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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

Buenos Aires es leyenda

 

Todas las ciudades del mundo producen sus historias, a veces no del todo verificables, aquellas que les otorgarán sus cualidades míticas. En el caso de Buenos Aires, grande y misteriosa por excelencia, en la que se cruza permanentemente lo autóctono con lo cosmopolita, son los barrios los que le proporcionan sus rasgos más identificables, con características y matices particulares.

Guillermo Barrantes y Víctor Coviello recorrieron la ciudad en busca de las leyendas más resonantes de los barrios porteños, desde las más populares hasta las más misteriosas o excéntricas. Para la investigación de cada una recurrieron a testimonios personales, archivos históricos, documentos policiales que les permitieron rastrear su origen y lograr una constatación lo más objetiva posible. Los mitos aquí reunidos ya circulan por la ciudad y nos sorprenden: el del hombre asesinado en un restaurante chino del barrio de Belgrano; el del mismo Carlos Gardel,
el Zorzal Criollo
, en el Abasto; el del enano vampiro del Bajo Flores; el del hombre sin párpados, en Coghlan; el del falso médico de Barrio Norte o el del que alimentó la extraña naturaleza de Felipa, la cautivante gata que vive en la Casa Rosada, quien para muchos es «algo más que un simple gato».

Sin duda estas leyendas son parte de la historia subterránea de la ciudad y enriquecen su identidad, al profundizar en la diversidad que cada barrio ofrece. De eso trata este libro: de los mitos urbanos que se esconden en cada rincón de Buenos Aires, de esos relatos increíbles que se mueven entre los porteños.

Guillermo Barrantes - Víctor Coviello

Buenos Aires es leyenda

Mitos urbanos de una ciudad misteriosa

ePUB v1.0

pigpen
02.08.12

Título original:
Buenos Aires es leyenda

© 2004, Guillermo Barrantes y Víctor Coviello

Diseño/retoque portada: Lucía Cornejo

Editor original: pigpen (v1.0)

ePub base v2.0

A María Eugenia,

a Romina,

todo.

El mito del prólogo

«A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: la juzgo tan eterna como el agua y el aire».

Fundación mitológica de Buenos Aires,

Jorge Luis Borges

A quién no le han contado, alguna vez, algo que le ocurrió al amigo de un amigo de un amigo; historias incomprobables que van desde relatos de sucesos extraordinarios hasta simples advertencias que nadie cree, pero a las que, por las dudas, tenemos la precaución de hacerles caso.

¿Cuánta verdad se oculta detrás de estas historias?

¿Dónde se originó cada una de ellas?

Por lo general, se las identifica con la palabra mito, término que admite diferentes acepciones. Veamos lo que dice el
Diccionario de uso del español
de María Moliner:

MITO
: 1 Leyenda simbólica cuyos personajes representan fuerzas de la naturaleza o aspectos de la condición humana./ 2 Representación deformada o idealizada de algo o alguien que se forja en la conciencia colectiva./ 3 Cosa inventada por alguien, que intenta hacerla pasar por verdad, o cosa que no existe más que en la fantasía de alguien.

Ahora bien, cuando nos encontramos con leyendas que no se refieren en su totalidad a mundos imposibles o fantásticos, sino que rondan por las calles, los bares, los trenes de una ciudad «real», estamos tratando entonces con mitos urbanos.

Si bien en todo el mundo los mitos urbanos se deslizan por caminos más o menos similares, los factores étnicos, culturales y ambientales de cada ciudad influyen sobre ellos y los hacen particulares. En el caso de Buenos Aires, su situación privilegiada en cuanto a su diversidad racial, producto de la inmigración; su importancia cultural, aun en tiempos difíciles, y su gran extensión como urbe hacen de ella una ciudad rica en variedad de opciones y temas.

De eso trata este libro: de los mitos urbanos que se esconden en cada rincón de Buenos Aires, de esos relatos increíbles que se mueven entre los porteños.

Nuestro objetivo es sumergimos en cada uno de ellos y analizar tanto sus posibles orígenes como los elementos que apoyen o no su veracidad.

Pero para conseguirlo tuvimos que bajar a una escala geográfica menor: los barrios. Porque, si aceptamos que cada ciudad tiene factores autóctonos que influyen en sus mitos, también debemos decir que cada barrio posee, a su vez, características y matices particulares. Y de ahí que cada uno tenga su propio conjunto de leyendas urbanas.

Por eso, cada mito investigado se identifica con un barrio de Buenos Aires, porque ése es el lugar desde donde nos seduce, a cualquiera de nosotros, susurrándonos al oído que lo misterioso, lo extraordinario es posible a la vuelta de nuestra casa.

En las páginas siguientes se encontrarán con mitos urbanos populares (como el del hombre asesinado en un restaurant oriental; o la leyenda del mismo Carlos Gardel,
el Zorzal Criollo
), y con numerosas leyendas que sólo son conocidas en profundidad por unos pocos habitantes del barrio al que pertenecen (como «el enano vampiro», o «el hombre sin párpados»).

Para el análisis de cada mito recurrimos a varias fuentes: testimonios personales, archivos históricos, documentos policiales, entre otras. Inclusive, recreamos algunas leyendas a través de relatos para lograr un vínculo más estrecho entre el lector y el mito.

No se encontrarán conclusiones definitivas al final de cada investigación, porque el lector es el que tendrá la última palabra, quien decidirá si creer o no… y, por las dudas, hacerle caso a alguna incómoda advertencia que haya aparecido por ahí.

La tarea ha sido ardua y nos da la sensación de que nunca será perfecta.

Creemos que todas las historias, aunque parezcan complejas o sencillas, forman parte de un intento de buscar una identidad ciudadana, en este caso porteña. Tal vez se trate de una manera de estrechar lazos entre las personas, para enfrentarse a lo que temen, aman u odian.

Y no nos extendemos más, porque se podría correr el riesgo de caer en el mito del lector que muere por aburrimiento. O en aquella otra leyenda que asegura que en el prólogo de ciertos libros moran extraños espíritus que, a través de las mismas palabras, penetran por los ojos del que lee, letra a letra, hasta apoderarse de su alma.

Pero quédese tranquilo, es sólo un mito…

PARTE I
Mitos clásicos
Belgrano

Banquete oriental

Dijo llamarse María Angélica. En el geriátrico del barrio de Caballito donde la hallamos le decían Mari. Nos atendió en su habitación, la cual tenía dos camas. Después de presentarnos, Mari se sentó en una de ellas y nosotros, en la otra. El dueño del geriátrico no nos permitió el acceso a ninguna documentación de donde pudiéramos obtener el nombre completo de la mujer (tampoco nos dio permiso para revelar la dirección exacta del establecimiento). «La pobre abuela —nos dijo— está sola en el mundo. La única razón por la que les dejo hacerle la entrevista es porque pienso que hablar con otras personas que no pertenezcan al Hogar le va hacer bien».

Así que ahí estábamos, frente a Mari, de quien no conocíamos prácticamente nada… salvo que había sido la única testigo de un mito urbano clásico.

La anciana (los empleados del geriátrico nos dijeron que estaba por cumplir 79) lucía una larga cabellera blanca que le caía sobre un camisón desteñido, y calzaba unas pantuflas muy gastadas. Lo primero que nos dijo fue que le dolían las rodillas porque, antes de que llegáramos, había estado rezando por su compañera de habitación que había muerto la semana anterior, y que la cama en donde estábamos sentados le había pertenecido a ella. Tomó un sorbo de un líquido que parecía agua, dejó el vaso donde estaba y se sentó un poco más atrás en la cama, como quien se prepara para un largo viaje. Después, sonriendo, nos miró detenidamente a cada uno. No había dudas: aquella abandonada abuela quizá no pudiera recordar lo que había desayunado esa mañana, pero los sucesos que estaba a punto de narrar los sabía de memoria. Y los había contado infinidad de veces.

En un principio, pensamos resumir el relato, seleccionando los tramos en los que se hablara exclusivamente del mito. Sin embargo, decidimos entregarles la narración de Mari casi en su totalidad, ya que consideramos que los detalles y pormenores que se nombran agregan una mayor verosimilitud al testimonio, y ayudan al lector a interiorizarse con el suceso.

Mari, comenzó así su relato:

Fue en uno de esos restaurantes chinos, un tenedor libre. Hace unos diez años, más o menos. Gracias a Dios y a la Virgen olvidé su dirección exacta, pero puedo decirles que quedaba en Belgrano. Aquel sábado a la noche estaba lleno de gente.

En un momento me levanté para ir al baño. Me sentía mal. Estaba segura de que algo de lo que había comido me había dado una patada al hígado. Nunca me habían gustado aquellos tenedores libres chinos, pero Walter había insistido, había dicho que ahí se comía bien y barato. Barato sí, pero la comida era mierda de reno.

(En ese instante se escuchó una risa que provenía de afuera, seguramente del pasillo que daba a la habitación de la anciana. Mari interrumpió el relato y se puso de pie).

¡Andate!
(Parecía que sabía a quién le gritaba).
¡Andate estúpido, dejame en paz!

(La anciana volvió a sentarse en la cama, nos miró y continuó con la historia).

Bueno, les decía que esos tenedores libres son una porquería. Cómo no va a ser así si estos chinos comen cualquier cosa. Seguro que aquella noche alguno de esos pescados raros que sirven me había caído mal. Sin embargo, no quería discutir con Walter en aquel momento, así que simplemente me levanté y le dije que iba al baño.

Lo primero que hice fue mirarme al espejo. Estaba pálida. «Seguro que Walter se dio cuenta de que estaba descompuesta», pensé. Quise lavarme la cara con agua fresca, pero la canilla estaba rota, giraba en falso. Hice otro intento, esta vez presionando con fuerza hacia abajo. Y entonces llegaron los gritos.

La primera sensación que tuve fue que había conseguido abrir la canilla, y que en vez de agua brotaban aquellos alaridos. «¡La puta!», dije; pero no era eso. Me di cuenta de que los gritos venían de afuera
. (Mari tomó otro sorbo de agua, y alisó una arruga en su cama).
Sabía que algo estaba pasando en el salón del restaurante, algo que provocaba aquel alboroto. Y había órdenes mezcladas con los alaridos de pánico, órdenes gritadas con furia. Una de ellas pude escucharla con claridad: «Vamos, todos afuera, vamos». Era repetida una y otra vez. Había otras voces fuertes, pero no podía comprenderlas. Con las piernas temblando decidí echar un vistazo. El ojo de la cerradura daba sólo a un pequeño sector del salón principal. Sin embargo, me alcanzó para ver cómo la gente corría. Y por la dirección que seguían, supuse que todos estaban queriendo escapar del lugar
.

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