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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

LA PUERTA DEL CAOS - TOMO II: La usurpadora

 

Tanto los dioses como los mortales se han olvidado de Ygorla. Y ese error podría costarles la pérdida de sus mundos. La hija del demonio ha alcanzado la mayoría de edad… y el mundo tiene una nueva y terrible emperatriz.

Mientras las provincias caen una a una ante el poder de Ygorla, los adeptos del Círculo descubren que ni siquiera su magia puede detener a la usurpadora. Por eso deben romper un largo silencio e invocar a los dioses para que acudan en su ayuda.

Pero ¿qué dioses? El Sumo Iniciado es el único que puede decidir entre el Orden y el Caos. Su hermana, Karuth, teme que su juicio no sea fiable. Pero si se opone a él, su alma estará en peligro, y ése es un riesgo que no se atreve a correr. Hasta que el Caos en persona entra en contacto con ella…

Louise Cooper

La usurpadora

LA PUERTA DEL CAOS - TOMO II

ePUB v1.2

Mística
12.06.12

T. Original:
The Pretender
(
The Chaos Gate Trilogy, book 2
)

Louise Cooper, 1991.

Traducción: José López Jara

Diseño/retoque portada: Mística

Editor original: Mística (v1.0 a v1.1)

ePub base v2.0

Para Jane Johnson,

con mi agradecimiento por tanta ayuda,

entusiasmo y amistad.

Capítulo I

¡C
aballeros, caballeros! —Koord Alborn golpeó con todas sus fuerzas la barra del bar con su jarra de peltre, al tiempo que gritaba para imponerse a la barahúnda de charlas y risas que inundaba el bodegón lleno de humo. Nadie le hizo caso, de forma que volvió a intentarlo, esta vez con el tono rugiente que empleaba para expulsar a los últimos y más reacios incondicionales antes de cerrar las puertas del bar por la noche.

—¡Caballeros!

El ruido cedió, se volvieron algunas cabezas y Koord, desde su precaria posición sentado sobre el mostrador, volvió a golpear con la jarra hasta captar por fin la atención de todos los juerguistas.

—¡Caballeros! ¡Y damas! —Hizo un expansivo ademán; goterones de cerveza surcaron la sala y alguien lanzó un alegre juramento. Koord sonrió. Había alcanzado ese punto placentero en el que estaba lo bastante borracho para desinhibirse, y lo bastante sobrio para controlar su cerebro y su lengua—. Buenos amigos. Buenos amigos todos.

Una mujer que lucía un llamativo vestido verde, los labios pintados de escarlata y el cabello envuelto en una redecilla sembrada de lentejuelas baratas, hizo un ruido grosero, y se oyeron más risas estridentes. Cuando disminuyeron, Koord se lanzó a pronunciar su discurso.

—¡Buenos amigos! Como dueño de la taberna Las Lunas Llenas y anfitrión de la feliz reunión de esta noche, me ero… me cospon… me corresponde proponer un brindis. Un brindis leal, damas y caballeros, ¡por aquella sin la cual no se habría producido esta ocasión!

Más risas; una voz exclamó:

—¡Por los catorce dioses, Koord, esta noche estás en forma! ¡Repítelo, hombre, que intentaremos entenderte esta vez!

Koord movió los brazos reclamando silencio.

—Aquella sin la cual… —repitió, pero se interrumpió y sacudió la cabeza—. Ah, malditos seáis todos; ¡hablo en serio! Un brindis por nuestra amada Alta Margravina, por su cumpleaniver… ¡por su cumpleaños, que será dentro de dos días!

Hubo un clamor de aprobación y cincuenta voces se alzaron, gritando el nombre de la Alta Margravina, como era tradicional.

—¡Jianna! ¡Jianna! ¡Jianna!

—¡Que Aeoris y Yandros la protejan! —añadió alguien. Unos cuantos murmullos sensibleros se escucharon a continuación, y la mujer del vestido verde lanzó una mirada felina de reojo al hombre que estaba sentado cerca de ella, en el rincón de la chimenea, en lo que a efectos de aquella noche había sido designado como lugar de honor.

—Y quizás este año le concedan el hijo que todavía no ha podido concebir, ¿eh? ¡O alguien la ayudará, si le dejan la más mínima oportunidad! —Sonrió con lascivia y lanzó un codazo al hombre—. ¿Qué tal tú, Strann? ¿Eh?

Unos ojos inteligentes y de color avellana la contemplaron desde debajo de la ancha ala de un sombrero muy adornado, y la gran boca del hombre dibujó una sonrisa. Se levantó y, al hacerlo, propinó a la mujer una fuerte palmada en el trasero.

—Eres una ramera desvergonzada —le dijo—. ¡No sé qué hago relacionándome contigo! Ahora sé una buena chica y tráeme otro trago antes de que Koord empiece con la siguiente ronda de brindis.

Ella se desternilló de risa, cogió la jarra y se abrió paso entre la multitud. Strann hizo ademán de volver a sentarse, pero se detuvo al darse cuenta de que Koord lo estaba mirando y pronunciaba a gritos su nombre.

—¡Strann! —El tabernero le hizo un gesto imperioso—. ¡Strann, quédate de pie y no intentes esconderte! ¡Amigos! —La jarra volvió a estrellarse contra la barra—. ¡Amigos todos! Hay otra razón para que estemos de fiesta esta noche, y esa razón ha estado sentada en el rincón de la chimenea, comiéndose mi comida y bebiéndose mi cerveza desde que comenzó lafis… ¡la fiesta!

—¡Qué vergüenza!

—En efecto, ¡una vergüenza! —Koord asintió con fuerza—. Porque tenemos entre nosotros al mejor cantor y narrador de historias de las cinco provincias, que ha regresado tras dos años…

—Un año y medio —lo corrigió Strann.

—Dos, uno y medio… ¿qué importa? ¡De vuelta en Shu-Nhadek después de una larga ausencia! Y mañana por la mañana zarpará…

Un coro de gruñidos y ruidos que imitaban las náuseas del mareo recibió este último comentario; Koord acabó a gritos con la burda broma.

—… zarpará hacia la Isla de Verano, donde el mismísimo Alto Margrave, en persona, lo ha mandado llamar para que cante sus canciones y cuente sus historias en el día señalado de nuestra Alta Margravina. Y por ello, y en su honor, estamos de fiesta aquí esta noche. Y como meustr… muestra de agradecimiento hacia nuestra generosidad, pido ahora a nuestro buen amigo, nuestro buen amigo Strann el
Narrador de Historias
, ¡que cante para pagarse la cena!

Las aclamaciones que saludaron este anuncio fueron el doble de estruendosas que todas las que se habían producido hasta aquel instante. Los pucheros y las jarras temblaron en sus ganchos, los viejos tablones del suelo se estremecieron y Strann, que reía y sacudía la cabeza como burlándose de sí mismo, fue llevado a hombros a través de todo el bodegón hasta la barra del bar. Aquél era un precio que siempre estaba bien dispuesto a pagar, y tan sólo aparentó una cierta resistencia cuando lo alzaron para sentarlo sobre el mostrador junto a Koord.

—¡Muy bien! —Su voz resonó por encima de las cabezas de la muchedumbre—. ¿Qué queréis escuchar esta noche?

Se hicieron peticiones a grito pelado, en su mayoría canciones conocidas en todas las provincias y de popularidad perenne. Strann esperó lo suficiente para medir el estado de humor de la multitud; luego alzó las manos para acallar la barahúnda y se inclinó hacia donde estaba guardada su más preciada posesión, detrás del mostrador, donde nada pudiera ocurrirle. Se oyeron patadones de aprobación cuando sacó de su estuche el manzón de largo mástil y siete cuerdas y lo apoyó sobre su rodilla; pulsó un acorde, hizo una mueca y comenzó a afinar mientras Koord, con gesto autoritario, pedía silencio.

La cuarta cuerda estaba desafinada… Ah, eso estaba mejor. Ahora la sexta… sólo un poco más… Sí, ya estaba bien; el público de esta noche no se daría cuenta si se escapaba alguna nota falsa. Strann flexionó las manos y tocó una rápida serie de notas; y se quedó de piedra cuando advirtió, de repente, lo que estaba tocando. Un recuerdo que creía olvidado y borrado con toda seguridad, reapareció súbitamente en su mente y pensó:
Oh, dioses, eso no. Precisamente eso, no
.

Hacía un año y medio, al alejarse por el camino de Shu-Nhadek, Strann se había hecho dos promesas. Primero, se había jurado que no regresaría a aquella bulliciosa y próspera provincia hasta que hubiera pasado el tiempo suficiente para calmar el resabio que habían dejado sus recientes experiencias. Segundo, había prometido que, mientras viviera, no volvería a cometer la estupidez de interpretar la pieza
Cabellos de plata, ojos de oro
, a menos que hubiera un motivo muy bueno.

En realidad, había reaccionado en exceso ante todo aquel asunto. Al fin y al cabo, no le había ocurrido nada terrible como resultado de lo que había hecho, y no había ninguna razón lógica para que debiera pasarle algo. Pero a Strann le parecía que la lógica tenía muy poco que ver con aquel asunto, y lo sucedido, aunque inofensivo en apariencia, había sido una experiencia por la que no quería volver a pasar.

De pronto se percató de que un lento pero continuo patear había comenzado en todo el local. Los asistentes se estaban impacientando; su cerebro había volado a kilómetros de distancia, y él estaba sentado sobre el mostrador como un espantapájaros boquiabierto. No estaba bien: tenía un público al que entretener. La nube desapareció de su mente mientras pulsaba una melodía menos conflictiva para revisar la afinación de su manzón y se encaraba con su público.

—Bueno… —Se quitó el sombrero y lo dejó sobre el mostrador, junto a él—. Vamos a ver quién tiene la voz en forma y quién está tan borracho que sólo puede graznar, ¿eh? —Pulsó con fuerza un acorde mayor—.
Buena suerte para la uva
, ¡y quiero escuchar a todo el mundo en el estribillo!

Los aullidos de aprobación hicieron temblar de nuevo las jarras. Aquello era lo que habían estado esperando; habían comido y bebido bien, y ahora iba a comenzar la diversión de verdad. Quizá más tarde, pensó con ironía Strann, estarían lo bastante cansados para escuchar música un poco más seria, pero hasta entonces ¿cómo negarles las sencillas canciones festivas que tanto les gustaban? Habían sido su sustento durante más años que dedos tenía para contarlos, y aunque podía ser muchas cosas, desde luego no era un ingrato. Así que un único acorde, cuya complejidad sólo habría reconocido y admirado un oído experto, resonó por todo el salón, y Strann sonrió.

—«He aquí un brindis para todos; que haya suerte en la vendimia» —cantó con su cálida voz de barítono.

El rugido de respuesta casi hizo saltar el tejado de la taberna.

—«¡Y que haya buena suerte para la uva!»

Despojada de su cursi vestido verde, y con el rostro limpio de gran parte del maquillaje, la chica morena era mucho más atractiva de lo que las primeras impresiones daban a entender. Strann ya lo había sospechado; lo había visto en el brillo de sus ojos y en la curva de su boca sensual, y no había salido desilusionado.

La contempló estirarse desde la cama para coger la jarra de cerveza, y hacer dos intentos de asirla a la vacilante luz de las velas antes de conseguirlo. Se sirvió una copa a rebosar y bebió con fruición.

—¡Ahhh! ¡Qué bueno! —dijo, y le pasó la copa.

Strann la miró divertido por encima del borde de la copa.

—¿Qué es lo que es bueno? ¿La bebida o yo?

—Las dos cosas. —Rodó sobre sí misma y quedó tumbada boca arriba, mirando el techo—. Me gustas, Strann,
Narrador de Historias
.

Él le acarició el vientre con las yemas de los dedos.

—Tú también me gustas. Pero ¿sabes una cosa? Todavía no me has dicho cómo te llamas.

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