Read Los Girasoles Ciegos Online

Authors: Alberto Méndez

Tags: #novela histórica

Los Girasoles Ciegos (16 page)

—Vengo a ver a Lorenzo. ¿Cómo está?

Ahora lamento no haber dicho a mis padres que el hermano Salvador me vigilaba, porque el día que
se presentó en casa de improviso no estaban prevenidos. Llegó dando patadas a la puerta y gritando. Mi madre no tuvo más remedio que dejarle pasar. Recuerdo que la casa estaba casi sin muebles porque se los estaba llevando gente desconocida por razones que no me atreví a preguntar pero que yo atribuía a su pobreza y no a la nuestra.

Entró como una exhalación llamándome y no dejó de vociferar hasta que me encontró en la cocina fingiendo leer
Alicia en el País de las Maravillas.
Me preguntó cómo estaba, me arrancó el libro de las manos, me lo devolvió inmediatamente y me pidió, sin esperar mi respuesta, que le dejara hablar un momento con mi madre.

Durante muchos años me ha atormentado el remordimiento por haber invocado a los leprosos para que se comieran a ese energúmeno que estaba haciendo daño a mi madre, porque cuando acudí aterrorizado al oír sus gritos, vi cómo mi padre, desangelado e impotente, se abalanzaba sobre el hermano Salvador que estaba a horcajadas sobre ella, que se protegía el rostro con las manos para evitar el aliento de aquel puerco que hocicaba en su escote. Mi padre había salido del armario.

Sine sanguinis effussione, non fit remissio,
es cierto, no hay perdón si no se derrama sangre. Ahora comprendo todo el significado de esa Epístola a los hebreos. Dios me había utilizado como herramienta de su justicia. Por eso me alineé con los que conquistaron imperios, con los que taparon la boca a los leones,
obturaverunt ora leonum,
con los que escaparon al filo de la espada,
effugerunt aciem gladii.
¡Saulo, Saulo! Como Gedeón, como Barac, como Jefté y como el mismo Sansón tuve en mi mano el arma para castigar a los que, desoyendo la voluntad de Dios,
se patriam inquirere,
todavía buscan patria.

Llevado por un vigor en el que aún no me reconozco, Padre, arremetí contra el templo bien guardado que esa mujer me tenía vedado. Y bastó un gramo de mi ira para que saliera de su escondite el instigador del mal, el abyecto organizador de ese entramado de mentiras. El marido de Elena estaba oculto en esa casa.

Gritando algo ininteligible, Ricardo se abalanzó sobre el hermano Salvador, que logró incorporarse llevándole sobre sus espaldas sin comprender lo que estaba ocurriendo. Cuando logró zafarse de aquel aparecido que se aferraba a su cuello como si quisiera estrangularle, le bastó un manotazo para que su agresor volara literalmente por los aires. Durante unos instantes prevaleció el estupor sobre la ira y el religioso vestido de seglar se volvió hacia Lorenzo, que estaba inmóvil en la puerta, y le preguntó:

—¿Quién es ese hombre?

—Es mi padre, hijo de puta —contestó el niño, y corrió junto a Elena, que acababa de romper en un llanto agónico y caminaba a gatas para socorrer a su marido.

Fue entonces cuando el hermano Salvador comenzó a gritar reclamando la presencia de la policía mientras reculaba por el pasillo con los brazos extendidos como si quisiera cortar el paso a un ejército de demonios en fuga.

Mi padre parecía un alfeñique comparado con la corpulencia del hermano Salvador. Mi madre se arrodilló junto al cuerpo tendido de mi padre y
cuando me acerqué me acogió en el amasijo desvalido que formaba y mantuvo nuestros cuerpos apretados como si quisiera ocultarnos de todas las miradas. Cuando mi padre tuvo fuerzas suficientes para abrazarnos a su vez, los tres comenzamos un llanto que lo recuerdo como si hubiera durado varios años. Pero no hubo años para todos. El armario, el escondite, las mentiras y todos los silencios habían llegado a su fin.

Ricardo logró levantarse a duras penas porque la debilidad, el dolor y el peso de su mujer y de su hijo se lo impedían, pero cuando comprobó que podía caminar, avanzó por el pasillo siguiendo el sonido de los gritos del diácono, que había abierto todas las ventanas y pedía a gritos que alguien avisara a la policía.

Poco a poco fueron apareciendo rostros detrás de los visillos en las ventanas del patio, pero ninguna se abrió por si aquella locura se metía en sus hogares.

Sentí la fuerza de Yavhe en mi brazo y la ira de mi Patria en la garganta, pero yo quería justicia, no venganza. El Maligno quiso trocar mi orgullo en remordimiento y buscó la forma de humillarme.

Ahora ya no sé lo que recuerdo, porque aunque veo a mi padre sentado a horcajadas en el alféizar de una de las ventanas del pasillo, aunque le oigo despedirse de nosotros con una voz dulce y serena, mi madre dice que se arrojó al vacío sin pronunciar una palabra.

Se suicidó, Padre, para cargar sobre mi conciencia la perdición eterna de su alma, para arrebatarme la gloria de haber hecho justicia.

Ricardo dudó un instante antes de arrojarse a aquel patio del que llevaba tanto tiempo protegiéndose. Se tomó, ya vencido hacia el vacío, el tiempo suficiente para mirar a Elena y a su hijo con una sonrisa triste como las que suelen usarse en las despedidas tristes.

Debe de tener razón ella, porque no he podido olvidar nunca la mirada de mi padre precipitándose al vacío, su rostro sonriente mientras el patio engullía su cuerpo abandonado, aunque esto es imposible porque mi estatura no me permitía entonces asomarme a esa ventana.

Aquí termina mi confesión, Padre. No volveré al convento y trataré de vivir cristianamente fuera del sacerdocio. Absuélvame si la misericordia del Señor se lo permite. Seré uno más en el rebaño, porque en el futuro viviré como uno más entre los girasoles ciegos.

FIN

Alberto Méndez

El 30 de diciembre de 2004, Alberto Méndez fallecía en Madrid a los sesenta y tres años de edad, ocho meses después de que viera la luz su único libro, "Los girasoles ciegos". Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid después de haber estudiado el bachillerato en Roma, su vida profesional se desarrolló siempre dentro del mundo editorial (fue el fundador, a finales de los sesenta, de la editorial Ciencia Nueva, cerrada posteriormente por Manuel Fraga), pero hasta 2004 no se decidió a publicar la que se convertiría en su única novela. Antes, había ganado el premio Internacional de Cuentos Max Aub de 2002 por una de las narraciones que integran "Los girasoles ciegos". Después, cosechó con esta exquisita colección de relatos otros dos galardones: el premio de la Crítica concedido por la Asociación Española de Críticos Literarios, y el Nacional de Narrativa en octubre de 2005, concedido a título póstumo.

Other books

Body Language by Michael Craft
When the Cheering Stopped by Smith, Gene;
Silent House by Orhan Pamuk
Ignition Point by Kate Corcino
The Mysterious Maid-Servant by Barbara Cartland
A Southern Star by Forest, Anya


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024