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Authors: Kate Morton

La casa de Riverton (37 page)

—¡Dios mío! —exclamó Fanny, sonrojada y aturdida—. Es emocionante. Algo distinto, una compañía sofisticada —agregó entre risitas nerviosas, dándose golpecitos en las mejillas—. Nada menos que Theodore Luxton.

—Ahora comprendes por qué tengo que aprender a bailar.

—Deberías haberlo tenido en cuenta antes de aplastarme el pie.

—Si papá nos permitiera tomar
verdaderas
lecciones en la escuela Vacani… Nadie querrá bailar conmigo si no conozco los pasos.

Los labios de Fanny casi dibujaron una sonrisa.

—Ciertamente no tienes dotes de bailarina, Emmeline. Pero no tienes que preocuparte. No te faltarán parejas en el baile.

—¿No? —preguntó Emmeline, con la fingida ingenuidad de quien está acostumbrado a recibir halagos.

Fanny se masajeó el pie.

—Todos los hombres que asistan a la fiesta tienen que invitar a bailar a las niñas de la casa. Incluidas las hipopótamas.

Emmeline endureció el gesto.

Animada por su pequeña victoria, Fanny continuó.

—Recuerdo mi presentación en sociedad como si fuera ayer —comentó, con la nostalgia propia de una mujer que duplicara su edad.

—Supongo que con tu encanto y tu gracia —señaló irónicamente Emmeline— tendrías una larga fila de apuestos hombres esperando para bailar contigo.

—En absoluto. No he vuelto a ver tantos ancianos ansiosos por darme pisotones y volver junto a sus esposas para dormir un poco. Jamás me sentí tan desilusionada. Todos los hombres interesantes estaban en la guerra. Gracias a Dios, la bronquitis había retenido aquí a Godfrey. De otro modo, nunca nos habríamos conocido.

—¿Fue un amor a primera vista?

Fanny frunció la nariz.

—Nada de eso. Godfrey se indispuso espantosamente y pasó la mayor parte de la noche en el baño. Según recuerdo, sólo bailamos una vez. Fue culpa de la
quenelle
. Con cada nueva vuelta, él fue poniéndose más verde, hasta que en medio del baile huyó despavorido. En ese momento me sentí muy disgustada y también avergonzada de que me hubiera dejado allí, plantada. No volví a verlo durante meses. Y luego, pasó un año antes de que nos casáramos. —Fanny suspiró y meneó la cabeza—. El año más largo de mi vida.

—¿Por qué?

—En cierto modo, yo había imaginado que después del baile de presentación mi vida sería diferente.

—¿Y no lo fue?

—Sí, pero no como yo deseaba. Fue horrible. Desde el punto de vista formal ya era una persona adulta, pero aun así, no podía ir a ningún lugar, o tomar ninguna decisión sin que lady Clementine o cualquier otra anciana se entrometiera en mis asuntos. La propuesta de matrimonio de Godfrey fue la respuesta a mis ruegos. Nunca me había sentido tan feliz.

—¿De verdad? —preguntó Emmeline frunciendo la nariz. Le resultaba difícil imaginar que Godfrey Vickers, un hombre abotagado, calvo y constantemente enfermo, pudiera ser la respuesta a los ruegos de alguna mujer.

Fanny echó un vistazo a Hannah, que aparentemente ajena a la conversación seguía con su impetuosa taquigrafía.

—¿Te he hablado alguna vez de mi luna de miel? —preguntó, volviendo a prestar atención a Emmeline.

—Sólo unas mil veces.

Fanny no se inmutó.

—Florencia es la ciudad extranjera más romántica que he visto.

—Es la única ciudad extranjera que conoces.

—Todas las noches, después de cenar, Godfrey y yo paseábamos por la ribera del Arno. Él me compró un collar muy hermoso en una pintoresca tienda del Ponte Vecchio. En Italia me sentí transformada, una persona totalmente distinta. Un día subimos al Forte di Belvedere y desde allí contemplamos toda la Toscana. Casi lloré de emoción ante tanta belleza. ¡Y los museos de arte! Lo que había que admirar era sencillamente
demasiado
. Godfrey prometió que volveríamos a Florencia en cuanto pudiéramos. —Fanny echó un vistazo hacia el escritorio donde Hannah seguía escribiendo—. Y la
gente
que se conoce al viajar es realmente fascinante. Uno de los pasajeros del barco se dirigía a El Cairo. Jamás podrías adivinar para qué iba a ese lugar: para hacer excavaciones y encontrar tesoros. Por lo visto, los antiguos egipcios solían ser enterrados junto con sus joyas. No entiendo el motivo, en mi opinión es un terrible desperdicio. El doctor Humphreys dijo que era algo relacionado con su religión. Nos contó historias sumamente emocionantes, e incluso nos invitó a ver sus excavaciones si íbamos a Egipto.

Hannah había dejado de escribir. Fanny reprimió una sonrisa de satisfacción.

—Godfrey sospechaba de él, temía que nos estuviera tomando el pelo, pero a mí me pareció una persona terriblemente interesante.

—¿Era apuesto? —preguntó Emmeline.

—Oh, sí —exclamó Fanny—. Él… —La recién casada hizo una pausa, recordó su papel y volvió a interpretarlo—. En los dos meses que llevo casada he vivido las experiencias más emocionantes de mi vida —comentó, mirando de soslayo a Hannah, y entonces soltó la carta del triunfo—. Es gracioso. Antes de casarme solía pensar que al tener marido sólo podría dedicarme a él. Ahora descubro que es todo lo contrario. Nunca me he sentido tan… independiente. Tengo mayor capacidad de decisión, nadie se altera si salgo a dar un paseo sola. De hecho, es probable que me pidan que sea vuestra acompañante hasta que os caséis. Tenéis suerte de tener cerca a alguien como yo, en lugar de que os endilguen una vieja aburrida.

Emmeline alzó las cejas pero Fanny no la vio. Estaba observando a Hannah, que había dejado su lápiz junto al libro. Sus ojos parpadearon con satisfacción.

—En fin —concluyó, calzándose el zapato en el pie lastimado—, he disfrutado mucho de tu amena compañía. Ahora debo irme. Mi esposo ya habrá terminado su paseo y estoy deseando mantener una conversación…
adulta
.

Luego sonrió dulcemente y salió de la habitación, con la cabeza bien alta, su apostura apenas empañada por la leve cojera.

En tanto Emmeline ponía otro disco en el gramófono y danzaba por la sala al compás de la música, Hannah permaneció sentada frente al escritorio, dándole la espalda. Tenía las manos unidas, formando un puente sobre el que descansaba su mentón, y miraba a través de la ventana los campos que se extendían hasta la línea del horizonte. De pie detrás de ella, mientras limpiaba la cornisa, pude ver su débil reflejo en el cristal: estaba absorta en sus pensamientos.

Los invitados llegaron la semana siguiente. Como era habitual, se sumieron de inmediato en el disfrute de las actividades que sus anfitriones les propusieron. Algunos recorrieron la propiedad, otros jugaron al
bridge
en la biblioteca y los más enérgicos practicaron esgrima en el gimnasio.

Después del hercúleo esfuerzo que le había supuesto la organización del baile, la salud de lady Violet empeoró y tuvo que guardar cama. Lady Clementine buscó otras compañías. Atraída por los destellos y los sonidos de las espadas que chocaban, se sentó pesadamente en un sillón de cuero desde donde podía ver a los esgrimistas. Esa tarde, cuando le serví el té, estaba en medio de una amena conversación con Simion Luxton.

—Para ser norteamericano, su hijo es bueno en esgrima —declaró lady Clementine, señalando a uno de los hombres con máscara.

—Tal vez se exprese como un norteamericano, lady Clementine, pero puedo asegurarle que es un inglés de cabo a rabo.

—¿Sí?

—Se bate como un inglés —vociferó Simion—, engañosamente simple. Y con la misma sencillez lo veré incorporarse al Parlamento en las próximas elecciones.

—Me he enterado de su candidatura. Supongo que estará muy contento.

Simion adoptó un aire más ufano que el habitual.

—Mi hijo tiene un prometedor futuro.

—Sin duda, reúne casi todas las cualidades que nosotros, los conservadores, esperamos de un miembro del Parlamento. En el último té de las Mujeres Conservadoras comentamos, precisamente, la falta de hombres capaces, sólidos, que puedan representar a Asquith. —La mirada halagadora de lady Clementine volvió a dirigirse a Teddy—. Su hijo puede ser precisamente la figura que necesitamos. Yo me sentiré más que feliz de respaldarlo si confirmo que lo es —afirmó, bebiendo su té—. Por supuesto, está el pequeño problema de su esposa.

—No hay tal problema —aseguró Simion con displicencia—. Teddy no tiene esposa.

—Precisamente a eso me refiero, señor Luxton.

Simion frunció el ceño.

—No todas las damas son tan liberales como yo —explicó lady Clementine—. La soltería de su hijo podría dar indicios de cierta debilidad de carácter. Los valores familiares son muy importantes para nosotros. Un hombre de cierta edad sin esposa… la gente empezará a hacerse preguntas.

—Simplemente no ha encontrado la mujer apropiada para casarse.

—Por supuesto, señor Luxton. Usted y yo lo sabemos, pero habrá señoras que… al mirar a su hijo verán a un hombre apuesto, que tiene mucho que ofrecer, y aun así sigue soltero. No puede culparlas si empiezan a preguntarse cuál es el motivo. Si, por ejemplo, se debe a que no le interesan las mujeres.

Lady Clementine levantó las cejas, en un gesto significativo. Simion se sonrojó.

—Mi hijo no es… Ningún hombre de la familia Luxton ha sido acusado jamás de…

—Desde luego, señor Luxton —repuso suavemente lady Clementine—, y no es ésa mi opinión, como comprenderá. Sólo estoy comentando lo que piensan algunas de nuestras damas. Les gusta comprobar que un hombre es un hombre. No un esteta —agregó, sonriendo tímidamente. Luego se acomodó las gafas—. De todos modos, es un asunto menor, y hay tiempo de sobra. Todavía es joven. ¿Qué años tiene, veinticinco?

—Treinta y uno —indicó Simion.

—Oh, entonces no es tan joven. Jamás lo habría imaginado.

Lady Clementine sabía cuándo dejar que el silencio hablara por ella. Volvió a prestar atención a los espadachines.

—Puedo garantizarle, lady Clementine, que Teddy no tiene problema alguno —aseguró Simion—. Tiene mucho éxito con las mujeres. Elegirá esposa cuando lo considere oportuno.

—Me alegra escucharlo, señor Luxton —declaró lady Clementine, que seguía mirando a los duelistas. Luego bebió un sorbo de té—. Sólo espero que, por su bien, eso suceda pronto. Y que elija a la joven apropiada.

Simion alzó inquisitivamente una ceja.

—Nosotros, los ingleses, somos sumamente nacionalistas. Su hijo tiene muchas virtudes pero algunas personas, particularmente en el Partido Conservador, pueden considerarlo un poco
nuevo
. Espero que cuando elija esposa, ella aporte al matrimonio algo más que su honorable persona.

—¿Qué puede ser más importante para una novia que su honor, lady Clementine?

—Su nombre, su familia, su linaje. —Lady Clementine dirigió una mirada al contrincante de Teddy, que con una estocada ganó el juego—. Si bien en el Nuevo Mundo esas cosas pueden pasarse por alto, aquí, en Inglaterra, son muy importantes.

—Junto con la virtud de la joven, por supuesto.

—Por supuesto.

—Y su honorabilidad.

—Ciertamente —aseveró lady Clementine con menos convicción.

—Nada de mujeres modernas para mi hijo, lady Clementine —afirmó Simion, humedeciéndose los labios—. A nosotros, los Luxton, nos gusta que nuestras mujeres sepan quién manda.

—Comprendo, señor Luxton —indicó lady Clementine.

La lucha había terminado. Simion aplaudió.

—Si tan sólo supiera dónde encontrar una joven apropiada…

—¿No cree que a menudo lo que buscamos está justo delante de nuestras narices, señor Luxton? —preguntó lady Clementine sin dejar de mirar hacia el gimnasio.

—Sí, lady Clementine —afirmó Simion con una sonrisa casi imperceptible—. Sin duda, creo que así es.

Ese día no fui requerida para servir la cena, por lo que no volví a ver a Teddy y a su padre durante el resto del día. Myra nos contó que los vio discutiendo acaloradamente en el pasillo a altas horas de la noche. No obstante, aun cuando realmente hubieran discutido, el sábado por la mañana Teddy estaba de tan buen humor como siempre.

Cuando fui a controlar la chimenea del salón, él estaba sentado en el sillón leyendo el periódico de la mañana, y tratando de mantenerse serio mientras lady Clementine se quejaba de los arreglos florales. Acababan de llegar de Braintree, exhibiendo resplandecientes rosas en lugar de las prometidas dalias, lo cual no le hizo ninguna gracia.

—Tú —me increpó agitando un tallo de rosa—, ve sin dilación a buscar a la señorita Hartford. Debe verlos por sí misma.

—Creo que la señorita Hartford tiene previsto salir a cabalgar esta mañana, lady Clementine —señalé.

—Como si tiene previsto correr el Grand National. Los arreglos precisan de su atención.

En consecuencia, mientras las otras jóvenes tomaban su desayuno en la cama, pensando en el baile de esa noche, Hannah fue requerida en el salón. Media hora antes yo la había ayudado a ponerse el traje de montar. Llegó con el aspecto de un zorro acorralado, ansioso por huir. Mientras lady Clementine protestaba encolerizada, Hannah —a quien rosas o dalias le resultaban indiferentes— se limitó a asentir con gesto desconcertado y, de tanto en tanto, a mirar ansiosa y furtivamente el reloj de barco.

—Pero ¿qué podemos hacer? —Lady Clementine estaba llegando al final de su sermón—. Es demasiado tarde para encargar otras.

Hannah logró dejar de lado sus preocupaciones para prestar atención a las palabras de la anciana.

—Supongo que tendremos que contentarnos con lo que tenemos —adujo, simulando que era capaz de afrontar la situación con entereza.

—¿Pero podrás tolerarlo?

Hannah fingió resignación.

—Si es preciso, lo haré —afirmó. Durante unos segundos esperó una nueva pregunta. Luego, añadió alegremente—: Bien, si eso es todo…

—Ven conmigo arriba —la interrumpió lady Clementine—, te mostraré qué espantosas quedan en el salón de baile. No vas a creerlo.

Mientras lady Clementine seguía desmereciendo los arreglos florales, el desánimo comenzó a abrumar a Hannah. Sus ojos se pusieron vidriosos ante la mera insinuación de que la discusión sobre el tema se prolongaría.

Teddy se aclaró la garganta, plegó el periódico y lo dejó en la mesa que estaba junto a su sillón.

—Es un hermoso día de invierno —afirmó, sin dirigirse a nadie en particular—. Me gustaría salir a cabalgar para conocer mejor la finca.

Teddy era uno de los pocos invitados a los cuales el señor Frederick había permitido el acceso a sus establos.

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