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Authors: Linda Howard

Tags: #Romántico

Amanecer contigo (27 page)

¿Qué quería? ¿Asegurarse de que estaba bien, de que no se estaba consumiendo? Se mordió el labio y luego dijo débilmente:

—No te quiero.

—Estás mintiendo —replicó él, y Dione notó que empezaba a enfadarse—. Estás tan loca por mí que estás llorando, ¿a que sí?

—No —contestó mientras se limpiaba con furia las lágrimas de la cara.

—Mientes otra vez. Me esperan en una reunión, así que te dejo para que vuelvas con tu paciente, pero esto no acaba aquí. Si creías que podías acabar con esto montándote en un avión es que tienes mucho que aprender sobre mí. Volveré a llamarte. Que sueñes conmigo, cariño.

—¡No pienso hacerlo! —respondió ella con vehemencia, pero se lo dijo al pitido de la línea, y de todos modos era mentira. Soñaba con él casi cada noche y se despertaba con la almohada húmeda por las lágrimas que derramaba en sueños.

Agotada y nerviosa, regresó con Kevin y le dejó ganar una partida de cartas.

Durante los días siguientes, sus nervios se fueron aplacando y dejó de sobresaltarse cada vez que sonaba el teléfono. Una ventisca paralizó la ciudad durante dos días, dejando fuera de combate el servicio telefónico y la electricidad. La luz volvió en cuestión de horas, lo cual impidió que se congelaran, pero el teléfono esperó a que se despejara el cielo. Dione estaba fuera, con Kevin y Amy, haciendo un muñeco de nieve con su inexperta pero hilarante ayuda, cuando la llamó Francine.

—¡Dione! ¡Tienes una llamada! Es tu amigo otra vez. Vamos, entra. Yo meteré a los niños y los secaré.

—¡Ay, mamá! —protestó Kevin, pero Francine ya había empezado a empujar su sillita de ruedas, y Amy los siguió obedientemente.

—Hola —dijo Blake alegremente después de que ella tartamudeara un saludo—. ¿Estás embarazada?

Esta vez, estaba preparada y agarró con fuerza el teléfono.

—No. Yo… también lo pensé, pero no hay de qué preocuparse.

—Bien. No quería dejarme llevar. La que está embarazada es Serena. No perdió el tiempo cuando volvió Richard. Estaba tan emocionada que no pudo esperar y se hizo una de esas pruebas instantáneas o como se llamen.

—Me alegro por ella. ¿Y tú? ¿Qué te parece ser tío?

—Me parece bien, pero preferiría ser padre.

Dione se apoyó cautelosamente en la pared.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que en cuanto nos casemos voy a tirar toda mi provisión de…

—¡No vamos a casarnos! —gritó, y luego miró alrededor por si alguien la había oído. No había nadie a la vista, así que supuso que Francine seguía ocupada con los niños.

—Claro que sí —contestó él con calma—. El primero de mayo. Tú misma pusiste la fecha. ¿Es que no te acuerdas? Estábamos haciendo el amor.

—Me acuerdo —susurró ella—. ¿Es que no recuerdas tú que rompí el compromiso? Te devolví tu corazón.

—Eso es lo que tú crees —dijo Blake—. Vamos a casarnos aunque tenga que traerte a rastras, gritando y pataleando, hasta Phoenix.

Dione se quedó de nuevo escuchando el pitido de la línea.

No entendía qué pretendía Blake. Cada vez le costaba más dormir, y se pasaba las noches despierta dándole vueltas a la cabeza. ¿Por qué insistía él en que iban a casarse? ¿Por qué no la dejaba en paz?

Él tardó una semana en volver a llamar, y Francine tenía un brillo divertido en la mirada cuando le dio el teléfono.

—Es otra vez ese tipo tan seductor —dijo mientras Dione se llevaba el teléfono al oído.

—Dile que gracias —rió Blake—. ¿Qué tal estás, cariño?

—¿Por qué me llamas, Blake? —preguntó, desesperada.

—¿Y por qué no? ¿Va contra la ley que uno llame a la mujer con la que va a casarse?

—¡No voy a casarme contigo! —dijo ella, esta vez a voz en grito.

Francine asomó la cabeza por la puerta de la cocina y sonrió.

Blake se estaba riendo.

—Claro que sí. Ya conoces todas mis manías y sin embargo me quieres. ¿Qué podría haber mejor?

—¿Quieres prestarme atención? —gritó ella—. ¡No pienso casarme contigo!

—Eres tú la que no hace caso —contestó él—. Me quieres y yo te quiero a ti. No sé por qué estás tan convencida de que no puedo quererte, pero te equivocas. Piensa en lo bien que nos lo vamos a pasar mientras te demuestro lo equivocada que estás.

—Esto es una locura —gimió ella.

—No, no es una locura. Pero tienes unas ideas un tanto locas, y vas a tener que librarte de ellas. Te has convencido de que nadie puede quererte, y te has alejado de mí a pesar de que sabías que ibas a destrozarme y que al mismo tiempo ibas a matarte a medias. Tu madre no te quería, Scott no te quería, pero sólo eran dos personas. ¿Cuánta gente te ha querido desde entonces y los has alejado de ti porque tenías miedo de volver a sufrir? No voy a permitir que te alejes de mí, cariño. Piénsalo.

—Vaya tío —dijo Francine en broma cuando Dione entró en la cocina. Entonces vio su cara pálida y se apresuró a acercarle una silla y servirle una taza de café—. ¿Ocurre algo?

—Sí. No. No sé —se bebió el café, aturdida, y luego levantó los ojos dorados y perplejos hacia ella—. Quiere casarse conmigo.

—Eso me ha parecido. ¿Y tanto te sorprende? Supongo que un montón de hombres habrán querido casarse contigo.

—No acepta un no por respuesta —dijo Dione distraídamente.

—Si tiene tan buena pinta como parece, ¿por qué quieres que acepte un no por respuesta? —preguntó Francine con aire práctico—. A menos que sea un holgazán.

—No, no es un holgazán. Es… incluso mejor de lo que parece.

—¿Le quieres?

Dione escondió la cara entre las manos.

—Tanto que me muero sin él.

—¡Pues cásate con él! —Francine se sentó a su lado—. Cásate con él, y luego resolveréis los problemas que os mantienen separados. Te sorprendería saber cuántos problemas solucionan dos personas cuando duermen en la misma cama cada noche y se despiertan cara a cara cada mañana. No tengas miedo de arriesgarte. Todo matrimonio es un riesgo, pero también lo es cruzar la calle. Si no te arriesgas, nunca llegas al otro lado.

Esa noche, mientras yacía despierta en la cama, las palabras se agolpaban en la cabeza de Dione. Blake había dicho que temía sufrir otra vez, y era cierto. Pero ¿tanto miedo le daba sufrir que había llegado al extremo de darle la espalda a un hombre que la quería?

Nadie la había querido antes. Nadie se había preocupado por ella, la había abrazado cuando lloraba, la había reconfortado cuando estaba angustiada…

Salvo Blake. Él había hecho todas esas cosas. Incluso Richard había creído que era fuerte y confiada, pero Blake había visto más allá de su fachada y se había dado cuenta de lo vulnerable que era, de lo fácil que era hacerle daño. Blake había reemplazado el recuerdo de la violencia por el recuerdo del amor. Ahora, cuando soñaba con las caricias de un hombre, eran las suyas las que sentía, y ello la llenaba de un doloroso deseo.

Blake la quería. Era increíble, pero tenía que creerlo. Le había dejado libre, esperando que se olvidara de ella, pero las cosas no habían sucedido así. No era un caso de «ojos que no ven, corazón que no siente». Él se había tomado la molestia de encontrarla, y le había dado tiempo para pensar en cómo sería la vida sin él antes de llamarla. No la había abandonado.

Con el paso de los días, Dione comenzó a sonreír mientras trabajaba con Kevin y a canturrear constantemente. Kevin estaba tan dispuesto a hacer todo lo que le pedía que era un placer trabajar con él, y Dione sabía que pronto ya no la necesitaría.

Había olvidado hacía largo tiempo el accidente de coche que le había causado las lesiones, y lo único que le preocupaba era si podría jugar al balón cuando llegara el verano.

—¿Qué tal va tu paciente? —preguntó Blake cuando volvió a llamarla, y Dione sonrió al oír su voz.

—Genial. Estoy a punto de condecorarle con un andador.

—Eso es una buena noticia, y no sólo para él. Significa que podrás tomarte una larga luna de miel.

Ella no dijo nada; se quedó allí, sonriendo. No, Blake Remington no se daba por vencido. Cualquier otro hombre habría tirado la toalla con rabia, pero cuando Blake decidía que quería algo, iba tras ello.

—¿Te has desmayado? —preguntó con sorna.

—No —dijo Dione, y rompió a llorar—. Es sólo que te quiero muchísimo y te echo de menos.

Él exhaló un largo y tembloroso suspiro.

—Vaya, menos mal —masculló—. Empezaba a pensar que tendría que raptarte. Di, vas a tener que darme masajes eternamente para compensarme por lo que me has hecho pasar.

—Hasta firmaré un contrato, si quieres —contestó ella, sollozando.

—Pues claro que quiero. Un contrato blindado. ¿Qué día puedo ir a recogerte? O no te conozco, o tienes organizado el horario de Kevin hasta el mismísimo día que le des un beso de despedida y te vayas. Y yo estaré allí para recogerte cuando salgas por la puerta. No pienso perderte de vista hasta que seas la señora Remington.

—El doce de abril —dijo, riendo y llorando al mismo tiempo.

—Allí estaré.

Allí estaba, apoyado en el timbre de la puerta a las nueve en punto de la mañana mientras una ventisca primaveral lanzaba su blanco cargamento sobre su cabeza desprotegida. Cuando Francine abrió la puerta, le sonrió.

—Vengo a buscar a Dione —dijo—. ¿Se ha levantado ya?

Francine abrió la puerta un poco más y sonrió al hombre alto que entró en la casa cojeando un poco. Tenía un aire temerario. Era de esos hombres que no dejaba que la mujer a la que amaba se les escapara.

—Está intentando meterlo todo en la maleta, pero la están ayudando los niños y puede que tarde un rato —explicó Francine—. Supongo que estarán agarrados a sus piernas, llorando.

—Conozco esa sensación —masculló él, y al ver la mirada inquisitiva de Francine sonrió de nuevo—. Soy uno de sus ex pacientes —explicó.

—Cuide bien de ella —le suplicó Francine—. Ha sido muy buena con Kevin, siempre animándole, sin dejar nunca que se aburriera… Es especial.

—Lo sé —dijo él suavemente.

Dione dobló el rellano de la escalera con dos niños llorosos en los brazos. Se detuvo al ver a Blake y su rostro entero se iluminó.

—Has venido —musitó como si no se hubiera atrevido a abrigar esperanzas.

—Pues claro que sí —dijo él, y subió los escalones de un salto que parecía mofarse de su leve cojera. No había modo de abrazarla sin incluir también a los niños, así que los estrechó a los tres y la besó. Amy metió el dedito entre sus bocas y soltó una risita.

Blake se echó hacia atrás y le lanzó a la niña una mirada tristona, a la que ella contestó abriendo los ojos de par en par, llenos de inocencia.

—¿Tú eres el que se va a llevar a Di? —preguntó Kevin, lloroso, pegando la carita mojada al cuello de Dione.

—Sí, soy yo —contestó Blake, muy serio—, pero prometo cuidarla muy bien si me la dejáis. Yo también fui paciente suyo, y la necesito un montón. Todavía me duele la pierna por la noche, y tiene que darme friegas.

Kevin, que comprendió lo que quería decir, asintió con la cabeza al cabo de un momento.

—Está bien —suspiró—. Se le da muy bien dar friegas en las piernas.

—Kevin, deja que Dione te baje —dijo Francine. Cuando los dos niños estuvieron en el suelo, Amy rodeó la pierna de Blake con sus bracitos gordezuelos y levantó la mirada hacia su cara, que estaba lejísimos. Él la miró y luego miró a Dione.

—Por lo menos, dos —dijo—. Puede que tres, si no me das una hija en los dos primeros intentos.

—Tengo treinta años, ¿recuerdas? —dijo ella con cautela—. Casi treinta y uno.

—¿Y qué? Tienes el cuerpo de una chica de dieciocho, sólo que en mejor forma. Yo lo sé —murmuró, y la luz ardiente de sus ojos la hizo ponerse colorada. Con voz normal añadió—: ¿Has hecho las maletas?

—Sí, voy a bajarlas. Espera aquí —dijo ella apresuradamente, y dando media vuelta volvió a subir las escaleras. El corazón le galopaba en el pecho, y no por culpa de las escaleras. El solo hecho de verlo otra vez había sido como si le dieran una patada, sólo que no le había dolido. Se sentía verdaderamente viva. Hasta en los dedos sentía un hormigueo de felicidad. ¡Iba a casarse en dieciocho días!

—¡Date prisa! —gritó Blake, y Dione se estremeció de placer. Recogió sus dos maletas y bajó corriendo las escaleras.

Cuando estuvieron en el coche, Blake se quedó largo rato mirándola. Francine y los niños se habían despedido de ellos en la casa y no habían salido a la nieve, de modo que estaban solos. La nieve había cubierto ya las ventanillas, envolviéndolos como un blanco capullo.

Blake se metió la mano en el bolsillo.

—Tengo algo para ti —murmuró. Sacó el corazón de rubí y lo hizo oscilar ante sus ojos—. Más vale que te lo quedes —dijo mientras se lo abrochaba alrededor del cuello—. No ha vuelto a funcionar bien desde que intentaste devolvérmelo.

Las lágrimas quemaban los ojos de Dione mientras el corazón de rubí se deslizaba hasta posarse entre sus pechos.

—Te quiero —dijo con voz trémula.

—Lo sé. Pasé algunos malos ratos cuando me devolviste el corazón, pero después lo estuve pensando y me di cuenta de lo asustada que estabas. Tenía que dejarte marchar para convencerte de que te quería. Dejar que te montaras sola en ese avión fue lo más duro que he hecho en mi vida. Comparado con eso, aprender a caminar de nuevo fue un juego de niños.

—Te compensaré —musitó ella, lanzándose en sus brazos. El olor de Blake incitaba sus sentidos. Lo inhaló, llena de placer. Aquel olor le devolvía los días soleados y ardientes y el eco de sus risas.

—Empezarás esta misma noche —la amenazó él—. O, mejor aún, en cuanto lleguemos al hotel. He reservado una habitación.

Ella levantó la cabeza, sorprendida.

—¿No vamos a volver a Phoenix hoy mismo? —preguntó.

—Por si no lo has notado, estamos en medio de una tormenta de nieve —Blake sonrió—. Se han suspendido todos los vuelos hasta que escampe, y podrían pasar días y días. ¿Qué te parecería pasar días y días en la cama conmigo?

—Intentaré soportarlo —suspiró ella.

—¿Desnuda? —preguntó él mientras frotaba la nariz contra su cuello. Luego, lentamente, como si hubiera esperado todo lo que podía, cerró sus labios sobre los de ella. La besó largo rato, disfrutando de su sabor y su tacto, y luego se apartó con visible esfuerzo.

—Ya puedo conducir —dijo innecesariamente mientras ponía el coche en marcha.

—Ya lo veo.

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