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Authors: Michel de Nostradamus

Tags: #Ciencia Ficción, Otros

Profecías

 

En el siglo XVI, el sabio francés Michelle De Nostradamus predijo varios eventos futuros en su famoso libro LAS CENTURIAS. Muchas de esas predicciones, escritas en lenguaje cifrado, se han cumplido: la Revolución Francesa, la independencia de los EEUU, el imperio de Napoleón Bonaparte, el vuelo en globo, la Guerra de Secesión de los EEUU, el asesinato de Lincoln, el avión, el submarino, la I Guerra Mundial, el III Reich de Hitler, la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial, la bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, los asesinatos de los hermanos Kennedy, la llegada del hombre a la luna, el ascenso del Ayatollah Khomeini, etc. Todos sus confusos versos solo pudieron ser interpretados correctamente una vez cumplido el evento que profetizaban. Pero, ¿y qué hay de nuestro futuro? ¿Estarán en lo cierto la mayoría de las trágicas interpretaciones de los expertos modernos sobre las cuartetas que aluden a hechos que nos sucederán próximamente? Y si es así, ¿tendremos nosotros la oportunidad de alterar lo que Nostradamus profetizó para nuestra generación hace más de cuatro siglos?

Michel de Nostradamus

Profecías

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07.07.12

Introducción

«Aquí descansan los restos mortales del ilustrísimo Michel Nostradamus, el úni­co hombre digno, a juicio de todos los mortales, de escribir con pluma casi di­vina, bajo la influencia de los astros, el futuro del mundo.»

Quien dictó estas breves líneas para que fueran grabadas en la grisácea pie­dra de una tumba pretendió encerrar en ellas toda la esencia de una vida que se consumió, de forma. desacostum­brada, entre la realidad y el mito, entre la fe en Dios y la hechicería, entre lo consciente y lo inconsciente.

Nostradamus fue médico y vidente, astrólogo y filósofo, matemático y al­quimista. Este personaje ha sido objeto de estudio, de análisis y de una ininte­rrumpida búsqueda por parte de cuan­tos se han esforzado en descubrir su auténtica personalidad y sobre todo el secreto, mucho más apasionante, que se encierra en sus famosas profecías.

En honor a la verdad, la crítica ra­cionalista niega la existencia de cual­quier «secreto de Nostradamus», redu­ciendo su obra de clarividente a un mero producto de la alucinada imagi­nación de un loco, a una explosión de imágenes, fruto de una alquimia del pensamiento que puede cautivar, pero que no puede satisfacer razonable­mente a quienes la examinen.

Sin embargo, no se puede liquidar con una interpretación tan simplista al autor de las famosas
Centurias;
no se pueden despachar tan sencilla y cómo­damente los
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libros de las versiones proféticas de Michel de Nostredame, más conocido por el nombre latino que él mismo se había dado: Nostra­damus.

Aun que todo el mundo haya oído hablar de él y su nombre se cite con frecuencia, ¿cuantos habrán leído, si­quiera por encima, su extraordinario conjunto de profecías? Un número muy reducido, sin que ello deba sorprender lo más mínimo.

Si los textos de Nostradamus pudie­ran ser interpretados de forma inme­diata y precisa; si sus profecías en lugar de encubrirse en un lenguaje enimá­tico estuviesen al alcance de todo el mundo, su obra sería el
bestseller
más grande de todos los tiempos. ¿Quién de nosotros renúnciaría a satisfacer la curiosidad de conocer su porvenir? ¿Quién prefiere ignorar lo que el des­tino reserva a los hombres?

El empleo de un lenguaje esotérico en sus escritos se justifica porque, en el terreno de la profecía más que en cual­quier otro campo, las verdades no son siempre agradables para quien las dice, ni halagadoras para quienes las escu­chan.

Un elemental imperativo de huma­nidad exige que, en este sondear el destino del mundo, se actúe con prudencia y caridad, puesto que no deja de ser un bien, en la gran mayoría de los casos, que el significado preciso de una revelación profética no sea compren­dido hasta que el acontecimiento pre­dicho se haya cumplido. ¿Cómo actua­ríamos con libertad si conociéramos ya nuestro futuro? De ahí la necesidad de emplear un lenguaje sibilino rico en neologismos creados por el autor, va­liéndose de raíces latinas, griegas, espa­ñolas, celtas o provenzales. La obra se presenta como la yuxtaposición de ex­presiones herméticas para no condicio­narnos en nuestro quehacer diario ante la perspectiva del futuro.

Nostradamus subraya la necesidad de tal hermetismo en una carte dirigida al rey de Francia Enrique II: «para con­servar el secreto de estos aconteci­mientos, conviene emplear frases y pa­labras enigmáticas en sí mismas, aun­que cada una responda a un significado concreto».

En otro escrito suyo, después de precisar que las revelaciones conteni­das en sus profecías le fueron comuni­cadas «en el curso de continuas vigilias nocturnos», insiste sobre el origen cós­mico y divino de sus visiones, «visiones que Dios me ha dado a conocer a tra­vés de una revolución cósmica».

Nostradamus se funda en uno de los postulados principales de la antigua doctrina astrológica, según la cual, to­dos los acontecimientos y fenómenos terrestres y, por tanto, la historia de la humanidad, están en relación con los movimientos cíclicos de los astros: «todo está regido y gobernado por el inestimable poder de Dios que se ma­nifiesta no en medio de furores báqui­cos, sino en las relaciones astrológicas».

Ante todo queremos dejar constan­cia de que no aceptaremos la tesis sim­plista sobre la obra de Nostradamus, que dice que solo se trata de aconteci­mientos fácilmente previsibles en el contexto histórico de Francia, pues guerras, conflictos y cataclismos se re­piten en la historia de cualquier na­ción. Nostradamus, vidente del si­glo XVI, predijo hechos muy precisos, como será fácil comprobar más ade­lante, por ejemplo, la trágica muerte del rey Enrique II; la desatinada huida de Luis XVI a Varennes, origen de la gran tragedia del rey; y el nacimiento de Napoleón I (cfr. respectivamente Centurias I, 35; IX, 20; I, 60). Con idéntica precisión, supo describir im­portantes acontecimientos que forman parte de nuestra historia actual: pre­dicciones de hechos que muchos de entre nosotros hen visto realizarse des­de el comienzo del presente siglo y que no pueden ser desmentidos o ser con­siderados fruto de la simple imagina­ción.

Nostradamus, este gran explorador de lo ignoto humano ¿merece o no ser contado entre los grandes sabios que desde los profetas bíblicos hasta nues­tros días hen escrito, con letras de fuego, la historia de los hombres? .

La respuesta a tal interrogante po­drá darla cada uno de nosotros después de haber leído con suma atención sus profecías. Incluso el más escéptico de los lectores tendrá que admitir que el singular documento literario que Nos­tradamus nos legó abre un abismo de hipótesis como ningún otro libro lo hiciera en el curso de los siglos.

No es intención de este libro hacer un estudio pormenorizado de las pro­fecías de Nostradamus sino dar una vi­sion global del método de interpreta­ción de las
Centuries
para ofrecer al lec­tor la posibilidad de interpretar, por sí mismo, los hechos futuros que predijo tan ilustre vidente.

Nostradamus
Erudición y videncia

Su vida según Jean Aimes de Chavigny de Beaune

Michel de Nostradamus, el vidente más renombrado y famoso de cuantos han sabido interpretar los astros, nació en Saint Rémy de Provence, sur de Francia, el año de gracia de 1503, un jueves 14 de diciembre, hacia el medio­día. Su padre fue Jaime de Nostre­dame, notario de aquel lugar; su madre fue Renée de Saint Rémy, sus abuelos paternos y maternos eran profundos conocedores de las ciencias matemáti­cas y de la medicina. Como médicos habían vivido el uno en la Corte de René que, además de Conde de Pro­venza, era Rey de Jerusalén y de Sicilia; y el otro, en la Corte de Juan, Duque de Calabria a hijo del antedicho René.

Es necesario demostrar la inexacti­tud de ciertas versiones sobre los orí­genes del gran vidente, formuladas por envidiosos de su celebridad o por quie­nes desconocen la realidad.

La familia de Nostradamus, según algunos, era de origen judío, de la tribu de Isacar, convertidos al cristia­nismo. Y de ahí que atestigüe nuestro autor haber recibido directamente de sus abuelos el conocimiento de las cien­cias matemáticas; y en el prólogo de sus Centurias él mismo afirma que ellos le transmitieron el don de prede­cir el futuro.

Después de la muerte de su bisa­buelo materno, que le había infundido, casi como juego, el gusto por las cien­cias de los astros, Nostradamus fue en­viado a Aviñón para cursar letras y formarse en humanidades.

Desde Aviñón el joven estudiante pasó a Montpellier, donde frecuentó la célebre universidad estudiando en sus aulas medicina, hasta que una grave pestilencia, declarada en las regiones de Narbona, Tolosa y Burdeos, le dio ocasión de poner al servicio de los apestados el fruto de cuanto había aprendido durante sus estudios. Tenía entonces 22 años.

Después de haber ejercido la medi­cina durante cuatro años en aquellas regiones, le pareció oportuno volver a Montpellier para conseguir el título de doctor, que obtuvo al poco tiempo con la admiración y el aplauso de todos.

Pasando por Tolosa, llegó a Agen, ciu­dad situada a orillas del Garona, donde Julio César Scaliger le retuvo junto a sí. Era este hombre un personaje muy erudito y un verdadero mecenas. Nos­tradamus tuvo con él una extraordina­ria amistad que más tarde se tornó en oposición, discordia y divergencia, como suele suceder entre hombres sa­bios, según atestiguan muchos escritos.

En ese período se casó con una jo­ven de la alta sociedad, de la que tuvo dos hijos, un niño y una niña. Murie­ron los tres y Nostradamus tomó la decisión de instalarse definitivamente en Provenza, su tierra natal.

De vuelta a Marsella, se instaló en Aix en Provence, parlamento de la re­gión, donde ejerció durante tres años un cargo público ciudadano. Fue en­tonces, en 1546, cuando la peste azotó terriblemente aquella zona, según des­cribe el señor de Launay en su Teatro del mundo sirviéndose de los relatos que le fueron hechos por el propio vi­dente. Estos hechos han sido confir­mados por la investigación histórica de aquella época.

Desde Aix en Provence llegó a Salon­de Crau, pequeña ciudad que dista de Aix una jornada de camino hasta Avi­ñón y media jornada hasta Marsella. Contrajo segundas nupcias; y fue aquí, en este lugar, donde, previendo los grandes cambios y las trágicas convul­siones que perturbaron luego y revol­vieron a toda Europa, las sangrientas luchas civiles y los desgraciados acon­tecimientos que iban a precipitarse so­bre Francia, comenzó, lleno de una exaltada inspiración a invadido de un frenesí irresistible, la redacción de las
Centurias.

Centurias y presagios que él guardó por mucho tiempo en secreto, cre­yendo que la naturaleza insólita del ar­gumento le acarrearía calumnias, envi­dias y ataques muy ofensivos, tal como luego sucedió.

Vencido, al fin, por el deseo de que los hombres sacasen algún provecho de sus predicciones, las dio conocer. El rumor que suscitaron inmediatamente fue grande y corrió su fama de boca en boca, no sólo entre nosotros, sino tam­bién entre los extranjeros que sintie­ron por el vidente y por su obra una extraordinaria admiración. Esta fama impresionó tanto al poderoso Enri­que II, Rey de Francia, que éste, en el año de gracia de 1556, mandó llamar al vidente a la Corte. Después de que re­velara un cierto número de aconteci­mientos importantes que habían de suceder, recibió numerosos presentes y se volvió a su Provenza natal. Algunos años más tarde, concretamente en 1564, visitando Carlos IX las provincias y ha­biendo concedido la paz a las ciudades que contra él se habían rebelado, vino a Salon y no quiso dejar de visitar al profeta e insigne héroe, mostrándose para con él tan generoso, que lo honró con el cargo de consejero y le nombró médico suyo en la Corte.

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