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Authors: Johann Wolfgang von Goethe

Tags: #Clásico, #Drama, #Romántico

Werther (5 page)

»Carlota me miró, riéndose de la vehemencia conque yo hablaba y una lágrima que sorprendí en los ojos de Federica me animó a continuar:

»“¡Mal hayan —dije— aquellos que utilizan el imperio que tienen sobre un corazón, para arrancarle las alegrías inocentes que brotan en él! Todos los dones, todos los agasajos posibles, no bastan para pagar un instante de placer espontáneo que suele convertir en amargura la envidiosa suspicacia de nuestro verdugo.”

»Mi corazón estaba lleno de pasión en este momento, mil recuerdos acudieron a mi alma, y el llanto se agolpó en mis ojos.

»Continué: “¿Por qué no hemos de decirnos cada día: todo lo que puedes hacer por tus amigos es respetar sus placeres y aumentarlos tomando parte en ellos? ¿Puedes acaso ofrecerles una gota de bálsamo consolador, cuando sus almas se hallan atormentadas por una pasión que aflige, despedazadas por el dolor?… ¡Y cuando la última, la más espantosa enfermedad sorprenda a quien hayas atormentado en sus horas de dicha cuando en el lecho, en el más triste abatimiento levante al cielo sus apagados ojos, y el sudor de la muerte se apodere de su frente lívida, y tú, de pie junto a la cama como un condenado, veas que nada puedes con todo tu poder y sientas filtrarse la angustia hasta el fondo de tu alma, pensando que lo darías todo por depositar en el seno del moribundo un átomo de alivio, una chispa de valor!…”

»Estas palabras me hicieron recordar de una manera vigorosa un suceso parecido que yo había presenciado. Me alejé del grupo, llevándome el pañuelo a los ojos, y sólo volví en mí cuando la voz de Carlota me gritó: “¡Vámonos!”

»¡Cómo me ha regañado durante el camino, por dedicar a todo un entusiasmo vehemente!… Dice que esto me matará si no consigo dominarme. ¡Oh, no, ángel mío! Yo quiero vivir para ti.»

6
DE JULIO

«Carlota está siempre al lado de su moribunda amiga, y siempre es la misma; siempre esta criatura afable y benéfica, cuya mirada, dondequiera que se fija, dulcifica el dolor y hace felices a las personas. Ayer tarde fue a pasearse con Mariana y la pequeña Amelia. Yo lo sabía, me reuní con ellas y caminamos juntos. Después de haber andado como una legua y media, volvimos hacia la ciudad, y llegamos a la fuente, que ya me gustaba mucho y que ahora me gusta mil veces más.

»Sentóse Carlota sobre el pequeño muro, los demás estábamos de pie delante de ella. Miré alrededor, y me acordé del tiempo en que mi corazón estaba solitario. “¡Fuente querida! —me dije a mí mismo—; ¡cuánto tiempo hace que no he gozado de tu frescura, y cuántas veces, pasando de prisa junto a ti ni siquiera te he mirado!” Bajé los ojos y vi que subía la pequeña Amelia con un vaso de agua, cuidando de no verterlo.

»Miré a Carlota y comprendí todo lo que ella es para mí. En esto, llegó Amelia con su vaso; Mariana quiso quitárselo.

»“¡No! —exclamó la niña con la más dulce expresión—, ¡No! Lota, tú has de beber antes que nadie.”

»La verdad, la bondad con que aquella muñeca pronunció estas palabras, me arrebataron hasta el punto de que, para expresar mis sentimientos, no supe hacer otra cosa que tomarla en mis brazos y besarla con tanta efusión, que empezó a gritar y a llorar.

»“Eso no está bien hecho”, me dijo Carlota.

»Quedéme confuso.

»“Ven, Amelia —prosiguió, cogiéndola de la mano y haciéndole bajar los escalones—. Lávate en seguida en esa agua fresca, y no te sucederá nada.” Fijé mi atención en la niña, que afanosa se frotaba las mejillas con sus manos mojadas, convencida de que la fuente milagrosa la limpiaría de toda mancha, quitándole la afrenta de haber sido tocada por una barba impura. Carlota le decía: “¡Basta ya!” Y ella continuaba frotándose con nuevo brío, como si mientras más lo hiciese, fuera mejor. Guillermo, te aseguro que no he asistido a ninguna ceremonia con más respeto… Y cuando Carlota subió, de buena gana me hubiera prosternado a sus pies, como ante los de un profeta redentor de los pecados de un pueblo. No pude resistirme al deseo de contar por la noche lo sucedido, con toda la alegría de mi corazón, a uno que yo creía sensible, porque tiene agudeza. ¡Cómo me equivocaba! Censuró la conducta de Carlota, dijo que no se debía hacer creer nada a los niños; que estos abusos eran origen de errores y supersticiones sin número, que hay necesidad de evitar desde muy temprano… Entonces recordé que ocho días antes había hecho este charlatán bautizar a un niño, por lo cual, oyéndole como el que oye llover, seguí siendo fiel con todo mi corazón a esta verdad: preciso obrar con los niños como obra con nosotros el Señor, que nunca nos hace más felices que cuando nos deja embriagarnos con una ilusión agradable.»

8
DE JULIO

«¡Qué niños somos! ¡Con qué vehemencia suspiramos por una mirada! Habíamos ido a pie a Wahlheim, las señoras salieron en coche, y durante nuestro paseo creí ver en los ojos negros de Carlota… Soy un loco: perdóname. Sería preciso que vieras estos ojos. Abreviaré, porque el sueño cierra los míos.

»Las señoras subieron en el coche, y al lado estábamos el joven W., Selstadt, Audran y yo. Charlaban por la portezuela con estos jóvenes aturdidos que son, por cierto, locos y superficiales. Yo buscaba los ojos de Carlota. ¡Ay!, sus miradas vagaban ya a un lado, ya a otro, sin dirigirse a mí, que sólo de ella me ocupaba. Mi corazón le dijo adiós mil veces; pero ella no me veía. Pasó el coche, y una lágrima humedeció mis párpados. Lo seguí con la vista. Carlota sacó la cabeza por la portezuela y se volvió a mirar… ¡Ah!…, ¿era a mí? Amigo mío, floto en esta incertidumbre; esto me consuela. Acaso volvió para verme; acaso… Buenas noches. ¡Oh, qué niño soy!»

10
DE JULIO

«Quisiera que vieses la cara estúpida que pongo cuando la gente habla de Carlota, y, sobre todo cuando me preguntan si me gusta. ¡Gustarme! Odio de muerte esta palabra. ¿Qué hombre habrá a quien no le guste, a quien no le robe el pensamiento, todo el corazón?… ¡Gustar! El otro día me preguntaron si Ossián me gustaba.»

11
DE JULIO

«La señora M… está muy mala. Ruego a Dios por su vida, porque sufro viendo que Carlota sufre. No la veo sino alguna vez en casa de una de sus amigas donde hoy me ha contado una historia singular. El señor M… es un viejo avaro, perverso y repugnante, que ha tenido atormentada y muy sujeta a su mujer toda la vida; ella, sin embargo, ha sabido sacar fruto de su situación. Habiéndola desahuciado el médico hace algunos días, mandó a llamar a su marido, y, en presencia de Carlota, le habló en estos términos: “Debo confesarte una cosa que, después de mi muerte, podría ser motivo de inquietud y pesares. Hasta hoy he gobernado la casa con todo el orden y economía posible; pero debo pedirte perdón porque te he engañado durante treinta años. Desde nuestro casamiento fijaste una cantidad muy pequeña para los gastos de comida y demás de la casa. Cuando ésta ha prosperado, y nuestros negocios han levantado el vuelo, no he podido lograr que aumentes la suma destinada para cada semana; tú sabes que en el tiempo de nuestros mayores gastos me obligabas a atender a todo con un florín diario. He obedecido sin replicar, y cada semana he tomado del cofre del dinero lo indispensable para cubrir mis atenciones, segura de que jamás se sospecharía que una mujer robase a su marido. Nada he malgastado, y sin hacer esta confesión hubiera entrado tranquila en la eternidad; pero sé que la que me suceda en el gobierno de la casa no podrá manejarse con lo poco que tú das, y no quiero que llegues a echarle en cara que tu mujer se contentaba con ello.”

»He hablado con Carlota sobre la increíble ceguera que hace que un hombre no sospeche manejo alguno en una mujer que con siete florines cubre de domingo a domingo todos los gastos cuando se ve que éstos pasan del doble. Sin embargo, conozco gente que hubiera recibido en su casa, sin asombrarse, la inagotable cántara de aceite del profeta.»

13
DE JULIO

«No, no me engaño: leo en sus ojos negros el verdadero interés que le inspiran mi persona y mi suerte. Conozco, y en esto debo creer en mi corazón, que ella… ¡Oh! ¿Podré y me atreveré a expresar en estas palabras la dicha que siento? Conozco que me ama.

»¡Soy amado!… ¡Si vieras cómo me ofreció ahora; si vieras…, te lo diré, porque tú sabrás comprenderme: si vieras lo mucho más que valgo a mis propios ojos desde que soy dueño de su amor! ¿Somos realmente el uno del otro por sentimiento o sólo por vanidad? No conozco hombre alguno capaz de robarme el corazón de Carlota, y, a pesar de ello cuando ésta habla de su futuro esposo, con todo el calor, con todo el amor posible, me hallo como el desgraciado a quien despojan de todos sus títulos y honores, y le obligan a entregar su espada.»

16
DE JULIO

«¡Ah qué sensación tan grata inunda todas mis venas cuando por casualidad mis dedos tocan los suyos, o nuestros pies se tropiezan debajo de la mesa! Los aparto como de un fuego, y una fuerza secreta me acerca de nuevo a pesar mío. El vértigo se apodera de todos mis sentidos, y su inocencia su alma cándida, no le permiten siquiera imaginar cuánto me hacen sufrir esta insignificantes familiaridades. Si pone su mano sobre la mía cuando hablamos, y si en el calor de la conversación se aproxima tanto a mí que su divino aliento se confunde con el mío, creo morir herido por el rayo, Guillermo y este cielo, esta confianza, si llego a atreverme… Tú me entiendes. No, mi corazón no está tan corrompido. Es débil, demasiado débil… Pero, en esto, ¿no hay corrupción?

»Carlota es sagrada para mí. Todos los deseos se desvanecen en su presencia. Nunca sé lo que experimento cuando estoy a su lado: creo que mi alma se dilata por todos mis nervios.

»Hay una sonata que ella ejecuta en el clavicémbalo con la expresión de un ángel: ¡tiene tal sencillez y tal encanto! Es su música favorita y le basta tocar su primera nota para alejar mi zozobra cuidados y aflicciones.

»No me parece inverosímil nada de lo que se cuenta sobre la antigua magia de la música ¡Cómo me esclaviza este canto sencillo! ¡Y cómo sabe ella ejecutarlo en aquellos instantes en que yo sepultaría contento una bala en mi cabeza! Entonces, disipándose la turbación y las tinieblas de mi alma, respiro con más libertad.»

18
DE JULIO

«Guillermo, sin el amor, ¿qué sería el mundo para nuestro corazón? Lo que una linterna mágica sin luz. Apenas se introduce la lamparilla, cuando las imágenes más variadas aparecen en el lienzo diáfano. Y aunque el amor no sea otra cosa que fantasmas pasajeros, esto basta para labrar nuestra dicha cuando, deteniéndonos a contemplarlos como niños alegres, nos extasiamos con tan maravillosas ilusiones. Hoy no he podido ir a casa de Carlota; una visita inevitable lo ha impedido.

»¿Qué hacer? He enviado a mi criado, sin más objeto que el de tener cerca de mi a alguno que la haya visto hoy. ¡Con cuánta impaciencia le he esperado! ¡Con qué alegría he vuelto a verle! Le hubiera besado, a no ser el colmo de la locura.

»Cuentan que la piedra de Bolonia, cuando se pone al sol absorbe los rayos y puede luego alumbrar parte de la noche: en este caso se hallaba mi criado para mí. La idea de que los ojos de Carlota se habían fijado en su cara, en sus mejillas, en los botones de su casaca y en el cuello de su abrigo, hacía todo esto tan sagrado y tan precioso para mí, que en aquel momento no hubiera yo dado a mi sirviente por mil escudos. Su presencia me llenaba de gozo. ¡Dios te libre de reírte! Guillermo, ¿se puede llamar ilusiones a lo que nos hace felices?»

19
DE JULIO

«¡La veré!, exclamo con júbilo por la mañana cuando, al despertarme lleno de alegría, dirijo mis miradas hacia el naciente sol; ¡la veré!, y no tengo otro deseo en todo el día. Lo demás desaparece ante esta esperanza.»

20
DE JULIO

«Vuestra idea de que me vaya con el embajador de… no es aún la mía. No me gusta depender de nadie, y, además, sabemos que ese hombre es áspero en su trato. Dices que mi madre se alegrará de verme ocupado. Deja que me ría. ¿No tengo ya bastante que hacer? Y, en el fondo, ¿no es lo mismo que yo cuente guisantes que lentejas? Todas las cosas de este mundo vienen a parar en bagatelas, y el que por complacer a los demás, contra su gusto y sin necesidad, se fatiga corriendo tras la fortuna, los honores u otra cosa cualquiera, es siempre un loco.»

24
DE JULIO

«Dado el interés que manifiestas en que no descuide el dibujo, casi preferiría callarme a decirte que desde hace mucho tiempo apenas me he ocupado de tal cosa.

»Jamás he sido tan feliz; jamás me ha impresionado la naturaleza tan profundamente: hasta una piedrecilla, un tallo de hierba…, y, sin embargo, no sé cómo expresarme. ¡Mi imaginación está tan débil! Todo vaga y oscila ante mí de tal modo, que ni siquiera puedo captar un contorno. A pesar de ello, me figuro que, si tuviese barro o cera, modelaría perfectamente cuanto concibo. Si esto dura, me entretendré con barro común, aunque no haga más que bolitas.

»Tres veces he comenzado el retrato de Carlota, y las tres me ha salido mal. Esto me es tanto más sensible cuanto que hace poco tiempo tenía yo gran facilidad para sacar el parecido. Últimamente he hecho su retrato de perfil; preciso será que me contente con él.»

25
DE JULIO

«Sí, Carlota, yo cuidaré de todo y lo arreglaré todo; sólo os pido que me deis más encargos y con más frecuencia. También tengo que haceros una súplica: no uséis la salvadera cuando me escribáis. He besado con efusión la carta de hoy, y todavía rechina la arenilla entre mis dientes.»

26
DE JULIO

«Más de una vez me he propuesto no verla tan a menudo, pero ¿quién podría cumplirlo? Todos los días me vence la tentación, y todos también me digo a mí mismo solemnemente: “Mañana no iré”; pero, cuando mañana se vuelve hoy, hallo un nuevo y poderoso motivo que me conduce a su casa antes de haberme dado cuenta de ello. Ya porque me ha preguntado por la noche si nos veremos al día siguiente, y sería una grosería no ir; ya porque me ha hecho algún encargo y quiero yo mismo decirle el resultado; ya porque, estando la mañana deliciosa, me voy a Wahlheim, desde donde sólo falta media legua para llegar a su casa, y su atmósfera me atrae…, ¡zas!, me planto allí de un brinco. Sabía mi abuela un cuento de una montaña de imán: los bajeles que se acercaban demasiado perdían de pronto todo el herraje; los clavos volaban hacia la montaña, y los pobres marineros perecían entre las tablas, que se iban sumergiendo unas tras otras.»

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