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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Cruzada (77 page)

―Sí, y quemado miles de libros prohibidos, cerrado todas las estaciones oceanográficas y ofrecido recompensas a los que aplicasen con mayor rigor las leyes de Ranthas en sus territorios. Salvo por los oceanógrafos, es lo normal, algo que viene sucediendo una generación tras otra ―afirmó Palatina, pero su voz la delató y comprendimos que en esta ocasión era diferente.

Apreté los puños para evitar que me temblasen las manos. Nadie podría perdonármelo. Lo que le estaba pasando al instituto era culpa mía y sólo mía. Durante dos siglos el Dominio había aislado a los oceanógrafos, persiguiendo a los más notoriamente heréticos, pero, con unas pocas excepciones, como la de Salderis, sin tratarlos peor que al resto de la gente. Algunos habían cooperado incluso en proyectos del Dominio como el
Revelación.

Ahora los oceanógrafos habían sido expulsados de todos los continentes, capturados en sus hogares, arrestados y forzados al exilio.

Sólo por culpa mía.

Ravenna me miró atentamente, pero entonces Palatina volvió a hablar.

―¿Qué les diré?

―No es una cuestión de una nación contra otra, nunca lo fue. Ya no se trata de una mera discusión sobre la fe, sobre el derecho a la libertad de creencias; ha ido más allá e implica nuestro derecho a existir. El Dominio ha mostrado su verdadero rostro, la prueba de que por encima de todo quieren eliminar el derecho que comparte toda la humanidad, un derecho que nunca nadie nos ha otorgado pero del que hemos gozado desde el principio de los tiempos: el derecho a conocer nuestra propia historia, a correr el velo de la ignorancia que nos rodea, buscando verdades de las que conocemos su existencia. El derecho a elevarnos por encima del desconocimiento al que nos habrían condenado, pues, honorables presidentes, ciudadanos de Thetia, el Dominio interpreta que la voluntad de Ranthas es condenarnos a esa ignorancia.

Los ciudadanos de Thetia se contaban por decenas de miles, llenando el Octágono para contemplar a la emperatriz hablando desde los balcones de la Asamblea, atentos en una ciudad iluminada por lámparas y antorchas bajo los azulados arcos de éter que rodeaban el Octágono.

―Llegarán con fuego, no sólo para quemar nuestros cuerpos y almas, sino nuestras mentes y nuestros corazones, para borrar del mundo el saber que hemos adquirido y nuestro deseo de alzarnos por encima de la servidumbre que nos han asignado. Sus llamas no son las que iluminan la noche, las que dan la vida al mundo, sino las llamas tenebrosas de la tiranía y el desprecio. Extenderán sus tentáculos por el mar para obtener nuestra obediencia, afirmando que eso nos salvará, pero ¿cuándo en toda nuestra historia hemos caído tan bajo? Cuando mi antecesor subió al trono, nuestro tesoro parecía agotado, superando todo precedente. Nuestro imperio era poco más que una sombra sobre las aguas, un recuerdo de gloria. Nuestras familias estaban casi arruinadas, nuestra grandeza se había esfumado. Los últimos años han sido duros para nosotros, pero al menos hemos conseguido volver a medrar, a impulsarnos otra vez hacia arriba, hacia donde alguna vez estuvimos, con la esperanza de recrear la Thetia de los tiempos dorados, hace doscientos años; no para retroceder en el tiempo, sino para hacerlo avanzar, para ver el futuro con los mismos ojos que el pasado.

Teniendo en cuenta las novedades, no era preciso que Palatina fuese una oradora excepcional para mantenerlos atentos. Tras conocerse la intención de Lachazzar de borrarnos de la faz de los mares, bastaba con que fuese una thetiana hablándole a thetianos.

―En el futuro, el Dominio nos ninguneará; lo que es más, borrará a toda Aquasilva. Nos hundirá en una edad oscura de ignorancia y superstición, una época anterior a las ciudades y los acueductos, a los jardines, las fuentes y el vino, a las telas y las especias, a todas las cosas que nos hacen parte de la civilización y nos diferencian de los bárbaros que habitan en el barro, a merced de sus médicos brujos y sus chamanes. Ayer, más de un centenar de oceanógrafos y estudiantes llegaron desde los continentes huyendo de las purgas del Dominio. Habitantes de Equatoria, tanethanos y cambresianos vinieron aquí porque no tienen a donde ir. Porque, fuésemos lo que fuéramos antes, nos hemos convertido para ellos en el último refugio. Y no sólo para ellos, sino incluso para aquellos sacerdotes que actuaban de buena fe y seguían la verdadera imagen de su Dios en lugar de la maldad de los fundamentalistas. Ciudadanos, hemos hecho nuestra oferta para la paz y habéis escuchado la respuesta. Habéis escuchado sus intenciones. Sólo nos queda un camino, el peor de todos. Durante doscientos años hemos vivido en paz. Ahora hemos sido amenazados nuevamente por un enemigo ante el cual Tuonetar parece insignificante, un enemigo con recursos en cuatro continentes. ¡Thetia, debemos mantenernos firmes! Y debemos hacerlo porque en caso contrario no quedará esperanza en ningún sitio. Conocéis la alianza de naciones organizada contra nosotros y contra nuestros amigos del Archipiélago. Es una guerra de mucha mayor magnitud de la que hubiésemos temido, pero ahora que se avecina,
tenemos que sobrevivir.
Tenemos que sobrevivir porque nos lo debemos a nosotros mismos, a nuestras familias, a Thetia y al Archipiélago. Pero por encima de todo hemos de sobrevivir para que sobreviva nuestra civilización, para que sigan existiendo el teatro y la poesía, la ópera y la escultura, para que nuestros hijos reciban por educación otra cosa que el dogma de un Dios vengativo. De hecho, para que siga siendo posible que eduquemos a nuestros hijos y no acaben dispersos viviendo vidas de esclavos en algún rincón de un continente olvidado en un mar desconocido. La que se cierne sobre nosotros no es una guerra parecida a ninguna de las que hemos conocido, no combatimos sólo por el territorio o el prestigio como cuando luchamos contra Cambress tres años atrás. No basta con depositar nuestra confianza en la madre de los océanos, con creer que el mar nos defenderá como siempre lo ha hecho.

Se produjo un murmullo de sorpresa frente a la explícita herejía de Palatina, pero lo tapó un grito de aprobación, admitiendo que ella acababa de romper un tabú de varios siglos mencionando a la diosa que todos los thetianos seguían adorando en lo más hondo de sus corazones y en su intenso amor al mar.

―Debemos crear a nuestro alrededor nuestro propio océano, un escudo contra las antorchas y las hogueras. Un océano que proteja a este último bastión de la libertad y el conocimiento contra las tenebrosas llamas que nos rodean. Contra eso combatimos, ciudadanos. Recordad
las llamas tenebrosas.
Recordad que ya no podemos seguir como hasta ahora, que debemos despertar después de muchos años y volver a luchar contra el fuego, extinguir las hogueras y poner fin al despotismo de hombres capaces de destruirlo todo en nombre de un Dios sólo visible a medias. Thetianos, ¿me apoyaréis? ¿Apoyaréis al Archipiélago contra la tormenta de fuego?

Durante un momento reinó el silencio, al que siguió una ovación ensordecedora, un rugido que avanzó desde el corazón de la multitud brotando en cientos de miles de gargantas. La cantidad de personas en aquella plaza duplicaba la población de toda Tandaris y el ruido era impresionante. Situado detrás y a un lado de Palatina, el clamor de la gente me impactó como una ola y vi cómo la emperatriz agradecía seriamente el saludo de la multitud.

―¡AVE PALATINA! ¡AVE PALATINA!

Eso formaba parte de todo lo que yo había rechazado, pero mientras los ciudadanos de Selerian Alastre rugían su aprobación, me invadieron otros recuerdos. Las multitudes de Ilthys y Tandaris, las escenas que habían tenido lugar en Taneth, cientos de miles de personas reunidas para demostrar su devoción religiosa.

Palatina empleaba las armas del Dominio contra él, pues eran las únicas armas de las que disponía. Pero al oír a la gente sentí un escalofrío.

«Estamos repitiendo el camino»

Me pregunté cuántas de aquellas personas, una vez acabado el discurso, comprenderían realmente a qué nos enfrentábamos. Supuse que bastantes. Se trataba de Selerian Alastre, y con sus tradiciones navales, o por eso, los thetianos no eran un pueblo guerrero sino comerciante. Sólo Taneth era comparable, y el gran alcance de Thetia había hecho que el mundo olvidase en qué medida seguía considerándose a sí misma una ciudad estado, en qué medida Selerian Alastre
era
Thetia.

¿Lo sería por mucho tiempo? Teníamos que enfrentarnos al Dominio y eso nos obligaba a hacer sacrificios, que traicionarían todo aquello por lo que Palatina nos pedía que luchásemos.

Nosotros mismos nos precipitaríamos en la noche.

Al fin se dispersó la multitud y también la Asamblea y los almirantes. Palatina permaneció unos instantes conversando con Tanais, rodeada de un círculo de oficiales que parecían ser protegidos del almirante. Unos pocos tenían mi edad, otros rondaban los veinte años (eran los grupos que habían estado en la Academia Naval durante las dos últimas visitas de Tanais).

Cuando concluyó la charla, Tanais permitió que se marchasen algunos oficiales, mientras que otro grupo los acompañó a él y a la emperatriz escalera abajo.

En lo que respecta a los presidentes, algunos bajaron con la emperatriz y otros se alejaron en pequeños grupos, con los líderes de los clanes aliados discutiendo en voz baja. La nueva Asamblea era una extraña mezcla de viejos y jóvenes, pues Orosius y Eshar habían acabado con buena parte de la generación intermedia. Dos de los presidentes aún no habían cumplido los veinticinco años. Otro tenía ochenta y nueve, y ya había sido presidente de clan anteriormente, treinta y cinco años atrás.

Entonces todos se marcharon y sólo dos personas permanecieron junto a mí en el largo y curvado balcón que rodeaba el portentoso edificio de la Asamblea. Los arcos luminosos se habían apagado y apenas quedaba la luz de las lámparas de leños.

―Debéis hacerlo ―dijo Vespasia mientras los tres caminábamos a cierta distancia de las puertas, hacia donde nadie pudiese oírnos―. El
Aeón
sigue allí, esperándonos.

―Eso sólo empeoraría las cosas ―afirmé.

―Acabaría con todo esto antes de que comenzase ―señaló Ravenna―. Tenemos que sacar el
Aeón
de Equatoria, esperar a que haya una tormenta, y la Ciudad Sagrada habrá desaparecido en unas pocas horas. Lachazzar, los primados, casi todos los sacri... el grueso de los líderes.

―El terror sólo genera más terror ―insistí―. Apenas conseguiremos reafirmar su decisión de iniciar la cruzada. Los exarcas que los sucedan tendrán así la excusa para crear rencor contra nosotros. ¿Y qué haremos entonces?, ¿lanzar las tormentas sobre Pharassa y Cambress?

―Cathan, tú mismo lo has admitido; se lo has oído decir a Palatina. ―Noté su esfuerzo por mantener la calma―. Esta guerra nos destruirá a todos. Si pudiésemos acabarla antes de que empiece, sería mucho mejor.

―¿E ignorar la advertencia de Salderis?

―La advertencia de Salderis fue un intento de asustarte y evitar que reclamases el trono. Ya no podemos seguir sentados discutiendo esto. Ni siquiera tenemos tiempo para encontrar a unos pocos patéticos supervivientes de Tuonetar como sugirió Salderis. La gente de Tuonetar ya no existe y no podrá decirnos nada sobre las tormentas o cómo se originaron.

―Quizá ellos no puedan, pero yo sí ―afirmó una voz muy grave.

Había llegado con tanta parsimonia que, enorme como era, nadie oyó sus pasos.

Los tres lo miramos, una figura formidable con su uniforme azul cobalto: Tanais, que había estado a las órdenes de Aetius en la guerra de Tuonetar. El único hombre vivo, por increíble que eso fuera, que había conocido la Aquasilva anterior a las tormentas.

―¿Cómo? ―preguntó Ravenna.

―Porque estuve allí ―aseguró él―. Os lo contaré a vosotros tres por lo que ya sabéis, por lo que habéis conseguido descubrir sin ningún conocimiento de lo que ocurrió en realidad. Pero no podréis revelarlo a nadie. Palatina ya lo sabe, pero nunca deberéis decírselo a ninguna otra persona, sin importar cuánto confiéis en ella.

―¿Por qué no?

―Porque destruiría el imperio ―sentenció Tanais.

Sentí que un molesto escalofrío me recorría la piel y olvidé el calor de la noche. Justo antes de que empezase a hablar, comprendí que ninguno de los otros había imaginado lo que estaba a punto de decir. Ni siquiera Vespasia, aunque habíamos debatido el tema en los muelles de Ilthys. Iba a desvelar la duda más importante sobre las tormentas.

¿Por qué?

¿Por qué habían llevado a cabo en Tuonetar una acción que hubiera acabado con su propia civilización incluso si ganaban la guerra?

Ahora conocía la respuesta.

Ellos no.

―Los ojos del Cielo no sólo ven el tiempo ―explicó Tanais―, sino que de algún modo influyen en él. No sé nada sobre los detalles técnicos y ninguno de nosotros los conoció jamás. Eso escapa a nuestra capacidad de comprensión, pero no a nuestra capacidad de utilizarlos.

Me pregunté si Tanais habría relacionado alguna vez el sistema climático con aquellas estrellas veloces y extrañas, pero no me pareció probable. Esas cosas no le interesaban.

―Los relatos que habéis leído en la
Historia
de Carausius son falsos. No encontramos el
Aeón
flotando en mar abierto, se lo quitamos a los habitantes de Tuonetar mientras invadíamos sus instalaciones detrás de Mons Ferranis (aunque la ciudad no existía todavía por entonces). El
Aeón
era un buque insignia, mucho más antiguo y sofisticado que el resto de las naves, hasta el punto que ni siquiera ellos lo comprendían por completo. Nunca llegamos a eliminar a los tripulantes de Tuonetar que había en el
Aeón.
Sencillamente negociamos con el buque en sí. Así es, el
Aeón
posee cierto tipo de inteligencia propia, para gobernarse a sí mismo y para mantener en funcionamiento todos sus complejos sistemas de forma indefinida.

Su historia se volvía cada vez más increíble, y me horrorizaba pues sabía a qué apuntaba. Y sabía que estaba diciendo la verdad.

―Durante aquellos años lo utilizamos como transporte, toda una ciudad bajo el océano, pero nunca conseguimos controlarlo totalmente. No comprendimos lo que representaban los ojos del Cielo hasta que pudimos comunicarnos con ellos y a la vez modificar el modo en que funcionaban. En aquel momento estábamos perdiendo la guerra sin remedio. El pueblo de Tuonetar estaba por entonces mucho más desarrollado que nosotros, y su tecnología iba incluso por delante de la que hoy hemos alcanzado, aunque ya no tanto. Pero en aquel momento no teníamos medios para hacerle frente. No hubo magia involucrada: sólo el intelecto de Carausius y nuestra ayuda, la de Aetius, Cidelis y yo. El único que llegó a enterarse fue Tiberius, y nunca lo reveló. Como comprendíamos muy poco, pensamos que debíamos hacer mucho daño y estropeamos los ojos del Cielo. Siguen viendo, pero nada más. Y fuera cual fuese el control que ejercían dejaron de hacerlo, liberando el tiempo climático a su propio arbitrio.

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