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Authors: Kurt Vonnegut

Tags: #Humor, Relato

Pájaro de celda (31 page)

Además, yo estaba a punto de volver a la cárcel.

Así que decidí quejarme de nuestra frivolidad.

—¿Sabéis lo que va a acabar matando este planeta? —dije.

—¡El colesterol! —dijo Frank Ubriaco.

—La falta absoluta de seriedad —dije—. A nadie le importa ya un pimiento qué es lo que pasa en realidad, qué es lo que va a pasar, o cómo pudimos meternos en este lío.

Israel Edel, con su doctorado en historia, consideró esto como un indicio de que estábamos haciéndonos aún más estúpidos, si tal cosa era posible. Así que empezó a hacer unos sonidos,
bips
y
bups
, que otros empezaron a imitar. Era un remedo de supuestas señales de seres inteligentes del espacio exterior, que se habían recibido por radiotelescopios precisamente la semana anterior. Era la última gran noticia, y de hecho había relegado el asunto de la RAMJAC a las páginas interiores. La gente andaba haciendo
bips
y
bups
y riéndose no sólo en mi fiesta sino en todas partes.

Al parecer nadie estaba en condiciones de explicar lo que significaban las señales. Pero los científicos decían que si venían de donde parecía que venían, tenían que tener una antigüedad de un millón de años o más. Si la Tierra respondía, sería el principio de una conversación muy lenta, desde luego.

***

Así que renuncié a decir cosas serías. Conté otro chiste y me senté.

La fiesta terminó, como dije, con la llegada de mi hijo y mi nuera y sus dos hijos, y con la audición del disco de los últimos minutos de mi declaración ante un comité del Congreso en Milnovecientos Cuarentainueve.

A mi nuera y a mis nietos les resultó natural y fácil, al parecer, otorgarme los honores debidos a un abuelo que, todo hay que decirlo, era un viejecito limpio, aseado y agradable. Supongo que el modelo que encontraron los niños para poder quererme fue Santa Claus.

Mi hijo me sorprendió. Me pareció tan vulgar y tan enfermizo; me pareció un joven con un aire muy desdichado. Era más bajo que yo y casi tan gordo como era su pobre madre al final de su vida. Yo aún conservaba casi todo el pelo, pero él estaba calvo. Quizás heredase la calvicie del lado judío de su familia.

Fumaba en cadena cigarrillos sin filtro. Tosía mucho. Tenía el traje salpicado de quemaduras de cigarrillo. Le miré mientras oíamos el disco y vi que estaba tan nervioso que tenía tres cigarrillos encendidos a la vez.

Me había dado la mano con la pulcra aflicción de un general alemán que se rindiese en Stalingrado, por ejemplo. Yo para él seguía siendo un monstruo. Su mujer y Sarah Clewes le habían forzado a venir, en contra de su mejor juicio.

Lástima.

El disco nada cambió. Los niños, que seguían allí después de bien pasada ya su hora de acostarse, estaban inquietos y adormilados.

El objetivo de poner el disco había sido el de honrarme, dejar que personas que no lo supieran, me oyeran y vieran qué idealista había sido yo de joven. La parte en la que yo traicionaba involuntariamente a Leland Clewes diciendo que había sido comunista estaba en otro disco, imagino. No lo pusieron.

Sólo mis últimas palabras me interesaron realmente. Las había olvidado.

El congresista Nixon me había preguntado por qué, siendo como era hijo de emigrantes que habían sido tan bien tratados por los norteamericanos, siendo un hombre que había sido tratado como un hijo y enviado a Harvard por un capitalista norteamericano, había sido tan ingrato con el sistema económico norteamericano.

La respuesta que le di no era original. Yo nunca he sido original. Repetí lo que había contestado mi héroe de otros tiempos, Kenneth Whistler, al mismo tipo de pregunta general, hacía mucho, muchísimo tiempo. Whistler había sido testigo en el juicio de unos huelguistas acusados de violencia. El juez había sentido curiosidad por él y le había preguntado por qué un hombre tan culto como él y de tan buena familia se había incorporado a la clase obrera.

La respuesta robada que di a Nixon fue ésta: «¿Por qué? Por el Sermón de la Montaña, señor.»

Hubo una cortés ovación cuando los asistentes a la fiesta se dieron cuenta de que el disco había terminado.

Adiós.

W. F. S.

NOTAS

[1]
Los Hapgood, tres hermanos emprendedores. (
N. de los T.
)

[2]
Phi Betta Kappa, asociación de estudiantes universitarios de elevado nivel académico, fundada en 1776. (
N. de los T.
)

[3]
Día del Trabajo, que en Estados Unidos y en Canadá se celebra el primer lunes de septiembre. (
N. de los T.
)

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