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Authors: Claudia Piñeiro

Tags: #Humor, Policíaco

Betibú (25 page)

Sólo si me amas
? Morir de a ratos, te digo. No, no me acuerdo. Te acordás, sí, si te acordás de lo que dice cualquiera, vos. Del pelado no me acuerdo. Ese pelado que se supone que sabe de cine, dice Paula. ¿Se supone que sabe de cine pero escribe sobre literatura?, pregunta Karina, se me ocurren dos o tres, pero no son pelados. No, bueno, no me acuerdo, dice Nurit, pero qué pasa. Bueno, ése, dijo una vez que en cada mudanza aprovechaba para hacer limpieza de libros, que sólo se llevaba los que valían la pena y que en la última mudanza dejó tu libro Morir de a ratos con plástico y todo, como lo recibió de la editorial, porque sabía que en su puta vida lo iba a leer. Lo de «puta» vida es un agregado mío, aclara Paula. No me acuerdo, repite Nurit. Bueno, nosotras sí, nos acordamos entonces y nos seguimos acordando ahora, y ¿sabés lo que hicimos? ¿Hace falta contarle?, pregunta Carmen. Le mandamos un nuevo ejemplar firmado por vos, o por nosotras con tu nombre, claro, con la siguiente dedicatoria: Para que repongas el ejemplar que perdiste en la última mudanza, pelado. Paula se ríe. Perdón, dice Carmen. Perdón, perdón, dice Paula. No lo puedo creer, dice Nurit y le saca el pote de helado al pibe. No lo puedo creer, vuelve a decir, ¿de cuántas cosas más me voy enterar esta noche? El pibe se tira sobre la alfombra. Cómo ronca el maestro, se queja y él también cierra los ojos. Perdón, dice otra vez Carmen. De esta loca, no me extraña, pero de vos…, le contesta Nurit. Paula se ríe y dice: No deja de ser un piropo que a una la llamen loca; la locura enciende. Ojo con la ceniza, dice el pibe, y se ríe. ¿Te podés callar un poco?, dice Nurit, a vos no, le dice al pibe, a Paula le digo. Paula obedece. Carmen y Karina, como si la orden hubiera sido también para ellas, se mantienen calladas esperando los próximos pasos de Nurit. Betibú rasca el pote de telgopor con la cuchara hasta sacar el último resto de helado que queda. Después le pasa la lengua a la cuchara y mientras lo hace deja el pote vacío sobre la mesa. Luego emboca de un tiro la cuchara dentro. Se para, mira a los que están despiertos y dice: Yo me voy a dormir a una cama. Da dos pasos y se vuelve: ¿Y saben qué? Lo haya escrito quien lo haya escrito y me haya hecho lo que me haya hecho, o me haya hecho yo lo que me haya hecho yo… Deja un espacio como para crear suspenso y después remata: Sí,
Sólo si me amas
es un libro de mierda; por lejos, lo peor que escribí. Nunca hay que escribir con la concha.

Y se va.

CAPÍTULO 23

Cuando Nurit Iscar baja a la cocina a prepararse el café que la ayudará a enfrentar un nuevo día, ya no quedan visitas en su casa. No sabe en qué momento se fueron ni en qué condiciones, pero se imagina que cada uno de los que terminaron la noche de domingo en su casa estará ahora en su propio lugar, intentando arrancar con ese día lunes, igual que ella. Mientras bate el café instantáneo con el polvo edulcorante —sabe que el café batido sólo se puede hacer con azúcar verdadera, la que sale de la caña y no de los laboratorios, pero le quedó la manía de agitar la cuchara en el fondo de la taza mezclando los dos polvos de cuando no se preocupaba por su peso y consumía azúcar de altas calorías—, piensa en cómo la vida de cada día, lo cotidiano, hasta lo banal, se mezclan con el crimen en un menjunje que quita dramatismo al horror y perturba lo simple. ¿Se puede batir un café cuando anoche colgaba un cadáver de un árbol?, ¿se puede preparar un desayuno creyendo que ese muerto puede ser parte de algún plan o proyecto criminal mayor?, ¿se puede soplar un café demasiado caliente mientras se sospecha que si no se llega a tiempo puede haber, todavía, una muerte más? Sí, se contesta, y de hecho eso es lo que ella hace en este momento: batir su café. Los días están llenos de batidas de café, cosas pequeñas y prescindibles en el relato pero no en la vida. Penélope Cruz también va al baño y hace caca, suele decir Paula Sibona cuando hablan de las diferencias entre mundos imaginarios y mundos reales. La ficción y el arte descartan batidas de café e inodoros. Error, diría su amiga Carmen Terrada, Duchamp no, Jacques Prévert tampoco, «il a mis le café. Dans la tasse». ¿Por qué todavía recuerda esa poesía que aprendió en el colegio cuando tenía 16 años en un idioma que apenas balbucea? Nurit Iscar se sienta a la mesa a tomar su café negro. Mira por la ventana hacia donde termina el jardín de esa casa que no es suya. Se queda pensando cuántos distintos tonos de verdes pueden combinarse en un mismo cerco; pero no los cuenta. Contarlos les quitaría magia, significaría tratar como individual algo que sólo puede apreciarse en conjunto. Le gustaría ir a ver una vez más el roble de donde colgaba Collazo, pero no está segura de si se atreverá a hacerlo. ¿Qué une la muerte de todos estos hombres, como el cerco une los distintos verdes en una sucesión de gamas sin importar cuál es cuál? ¿Hay algo detrás de esas muertes o son ellos —Jaime Brena, el pibe de Policiales y ella— una manga de paranoicos que buscan el crimen donde apenas hay una seguidilla de coincidencias? ¿Por qué siempre necesitamos encontrarle una explicación a la muerte? Aunque no exigimos las mismas respuestas cuando se trata de muerte natural y de muerte violenta, se responde Nurit, en la muerte natural uno tropieza en seguida con la imposibilidad de encontrar un último sentido, un por qué. Uno busca respuestas a preguntas demasiado lejanas: ¿Por qué la vida es finita?, ¿qué pasa después de la muerte?, ¿existe o no otra oportunidad, otra vida después de ésta, la vida eterna o lo que sea, que permita pensar la muerte un poco más allá de carne que se pudre para que coman los gusanos? Y ella, Nurit Iscar, lamenta ser tan racional, o desconfiada, o desilusionada, como para creer sólo en lo que ve: en los gusanos, cree. A veces también lamenta ser agnóstica y envidia a los que tienen fe en algo. En lo que sea. Sólo un rato. Y luego vuelve a confiar en sus propias creencias. O mejor dicho: en lo que no cree. Otra vez deja que la vista se pierda en el cerco y se queda un rato así, mirando hacia afuera sin tomar su café, con las manos rodeando la taza; le gusta calentarse las palmas de ese modo, aunque no haga frío. Pero a pesar del café no deja de pensar en la muerte. Ahora, en cambio, piensa en las muertes violentas y las preguntas que ellas generan: la búsqueda del sentido se desplaza y se pone en algo que uno intuye más posible de descifrar que «el más allá», algo terrenal, una muerte que no la decidió la naturaleza o el dios que sea, sino un hombre, alguien como nosotros. Y eso, que esa muerte la haya decidido alguien como nosotros, hace que nos consideremos en igualdad de condiciones y con la obligación de encontrar, entonces sí, respuestas a las preguntas que surgen a partir de ella. Aunque tampoco haya respuestas. En ocasiones, hasta preferimos aceptar una conclusión que intuimos falsa antes que tener que soportar la incertidumbre de no saber quién y por qué.

Nurit Iscar termina su café, enjuaga la taza, la seca, la guarda. Hay familias con sino trágico, piensa. Grupos con sino trágico. Empresas con sino trágico. El sino trágico es la aceptación de la muerte en personas relacionadas entre sí como parte de un destino inmodificable. ¿Serían entonces Chazarreta y sus amigos un grupo con sino trágico? Más allá de esa tragedia, ¿es casual que esos amigos, uno a uno, hayan muerto o existe ese hombre o esa mujer, un hombre o una mujer iguales a ella, que decidió sus muertes y a quien Nurit Iscar, Betibú, se siente obligada a encontrar? Ella no lo sabe, pero sabe que de eso se tratará su próximo informe, y sube a su cuarto a escribirlo.

En el momento en que Nurit está encendiendo la computadora el pibe de Policiales entra, todavía un poco dormido, a la recepción del Colegio San Jerónimo Mártir. Sobre la pared del hall hay un retrato de Vicente Gardeu, con hábito. Debajo hay una placa con su nombre y la dedicatoria: Al padre Gardeu, fundador y alma de este colegio, en el aniversario de su muerte. Increíble, se imagina la misma foto pero con la leyenda «Buscado por pedofilia». Ya desde ayer, cuando se metió en Google en la casa de Nurit Iscar, tiene claro que así no se llama el amigo de Chazarreta que falta identificar en la foto. Pero recién ahora se pregunta cómo el hermano de Gandolfini cometió semejante error, siendo que Gardeu era alguien tan presente para quienes iban al Colegio San Jerónimo. Brena asegura que ése fue el nombre que dio. ¿Le estaba tomando el pelo? El pibe lleva en el bolsillo la foto del grupo de amigos que imprimió para Brena, y que él le dio a la madrugada, antes de bajarse en la puerta de su casa, después de que con esfuerzo volvieron de lo de Nurit Iscar. Se la dio con la instrucción de que hiciera copias para los tres —Nurit, Brena y él—; aunque no era estrictamente necesario, ya que él podía volver a capturarla desde YouTube y hacer las copias que quisiera. Pero a esa hora y después de ese domingo, ni él ni Brena estaban en condiciones de definir lo estrictamente necesario y lo que no lo es. El pibe saca la foto de su bolsillo y la mira mientras espera que lo atiendan sentado en un sillón de gobelino, antiguo pero impecable. Transcurren varios minutos y no aparece nadie. Ve que hay un timbre junto a la puerta de lo que aparenta ser una oficina o un despacho. Se mete la foto otra vez en el bolsillo, se levanta y va hacia allí. Toca el timbre, aunque no sabe por quién pedirá cuando la puerta se abra. Si pudiera, quisiera hablar con el cura más antiguo del colegio, alguien que haya estado en la época en que en el San Jerónimo Mártir estudiaban Chazarreta y sus amigos. El pibe de Policiales no confía en que tendrá éxito, pero lo intentará. Cuando está por tocar el timbre por segunda vez se abre la puerta y lo atiende un secretario que no puede tener mucho más de veinte años y le pregunta qué quiere. El pibe le dice lo que inventó de camino hacia allí: que es sobrino de Luis Collazo, quien acaba de quitarse la vida, y que en su balbuceo de despedida pidió que le entregaran esa foto a uno de sus amigos, el pibe señala con el dedo al hombre que aún no ubican, el que Gandolfini dijo que se llamaba Vicente Gardeu pero que no se llama de ese modo. No llegamos a entender qué nombre dijo y al rato estaba muerto, concluyó el pibe y el secretario asintió con la cabeza como si además le diera el pésame. Claro que vos no vas a saber, sos muy joven, le dice al chico, los profesores de aquella época deben estar ya todos jubilados, pero pensé que a lo mejor queda en el colegio algún sacerdote de entonces que pueda acordarse de su nombre. El secretario lo deja hablar sin hacer ningún gesto que convalide lo que el pibe de Policiales dice, ni que lo contradiga. Y luego, con la misma cara de nada, propone: Sacerdotes y profesores de aquella época no quedan, pero vení por acá que hay algo que te puede servir. El secretario lo hace pasar y le indica el camino. Es un pasillo de baldosa gris, impecable aunque haya perdido el brillo, que parece no terminar nunca. Cuando llegan delante de una puerta que dice: «Salón de los San Jerónimos, espacio de reuniones y lectura», el secretario se detiene y la abre. En el centro de la sala hay una mesa de cerezo y alrededor de ella una gran cantidad de sillas. Pero lo importante no es eso, sino que las paredes están cubiertas por fotografías, una a continuación de la otra, fotos de cada camada egresada del colegio año por año y debajo de cada foto una tabla de madera donde, tallados en letras doradas, aparecen los nombres de los fotografiados en el orden en que están ubicados en la respectiva imagen. Hoy es mi día de suerte, dice el pibe y lo dice en serio. El secretario lo deja a solas en ese lugar «para que busque tranquilo». Al pibe de Policiales le da un poco de impresión sentirse rodeado de hombres nacidos varias décadas atrás aunque detenidos en sus 18 años, posando detrás de un pizarrón donde, con tiza blanca, fue escrito el año de egreso. Recuerda que Chazarreta estaba cerca de los sesenta años cuando lo mataron y entonces calcula que debería haber egresado unos cuarenta y dos años atrás. Nunca fue malo para la matemática, pero siempre le costó hacer cuentas en el aire, así que resta cuarenta redondos y busca los egresados de 1970, y de los cinco años para atrás y de los cinco años para adelante. Encuentra al grupo de amigos en el 66. Al primero que reconoce es a Chazarreta, tal vez porque es la cara que tiene más fresca. Y después busca uno a uno a los otros. Mira la foto que ahora tiene otra vez en su mano y busca en la pared. Confirma el nombre del resto del grupo con la tabla de madera tallada. Collazo, en la última fila. Gandolfini, en un costado casi fuera de cuadro. Bengoechea, dos lugares después de él, hacia el centro. Y abajo, sosteniendo el pizarrón, Marcos Miranda, el que murió de un tiro en New Jersey. Junto a él, de un lado Chazarreta y del otro aquel hombre que aún no sabe cómo se llama. Busca en la tabla siguiendo el listado con el dedo índice por temor a equivocarse: Emilio Casabets. Lo anota en su Blackberry. Vuelve a chequear, no hay margen para el error. Cuenta los alumnos de la primera fila hasta llegar al que sostiene el pizarrón, cuenta en la tabla otra vez: Emilio Casabets. Sale y cierra la puerta que, detrás de él, hace un sonido a picaporte de buena calidad y a madera pesada. Podría ya mismo buscar en Google —«googlearlo», un verbo que seguramente Jaime Brena reprobaría—, pero prefiere salir cuanto antes de ese salón y hacerlo mientras toma un café en algún bar de la zona. Cuando llega al hall, saluda al secretario, que está entregándole formularios a un matrimonio. ¿Todo bien?, le pregunta el chico. Todo bien le dice él, ahora sólo me falta encontrarlo, se llama Emilio Casabets. Casabets, no me suena, no debe tener hijos o nietos en el colegio, pero sus datos seguro están, tenemos un registro de todos los egresados con sus datos personales y detalle de dónde están trabajando actualmente, se consulta mucho, por contactos. Ah, eso me interesa, dice el pibe. Ahora estoy ocupado, pero si me llamás más tarde te lo busco, le contesta el secretario y le da un folleto del colegio similar al que acaba de darle al matrimonio, ahí tenés los teléfonos. Gracias, dice el pibe de Policiales y sale a buscar su café. A él, con el dato del nombre de Casabets, lo primero que se le cruzó por la cabeza fue googlearlo. Si en su lugar hubiera estado Jaime Brena, con el mismo dato habría vuelto a encarar al secretario, piensa. Le parece escuchar su voz diciendo, calle, pibe, calle. Pero él, para bien y para mal, no es Jaime Brena.

Dos segundos después de que el pibe de Policiales entra en un bar tres cuadras más allá del Colegio San Jerónimo Mártir, Jaime Brena llega al diario. Es más temprano que de costumbre, su horario habitual empieza en una hora, pero durmió poco, se desveló de madrugada y no supo qué hacer, solo, en ese departamento que, a pesar de que ya pasó tiempo suficiente desde que dejó de vivir en el que compartía con Irina, aún no termina de sentir su casa. Así que decidió vestirse y empezar el día. Volvió a pensar en la alternativa de un perro. Ahora, sobre su escritorio, lo espera un cable con la posible nota del día: el estudio de un instituto de salud sexual francés que asegura, después de haber analizado doscientos cincuenta casos, que las mujeres multi-orgásmicas suelen tener más vello púbico que las que no lo son. Jaime Brena lo lee y se ríe a carcajadas. Lo lee una y otra vez, y no puede parar de reírse. Le caen lágrimas de tanto hacerlo. Luego, cuando logra calmar su risa, se imagina a cientos de mujeres francesas cojiendo detrás del vidrio de una cámara Gesell mientras los científicos observan y cuentan cada orgasmo que ellas tienen. O fingen. Y luego, revisándolas una a una y contando, pendejo a pendejo, cuánto vello púbico hay en el sexo de cada mujer. Tabla de doble entrada, en las equis orgasmos, en las yes cantidad de pendejos, se dice a sí mismo. Se ríen de nosotros, piensa. Y si es así, yo también me voy a reír de ellos. Tipea la información básica del cable y luego remata: «
El Tribuno
, por su parte, quiso confrontar las conclusiones de la prueba con testimonios locales pero todas las mujeres consultadas aseguraron tener mucho vello púbico, así que no pudo constatarse qué sucede en el caso contrario». Por un momento pensó titular: «El elogio de la concha peluda», pero le pareció demasiado. Y remata: La gran inmigración italiana y española en el país determinó que en la Argentina las mujeres sean sexualmente activas y púbicamente velludas. Está seguro de que, antes de publicarse, alguien bochará su texto. O lo cortará. O lo editará. Si es que alguien lo lee. En los apuros de la redacción, a veces las notas de los periodistas con mucha experiencia —y él lo es— se suben y a otra cosa, siempre que calcen justo en el espacio de caracteres previstos. Él se va a ocupar de que ésta tenga los caracteres justos. Tipea el título que sabe que la nota tampoco va a tener: El elogio del vello púbico, y la manda al mail de Karina Vives para que cuando llegue la lea y le dé su opinión. Mira el reloj, casi no empezó su horario de trabajo y ya terminó la tarea del día. Se pregunta si Nurit o el pibe de Policiales tendrán novedades de algún tipo, mira en la bandeja de mails, pero ninguno de los dos le escribió. Llama al comisario Venturini. No puede evitar el: ¿Cómo vas, querido? Bien pero pobre, mi comisario. En cuanto termina la ceremonia del saludo, va directo al grano: ¿Se supo algo más de la muerte de Collazo? Suicidio, Brena, no hay mucho más que saber, le contesta. Pero hay algunos indicios… Esta vez haceme caso: no te metas, dejala correr. No entiendo, dice él. No entiendas, dice Venturini, solamente dejala correr. Cortala, querido. No gastes tu energía en esto, yo te aseguro que no vale la pena.Te hablo más tarde que estoy con mucho trabajo, dice y se despide. Jaime Brena se queda mirando el teléfono, nunca antes el comisario Venturini fue tan poco explícito, tan poco amable, con él. Quizá también Venturini se tendría que acoger al retiro voluntario, se dice y sale a la calle a fumar su primer cigarrillo. Mejor dicho, su primer cigarrillo dentro de la jornada laboral; ya fumó en su casa y de camino al diario. Se pregunta otra vez en qué andarán Nurit Iscar y el pibe de Policiales. Él no lo sabe, pero cuando termine de fumar y vuelva a sentarse en su escritorio tendrá en la bandeja de entrada de su correo un mensaje del pibe donde le pasa el nombre que estaban buscando: Emilio Casabets, y el nuevo informe de Nurit Iscar con el expreso pedido de que se lo revise y le dé su opinión.

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