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Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, #Aventuras

La tercera puerta (24 page)

—De cómo reanimar el cuerpo del faraón tras su muerte, de cómo proteger su cadáver de la expoliación para que tuviera un tránsito feliz a la otra vida…, de todos los asuntos que preocupaban a los antiguos reyes de Egipto.

Logan se dio cuenta de que hablaban en susurros.

—¿Qué ha dicho de esos adornos pintados en la pared?

—Que llevan vida a los muertos y muerte a los vivos —respondió Tina.

—¿Y qué crees que significa eso?

—Puede que solo sea simple palabrería. Pero a los faraones egipcios les fascinaban las experiencias cercanas a la muerte, lo que ellos llamaban «la segunda región de la noche».

—La segunda región de la noche —murmuró Logan—. Jennifer también mencionó algo de una región de la noche.

Rush había levantado la vista de los instrumentos y los miraba.

—Tina, ¿te importaría dejarnos un momento a solas?

La egiptóloga se encogió de hombros y fue hacia la puerta. Cuando tenía ya la mano en el pomo, se volvió.

—Espero que sea la última vez que la haces pasar por esto —dijo; luego salió y cerró la puerta sigilosamente a su espalda.

Logan miró a Rush en medio del silencio.

—¿Qué ocurre?

—Esta vez está tardando más en despertar, y no sé por qué.

—¿Cuánto tarda normalmente?

—Suele ser casi inmediato, pero en el último tránsito, el que tú presenciaste, tardó casi diez minutos en despertarse del todo. No es lo normal.

—¿Puedes administrarle algo?

—Preferiría no tener que hacerlo. En el Centro nunca hemos tenido que administrar nada. El Propofol es un hipnótico de acción rápida, hace rato que debería haber recobrado la conciencia.

Hubo un momento de silencio. Entonces Rush dio un respingo, como si se hubiera acordado de algo, metió la mano en el bolsillo de su bata y sacó un CD.

—Aquí tienes lo que me habías pedido —dijo—. Los historiales de nuestros pacientes, las pruebas clínicas y los resultados de nuestro trabajo en el Centro. Te ruego que lo tomes como algo estrictamente confidencial.

—Desde luego. Gracias.

Rush miró a su esposa. Acto seguido los dos hombres se acercaron a la cabecera de la cama como movidos por el mismo pensamiento.

—Si te parece —dijo Logan—, mañana tendré una sesión con ella.

—Cuanto antes mejor —repuso Rush.

36

L
A sala de comunicaciones se hallaba en lo más profundo del sector Rojo, al final del pasillo de la subestación eléctrica donde Perlmutter había recibido la descarga que por poco acaba con su vida. Era un espacio relativamente pequeño, abarrotado de aparatos eléctricos cuya función constituía un misterio para Logan.

Jerry Fontaine, el responsable de comunicaciones, era un tipo corpulento, vestido con un viejo pantalón de loneta y una camisa de manga corta, que no daba un momento de descanso al pañuelo de algodón blanco que llevaba en la mano derecha: o lo estrujaba en su manaza o lo utilizaba para enjugarse el sudor que le perlaba constantemente la frente.

—¿Cómo se encuentra Perlmutter? —le preguntó Logan mientras sacaba su libreta de notas y se sentaba en la única silla libre.

—El médico dice que mañana podrá volver a trabajar, gracias a Dios —respondió Fontaine.

Logan extrajo una carpeta de su bolsa y la abrió.

—Hábleme de esos extraños fenómenos que ha observado, por favor.

El jefe de comunicaciones se enjugó de nuevo la frente.

—Ya es la segunda vez que pasa, y siempre es por la noche, tarde. De repente oigo que los aparatos se ponen en marcha, con sus pitidos y sus luces parpadeantes, aunque deberían estar apagados. Esta sala únicamente opera de día.

—¿Cómo es eso? —preguntó Logan.

—Porque solo estamos Perlmutter y yo para ocuparnos de ella. En realidad funciona como una especie de oficina de telégrafo a las órdenes de Stone. Todas las peticiones para búsquedas en internet y de llamadas a la oficina principal deben pasar por nosotros. Por la noche no funciona nada salvo en caso de emergencia.

«Stone y su habitual secretismo», se dijo Logan.

—¿Qué aparatos son exactamente los que se ponen en marcha a deshoras?

—Uno de los teléfonos por satélite.

—¿Uno de los teléfonos por satélite, dice? ¿Es que hay más de uno?

Fontaine asintió.

—Tenemos dos: un NNR GlobalEye, para el satélite geosincrónico, y el LEO.

—¿El LEO?

—Low Earth Orbit. Un Terrastar. Cubre la banda de alta frecuencia.

Logan lo anotó en su libreta.

—¿Y cuál oyó que se encendía?

—El que comunica con el LEO.

Logan contempló los indescifrables equipos plagados de botones.

—¿Podría mostrármelo?

Fontaine señaló un aparato montado en una estantería justo a su lado. Era de metal y disponía de un teclado integrado y de un intercomunicador. Logan sacó su detector de ionización, lo sostuvo frente al equipo y examinó la lectura.

—¿Qué hace? —quiso saber Fontaine.

—Compruebo una cosa.

La lectura era normal, así que Logan guardó el detector y miró a Fontaine.

—Cuénteme más, por favor.

Fontaine volvió a enjugarse el sudor.

—La primera vez fue, a ver…, hará unas dos semanas. Había olvidado algo en la sala de comunicaciones y vine a buscarlo antes de irme a dormir. El LEO pitaba y emitía un montón de ruidos electrónicos.

—¿Qué hora era?

—La una y media de la mañana.

Logan lo anotó.

—Siga.

—La segunda vez fue anteanoche. Como Perlmutter está en el hospital, no me queda más remedio que encargarme de todo. Tenía mucho trabajo atrasado, de manera que vine después de la cena para ponerme al día. Tardé más tiempo del que esperaba. Estaba anotando las últimas entradas cuando volvió a sonar ese maldito pitido y el LEO se despertó. Me llevé un susto de muerte, se lo aseguro.

—¿A qué hora fue eso?

Fontaine lo pensó un momento.

—Alrededor de la una y media. Como la primera vez.

«Demasiado puntual para que se trate de un gremlin eléctrico», pensó Logan.

—¿Cómo funciona exactamente ese teléfono?

—Es bastante sencillo. Se establece conexión con el satélite y se comprueba el flujo de subida y el de bajada. A partir de ahí depende de lo que esté transmitiendo. Ya sabe, digital o analógico, mensajes de voz, páginas URL, correo electrónico o lo que sea.

—Deduzco, por lo que me está contando, que el teléfono no tiene incorporado un reloj, es decir, que no puede activarse a una hora concreta para enviar o recibir mensajes.

Fontaine asintió.

—¿Lleva usted un registro de todas las llamadas realizadas con ese teléfono?

—Desde luego. El señor Stone insiste en que todo quede registrado: quién solicitó la transmisión, adónde se envió y su contenido. —Se volvió y dio una palmada al montón de carpetas que tenía a su espalda.

—¿Y el teléfono tiene su propio registro interno?

—Sí, en una memoria RAM. Para borrarla hay que hacerlo desde el panel principal.

—¿Cuándo fue la última vez que se borró?

—No se ha borrado, al menos desde que la excavación se puso en marcha. Se necesita una contraseña para hacerlo. —Fontaine frunció el entrecejo—. ¿No creerá que…?

—Lo que creo —dijo Logan en voz baja— es que deberíamos echar un vistazo a ese registro interno. Ahora.

37

C
UANDO lo convocaron a la Sala de Reuniones A para repasar lo ocurrido el día antes durante la apertura de la tumba, Logan supuso que encontraría a las mismas personas que habían asistido a la reunión celebrada tras el accidente del generador. Sin embargo, halló la gran sala casi vacía. Solo estaban Fenwick March, acompañado por uno de sus asistentes, Tina Romero, Ethan Rush, Valentino y otros dos hombres a los que no reconoció.

Al ver al reducido grupo, se dijo que quizá fuera un buen momento para revelar su pequeño descubrimiento.

Stone entró seguido por su secretaria personal. Cerró la puerta, atravesó las hileras de sillas y se detuvo en primera fila, junto a la gran pizarra.

—Comencemos —dijo—. Por favor, que los informes sean breves y concisos. Tú serás el primero, Fenwick.

El arqueólogo cogió unos cuantos papeles y se aclaró la garganta.

—Hemos iniciado un inventario a partir del análisis por vídeo de la primera cámara. Nuestro especialista en inscripciones ha empezado a grabar las de la tumba. Tan pronto como Ethan nos dé el visto bueno, lo enviaremos a nuestro supervisor para que realice un informe detallado de las dimensiones de la cámara y su contenido.

Stone asintió.

—Nuestra historiadora de arte ha estado analizando las pinturas. En su opinión, que por el momento se basa exclusivamente en el vídeo, es que figuran entre las pinturas funerarias más antiguas que se conocen, y que lo son casi tanto como las de la tumba pintada número cien de Hieracómpolis.

—Estupendo —dijo Stone.

—Si bien la inspección visual de los objetos indica que se encuentran en excelente estado de conservación, debido a su antigüedad algunos de ellos se beneficiarían enormemente si los estabilizáramos con cuidado y los restauráramos; por ejemplo, las vasijas de boca negra y algunos amuletos. ¿Cuándo podremos empezar a etiquetarlos y sacarlos?

Aquellas palabras provocaron un airado murmullo de Tina.

—Lo primero es lo primero, Fenwick —dijo Stone—. Hay que trazar una cuadrícula y un mapa de la cámara y comprobar que es segura. Luego podremos ocuparnos de su contenido.

—No necesito recordarte que nuestro tiempo es limitado —advirtió March.

—No, no necesitas recordármelo. Esa es la razón por la que vamos a ponernos a trabajar a toda máquina. Pero sin precipitarnos. No correremos riesgos, ni nosotros ni la tumba, por ir demasiado rápido. —Se volvió hacia la arqueóloga—. ¿Doctora?

Tina se removió en la silla.

—Es un poco pronto para dar resultados concretos. Todavía tengo que examinar los papiros y las tablillas. Pero lo que he descubierto es un tanto confuso.

Stone frunció el ceño.

—Explíquese.

—Bueno… —Tina vaciló—, algunas de las inscripciones parecen haber sido grabadas o pintadas de forma bastante tosca, como si el trabajo se hubiera hecho precipitadamente.

—Olvida de que se trata de obras del período arcaico —intervino March en tono altivo—. La Primera Dinastía. Las habilidades decorativas de los egipcios estaban todavía en pañales.

Romero se encogió de hombros con evidente escepticismo.

—En cualquier caso, muchos de los objetos e inscripciones son únicos en la historia egipcia. Hablan de dioses, costumbres, rituales e incluso creencias que se contradicen con el conocimiento generalmente aceptado y con lo que siguió en períodos posteriores…, en el Imperio Medio y en el Nuevo.

—No la sigo —dijo Stone.

—Es difícil de describir porque todo es nuevo, desconocido, y acabo de empezar a analizarlo. Pero es casi como si… —Hizo una pausa—. La primera vez que vi las inscripciones, los nombres de los dioses evocados, el género, la secuencia de los rituales y esa clase de cosas, me pareció como si… Narmer se hubiera equivocado. Pero entonces comprendí que eso era imposible. Narmer fue el primero: esta es la tumba más antigua de un faraón egipcio hallada hasta ahora, de modo que debo suponer que la transferencia de sus conocimientos y prácticas a las futuras generaciones se hizo mal. Es como si sus descendientes no hubieran comprendido lo que Narmer pretendía, así que se limitaron a copiarlo de modo ritual pero sin entenderlo en su totalidad. Hay ciertos aspectos de los rituales del Antiguo Egipto que todavía no comprendemos y que parecen contradecirse. Resulta perfectamente posible que si los reexaminamos a la luz del original de Narmer seamos capaces de establecer las diferencias y darles coherencia. Sabré más cuando haya analizado a fondo el contenido de la tumba. De todas maneras, lo que está claro es que se trata de un descubrimiento que va a trastocar para siempre la egiptología.

Stone se acarició la barbilla.

—Fascinante. ¿Alguna idea respecto al guardián de la tumba?

—Al principio creí que se trataba de una representación de Ammut, la devoradora de corazones, pero luego me di cuenta de que la morfología no encajaba. Solo es una conjetura, pero creo que puede tratarse de una representación muy tosca y primitiva del dios que en el Imperio Medio se conoció como Apep y que en años posteriores se representó como un cocodrilo o una serpiente. Es lo que más se parece a la figura que vimos. Apep era el dios de la oscuridad, del caos, el devorador de las almas, la personificación de todo lo maligno. Como guardián es una elección interesante. —Hizo una pausa—. Es posible que estemos ante una representación muy temprana de ese dios, de antes de que Ammut y Apep desarrollaran identidades diferenciadas.

Logan cruzó una mirada con Rush.

«El devorador de almas», pensó. Ese era el dios al que se había referido Jennifer. Se preguntó cómo podía haberlo sabido a menos que una voz del pasado se lo hubiera dicho. Rush parecía cansado, y a Logan no le extrañó: su mujer había tardado casi dos horas en despertar del tránsito del día anterior.

—Como es natural —continuó Tina—, no sabemos qué lugar ocupa ese dios en la teogonía de Narmer ni qué representaba en una época tan primitiva.

—¿Qué me dice de las pinturas de la cámara, esas que parecen representar algún tipo de castigo? —preguntó Stone.

—Sé lo mismo de ellas que ayer. Lo siento, para mí son algo completamente nuevo.

—¿Y la segunda puerta?

—A juzgar por la inspección visual, el sello real parece igual que el de la primera.

—Gracias. —Stone se volvió hacia Rush—. ¿Y tú, Ethan?

El médico cambió de postura en su asiento y carraspeó.

—Mis análisis de la atmósfera, del polvo hallado y de los restos de mortero están terminados. Todo parece inerte. Hay una concentración relativamente alta de esporas de moho y polen, pero nada que pueda preocuparnos si el tiempo de exposición es limitado. Como es natural, una buena limpieza acabará con todo eso. No he hallado rastro de bacterias, hongos o virus dañinos. De todas maneras, hasta que se haya completado el proceso de descontaminación, propongo que sigamos utilizando respiradores con filtro de partículas y guantes de látex, que es lo que tú has establecido como procedimiento estándar.

—¿Veneno?

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