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Authors: Desmond Morris

Tags: #GusiX, Ensayo, Ciencia

El zoo humano (4 page)

Del mismo modo, cuando un inglés visita España por primera vez se sorprende al encontrar los espacios públicos de las ciudades y pueblos atestados de personas a la hora del atardecer, caminando todas de un lado a otro, al parecer sin rumbo. Su reacción inmediata no es que esto constituye el equivalente cultural de esas personas con sus más familiares
cocktail partis
, sino que se trata de alguna especie de extraña costumbre local. También aquí el modelo social básico es el mismo, pero los detalles difieren.

Podrían darse ejemplos similares hasta abarcar todas las formas de actividad comunitaria, siendo el principio que cuanto más social es la ocasión, más variables son los detalles y más extraña parece ser, a primera vista, la conducta de la cultura ajena. Es en las más grandes ocasiones sociales, tales como coronaciones, funerales oficiales, bailes, banquetes, conmemoraciones de independencia, grandes acontecimientos deportivos, desfiles militares, festivales y fiestas campestres (o sus equivalentes), donde las leyes aislantes desempeñan su papel más importante. Varían de un caso a otro en mil minúsculos detalles, a cada uno de los cuales se presta escrupulosa atención, como si las vidas mismas de los participantes dependieran de ello. En cierto sentido, efectivamente, sus vidas sociales dependen de ello, pues sólo con su conducta en los lugares públicos pueden fortalecer y mantener sus sentimientos de identidad social, de pertenecer a un grupo cultural, y cuanto más solemne es la ocasión, mayor es la ostentación.

Este es un hecho que los revolucionarios triunfantes pasan por alto o subestiman a veces. Al desembarazarse de la vieja estructura de poder que detestan, se ven obligados a eliminar con ella la mayoría de los antiguos ceremoniales. Aun cuando estos procedimientos rituales puedan no tener nada que ver directamente con el sistema de poder derrocado, lo recuerdan con demasiada intensidad y deben desaparecer. Se pueden poner en su lugar unas cuantas actuaciones apresuradamente improvisadas, pero es difícil inventar rituales de la noche a la mañana. (Un interesante aspecto del movimiento cristiano es que su temprano éxito dependió, en cierto grado, de haberse incorporado las viejas ceremonias paganas, convenientemente disfrazadas, para sus propias celebraciones festivas).

Una vez terminadas la excitación y las agitaciones de la revolución, la eventual insatisfacción de muchos disgustados revolucionarios se debe, en una forma no manifiesta, a su sensación de pérdida de la pompa y los acontecimientos sociales. Los dirigentes revolucionarios harían bien en prever este problema.

No son las cadenas de identidad social lo que sus seguidores querrán romper, sino las cadenas de una determinada fisonomía social. Tan pronto como éstas queden destruidas, necesitarán otras nuevas y no tardarán en sentirse insatisfechos con una sensación abstracta de «libertad». Estas son las exigencias de las leyes aislantes.

Otros aspectos de la conducta social entran también en acción como fuerzas cohesivas. El idioma es una de ellas. Tendemos a considerar el idioma exclusivamente como un medio de comunicación, pero es algo más que eso. Si no lo fuera, todos estaríamos hablando la misma lengua. Volviendo la vista hacia atrás a través de la historia supertribal, resulta fácil ver cómo la función de anticomunicación del idioma ha sido casi tan importante como su función de comunicación. Ha erigido enormes barreras entre grupos con más eficacia que ninguna costumbre social. Ha identificado, con más eficacia que ninguna otra cosa, al individuo como miembro de una determinada supertribu y puesto obstáculos en el camino de su deserción hacia otro grupo.

Así como las supertribus han crecido y se han fundido unas con otras, también los idiomas locales se han fundido, o sumergido, y se está reduciendo el número total de ellos existente en el mundo. Pero a medida que esto sucede, se desarrolla una dirección de sentido inverso: los acentos y los dialectos se tornan más significativos socialmente: se inventan el argot, el caló, la gemianía. Así como los miembros de una nutrida supertribu intentan fortalecer sus homogeneidades tribales creando subgrupos, del mismo modo se desarrolla todo un espectro de «lenguas» dentro del idioma oficial. Así como el inglés y el alemán funcionan como distintivos de identidad y mecanismos aislantes entre un inglés y un alemán, así también un acento de clase alta inglesa aísla a su propietario de otro de clase baja, y la jerga de la química y de la psiquiatría aísla a los químicos de los psiquiatras. (Es triste que el mundo académico, que, en su función educativa, debería estar consagrado a la comunicación, haga uso de aislantes lenguajes pseudotribales tan extremados como la germanía de los delincuentes. La excusa es que lo exige la precisión de la expresión.

Esto es verdad hasta cierto punto, pero ese punto es rebasado frecuente y ostentosamente).

Las palabras de argot o de slang pueden llegar a ser tan especializadas que es casi como si estuviera naciendo un nuevo idioma. Es típico de las expresiones de slang el que una vez que se difunden y se convierten en propiedad común son sustituidas por nuevos términos por el grupo que las originó. Si son adoptadas por toda la supertribu y penetran en el lenguaje oficial, entonces han perdido su función original. (Es dudoso que esté usted utilizando la misma expresión de slang para designar, por ejemplo, a una muchacha atractiva, un policía o un acto sexual, que el que emplearon sus padres cuando tenían su edad. Pero usted utiliza todavía las mismas palabras oficiales). En casos extremos, un subgrupo adoptará un idioma enteramente extranjero. La Corte rusa, por ejemplo, hablaba en francés en un momento histórico dado. En Gran Bretaña se observan todavía restos de esta clase de conducta en los restaurante más caros, donde los menús suelen estar redactados en francés.

Las religiones han funcionado de modo muy semejante al idioma, fortaleciendo los lazos dentro de un grupo y debilitándolos entre grupos. Operan sobre la sencilla y única premisa de que existen poderosas fuerzas actuantes por encima y más allá de los miembros humanos ordinarios del grupo, y que estas fuerzas, estos súper jefes deben ser complacidos, apaciguados y obedecidos sin discusión. El hecho de que nunca sean accesibles para interrogarles les ayuda a conservar su posición.

Al principio, los poderes de los dioses eran limitados y sus esferas de influencia se hallaban divididas, pero, al ir creciendo las supertribus hasta proporciones cada vez más difíciles de manejar, se hicieron necesarias fuerzas cohesivas más grandes.

Además de la ley, la costumbre, el idioma y la religión, existe otra forma más violenta de fuerza cohesiva que ayuda a mantener unidos a los miembros de una supertribu, y es la guerra. Por decirlo cínicamente, podría afirmarse que nada ayuda tanto a un jefe como una buena guerra. Le da su única oportunidad de ser un tirano y de ser amado por ello al mismo tiempo. Puede introducir las más despiadadas formas de control y enviar a la muerte a miles de sus seguidores, y, sin embargo, ser saludado todavía como un gran protector. Nada estrecha más los lazos internos de un grupo que una amenaza proveniente del exterior.

El hecho de que las discordias internas desaparecen ante la existencia de un enemigo común no ha escapado a la atención de los gobernantes pasados y presentes. Si una supertribu grandemente desarrollada está empezando a rasgarse por las costuras, los descosidos pueden ser rápidamente remendados por la aparición de un poderoso y hostil ellos que nos convierte en un unido nosotros. Es difícil decir con cuánta frecuencia los dirigentes han urdido deliberadamente un choque entre grupos teniendo esto presente, pero, sea o no deliberadamente consciente, la reacción cohesiva se produce casi siempre.

Hace falta un dirigente extraordinariamente inepto para no conseguirla. Naturalmente, debe tener un enemigo que sea susceptible de ser pintado con colores suficientemente malvados; en caso contrario, es probable que tenga dificultades. Los terribles horrores de la guerra sólo se convierten en gloriosas batallas cuando la amenaza procedente del exterior es realmente seria, o puede lograrse que lo parezca.

A pesar de sus atractivos para un dirigente despiadado, la guerra tiene un inconveniente manifiesto, uno de los bandos está expuesto a una derrota absoluta, y podría ser el suyo. El miembro de la supertribu puede sentirse agradecido a este infortunado inconveniente.

Éstas son, pues, las fuerzas cohesivas que ejercen su influjo en las grandes sociedades urbanas.

Cada una de ellas ha desarrollado su propia y especializada clase de dirigente: el administrador, el juez, el político, el líder social, el alto dignatario eclesiástico, el general. En tiempos más sencillos, todos ellos se concentraban en una sola persona, un rey o emperador omnipotente capaz de habérselas con toda la escala del mando. Pero, con el transcurso del tiempo y la expansión de los grupos, la verdadera jefatura se ha desplazado de una esfera a otra, a cualquier estamento que, en un momento dado, contenga el individuo más excepcional.

En tiempos más recientes se ha hecho frecuente la práctica de permitir que la plebe participe en la elección de un nuevo dirigente. Este expediente político ha sido, en sí mismo, una valiosa fuerza cohesiva, proporcionando al miembro de la supertribu una sensación mayor de «pertenecer» a su grupo y de tener alguna influencia sobre él. Una vez elegido el nuevo dirigente, no tarda en ponerse de manifiesto que la influencia es menor de lo que se imaginaba, pero, en el momento de la elección misma, la comunidad se siente estremecida por una inestimable sensación de identidad social.

Como una ayuda a este proceso, se envían a participar en el gobierno del país dirigentes locales pseudotribales. En algunos países, esto se ha convertido en poco más que un acto ritual, ya que los representantes «locales» no son más que profesionales importados. Sin embargo, este tipo de distorsión es inevitable en una compleja comunidad como es una supertribu moderna.

El objetivo del gobierno mediante representantes elegidos es excelente y claro, aun cuando resulta difícil de llevar a la práctica. Se basa en un retorno parcial a la «política» del primitivo sistema tribal humano, donde cada miembro de la tribu (o, al menos, los machos adultos) tenía voz en el gobierno de la sociedad.

Cargaban el acento en el disfrute común de las cosas, sin preocuparse mucho de la rigurosa protección de la propiedad personal. La propiedad era tanto para dar como para guardar. Pero, como he dicho antes, las tribus eran pequeñas, y todos conocían a todos los demás. Tal vez estimaran las posesiones individuales, pero las puertas y las cerraduras eran cosa del futuro. Tan pronto como la tribu se hubo convertido en una supertribu impersonal, con desconocidos en medio de ella, la rigurosa protección de la propiedad se hizo necesaria y empezó a desempeñar un papel mucho más amplio en la vida social. Cualquier intento político por ignorar este hecho tropezaría con considerables dificultades. El comunismo moderno está comenzando a descubrirlo y ya ha empezado a ajustar consecuentemente su sistema.

Otro ajuste era también necesario en todos los casos en que el objetivo consistía en reinstaurar el viejo modelo tribal de la época cazadora de «gobierno del pueblo por el pueblo». Simplemente, las supertribus eran demasiado grandes, y los problemas de gobierno demasiado complejos, demasiado técnicos. La situación exigía un sistema de representación, y éste, a su vez, exigía una clase profesional de expertos. Hasta qué punto puede esto alejarse del «gobierno por el pueblo» ha quedado claramente ilustrado recientemente en Inglaterra, cuando se sugirió que los debates parlamentarios deberían ser televisados, para que, gracias a la ciencia moderna, el pueblo pudiera al fin desempeñar un papel más íntimo en los asuntos de Estado. Pero como esto habría desvirtuado la especializada y profesional atmósfera, la propuesta encontró una vigorosa oposición y fue rechazada. Otro tanto puede decirse del gobierno por el pueblo. Esto no es sorprendente, sin embargo. Gobernar una supertribu es como tratar de mantener en equilibrio a un elefante sobre una cuerda. Parece que lo mejor que un sistema político puede esperar, es utilizar los métodos derechistas para llevar a cabo los programas políticos de izquierda. (Esto es, en efecto, lo que se está haciendo actualmente, tanto en el Este como en el Oeste). Es una maniobra difícil y requiere una gran astucia profesional y no poca refinada oratoria. Si los políticos modernos son con frecuencia objeto de sátira y mofa, es porque demasiadas personas comprenden demasiado a menudo el truco. Pero, dadas las dimensiones que alcanzan las actuales supertribus, no parece haber alternativa.

Las supertribus modernas han manifestado una gran tendencia a fragmentarse debido a que, en muchos aspectos, son muy difíciles de manejar socialmente. Ya he mencionado la forma en que pseudotribus especializadas cristalizan dentro del cuerpo principal, como grupos sociales, grupos de clase, grupos profesionales, grupos académicos, grupos deportivos, etc., restableciendo para el individuo urbano diversas formas de identidad tribal. Afortunadamente, estos grupos permanecen dentro de la comunidad principal, pero, con frecuencia, se producen fisuras más drásticas. Los imperios se escinden en países independientes, y los países, en sectores de gobierno autónomo. A pesar de la mejora de las comunicaciones, a pesar de objetivos y políticas comunes, las escisiones continúan. Bajo el efecto de la presión cohesiva de la guerra, se pueden forjar alianzas rápidamente, pero, en tiempo de paz, las separaciones y las divisiones están a la orden del día. El hecho de que grupos desgajados se esfuercen desesperadamente por forjar alguna especie de homogeneidad local, significa tan sólo que las fuerzas cohesivas de la supertribu a que pertenecían no eran lo bastante fuertes o excitantes para mantenerlos unidos.

El sueño de una pacífica supertribu universal está siendo frustrado una y otra vez. Parece como si sólo una amenaza procedente de otro planeta pudiera suministrar la necesaria fuerza cohesiva, y eso, sólo temporalmente. Queda por ver si, en el futuro, el ingenio del hombre introducirá en su existencia social algún nuevo factor que resuelva el problema. Por el momento, parece poco probable.

Recientemente, se han producido numerosos debates en torno a la forma en que los modernos medios de comunicación de masas, tales como la televisión, están «encogiendo» la superficie social del Globo. Se ha sugerido que el rumbo emprendido ayudará al movimiento hacia una comunidad internacional.

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