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Authors: Kate Morton

La casa de Riverton (67 page)

—Precisamente ahora estaba escondiendo algunas pistas.

Emmeline parpadeó asombrada. Tuvo un acceso de hipo.

—Un juego —repitió lentamente.

—Sí.

Emmeline comenzó a reír y dejó caer los zapatos al suelo.

—¿Por qué no lo dijiste? Adoro los juegos. Muy inteligente de tu parte, querida.

—Volved a la fiesta —pidió Hannah—. Y no le digáis a nadie que me habéis visto.

Emmeline giró un interruptor imaginario en sus labios. Dio media vuelta y emprendió el regreso por el borde pedregoso hacia el sendero. Al llegar al lugar donde yo estaba me reprochó mi comportamiento. El maquillaje se le había estropeado.

—Lo siento, señorita —murmuré—. Creí que era real.

—Por suerte no lo has estropeado todo —añadió, sentándose en una roca y cubriéndose con la chaqueta—. Bastante tengo con quedarme aquí sentada mientras me repongo del tobillo hinchado. Espero no perderme también los fuegos artificiales.

—Me quedaré con usted, la ayudaré a volver.

—Creo que es lo que corresponde.

Estuvimos allí sentadas un momento. Desde lejos llegaba la música que animaba la fiesta, en la que se intercalaban exclamaciones de algarabía. Emmeline se masajeaba el tobillo, apoyándolo en el suelo y tratando de comprobar si soportaba su peso.

La niebla de la madrugada comenzaba a surgir de los pantanos y avanzaba hacia el lago. Se avecinaba otro día caluroso, pero la noche era fresca, gracias a la niebla.

Emmeline tembló, abrió uno de los lados de la chaqueta, hurgó en el bolsillo interior. A la luz de la luna algo brilló: dentro del forro había un pequeño objeto negro. Inspiré: era un arma.

Al advertir mi reacción, Emmeline dijo:

—No me dirás que nunca antes has visto un revólver. Eres una ingenua, Grace. —Acto seguido lo sacó de la chaqueta, jugueteo con él y me lo ofreció—. Toma, ¿quieres tenerlo un rato?

Me negué, mientras ella reía. Deseé no haber encontrado jamás esas cartas. Por una vez, habría preferido que Hannah me ignorara.

—Quizá sea lo mejor —reflexionó Emmeline—. Las fiestas y las armas no son una buena combinación. —Dejó nuevamente el revólver en el bolsillo y siguió buscando, hasta que por fin encontró una petaca plateada. Desenroscó la tapa, inclinó la cabeza hacia atrás y dio un buen trago.

—Querido Harry. Prepárate para lo que sea —exclamó, y después de beber otra vez, guardó la petaca en la chaqueta—. Vamos, ya no me duele.

La ayudé a ponerse de pie, incliné la cabeza para que pudiera apoyarse en mis hombros.

—Así está bien —indicó—. Si tú no…

Esperé un instante.

—¿Perdón?

Ella ahogó un grito y yo levanté la cabeza. Seguí su mirada, que volvía a dirigirse al lago. Hannah estaba en la glorieta, y no estaba sola. Había un hombre con ella. Un cigarrillo pendía de su labio inferior. Tenía una pequeña maleta.

Emmeline lo reconoció antes que yo.

—Robbie —señaló, olvidando el dolor de su tobillo—. Por Dios, es Robbie.

Emmeline se acercó cojeando a la orilla del lago. Yo me quedé más atrás, en las sombras.

—¡Robbie! —gritó y lo saludó con la mano—. ¡Robbie, aquí!

Hannah y Robbie se quedaron petrificados, mirándose el uno al otro.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Emmeline emocionada—. ¿Y por qué demonios no has entrado por la puerta principal?

Robbie dio una calada a su cigarrillo y jugueteó con el filtro mientras soltaba el humo.

—Ven a la fiesta, te conseguiré algo para beber.

Robbie miró algo que estaba al otro lado del lago, en los terrenos más alejados. Miré en la misma dirección y distinguí un brillo metálico. Era una motocicleta.

—Ya sé, has estado ayudando a Hannah con el juego —declaró de pronto Emmeline.

Hannah se adelantó hasta su hermana.

—Emme…

—Vamos. Volvamos a la casa. Busquemos un lugar para que Robbie pueda dejar su equipaje.

—Robbie no va a ir a casa —declaró Hannah.

—Lo hará, por supuesto. Seguramente no tiene previsto pasar aquí toda la noche. Aunque estemos en junio, hace un poco de frío, queridos míos —agregó Emmeline con una sonora carcajada.

Hannah miró a Robbie. Entre ellos pasaba algo.

Emmeline también lo vio. En ese momento, mientras el pálido brillo de la luna iluminaba su rostro, su emoción se transformó en desconcierto, y el desconcierto, a su vez, en dolorosa claridad. Los meses en Londres, la llegada siempre anticipada de Robbie a recogerla en casa, el modo en que la habían utilizado.

—No hay tal juego, ¿verdad?

—No.

—¿Y la carta?

—Un error —reconoció Hannah.

—¿Por qué la escribiste? —preguntó Emmeline.

—No quería que averiguaras adónde me marchaba. —Hannah miró a Robbie y él asintió—. Adonde nos marchábamos.

Emmeline la observaba en silencio.

—Vamos. Se hace tarde —señaló Robbie. Luego tomó cuidadosamente la maleta y comenzó a caminar hacia el lago.

—Por favor, compréndeme, Emme. Es como tú dijiste. Cada una de nosotras debe permitir que la otra elija cómo quiere vivir su vida. —Hannah vaciló. Robbie le pedía que se apresurara. Comenzó a caminar detrás de él—. No puedo explicártelo ahora, no hay tiempo. Te escribiré, te diré dónde encontrarnos. Podrás visitarnos.

Hannah dio media vuelta, y después de mirar por última vez a su hermana, siguió a Robbie, que bordeaba la brumosa orilla del lago.

Emmeline no se movió del sitio. Hundió las manos en los bolsillos de la chaqueta. Se balanceó, y de pronto se estremeció.

—No. —La voz de Emmeline era tan suave que apenas podía oírla—. No —gritó después—. Esperad.

Hannah se volvió para mirar a su hermana. Robbie tomó su mano y la arrastró, tratando de retenerla junto a él. Ella dijo algo, fue hacia Emmeline.

—No te dejaré ir.

Hannah estaba cerca de ella. Su voz era serena, firme.

—Debes hacerlo.

Emmeline movió las manos dentro de los bolsillos. Tragó saliva.

—No lo haré.

Sacó la mano del bolsillo. Algo brillaba en su mano. El revólver.

Hannah ahogó un grito. Robbie corrió hacia ella. Mi corazón estaba desbocado.

—No dejaré que te lo lleves —declaró Emmeline con la mano temblorosa.

Hannah, pálida a la luz de la luna, respiraba agitadamente.

—No seas estúpida. Deja eso.

—No soy estúpida.

—Deja eso.

—No.

—No quieres usarlo.

—Sí quiero.

—¿A cuál de nosotros vas a disparar?

Robbie estaba junto a Hannah. Emmeline los miraba a uno y a otro, con los labios temblorosos.

—No vas a dispararle a nadie, ¿verdad?

El rostro de Emmeline se desfiguró y comenzó a llorar.

—No.

—Entonces baja el revólver.

—No.

Ahogué un grito cuando Emmeline levantó la mano y apuntó el arma a su propia cabeza.

—¡Emmeline! —gritó Hannah.

Emmeline sollozaba estremecedoramente.

—Dame el revólver. Vamos a hablar. Solucionaremos esto.

—¿Me devolverás a Robbie o te quedarás con él, como has hecho con todos ellos, con papá, con David, con Teddy?

—Las cosas no son como dices.

—Es mi turno.

De pronto se oyó un terrible estruendo. Los fuegos artificiales. Todos dieron un respingo. Un resplandor escarlata bañó sus rostros. Millones de motas rojas se desparramaron por la superficie del lago.

Robbie se cubrió la cara con las manos.

Hannah dio un salto hacia adelante, le arrebató a Emmeline el arma y volvió a retroceder.

Emmeline se abalanzó sobre ella con la cara embadurnada de lágrimas y carmín.

—¡Dámelo, dámelo o gritaré! No os iréis. Se lo diré a todo el mundo. Les diré que os habéis fugado, Teddy te encontrará y…

¡Bang!
Se oyó una explosión y el cielo se tiñó de verde.

—… Teddy no dejará que te vayas, se asegurará de que no puedas hacerlo y no volverás a ver a Robbie y…

¡Bang!
Un resplandor plateado.

Hannah fue hacia una loma que había junto al lago. Emmeline la siguió, llorando. Los fuegos seguían explotando.

La música de la fiesta resonaba en los árboles, el lago, las paredes del pabellón de verano.

Robbie estaba encorvado, se tapaba los oídos con las manos. Tenía el rostro pálido, los ojos muy abiertos.

No podía oírlo pero lo veía mover los labios. Señalaba a Emmeline y le gritaba algo a Hannah.

¡Bang!
Otra vez rojo.

Robbie se encogió. El pánico le desfiguraba el rostro. Seguía gritando.

Hannah vaciló, mirándole desorientada. Había oído lo que decía. Algo en ella se desmoronó.

Los fuegos artificiales habían concluido. Desde el cielo llovían ascuas.

Entonces, yo también lo oí.

—¡Dispárale a ella! —gritaba él—. ¡Dispárale a ella! —Se me heló la sangre.

Emmeline quedó paralizada, con un nudo en la garganta.

—Hannah… —su voz parecía la de un chiquillo asustado—. ¿Hannah?

—Dispárale —repitió él, corriendo hacia Hannah—. Lo arruinará todo.

Hannah lo observaba sin comprender.

—¡Dispárale a ella! —gritó desaforadamente.

Las manos de Hannah temblaban.

—No puedo —dijo por fin.

—Entonces dame el arma. Yo lo haré.

Se acercaba a toda velocidad. Yo sabía que lo haría. La desesperación y la determinación podían leerse en su rostro.

Emmeline se sacudió. Comprendió. Comenzó a correr hacia Hannah.

—No puedo —insistió Hannah.

Robbie trató de quitarle el arma. Hannah apartó su brazo, cayó de espaldas, siguió subiendo por la loma.

—Hazlo —ordenó Robbie— o lo haré yo.

Hannah llegó al punto más alto. Robbie y Emmeline se acercaban a ella. No había escapatoria. Los miró.

El tiempo pareció detenerse.

Dos puntos de un triángulo, que atados a un tercero, se habían ido alejando, tensando la cuerda hasta el límite.

Contuve el aliento. La cuerda no se rompió.

En ese instante, se contrajo.

Los puntos volvieron a juntarse, en un choque de lealtad, de sangre, de infortunio.

Hannah apuntó el arma y accionó el gatillo.

El después. Porque siempre hay un después. La gente suele olvidarlo. Sangre en abundancia. En los vestidos, en las caras, en el cabello.

El arma estaba en el suelo. Había chocado ruidosamente contra las piedras donde reposaba inmóvil.

Hannah siguió tambaleándose en lo alto de la loma.

El cuerpo de Robbie yacía en el suelo, más abajo. Su cabeza se había transformado en un montón de huesos, sangre y masa cerebral.

Yo estaba conmocionada, los latidos de mi corazón retumbaban en mis oídos, tenía frío y calor a la vez. De pronto, y sin poder evitarlo, vomité.

Emmeline estaba de pie, petrificada, con los ojos apretados. No lloraba, ya no. Hacía un ruido espantoso, que jamás he podido olvidar. Cada vez que inspiraba el aire quedaba atrapado en su garganta.

El tiempo pasaba aunque no podía medirlo. En el sendero, detrás de mí, oí voces y risas.

—Es por aquí, un poco más adelante. Ya verá, lord Gifford. Las escaleras no están terminadas, esos malditos franceses y sus conflictos portuarios, pero creo que coincidirá conmigo en que el resto es bastante impresionante.

Me limpié la boca, y corrí desde mi escondite hacia la orilla del lago.

—Teddy viene hacia aquí —anuncié en medio de mi conmoción, de la conmoción general.

—Llegas demasiado tarde —espetó Hannah, golpeándose frenéticamente la cara, el cuello, la cabeza—. Llegas demasiado tarde.

—Teddy viene hacia aquí, señora —balbuceé.

Emmeline abrió repentinamente los ojos. La luz de la luna les daba un reflejo plateado. Se sacudió. Se irguió y me señaló la maleta de Hannah.

—Llévala a casa —ordenó con voz áspera—. Ve por el camino más largo.

Yo vacilé.

—Corre.

Asentí, tomé la maleta y corrí hacia el bosque. No podía pensar con claridad. Me detuve en medio de la oscuridad y miré hacia atrás, me castañeaban los dientes.

Teddy y lord Gifford habían llegado al final del sendero e iban hacia la orilla del lago.

—Dios santo —exclamó Teddy deteniéndose abruptamente—. Qué demonios…

—Teddy querido, gracias a Dios estás aquí —dijo Emmeline. Luego se giró hacia Teddy y alzó la voz—. El señor Hunter se ha pegado un tiro.

LA CARTA

Esta noche muero y mi vida comienza.

Te lo digo a ti y sólo a ti. Me has acompañado largo tiempo en esta aventura, y quiero que sepas que, en los días que se avecinan, buscarán un cuerpo en el lago y nunca lo encontrarán. Yo estaré a salvo.

Primero iremos a Alemania; desde allí, no sé hacia dónde seguiremos. ¡Finalmente podré ver la máscara funeraria de Nefertiti!

Te he dejado otra nota dirigida a Emmeline. Es la nota de una suicida anunciando una muerte que nunca se hará realidad. Ella debe encontrarla mañana. No antes. Cuida de ella, Grace. Estará bien. Tiene muchos amigos.

Hay un último favor que quiero pedirte. Es algo de suma importancia. Pase lo que pase, esta noche debes mantener a Emmeline lejos del lago. Robbie y yo partiremos desde allí. No puedo arriesgarme a que nos descubra. No lo comprendería. No todavía.

Me pondré en contacto con ella más adelante. Cuando no sea peligroso.

Y por último. Tal vez hayas descubierto que el relicario que te entregué no está vacío. Dentro hay una llave, la llave secreta de un cofre de seguridad en Drummonds, en Channg Cross. Está a tu nombre y todo lo que contiene es para ti. Sé lo que piensas sobre los regalos, pero te ruego que lo aceptes y que no mires atrás. ¿Es muy presuntuoso de mi parte decir que es tu billete para una nueva vida?

Adiós, Grace. Te deseo una larga vida, llena de aventura y amor. Deséame lo mismo.

Sé lo buena que eres guardando secretos.

* * *

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