Read Conjuro de dragones Online

Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

Conjuro de dragones (6 page)

Nubes de insectos se reunían y bailoteaban sobre oscuros lodazales malolientes. De las aguas surgían las figuras reptantes de serpientes, pequeñas al principio, pero que crecían a medida que se arrastraban lejos del lodazal. Garcetas, zarapitos y garzas volaban a ras de la superficie, más grandes y hermosos de lo que Feril había esperado. Ranas grillo y tortugas de cenagal se reunían en la orilla, para alimentarse de los insectos y seguir creciendo. La magia del dragón hembra, que era la magia del territorio, los mejoraba, los alimentaba, los adoptaba. Adoptaba a Feril. El pantano la envolvía como los brazos de una madre consolarían a un niño pequeño.

—El pantano podría ser mi hogar —se escuchó susurrar—. El hermoso pantano..., el pantano. —Le costaba articular las palabras—. Sólo durante un tiempo. —Respirar era más difícil. Tenía el pecho tenso y sus sentidos se embotaban. No le importó; empezaba a fundirse con el lugar.

—¡Feril! —La palabra se inmiscuyó en su mundo perfecto—. ¡Feril!

Groller asestaba frenéticos zarpazos a la serpiente, que había descendido del árbol para arrollarse alrededor de la kalanesti. El semiogro se maldijo por ser sordo y no haber oído lo que sucedía, por no haber estado más alerta, por pensar que a la elfa no le sucedía nada. Se había alejado, siguiendo unas huellas de ciervo, y fue
Furia
quien, mordisqueándole los talones, le advirtió de lo que le sucedía a Feril.

La elfa no se resistía a la serpiente. En lugar de ello yacía en el suelo, inerte bajo el apretón cada vez más fuerte del reptil. La cola del animal estaba arrollada en la garganta de la joven, y las enormes manos de Groller tiraron de un anillo tan grueso que apenas si podía rodearlo por completo con los dedos. Pero la serpiente era un músculo gigantesco, más fuerte que el frenético semiogro y decidida a aplastar a la elfa.

Furia
gruñía y ladraba sin parar, hundiendo los dientes en la carne del reptil; pero éste era tan grande que el lobo no conseguía producirle heridas de importancia.

Groller sacó la cabilla del cinturón y empezó a golpear a la serpiente, lo más cerca posible de la cabeza de la criatura, donde
Furia
continuaba con su ataque. La serpiente alzó la cabeza y mostró una hilera de dientes óseos. Groller levantó la cabilla y la dejó caer con fuerza entre los ojos del reptil, y luego siguió golpeando una y otra vez, sin prestar atención a los siseos de su adversario, a los gruñidos del lobo, incapaz de oír cómo el cráneo de la boa se partía.

El brazo del semiogro subía y bajaba, golpeando a la criatura hasta mucho después de muerta. Agotado, Groller soltó la cabilla y cayó de rodillas; luego empezó a liberar a Feril al tiempo que rezaba:

—Feril, pon bien. Por fa... vor. —Las palabras eran nasales y farfulladas—. Feril, vive.

Los ojos de la muchacha se abrieron con un parpadeo. Groller la levantó del suelo sin el menor esfuerzo y se la llevó lejos de la serpiente muerta.

—Feril, pon bien —siguió repitiendo el semiogro—. Feril, pon bien.

Ella fijó los ojos en el rostro de Groller, en su ceño fruncido, y, sacudiendo la cabeza para despejarla, devolvió sus pensamientos a un mundo del que Goldmoon y Shaon estaban ausentes, un mundo que había corrompido a Dhamon Fierolobo. Bajó la barbilla hacia el pecho y señaló el suelo.

—Estoy bien, Groller —dijo, a pesar de saber que él no podía oírla.

El semiogro la soltó, pero la sostuvo por los brazos hasta estar seguro de que podía tenerse en pie.
Furia
se restregó contra su pierna con el húmedo hocico, y de algún modo le transmitió nuevas fuerzas. Feril volvió a levantar la vista y, al encontrarse con la mirada preocupada de Groller, se llevó el pulgar al pecho y extendió los dedos todo lo que pudo; los agitó y sonrió. Era el signo para indicar que todo iba bien. Pero ella no se sentía bien. El pecho le ardía, las costillas le dolían, y la sensación de dicha que había encontrado en ese lugar había desaparecido.

Groller señaló el abultado saco que descansaba cerca del cadáver de la serpiente.

—Ten... go cena —dijo—. Car... ne. Fruta. Ser... piente. No más caza hoy. No más char...la con ser... pientes.

* * *

En un principio Jaspe se sintió desilusionado con la comida, pero descubrió que la fruta le gustaba y que la inmensa boa era más sabrosa que el lagarto. Tras devorar lo suficiente para llenar su estómago, se recostó en un tronco para contemplar la puesta de sol, y escuchó el relato de Feril sobre la ciénaga, sobre cómo la había visto nacer.

El ambiente se llenó con las preguntas de Rig, el lenguaje por señas de Groller imitando el combate con la serpiente, y las respuestas de Feril sobre lo que le había sucedido. Fiona se dedicó a conservar la piel de la serpiente, que podía convertirse en cinturones de primera calidad.

El enano introdujo la mano en el interior del saco de piel y dejó que toda la barahúnda de sonidos retrocediera a un segundo plano. Sus dedos apartaron a un lado la hebilla de cinturón de marfil que Rig había hallado en el barro y se cerraron sobre el mango del cetro. Lo sacó a la cada vez más débil luz y admiró las joyas que salpicaban la esfera en forma de mazo. Sintió un hormigueo en los dedos.

4

Pensamientos robados

—El Puño de E'li —musitó Usha.

La mujer paseaba arriba y abajo del vestíbulo, pasando junto a la puerta cerrada que conducía al estudio de los hechiceros. Con un profundo suspiro se detuvo finalmente ante un cuadro, uno con un sauce blanco que había terminado hacía casi dos décadas. Palin estaba sentado bajo el árbol, con un Ulin muy joven entre las rodillas. Los dedos de Usha recorrieron los gruesos remolinos de pintura del tronco y descendieron para acariciar el rostro de Palin; luego se elevaron para rozar las hojas colgantes que lo resguardaban.

Existían árboles como ése en la isla de los irdas, y más aún en el bosque qualinesti, aunque aquellos sauces blancos eran mucho más grandes. Los había visto durante su estancia con los elfos, cuando Palin, Feril y Jaspe habían ido en busca del Puño. ¿Se encontraban ahora Feril y Jaspe en un lugar parecido, un bosque cubierto de vegetación corrompido por un dragón?

Cerró los ojos e intentó, una vez más, recordar. Los qualinestis. El bosque. El Puño de E'li.

Recordar.

Usha contempló cómo Palin partía, cómo el bosque lo engullía a él, a la kalanesti y al enano; la vegetación llenó su campo visual y la hizo sentir repentinamente vacía y aislada, atemorizada en cierto modo. Durante unos instantes todo lo que escuchó fue su propia respiración inquieta. Sintió en los oídos el tamborilear del corazón, y oyó el suave rumor de las hojas agitadas por la brisa.

Entonces los pájaros de los altos sauces reanudaron sus cantos, y el murmullo de ardillas listadas y ardillas corrientes llegó hasta ella. Se recostó contra el grueso tronco de un nogal y se dejó invadir por los innumerables sonidos del bosque tropical, mientras intentaba relajarse. Si las circunstancias hubieran sido diferentes, o si su esposo hubiera estado con ella, podría haber disfrutado de lo que la rodeaba o como mínimo lo habría apreciado y aceptado. Pero, tal y como estaban las cosas, no podía evitar sentirse incómoda, una intrusa desconfiada en los bosques elfos; no podía evitar sobresaltarse interiormente cada vez que escuchaba el chasquido de una rama.

Usha aspiró con fuerza, haciendo acopio de valor, y se regañó a sí misma por sentirse nerviosa. Elevó una silenciosa plegaria a los dioses ausentes para que su esposo tuviera éxito y regresara a su lado sano y salvo, y oró también para que encontrara el antiguo cetro, para que también ella estuviera a salvo, y los elfos comprendieran que ella y Palin eran quienes decían ser.

Usha no se sentía tan segura de sí misma como había aparentado al ofrecerse para quedarse allí. No estaba segura de que Palin encontrara lo que buscaba durante el breve espacio de tiempo de unas pocas semanas que le habían concedido los elfos; ni tampoco estaba muy segura de que el cetro existiera. Al fin y al cabo, podría tratarse tan sólo de un producto de la imaginación de un anciano senil.

Pero sí había algo de lo que estaba segura: no estaba sola. Los elfos que los habían detenido a ella y a Palin, y que no creían que ellos fueran realmente los Majere, seguían estando cerca.

A pesar de que sus capturadores habían abandonado el claro al marcharse Palin, seguía sintiendo sus ojos fijos en ella, y un curioso hormigueo por todo el cuerpo le decía que estaban vigilándola. Usha imaginó a los once arqueros con sus flechas apuntando hacia ella, e intentó parecer serena e indiferente, decidida a no darles la satisfacción de saber que la habían acobardado. Aplacó el temblor de sus dedos, clavó la mirada al frente, y ni pestañeó cuando de improviso escuchó una voz a su espalda.

—Usha... —El nombre sonó como una breve ráfaga de aire. Era la voz de la elfa, la cabecilla del grupo elfo—. Dices llamarte Usha Majere. —El tono era sarcástico y parecía un insulto—. La auténtica Usha Majere no violaría nuestros bosques. —La elfa penetró sin hacer ruido en el claro, pasando junto a la mujer, y los matorrales se agitaron ligeramente ante las dos, insinuando la presencia de los once arqueros.

—¿Quién eres? —inquirió Usha.

—Tu anfitriona.

—¿Cómo te llamas?

—Los nombres otorgan una leve sensación de poder, «Usha Majere». No te concederé poder sobre mí. Crea un nombre para mí, si crees que necesitas uno. Al parecer, los humanos necesitan poner etiquetas a todo y a todos.

—En ese caso me limitaré a no llamarte —repuso ella con un suspiro—. Simplemente te consideraré mi anfitriona, como deseas, nada más. No habrá intimidad, ningún indicio de amistad. Eso, supongo, también es una demostración de poder.

—Eres valiente, «Usha Majere», quienquiera que realmente seas. —La elfa esbozó una sonrisa—. Eso te lo concedo. Te enfrentas a mí. Te quedaste atrás mientras tu querido «esposo» se encamina a su perdición. Pero también eres estúpida, humana, pues existen muchas probabilidades de que jamás regrese, y entonces me veré obligada a decidir qué hacer contigo. No puedes quedarte con nosotros. De modo que ¿qué tendré que hacer contigo? ¿Dejar que caigas en manos del dragón, quizá?

—Palin tendrá éxito, y regresará. —Usha siguió mirando al frente—. Es quien afirma ser, igual que yo soy quien digo ser. Palin Majere encontrará el cetro.

—El Puño de E'li —respondió la elfa—. Si no es Palin Majere, y tiene éxito, le arrebataremos el Puño.

«Así que por eso lo dejasteis marchar —se dijo Usha—, para que os consiguiera el Puño.»

—Es Palin —repitió en voz alta—. Y lo conseguirá.

Entonces, justo enfrente, cerca de un espigado helecho de anchas hojas, Usha distinguió parte de una cara, una oreja puntiaguda que describía una suave curva. Después de todo los elfos no eran tan invisibles, pensó con aire satisfecho; pero luego frunció los labios. Los ojos del arquero se habían encontrado con los suyos. Tal vez deseaba ser visto, como una especie de amenaza implícita.

—¿Lo conseguirá? —repitió como un loro la elfa—. Difícilmente. —Avanzó unos pasos dejando atrás a Usha y luego giró para mirarla al rostro; los ojos verdes taladraron los dorados ojos de la mujer—. Docenas de mis hombres han averiguado lo insensato que es acercarse a la vieja torre donde se encuentra el cetro. ¿Cómo podrían tres... un enano, una kalanesti y un humano... triunfar donde docenas de otros han fracasado?

—Palin es...

—¿Qué? ¿Diferente? ¿Poderoso? Si realmente es Palin, es el hechicero más poderoso de Krynn, según se dice. Pero Palin Majere no iría acompañado de un puñado de desharrapados, creo yo, y no exploraría estos bosques. De modo que ¿quién es en realidad? ¿Y quién eres tú? —Los ojos de la elfa siguieron inmóviles, hipnotizadores, sarcásticos. Usha no conseguía apartar la mirada.

—¡Es realmente Palin! Es el hechicero más poderoso de Krynn, tal y como cuentan las historias.

—¿Así que tu Palin tiene poderes mágicos? Y yo tampoco carezco de magia propia, «Usha Majere». Mi magia me dirá quién eres en realidad y qué quieren realmente tus amigos de este bosque. Tu mente revelará la verdad.

Usha percibió una sensación, un tirón persistente que su mente captó. Sacudió la cabeza, en un intento de eliminar la sensación, pero en lugar de ello el tirón aumentó de intensidad; un hormigueo se apoderó de sus extremidades, y sintió unas fuertes punzadas en la cabeza. Aun así, sus ojos siguieron abiertos y fijos en los de la elfa, como si un rayo de energía discurriera entre ellos.

—Dime, «Usha Majere» —dijo la elfa con una risita ahogada—. Si eres quien dices ser, háblame del Abismo donde Palin combatió a Caos. Tú conocerás la auténtica historia. La auténtica Usha estuvo allí.

Usha ladeó la cabeza y sintió cómo el tirón aumentaba de intensidad.

—Estábamos en el Abismo, Palin y yo. Allí había dragones. Caos. —El hormigueo de las piernas se transformó en un dolor desagradable y tuvo una visión de la caverna del Abismo, en la que revivió el calor y olió la muerte—. La guerra...

—Sólo una parte de la guerra, humana. El Abismo fue sólo una parte de ella. Por todo Ansalon los elfos lucharon y murieron en la guerra. Igual que hicieron kenders, enanos y otros muchos. Murieron dragones, Dragones del Mal desde luego, pero también Dragones del Bien. Más Dragones del Bien que del Mal, dijeron. Más seres buenos que malvados tomaron parte en la batalla; pero ninguno de los dragones o caballeros que combatieron en el Abismo sobrevivió. —La elfa hizo una pausa—. Ni siquiera se lo ha visto a Raistlin Majere desde la batalla del Abismo —dijo por fin—. Nadie sobrevivió a ese combate, según dicen, excepto Usha y Palin Majere.

—Hubo muchas muertes en el Abismo por culpa de Caos. Era inmenso, un gigante que apartaba a manotazos a los dragones y pisoteaba ejércitos.

—¿El llamado Padre de Todo y de Nada? —La voz de la elfa era más dulce, con un atisbo de compasión ahora—. Pero ¿por qué no perecisteis en el Abismo, Usha?

—No sé por qué se nos indultó, por qué viví. Esperaba morir. No sé cómo escapamos. La muerte, los dragones... No sé...

—La guerra de Caos trastornó el equilibrio de poder en todo Ansalon. Los señores supremos dragones que controlan ahora nuestro mundo no se habrían vuelto tan poderosos, creo, si los Dragones del Bien que combatieron en el Abismo hubieran vivido, si al menos algunos hubieran vivido, para enfrentarse a ellos. Tal vez la Purga de Dragones no habría tenido lugar y la Muerte Verde no lo abarcaría todo de este modo. Había Dragones de Bronce en este bosque, y también Dragones de Cobre, pero lucharon en la guerra y murieron. Y, sin ellos protegiendo el bosque, no había nada que pudiera detener a Beryl.

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