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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

Amos y Mazmorras II (11 page)

Cleo y Lion seguían sin hablarse.
Aunque habían compartido un extraño momento después de salir del baño; uno de esos que dejaba a Cleo aturdida y la confundía respecto a la verdadera personalidad de Lion.
Él le pidió que se estirase en la cama y le embadurnó las marcas del látigo de Billy Bob con uno de sus ungüentos especiales. Sin miedo, acariciándola y frotándola con suavidad, dejando que el calmante fuera absorbido por la piel. Después de tanta tensión, ella agradeció ese cuidado y a punto estuvo de quedarse dormida.
Lion, por su parte, necesitaba tocar a Cleo; sin palabras, sin ese alejamiento fatalista que había entre ambos, provocado sobre todo por él, y alimentado por la rebeldía de ella. Aun así, no podía odiar a Cleo. Era un imposible.
Aquella chica no comprendía lo importante que era para él y, por otro lado, ¿por qué debía de hacerlo si Lion nunca le abrió su corazón?
Pero prefería que pensara que él la odiaba y la rechazaba a que supiera que lo que dominaba el salvaje corazón del león, era el más puro anhelo por yacer con su pareja.
Caminando por el puerto como dos turistas, Cleo se detuvo en el Beni Iguana’s. El dibujo del cartel era un reptil disfrazado de tallarín, con un pez en una mano y un cuchillo en otra. Le recordó a Ringo, al que había dejado a cargo de su madre, Darcy. Deseó y esperó que estuviera haciéndolo lo mejor que sabía, aunque odiase a todo animal que no fuera mamífero y pariera al estilo humano, como ella decía.
Lion leyó el cartel: «Beni Iguana’ s Sushi Bar Restaurante».
—Mira, un bicho como Ringo.
Cleo ni siquiera lo miró, ni le contestó su ya consabido: «Ringo es un camaleón».
—Me apetece sushi —sugirió subiéndose las gafas por encima de la cabeza y recogiendo el flequillo con ello.
Lion asintió y le indicó que pasara ella primero.
Por fuera parecía un local típico isleño: todo blanco con el marco de las ventanas de madera de color verde, y unas cuantas mesitas con sombrillas para tomar algo en la terraza.
Pero el interior no tenía nada que ver con su humilde fachada. Se trataba de un auténtico restaurante de sushi como el que podías encontrar en una gran ciudad. Tenía tres acuarios impresionantes que dividían los ambientes. Uno de esos acuarios era cilíndrico y estaba lleno de corales típicos del Caribe de diferentes colores y formas.
Decidieron sentarse en una pared cuyo relleno eran dos acuarios más rectangulares iluminados con focos azules y rosas. El mobiliario era todo blanco, y el sofá, que estaba reclinado, era de piel del mismo color.
Pidieron un plato de mejillones, que al parecer gozaban de gran popularidad; también una bandeja de Futo Maki, con variedad de combinaciones de arroz, verduras, fruta, pescado y muchas salsas para acompañar.
Para beber tomaron cerveza japonesa; la de Cleo con sabor a fresa.
—¿Cerveza con sabor a fresa? —preguntó Lion intentando iniciar una conversación.
—Sí, señor.
—Hum. ¿La has probado alguna vez?
Cleo se había llevado el teléfono a la mesa y estaba revisando su correo y su bandeja de llamadas entrantes. Siempre que abría el mail, tenía esperanzas de que fuera Leslie quien escribiera. Y cada vez que veía que no lo hacía, una losa de miedo y pánico se acunaba en su estómago.
—No, señor.
—¿Y si no te gusta?
—Por eso lo voy a probar, señor. —Dejó el iPhone sobre la mesa y se concentró en hablar del caso y no de gustos personales sobre cerveza—. Dime, ¿a cuánta gente conoces que esté en el torneo y que haya frecuentado los mismos locales que tú?
Lion apoyó la barbilla en una mano e hizo que se pensaba la respuesta.
—Hay unos cuantos, sí.
—¿Sharon, Brutus, Prince, Claudia...?
—Thelma. —Cleo arqueó las cejas de modo interrogante—. La he visto un par de veces en el Luxury y el Sons of the Evil. —Ambos clubs eran de BDSM—. Hay una pareja más de góticos, los dos muy rubios y con muchos
piercings
por todo el cuerpo. Ellos también son asiduos...
—Ah, sí, los he visto. Los vikingos. Él le ha hecho un
fisting
vaginal a ella.
—Sí. Se llaman Cam y Lex —sonrió—. ¿No te ha dado miedo haber presenciado algo así?
¿Ver cómo un hombre metía la mano entera en la vagina de una mujer y la masturbaba con el puño?
—Pues no, señor —revisó la carta de menú del restaurante—. La mujer parecía estar en éxtasis. Y no me sorprende. Esa parte de nuestra anatomía es muy muy flexible. Por ahí salen cabezones como el tuyo.
—¿Cómo dices?
—Nada. Tengo una pregunta sobre Sharon. ¿Puedo hacerla, señor? No te preocupes, no me importa si estuviste o no con ella. No haré preguntas de ese tipo.
Lion disimuló el impacto de esas palabras en su amor propio.
El camarero les sirvió los platos que habían pedido con una presentación impecable y les dio a elegir entre cubiertos o palillos japoneses. Los dos escogieron los palillos.
—Sharon es un ama, ¿verdad? —preguntó Cleo quitándole el papel de envolver de los palillos.
—Sí.
—Pero es como tú. No tiene ni sumisos, ni sumisas. No posee a nadie; juega con todos.
Lion dio un sorbo a su cerveza. No le gustaba el tono que adoptaba Cleo para hablar sobre ello. Parecía que despreciara sus actitudes, que no las respetara.
—Sí. Básicamente.
—Y me he fijado en que, básicamente, no permite que nadie la toque ni que le den placer. Todos procuran mantener las distancias, aunque obedecen sus órdenes y ella puede tocar a todo el mundo... ¿Por qué? ¿Es como Dios?
—Hace unos días te dije que cuando un amo entrega su corazón, lo hace para siempre, aunque no tenga a esa persona con él o con ella. Una vez lo entrega, no se lo da a nadie más, sea o no sea correspondido. Sharon ya no tiene corazón. Y ni siquiera creo que lo pueda recuperar, porque el hombre que lo poseía, lo trituró —contestó con el rostro sombrío.
Vaya. Eso sí que le interesaba. La mujer de las nieves, la diosa apocalíptica, había entregado su corazón... ¿A quién?
—¿De qué os conocéis? —Tomó un mejillón con los dedos y se lo llevó a la boca.
—Dámelo. —Se lo pidió porque sabía lo mucho que ella odiaba compartir la comida.
Cleo miró el mejillón y después a él. Sonrió dócilmente.
—Claro, señor. Toma —se lo ofreció, poniendo la otra mano libre debajo para que no gotease salsa.
Lion abrió la boca y esperó a que ella lo alimentara como a una cría de avestruz, sabiendo lo mucho que le molestaba.
—Es una historia larga y sórdida —explicó sirviendo los rollos de arroz a Cleo antes que a él—. ¿Quieres uno de cada?
Cleo resopló.
—Hay veintiocho rollos de arroz, señor. Uno de cada son solo cuatro; ponme al menos dos de cada. Estoy famélica.
Lion se mordió los labios para no echarse a reír.
—Cuéntamela —le pidió Cleo interesada—. Tenemos tiempo.
—Sharon vive en Nueva York desde hace tres años, pero su familia es de Nueva Orleans. Nos conocemos desde hace unos cinco años, más o menos. —Caray, todas las perlas salen de ahí.
—Sí. Solo hay que verte.

Touché
, señor —contestó llanamente—. ¿Cuándo te dieron el caso de
Amos y Mazmorras
sabías que Sharon era la Reina de las Arañas?
—Sharon era conocida en el BDSM como una de las amas más importantes del ambiente. Ha dejado muchos corazones rotos y ha hecho suspirar y claudicar a hombres muy importantes. Pero fue una casualidad que ella estuviese en el rol como Reina de las Arañas. El rol no tiene más de dos años de vida y participa mucha gente del mundillo. A ella ya la conocían; y Sharon, simplemente, aceptó el papel.
—Ignorante de todo cuanto acontece entre las bambalinas de los Villanos...
—Sí.
—Así que fue una casualidad que tú estuvieras en el mundo del BDSM y te otorgaran el caso... ¿Estaba escrito en las estrellas, señor?
—Vigila el tono, esclava, no me gusta. Y tengo muchas, muchas ganas de castigarte. No me olvido.
—Haz lo que debas, señor —replicó sin dar importancia a sus amenazas—. ¿Entonces, erais buenos amigos ella y tú?
—Sí. Bastante buenos.
—¿Lo seguís siendo?
—Digamos que siempre recordaremos lo buenos amigos que fuimos. Pero, ahora, las cosas han cambiado. Nos respetamos e intentamos que el dolor del pasado no nos salpique.
—Oh, y apuesto a que hubo mucho dolor.
Cleo engulló una bola de arroz entera y cerró los ojos muerta de gusto. Se perdería en el sabor del pepino y el mango en vez de claudicar y lanzarse a preguntarle por el sexo que, seguramente, habían tenido él y Sharon. Sharon seguramente estaría destrozada porque Lion no se había quedado con ella.
Lion la estudió e, irremediablemente, y como le sucedía siempre que estaban juntos, se puso duro. Cleo llevaba un vestido marinero entallado y precioso, con unos zapatos de aguja que despertarían los anhelos de cualquier fetichista. Cleo Connelly sabía mantener el tipo altivo de Lady Nala, dentro y fuera de la mazmorra. Tenía estilo, sí señor. Pero con él ya no era ama, ahora era su sumisa.
—¿Se acabó tu curiosidad por Sharon? ¿No me quieres preguntar nada más? —indagó esperando otra pregunta de cariz más personal.
—No. Lo que hayas hecho con ella no me importa. —Dio un sorbo a su cerveza de fresa—. Jo-der, ¡sabe a fresa de verdad! ¡Esta bueníiiiiisima! —exclamó.
—Dame.
—¡Claro, señor! —Estaba actuando. No le apetecía nada compartir las cosas con Lion. Ahora iba a mancharle la boquilla de babas, como si lo viera... Y lo haría a propósito.
Él la miró de reojo. Se llevó la cerveza a la boca y metió la lengua dentro de la boquilla para beber.
Cleo mantuvo una inconmovible sonrisa.
—¿Rica, verdad? —preguntó quitándosela de las manos y llevándosela de nuevo a la boca.
—Sabe a ti.
Cleo dejó la botella en la mesa con un sonoro golpe seco. Eran esas respuestas las que le incomodaban.
Lion sonrió de un modo indescifrable.
—¿Y qué le hiciste a Prince? —prosiguió con su interrogatorio—. ¿Por qué ese hombre tan guapo está tan disgustado contigo? —No quería parecer agresiva; pero estar en compañía de Lion Romano provocaba esa reacción en ella—. ¿Es verdad o no que te metiste en la cama de su mujer?
El rostro de Lion se tornó pétreo, endurecido por completo, y la miró sin ningún respeto.
—¿Crees que me follo a todo lo que se mueve, nena? Sé que no tienes una buena opinión de mí. Pero te dije hace tres días que no era ese tipo de hijo de puta. Y te lo vuelvo a repetir: Prince estaba equivocado respecto a su mujer y creyó lo que quiso. Él miró, pero no vio la realidad.
—Qué interesante —repuso—. Cuánto misterio. Me estoy dando cuenta de que, al final, tus amigos se alejan de ti, ¿no, señor? —ácida. Muy ácida—. ¿Con mi hermana te llevabas igual de bien que con los demás? Espero que no y que a ella la cuidaras mejor.
—No la cuidé bien, Cleo. Se la llevaron —gruñó dolido por sus palabras—. ¿Es eso lo que quieres oír?
Las palabras se atoraron en su garganta.
—No —se calló de golpe.
—Cuando la encuentre, podrás preguntárselo tú misma. Pero siempre he respetado a Leslie y la he querido como a una hermana. ¿Entiendes? Cuando entró en el caso les expliqué, tanto a Clint como a ella, quién era y lo que era. Y ellos se aprovecharon de eso para saber interpretar mejor sus papeles. Les ayudé en lo que pude.
Cleo asintió con la cabeza y decidió quedarse callada y seguir comiendo.
—Seguro que entre las clases de Susi y tus consejos —comentó más suavemente—, Leslie se convirtió en una excelente sumisa.
Lion se echó a reír sin muchas ganas.
—¿Sumisa? Tu hermana Leslie no entró como sumisa. Entró como ama. Clint era su sumiso.

 

 

 

Cleo dejó caer los palillos en el plato. ¿Leslie un ama? Eso le cuadraba mucho, mucho más. Su hermana tenía un carácter demasiado rebelde. Prefería someter a que la sometieran, estaba acostumbrada a mandar. Sí, esa era su hermana, recordó con orgullo.
—Pero yo pensaba que...
—Leslie entró al rol como ama. La Reina de las Arañas la invitó al torneo por sus dotes de dominación.
Cleo se repasó las cejas con los dedos.
—Estoy un poco confusa.
—No. No lo estás. Ella es la Connelly ama, y tú la Connelly sumisa.
—No es verdad. —Levantó la cabeza de golpe—. La diferencia es que ella tuvo mucho tiempo para prepararse y tuvo donde elegir. A mí me obligaste a estar contigo.
—No te obligué. Consentiste.
—Yo consentí a que me obligaras, señor.
—Yo te quería fuera de aquí —levantó la voz.
—No hace falta que me lo digas más veces —replicó con amargura.
—¿Collares? ¿Pulseras? ¿Anillos?
Los dos levantaron la cabeza al mismo tiempo para decir que no. Pero el hombre que vendía baratijas era muy conocido por Lion. Se trataba de Jimmy, un agente del FBI.
—Claro que sí. Déjame ver. —Lion estudió la maleta con joyas.
—Los rojos y negros son los que más combinan —dijo el vendedor ambulante, con gafas de sol, pelo y barba rubia como la de un surfista.
Cleo estudió la bisutería como una chica enamorada. Saltaba a leguas que ese era el contacto del equipo estación de la misión; y ella sabría fingir como el que más.
—Cogeré este y este —Lion señaló los collares rojos y negros como él le había sugerido. Y las pulseras de cuero que tenían calaveras y cofres.
—También vendo móviles —aseguró arqueando las cejas. En la parte inferior de la maleta había un HTC negro de pantalla táctil. Lion lo cogió—. Es muy bonito. Quiero los collares, estas pulseras, estos dos anillos y el teléfono.
Las parejas de alrededor los miraban extrañados.
Cleo sonrió a los de al lado y les dijo en voz baja y guiñándoles el ojo.
—Hoy está espléndido.

 

 

 

Cuando llegaron a la habitación del hotel, tenían un sobre azul en el suelo, en la entrada de la habitación. Lo habían pasado por la ranura inferior de la puerta.

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