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Authors: John Steinbeck

Tags: #Histórica, aventuras, #Aventuras

Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros

 

Steinbeck resucita bellamente el cautivante mundo del rey Arturo y sus nobles caballeros de la Tabla Redonda que incluye al mago Merlín y a los amores entre la bella Ginebra y Lanzarote del Lago con todo su irrepetible esplendor medieval.

El centenario de Steinbeck dejó una estela de reediciones que han reavivado el interés por su obra, y
Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros
, publicada postumamente, es una de las novelas más singulares de Steinbeck, a la que se añade en esta edición un conjunto de cartas en las que el autor se refirió al proceso de creación de esta obra que permaneció inédita hasta varios años después de su muerte.

John Steinbeck

Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros

ePUB v1.0

Joselín.
06.06.12

Título original:
The Acts of King Arthur and His Noble Knights

From the Winchester Mss. of Thomas Mallory and Others Sources

John Steinbeck, 1976

Traducción: Carlos Guardini

Retoque portada: Coco

Editor original: Joselín. (v1.0)

ePub base v2.0

Dedicatoria

A
los nueve años ocupé un sitial en la cofradía de los caballeros del rey Arturo, con tanto orgullo y dignidad como el que más.

E
n esos días harto escaseaban los escuderos aguerridos y de noble corazón que portaran escudo y espada, ciñeran arnés y socorrieran a los caballeros heridos.

E
ntonces acaeció que los deberes escuderiles recayeron en mi hermana de seis años, cuya gentil bravura era incomparable.

A
veces ocurre, para tristeza y lamentación, que quien sirve con fidelidad no es reconocido como fiel servidor, y así permanecieron en la sombra los trabajos escuderiles de mi bella y leal hermana.

P
or lo tanto, en el día de hoy hago las enmiendas que están a mi alcance, y la nombro caballero y le rindo mi homenaje. Y a partir de esta hora llámesela Sir Marie Steinbeck de Valle Salinas.

D
ios le dé gloria sin mengua.

John Steinbeck de Monterrey

Caballero

Introducción

por John Steinbeck

Hay muchas personas que olvidan, cuando crecen, lo mucho que les costó aprender a leer. Quizá se trate del mayor esfuerzo emprendido por un ser humano, y debe afrontarlo cuando niño. Un adulto rara vez sale triunfante de esa empresa, la de reducir la experiencia a un orbe de símbolos. Los seres humanos han existido durante mil millares de años, y sólo han aprendido esta artimaña —este prodigio— en los diez últimos millares de los mil millares.

No sé hasta qué punto mi experiencia es común a todos, pero en mis hijos he observado el pasmado tormento del aprendizaje de la lectura. Ellos, al menos, comparten mi experiencia.

Recuerdo que las palabras —manuscritas o impresas— eran demonios, y los libros, que tanto me torturaban, mis enemigos.

Cierta literatura impregnaba la atmósfera que respiré. Absorbí la Biblia por los poros. Mis tíos sudaban Shakespeare, y el
Pilgrim's Progress
de Bunyam vino mezclado con la leche de mi madre. Pero esas cosas me entraron por los oídos. Eran sonidos, ritmos, imágenes. Los libros eran demonios impresos, las pinzas y las empulgueras de un suplicio ultrajante. Hasta que ocurrió que una tía, con fatua ignorancia de mis rencores, me regaló un libro. Contemplé con odio la impresión en negro, y luego las páginas paulatinamente se abrieron y me permitieron la entrada. El prodigio ocurrió. La Biblia, Shakespeare y el
Pilgrim's Progress
eran patrimonio común. Pero este libro era mío. Era un ejemplar ilustrado de la
Morte d’Arthur
de Thomas Malory según la edición de Caxton. Adoré la anticuada ortografía de las palabras, y también las palabras en desuso. Es posible que haya sido este libro el que inspiró mi fervoroso amor por la lengua inglesa. Descubrir paradojas me deleitaba: que
cleave
significa tanto unir como separar; que
host
alude tanto a un enemigo cuanto a un amigo hospitalario; que
king
(«rey») y
gens
(«pueblo») proceden de la misma raíz. Por un tiempo, gocé de una lengua secreta:
yclept
y
hyght
para decir «llamado»,
wist
para «conocer»,
accord
para decir «paz»,
entente
para decir «propósito»,
yfyaunce
para decir «promesa». Moviendo los labios, pronunciaba la letra llamada
thorn
, como una «p», a la cual se parece, y no como una «th». Pero en mi pueblo, la primera palabra de
Ye Olde Pye Shoppe
(«La vieja pastelería») se pronunciaba
yee
[ji:], así que supongo que mis mayores no estaban mucho mejor que yo. Fue sólo mucho más tarde cuando descubrí que la «y» sustituía a la
thorn
perdida
[1]
. Pero al margen de que fueran gloriosas y secretas —
And when the chylde is borne lete it be delyvered to me at yonder privy posterne uncrystened
[2]
—, yo, curiosamente, conocía las palabras de tanto susurrármelas a mi mismo. La misma extrañeza del lenguaje bastaba para hechizarme y sumirme en una escenografía antigua.

Y esa escenografía enmarcaba todos los vicios que hubo siempre, además del coraje, la tristeza y la frustración, y sobre todo el heroísmo, acaso la única cualidad humana forjada por Occidente. Creo que mi percepción del bien y del mal, mi sentimiento de
noblesse oblige
, y todas mis reflexiones contra los opresores y a favor de los oprimidos provinieron de este libro secreto. Este libro no ultrajaba mi sensibilidad como casi todos los libros infantiles. No me asombraba que Uther Pendragon codiciara a la mujer de su vasallo y la tomara mediante engaños. No me asustaba descubrir que había caballeros malignos además de caballeros nobles. También en mi pueblo había hombres que lucían los hábitos de la virtud pero cuya maldad me era conocida. En medio del dolor, la pesadumbre o el desconcierto, yo volvía a mi libro mágico. Los niños son violentos y crueles, y también bondadosos; yo era todas estas cosas y todas estas cosas estaban en el libro secreto. Si yo no sabía escoger mi senda en la encrucijada del amor y la lealtad, tampoco Lanzarote sabía hacerlo. Podía comprender la vileza de Mordred porque también él estaba en mi; y también había en mi algo de Galahad, aunque quizá no lo bastante. Pese a todo, también estaba en mí la apetencia del Grial, hondamente arraigada, y quizás aún lo esté.

Más tarde, como el hechizo perduró, acudí a las fuentes: al
Libro negro de Caernarthen
, al «Mabinogion y otros cuentos galeses» del
Libro rojo de Hergist
, al
De Excidio Britanniae
de Gildas, a la
Giraldus Cambrensis Historia Britonum
, y a muchos de los
Frensshe books
, los «libros franceses» de que habla Malory. Y con las fuentes, leí los sondeos y tanteos de los especialistas —Chambers, Sommer, Gollancz, Saintsbury—, pero siempre volvía a Malory, o quizá debería decir al Malory de Caxton, puesto que ése era el único Malory que había hasta hace más de treinta años, cuando se anunció que un manuscrito desconocido de Malory se había descubierto en la Biblioteca del Winchester College. El descubrimiento me exaltó, pero como yo no era un especialista sino apenas un entusiasta, no tuve la oportunidad ni la cualificación para examinar el hallazgo hasta 1947, cuando Eugéne Vinaver, profesor de Lengua y Literatura Francesas de la Universidad de Manchester, dio a conocer una edición en tres volúmenes de las obras de Sir Thomas Malory hecha por la Universidad de Oxford, tomando el manuscrito Winchester. Ningún hombre podía ser más apto para esa tarea que el profesor Vinaver, con su gran conocimiento no sólo de los «libros franceses» sino también de las fuentes galesas, irlandesas, escocesas, bretonas e inglesas. Aportó a su obra, además del enfoque erudito, ese matiz de gozo y maravilla tan infrecuente en la metodología del académico.

Durante mucho tiempo quise verter a la lengua moderna las historias del rey Anuro y los caballeros de la Tabla Redonda. Esas historias perduran hasta en aquellos que no las leyeron. Y es posible que hoy día nos impacienten las viejas palabras y los solemnes ritmos de Malory. No todos comparten mi inicial y persistente fascinación por esas cosas. Quise verterlas a la lengua llana de hoy para mis jóvenes hijos, y para otros hijos no tan jóvenes, verter el significado de esas historias tal como fueron escritas, sin excluir ni añadir nada, quizá para competir con las distorsiones del cine y la historia, que constituyen la única fuente accesible para esos muchachos y para otros que se impacientan con la escritura de Malory y con el uso de palabras arcaicas. Si puedo hacerlo, y a la vez preservar la maravilla y la magia, me daré por contento y satisfecho. No tengo la menor intención de reescribir a Malory, ni de reducirlo, transmutarlo, atenuarlo o sentimentalizarlo. Creo que las historias tienen la suficiente grandeza como para sobrevivir a mi intromisión, que en el mejor de los casos hará el texto más accesible para mayor número de lectores, y en el peor de los casos no puede perjudicar a Malory en exceso. Después de tanto tiempo, hoy renuncio al Caxton de mi primer amor por el Winchester, que me parece más consustanciado con Malory. Mi gratitud al profesor Eugéne Vinaver por hacer asequible el manuscrito Winchester.

Por mi parte, sólo me resta solicitar a mis lectores que me incluyan en la súplica de Sir Thomas Malory, cuando dice: «Y ruego a todos vosotros, los que leéis este relato, que oréis por aquel que lo escribió para que Dios le conceda la liberación, y sea pronto y rápido —Amén».

Merlín

C
uando Uther Pendragon era rey de Inglaterra, recibió noticias de que su vasallo, el duque de Cornualles, había perpetrado actos de guerra contra su reino. Entonces Uther ordenó al duque que compareciera en la corte acompañado por su esposa Igraine, famosa por su discreción y hermosura.

Cuando el duque se presentó ante el rey, los grandes señores del consejo concertaron las paces entre ambos, de modo que el monarca le brindó su amistad y hospitalidad. Entonces observó Uther a Lady Igraine y comprobó que era tan bella cuanto su fama lo proclamaba. Se prendó de ella, la deseó y le suplicó que yaciera con él, pero Igraine era una esposa leal y rechazó su propuesta.

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