamon y los kenders acababan de sentarse en los viejos bancos cuando dos marineros cargados con barriles de agua y fruta fresca subieron a bordo. Parecieron sorprenderse por la inminente partida del barco, y empezaron a protestar, explicando sus planes para aquella noche. Pero una mirada iracunda y un par de órdenes impartidas en tono seco por parte de Rig cortaron en seco sus quejas y los hicieron dirigirse rápidamente hacia la vela para izarla. En un santiamén, estaban soltando las maromas que mantenían amarrado el
Cazador del Viento,
y el barco empezó a separarse lentamente del muelle.

—¡Aguardad! ¡Esperadme! —gritó una voz, acompañada por el ruido de unos pies corriendo. Dhamon miró por encima de la batayola al posible pasajero—. ¡Rig Mer-Krel, me dijiste que no zarpabais hasta mañana como muy pronto! ¿Se puede saber a qué juegas?

El capitán hizo un gesto a Shaon, que corrió hacia la borda y se estiró con el brazo extendido sobre la borda. Dhamon se fijó en que la ornamentada espada de Raf colgaba ahora de la cadera de la mujer. En un abrir y cerrar de ojos, ayudó a subir a bordo a un jadeante enano de cabello rojizo.

—Lo siento, Jaspe —se disculpó Shaon mientras revolvía los rizos del recién llegado—. Debemos de habernos hecho un lío con las fechas.

—Pues menos mal que os vi izar la vela —refunfuñó el enano, que siguió rezongando al tiempo que rebuscaba en su bolsillo y sacaba de él siete monedas de acero—. Al sitio de siempre, la Ciudadela. Dejadme lo más arriba de la costa que podáis.

Ampolla y Raf abrieron la boca para protestar por la reducida tarifa pagada por el enano, pero una mirada severa de Dhamon los obligó a guardar silencio. Para sus adentros, el guerrero estaba que echaba chispas por haber tenido que pagar mucho más que el enano, pero tuvo el suficiente sentido común de guardarse para sí lo que pensaba. Al menos, iba camino a su cita con el fantasma.

El enano se dirigió al banco opuesto al que ocupaban los tres compañeros y se acomodó en él, justo enfrente de Ampolla. Dhamon pilló a Raf mirando con descaro al recién llegado. A decir verdad, el enano tenía un aspecto algo peculiar y merecía una segunda ojeada. Llevaba el cabello corto, tanto que sólo le rozaba las orejas; también tenía la barba pulcramente recortada, con un estilo muy distinto del habitual en sus congéneres. Dhamon calculó que debía de tener alrededor de los cien años, es decir, en la flor de la vida y en plena forma para alguien de esta raza de corta talla. Vestía una túnica de cuero encima de una camisa de un vivo color azul, y pantalones. No tenía barriga, tan habitual en casi todos los enanos, pero sí la expresión hosca. Al verlos puso mal gesto.

—¿Quién eres? —preguntó Raf.

—Jaspe Fireforge —repuso el enano, que miró ceñudo al kender—. Shaon me ha dicho que también vais a Schallsea.

—A la Escalera de Plata —informó Raf—. Maese Fierolobo cree que tiene que ir allí, y Ampolla y yo lo acompañamos.

Ahora fue Dhamon el que torció el gesto.

El enano estrechó los ojos y ladeó la cabeza. Al encoger los fornidos hombros se abrió un poco el cuello de la túnica de cuero y dejó a la vista una gruesa cadena de oro con un trozo de jaspe.

—Tú vas allí —manifestó el joven kender—. Te oí sin querer cuando se lo decías a la señorita, cuando le pagaste el pasaje. Sólo siete piezas de acero.

—Donde vaya es únicamente de mi incumbencia —replicó el enano. Raf abrió la boca para hacer otra pregunta—. Y cuando voy a alguna parte —se le adelantó Jaspe—, prefiero hacerlo en silencio.

Cruzó los cortos brazos, cerró los ojos, y mantuvo el gesto ceñudo.

El resto de la travesía transcurrió en un incómodo silencio, con los dos kenders a menudo en la proa, donde podían charlar sin molestar al enano.

* * *

La vista de la Ciudadela de la Luz dejó sin habla incluso a los escandalosos kenders. Los rayos del sol se reflejaban en las múltiples y enormes cúpulas cristalinas y deslumbraban si se contemplaba directamente la construcción, pero su belleza atraía las miradas. Los chorros de agua de dos grandes fuentes imitaban las líneas curvas de los resplandecientes edificios y atraían la atención hacia la cúpula central de la Ciudadela. Una figura aguardaba a la entrada.

—Recibe a todos los que vienen aquí para aprender los poderes del corazón —dijo el enano, cuyo humor había mejorado de manera considerable. Se adelantó con gesto anhelante, y los kenders lo siguieron.

Dhamon volvió la vista hacia el mar. Rig había accedido a esperar a poca distancia de la costa hasta última hora de la tarde siguiente a cambio de otras diez monedas de acero. Dijo que mandaría el bote de remos a buscarlos cuando le hicieran la señal. Si se entretenían más tiempo, tendrían que esperar hasta que regresara en el siguiente viaje, la próxima semana, para recogerlos. Dhamon aceptó sus condiciones a regañadientes. No le gustaba la idea de perder de vista el
Cazador del Viento
ni le apetecía quedarse colgado sin transporte a pesar de no tener que ir a ningún sitio en particular.

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