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Authors: Enid Blyton

Tags: #Infantil y Juvenil, Aventuras

Otra aventura de los Cinco

 

Llegan las Navidades y la madre de Ana, Dick y Julián está enferma de escarlatina. Debido a este percance, sus hijos marchan a casa de los tíos Kirrin junto a su prima. Cuando los niños descubren que el padre de
Jorge
ha contratado a un preceptor para ayudarlos con los estudios temen que las vacaciones sean aburridas. Pero en la granja Kirrin ocurren cosas misteriosas y Los Cinco se ponen a investigar: ¿Quiénes son los nuevos huéspedes venidos de Londres? ¿Por qué hay un escondite que oculta un plano de la casa? Como siempre, Los Cinco están preparados para resolver el enigma.

Enid Blyton

Otra aventura de los Cinco

Los Cinco - II

ePUB v1.0

Vieri
13.02.12

CAPÍTULO I

Vacaciones de Navidad

Faltaba sólo una semana para la Navidad y las alumnas del colegio «Gaylands» estaban sentadas alrededor de la mesa del desayuno, charlando y haciendo planes para las próximas vacaciones. Ana se sentó a la mesa y abrió el sobre de una carta que acababa de recibir.

—¡Mira esto! —dijo a su prima Jorgina, que estaba sentada a su lado—. Es una carta de papá, y eso que ayer mismo él y mamá me escribieron otra.

—Espero que no traiga malas noticias —dijo
Jorge
. La primita no admitía de ninguna manera que la llamasen Jorgina, hasta tal punto, que la misma profesora la llamaba
Jorge
. En realidad, parecía un chico, con sus cortos y rizados cabellos y sus ademanes algo masculinos. Miró ansiosamente a Ana mientras ésta iba leyendo la carta.

—¡Oh,
Jorge
, no podremos pasar las vacaciones en mi casa! —dijo Ana, con lágrimas en los ojos—. Mamá está enferma de escarlatina y papá tiene miedo de que pueda contagiarnos. ¡Qué noticia más desagradable!

—¡Oh, cuánto lo lamento! —dijo
Jorge
. Se sentía tan defraudada como Ana, porque la madre de ésta la había invitado a ella y a su perro
Timoteo
a pasar las Navidades en su casa, y le había prometido llevarla a sitios donde nunca había estado, como el circo y el teatro de polichinelas y, además, había organizado una velada magnífica alrededor de un estupendo árbol navideño. Todas sus ilusiones se habían desvanecido de golpe.

—Cualquiera se lo dice a los chicos —dijo Ana pensando en Julián y Dick, sus dos hermanos—. Con lo ilusionados que estaban con estas vacaciones.

—Bueno ¿qué pensáis hacer entonces? —preguntó
Jorge
—. ¿No podríais venir a mi casa? Estoy segura de que a mi madre le gustará volver a veros. Guarda muy buen recuerdo de las vacaciones que pasasteis allí el último verano.

—Espera un momento: deja que acabe de leer la carta, a ver qué dice papá —dijo Ana volviendo a coger el papel—. ¡Pobre mamá! ¡Ojalá no esté muy grave!

Leyó un poco más, y de pronto lanzó una exclamación de alegría. Las otras chicas de su alrededor esperaban impacientes a que les contara lo que decía la carta.

—¡
Jorge
! ¡Pasaremos las Navidades en tu casa! Pero, ¡caramba!, fíjate. ¡Nos pondrán un preceptor! En parte, para que no molestemos demasiado a tu madre, y, por otro lado, «porque Julián y Dick han estado enfermos los dos esta temporada y andan retrasados en sus estudios».

—¡Un preceptor! ¡Qué rabia! ¡Apuesto a que nos hará estudiar lo mismo que en el colegio! —dijo
Jorge
, abatida—. Claro que cuando mis padres lean las notas que me han dado pensarán que estoy muy atrasada. Al fin y al cabo, ésta es la primera vez que voy a un colegio y me faltan muchas cosas que aprender todavía.

—Qué vacaciones más horribles vamos a pasar teniendo con nosotros un preceptor todo el tiempo —dijo Ana lúgubremente—. Yo espero que mis notas sean buenas, porque los exámenes los he hecho bien. Pero no me va a resultar nada agradable tener que estar sin hacer nada mientras vosotros dais vuestras lecciones. Aunque, por supuesto, podré distraerme jugando con
Timoteo
. ¡Supongo que no querrán que él también dé clases!

—¡Pues a él le gustaría! —repuso
Jorge
rápidamente.

No podía hacerse a la idea de que su adorado perro se pasara las vacaciones divirtiéndose con Ana mientras ella, Julián y Dick se dedicaban a estudiar y dar clases.


Timoteo
no puede dar clases,
Jorge
. No seas tonta.

—Por lo menos podrá sentarse a mis pies mientras yo las doy —dijo
Jorge
—. Será para mí un gran consuelo tenerlo conmigo. Por Dios, Ana, acaba ya de comerte las salchichas. Todas hemos terminado ya el desayuno y la campana está a punto de sonar. Te vas a quedar en ayunas.

—Menos mal que lo de mamá no es grave —dijo Ana leyendo rápidamente el final de la carta—. Dice papá que ha escrito también a Julián y a Dick, y, por supuesto, a tu padre, para encargarle que nos busque un preceptor. Oh, ¿verdad que es desagradable? No quiero decir que no me guste volver a «Villa Kirrin» y ver de nuevo la isla, pero, al fin y al cabo, allí no hay teatros, ni circos, ni verbenas.

El tiempo pasó muy aprisa. Ana y
Jorge
se dedicaron a preparar sus maletas y etiquetarlas, disfrutando del tumulto de los últimos días de colegio. Por fin el enorme autocar escolar paró ante la puerta y las chicas montaron en él.

—¡Otra vez a Kirrin! —exclamó Ana—. Sube,
Timoteo
, precioso. Siéntate entre
Jorge
y yo.

En el colegio «Gaylands» permitían a los alumnos tener consigo durante el curso sus animales favoritos.
Tim
, el gran perro de
Jorge
, de raza mixta, había tenido muy buena acogida. Salvo una vez que, en un descuido del basurero, cogió el cubo de la basura y lo arrastró por todo el colegio hasta meterse en plena clase de
Jorge
, su comportamiento había sido ejemplar.

—Estoy segura de que te habrán dado muy buenas notas,
Tim
—dijo
Jorge
abrazando a su adorado can—. Ahora nos vamos otra vez a casa. ¿Estás contento?

—¡Guau! —ladró
Tim
con voz profunda. Empezó a mover la cola. En aquel momento se oyó una exclamación que provenía del asiento de atrás.

—¡
Jorge
! Dile a
Tim
que se siente de una vez. ¡Me está despeinando con el rabo!

No mucho después, las dos chicas estaban ya en Londres, dispuestas a tomar el tren que había de llevarlas a Kirrin.

—Cómo me gustaría que a mis hermanos les hubiesen dado las vacaciones hoy también —suspiró Ana—. Qué bien estaría que llegásemos a Kirrin todos juntos.

Pero los dos chicos no estuvieron libres hasta el día siguiente. Ana estaba ansiosa de volverlos a ver. La temporada de colegio la había tenido apartada de ellos demasiado tiempo. Menos mal que por lo menos no se había separado de
Jorge
. Ella y sus hermanos habían pasado el último verano en casa de la prima
Jorge
y juntos habían disfrutado de una aventura verdaderamente extraordinaria en la pequeña isla que había cerca de la costa. En esta isla había un antiguo castillo, en cuyos sótanos los chicos habían hecho maravillosos descubrimientos.

—Cómo me gustará volver a la isla —comentó Ana cuando el tren estaba ya en las cercanías de Kirrin.

—No creo que podamos ir —dijo
Jorge
—. El mar está muy movido en invierno por la parte que rodea la isla. Sería muy peligroso intentar la travesía.

—¡Oh, qué lástima! —exclamó Ana, defraudada—. Me había hecho la ilusión de que nos ocurrieran nuevas aventuras allí.

—En invierno no pueden ocurrir aventuras, al menos en Kirrin —dijo
Jorge
—. Hace mucho frío, y a veces la nieve bloquea la casa y no podemos ni siquiera ir al pueblo. El viento y la nieve nos impiden el paso.

—¡Oh, eso debe de ser muy interesante! —dijo Ana.

—No lo creas: no es nada divertido, realmente —repuso
Jorge
—. Resulta la mar de aburrido. Todo lo más que se puede hacer es pasarse el día en casa sentada y de vez en cuando coger una pala y apartar algo la nieve de la puerta.

Todavía pasó algún tiempo antes de que el tren llegara a la estación donde tenían que bajar. Pero, al fin, empezó a aminorar la marcha la locomotora, vomitando vapor mientras alcanzaba el pequeño andén. Las dos chicas se levantaron rápidamente de sus asientos y empezaron a escudriñar a ver si había ido alguien a esperarlas. Efectivamente, allí estaba la madre de
Jorge
.

—¡Hola,
Jorge
querida! ¡Hola, Ana! —dijo la señora Kirrin, mientras abrazaba a las dos—. Ana, siento mucho el percance de tu madre, pero alégrate: está ya mucho mejor, me acabo de enterar.

—¡Oh, qué bien! —dijo Ana—. Tía Fanny: verás cómo te gustará que pasemos aquí las vacaciones. Nos portaremos de lo mejor. ¿Y tío Quintín? ¿Cómo se ha tomado eso de que pasemos los cuatro otra vez las vacaciones en su casa? Ya verás cómo no le daremos la lata tan a menudo como en el verano.

El padre de
Jorge
era un hombre de ciencia, muy inteligente, pero de un carácter terrible. Tenía muy poca paciencia con los niños y los cuatro habían recibido de él más de una fuerte reprimenda el último verano.

—Oh, tu tío sigue trabajando de firme —contestó tía Fanny—. Es que ha descubierto una nueva fórmula, algo secreto, y la quiere explicar en su libro. Dice que en cuanto haya terminado el trabajo lo llevará a que lo examine un experto en la materia y, si tiene aceptación, será de gran utilidad para el país.

—Oh, tía Fanny, eso suena a cosa interesante —dijo Ana—. ¿Cuál es el secreto?

—No puedo decírtelo de ninguna manera, tontina— dijo tía Fanny—. Yo misma no tengo la menor idea de en qué consiste. Vámonos ya, que aquí hace demasiado frío para estarnos quietas de pie.
Tim
tiene muy buen aspecto,
Jorge
querida.

—Oh, mamá, lo ha pasado muy bien en el colegio —dijo
Jorge
—. Realmente lo ha pasado muy bien. Una vez se quería comer las zapatillas del cocinero...

—Y también se ha dedicado a perseguir al gato que vive en el establo.

—Y una vez se metió en la despensa de la cocina y se tragó un pastel de carne —dijo
Jorge
—. Y además...

—¡Por Dios bendito,
Jorge
! ¡Seguro que no lo volverán a admitir en el colegio! —exclamó su madre, horrorizada—. ¿No lo han castigado? Espero que así sea.

—No, no lo castigaron —dijo
Jorge
—. Como tú sabes, nosotras somos responsables del comportamiento de los animales que tenemos. Y cada vez que
Tim
hizo algo malo me castigaron a mí, por no tenerlo bien domesticado o cosa parecida.

—Supongo que te habrán castigado un montón de veces, entonces —dijo su madre, mientras azuzaba con las riendas al caballito que llevaba la tartana a lo largo del camino—. En realidad, acabo de tener una buena idea.

Mientras iba hablando, sus ojos empezaron a brillar de modo inusitado.

—Creo que haré contigo lo mismo que han hecho en el colegio: castigarte cuando
Tim
haga una de las suyas.

Las chicas se echaron a reír. Estaban, en verdad, muy contentas. Las vacaciones iban a resultar estupendas. Era algo magnífico ir a Kirrin. Al día siguiente llegarían los chicos y entonces ¡sí que iban a pasar bien las Navidades!

—¡Viva «Villa Kirrin»! —exclamó Ana cuando la pequeña y vieja mansión apareció ante su vista—. ¡Oh, fíjate, la isla Kirrin otra vez!

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