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Authors: Frederick Forsyth

Tags: #Intriga, Policíaco

La alternativa del diablo (2 page)

Después de asimilar el contenido del párrafo, Drake se levantó de su mesa y se dirigió al salón de sesiones de la Compañía, donde consultó un mapa del mundo donde se mostraban los vientos dominantes y las corrientes marítimas normales. Durante la primavera y el verano soplan casi siempre vientos del Norte en el mar Negro, y las corrientes giran en dirección contraria a la de las agujas del reloj en este pequeño mar, partiendo de la costa meridional, de Ucrania, bajando frente a las costas de Rumania y de Bulgaria y girando hacia el Este en las rutas marítimas entre Estambul y el cabo Ince.

Drake hizo algunos cálculos en un bloc. Una embarcación pequeña que partiese de las marismas del delta del río Dniéster, al sur de Odessa, podía alcanzar una velocidad de cuatro o cinco nudos con viento constante y corriente favorable, navegando hacia el Sur, por delante de Rumania y de Bulgaria y en dirección a Turquía. Pero, a los tres días, se vería empujada hacia el Este, alejándose del Bósforo hacia el extremo oriental del mar Negro.

La sección de
Lloyds List
«Tiempo y Navegación» confirmaba que, nueve días atrás, había habido mal tiempo en aquella zona. La clase de tiempo —murmuró Drake para sí— que podía hacer que un bote dirigido por manos inexpertas volcase, perdiese el mástil y todo lo que llevaba, y dejase a su ocupante a merced del sol y del viento, aunque hubiese podido subir de nuevo a la barca.

Dos horas más tarde, Andrew Drake pidió una semana a cuenta de las vacaciones que le correspondían, y se la concedieron, a condición de que empezase el lunes siguiente, 3 de mayo.

Esperó con cierta excitación a que comenzase aquella semana y, entretanto, adquirió en una agencia próxima un pasaje de ida y vuelta de Londres a Estambul. Resolvió tomar en Estambul, pagándolo en metálico, el billete de Estambul a Trebisonda. También se aseguró de que el pasaporte británico no necesitaba visado para Turquía; en cambio, sí que necesitaba el certificado de vacunación contra la viruela, el cual obtuvo en el centro médico de la «British Airways», en Victoria, acudiendo a él después de las horas de trabajo.

Su excitación se debía a que pensaba que, después de años de espera, podía tener una posibilidad de encontrar al hombre que buscaba. A diferencia de los tres que habían estado junto al náufrago dos días antes, él
sabía
de qué país procedía la palabra
zradzhenyi
. Y también sabía que no era el nombre de aquel individuo. El hombre que yacía en la cama había murmurado la palabra «traicionado» en su lengua materna, y esta lengua era la ucraniana. Lo cual podía significar que aquel hombre era un partisano ucraniano fugitivo.

Andrew Drake, a pesar de su nombre inglés, era también ucraniano... y fanático nacionalista.

La primera visita que hizo Drake, al llegar a Trebisonda, fue a la oficina de «Erdal», nombre obtenido de un amigo del Lloyd, al que había dicho que iba a pasar unas vacaciones en la costa turca y que, como no sabía una palabra de turco, podría necesitar alguien que le ayudase. Por fortuna, Umit Erdal, al ver la carta de presentación que le entregó Drake, no mostró curiosidad por saber los motivos que tenía su visitante para ver al náufrago que estaba en el hospital de la ciudad. Escribió personalmente una carta al administrador del hospital, y, poco después de la hora del almuerzo, Drake fue introducido en la pequeña habitación individual donde yacía el enfermo.

El agente local del Lloyd le había dicho ya que aquel hombre, aunque había recobrado el conocimiento, pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo, y que, en sus períodos de vigilia, no decía absolutamente nada. Cuando Drake entró en la habitación, el paciente yacía boca arriba, con los ojos cerrados. Drake acercó una silla y se sentó junto a la cama. Durante un rato observó el demacrado rostro del hombre. Después de varios minutos, éste parpadeó, entreabrió los ojos y los cerró de nuevo. Si había visto al visitante que le miraba fijamente, Drake no habría podido afirmarlo. Pero sabía que el enfermo estaba a punto de despertar del todo. Poco a poco, se inclinó hacia delante y murmuró claramente a su oído.

—Shche ne vmerla Ukraina.

Estas palabras significan, literalmente, «Ucrania no ha muerto», pero, en una traducción más libre, equivalen a «Ucrania vive aún». Son las primeras palabras del himno nacional ucraniano, prohibido por los amos rusos, y cualquier ucraniano consciente de su nacionalidad debía reconocerlas en el acto.

El enfermo abrió los ojos y observó fijamente a Drake. Después de unos segundos, preguntó en ucraniano: —¿Quién es usted?

—Un ucraniano; como usted —respondió Drake.

Una sombra de recelo nubló los ojos del otro.

—Quisling —dijo.

Drake sacudió la cabeza.

—No —dijo, pausadamente—. Soy de nacionalidad británica; nací y me crié en Inglaterra, hijo de padre ucraniano y madre inglesa. Pero, en el fondo de mi corazón, soy tan ucraniano como usted.

El hombre de la cama se quedó mirando tercamente el techo.

—Puedo mostrarle mi pasaporte, expedido en Londres, pero esto no demuestra nada. Cualquier chequista podría procurarse uno si quisiera, para tratar de engañarle.

Drake había empleado la palabra vulgar con que solía designarse al Policía secreto soviético y miembro de la KGB.

—Pero usted ya no está en Ucrania, y aquí no hay chequistas —siguió diciendo Drake—. No fue arrojado a las costas de Crimea, ni del sur de Rusia, ni de Georgia. Y tampoco de Rumania o de Bulgaria. Fue recogido por un barco italiano y desembarcado aquí, en Trebisonda. Está en Turquía. Está en Occidente. Consiguió su objetivo.

Ahora, el hombre le miraba a la cara, alerta, lúcido, deseoso de creerle.

—¿Puede moverse? —le preguntó Drake.

—No lo sé —contestó el hombre.

Drake señaló con la cabeza la ventana de la pequeña habitación, a través de la cual podían oírse los ruidos del tráfico.

—La KGB podría disfrazar el personal de un hospital para que todos pareciesen turcos —dijo—, pero no podrían transformar toda una ciudad para engañar a un solo hombre, al que, si quisieran, podrían torturar para arrancarle una confesión. ¿Podría llegar a la ventana?

Ayudado por Drake, el náufrago se acercó cojeando penosamente a la ventana y miró hacia la calle.

—Los automóviles son «Austin» y «Morris», importados de Inglaterra; «Peugeot», de Francia, y «Volkswagen», de Alemania Occidental. Las palabras de los carteles están en turco. Aquel anuncio de allí es de «Coca-Cola» —dijo Drake.

El hombre apoyó el dorso de una mano en la boca y se chupó los nudillos. Pestañeó rápidamente varias veces.

—Lo conseguí —dijo.

—Sí —asintió Drake—, lo ha conseguido milagrosamente. El náufrago volvió a la cama y dijo:

—Me llamo Miroslav Kaminsky. Vengo de Ternopol. Allí era jefe de un grupo de siete partisanos ucranianos.

Durante la hora que siguió, desgranó toda la historia. Kaminsky y seis como él, todos de la zona de Ternopol, antaño hogar del nacionalismo ucraniano y donde aún ardían algunas brasas, habían resuelto combatir el programa de implacable rusificación de su tierra, intensificado en los años sesenta y convertido en «solución definitiva» en los setenta y comienzo de los ochenta, para todo el sector del arte, la poesía, la literatura, la lengua y la conciencia nacionales ucranianos. En seis meses de operaciones, los del grupo habían tendido emboscadas y matado a dos pequeños secretarios del partido —rusos impuestos por Moscú en Ternopol— y a un agente de paisano de la KGB. Pero habían sido traicionados.

Fuese quien fuere el chivato, también él había muerto en la granizada de balas lanzada por las tropas especiales de verde insignia de la KGB, al atacar la casa de campo donde se hallaba reunido el grupo para discutir su próxima operación. Sólo Kaminsky había logrado escapar, corriendo como un animal entre la maleza, ocultándose de día en los heniles y los bosques, caminando de noche hacia el Sur, en dirección a la costa, con la vaga idea de refugiarse en un barco de Occidente.

Pero le había sido imposible acercarse a los muelles de Odessa. Alimentándose de patatas y nabos de los campos, había buscado refugio en la región pantanosa del estuario del Dniéster, al sudoeste de Odessa, en dirección a la frontera rumana. Por último, al llegar una noche a una pequeña aldea de pescadores, al fondo de una caleta, había robado un bote provisto de un mástil y una pequeña vela. Nunca había subido a una barca de vela, y nada sabía del mar. Pero, tratando de manejar la vela y el timón, aguantando y rezando, se había dejado empujar por el viento hacia el Sur, guiándose por las estrellas y por el Sol.

Por pura suerte se había librado de las lanchas patrulleras que recorren las aguas costeras de la Unión Soviética, así como de los grupos de barcas de pesca. El menudo cascarón en el que viajaba había pasado inadvertido al radar de la costa, hasta ponerse fuera de su alcance. Entonces se había perdido, en algún lugar, entre Rumania y Crimea, navegando hacia el
Sur y
alejándose de los caladeros, aunque en realidad no sabía dónde estaban. La tormenta le pilló desprevenido. Como no supo recoger la vela a tiempo, la barca volcó y él se pasó toda la noche agarrado al casco y gastando las pocas fuerzas que le quedaban. Por la mañana, había conseguido enderezar el bote y subirse a él. Su ropa, de la que se había desprendido anteriormente para que el aire nocturno refrescase su piel, había desaparecido. Y también habían desaparecido las pocas patatas crudas que llevaba, la botella de agua potable, la vela y el timón. Empezó a sentir dolor poco después de salir el sol, dolor que aumentó al avanzar el día. El tercer día después de la tormenta, perdió el conocimiento. Cuando lo recobró, se encontró en la cama, soportando en silencio el dolor de las quemaduras y escuchando unas voces que tomó por búlgaras. Durante seis días había mantenido cerrados los ojos y la boca.

Andrew Drake le escuchó con corazón alegre. Había encontrado al hombre que esperaba desde hacía años.

—Iré a ver al cónsul de Suiza en Estambul y procuraré obtener de la Cruz Roja documentos temporales que le permitan viajar —dijo, cuando Kaminsky empezó a dar señales de cansancio—. En tal caso, probablemente podré llevarle a Inglaterra, al menos con permiso temporal. Entonces podrá pedir asilo político. Volveré dentro de unos días.

Al llegar a la puerta, se detuvo.

—Usted no puede volver allí, naturalmente —dijo a Kaminsky—. Pero con su ayuda, yo sí que puedo hacerlo. Es lo que deseo. Es lo que siempre he deseado.

Andrew Drake tuvo que permanecer en Estambul más tiempo del previsto, y hasta el 16 de mayo no pudo volar de nuevo a Trebisonda con los papeles de viaje de Kaminsky. Había prorrogado sus vacaciones después de una larga conferencia telefónica con Londres y de una bronca del socio más joven de la empresa; pero había valido la pena. Pues estaba seguro de que, por medio de Kaminsky podría satisfacer la mayor ambición de toda su vida.

El imperio zarista y después soviético tenían, a pesar de su aspecto monolítico, visto desde el exterior, dos talones de Aquiles. Uno de ellos era, y es, el problema de alimentar a sus 250 millones de habitantes. El otro es llamado, empleando un eufemismo, la «cuestión de las nacionalidades». De las catorce repúblicas gobernadas por la República Rusa, varias corresponden a naciones no rusas, la mayor y tal vez más nacionalmente consciente de las cuales es Ucrania. En 1882 el Estado de la Gran Rusia contaba solamente con 120 millones de habitantes, de aquel total de 250; la segunda nación más poblada y más rica, con 70 millones de habitantes, era Ucrania. Lo cual explicaba que, tanto bajo los zares como bajo el Politburó, Ucrania hubiese merecido siempre una atención especial para su particularmente despiadada rusificación. Otra razón para ello se encontraba en su historia.

Ucrania estuvo siempre, tradicionalmente, dividida en dos partes, la occidental y la oriental, y esto fue causa de su caída. La Ucrania Occidental se extiende desde Kiev hasta la frontera polaca, al Oeste. La parte oriental estuvo siempre más influida por los rusos, ya que vivió durante siglos bajo los zares; siglos en los cuales Ucrania occidental formó parte del viejo Imperio austrohúngaro. La orientación espiritual y cultural de ésta fue y sigue siendo más occidental que la del resto del país, salvo, posiblemente, los tres Estados bálticos, que son demasiado pequeños para oponer resistencia. Los ucranianos leen y escriben en caracteres romanos, en vez de emplear la escritura cirílica, y son, en su inmensa mayoría, católicos uniatos y no cristianos ortodoxos rusos. Su lengua, su poesía, su literatura, sus artes y tradiciones, son anteriores al auge de los conquistadores rusos procedentes del Norte.

En 1918, con el desmembramiento de Austria-Hungría, los ucranianos occidentales trataron desesperadamente de instaurar una República independiente en las ruinas del Imperio; pero, a diferencia de los checos, eslovacos y magiares, fracasaron y fueron anexionados en 1919 por Polonia, como provincia de Galitzia. Cuando Hitler invadió Polonia Occidental en 1939, Stalin llegó desde el Este con el ejército rojo y se apoderó de Galitzia. En 1941, cayó en poder de los alemanes. Siguió una violenta y cruenta confusión de esperanzas, temores y partidismos. Algunos esperaban concesiones de Moscú si luchaban contra los alemanes; otros pensaban erróneamente que la Ucrania libre surgiría de la derrota de Moscú por Berlín, e ingresaron en la División Ucraniana, que luchó contra el ejército rojo, con uniforme alemán. Otros, como el padre de Kaminsky, se fueron a las montañas de los Cárpatos, como guerrilleros, y lucharon primero contra un invasor y después contra el otro, para acabar haciéndolo de nuevo contra el primero. Y todos perdieron: Stalin triunfó y extendió su imperio hacia el Oeste, hasta el río Bug, nueva frontera de Polonia. Ucrania Occidental pasó a poder del nuevo zar, el Politburó; pero los viejos sueños persistieron. Aparte un ligero respiro en los últimos días de Kruschev, el programa destinado a aplastarla de una vez para siempre se había intensificado continuamente.

Stephen Drach, estudiante de Rovno, ingresó en la División Ucraniana. Tuvo suerte; sobrevivió a la guerra y fue capturado por los ingleses en Austria, en 1945. Enviado a trabajar como peón agrícola a Norfolk, hubiese tenido que ser devuelto en 1946, para su ejecución por la NKVD, al conspirar secretamente el Foreign Office inglés y el Departamento de Estado americano para confiar a la merced de Stalin los dos millones de «víctimas de Yalta». Pero tuvo suerte una vez más. Detrás de un pajar de Norfolk, yació con una chica del Ejército de tierra y la dejó embarazada. El matrimonio era la única solución, y, seis meses más tarde, por motivos filantrópicos, fue excusado de la repatriación y se le permitió quedarse. Liberado del trabajo agrícola, aprovechó los conocimientos adquiridos como operador de radio para montar un pequeño taller de reparaciones en Bradford, centro de los 30.000 ucranianos que estaban en Gran Bretaña. El primer hijo murió siendo muy pequeño; pero nació un segundo hijo en 1950, al que pusieron el nombre de Andriy.

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