Read El tesoro del templo Online

Authors: Eliette Abécassis

Tags: #Intriga

El tesoro del templo (8 page)

Salí de la Explanada, anduve por las calles estrechas y me acerqué a la puerta de Sión, donde vi una aglomeración. Un grupo de cristianos escuchaba las palabras de una monja. Era una mujercita de unos sesenta años, de mirada intensa y cabellos escondidos bajo una toca negra, tan negra como su vestido, sobre el que pendía una cruz de madera. Se dirigía a los peregrinos que habían venido a Tierra Santa siguiendo los pasos de millones de hombres que, desde los primeros siglos de vuestra era, emprendieron el largo viaje para descubrir los lugares donde se originó su fe, con el fin de meditar y releer los textos de la Biblia.

—… Y que la paz reine en sus muros, por el amor de mis hermanos y de mis amigos, dejadme que os lo diga; sea la paz en sus muros, por el amor de la Casa, roguemos por su felicidad en el Reino de los Cielos, porque pronto, os lo anuncio, la Jerusalén terrestre será la Jerusalén celeste.

Estaba escuchando las palabras de la monja, vibrantes de emoción, cuando de repente sentí el frío de una hoja metálica contra mi espalda. Quise girarme, pero una voz murmuró a mi oído:

—No hagas el menor gesto.

—… Pero para acceder al Reino de los Cielos tenemos que hacer penitencia y tomar conciencia de que somos indignos —proseguía la monja, a quien los demás llamaban sor Rosalía—. Pertenezco a la generación que creció bajo el III Reich y, a causa de los crímenes de nuestra nación, el Juicio de Dios golpeó a Alemania. Entre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, hace cincuenta años, nació nuestra Comunidad de las Hermanas de María, que desde su origen ha estado consagrada a la penitencia. ¿Qué hemos hecho, qué les hemos hecho a los judíos? ¿A los hijos y a las hijas de Israel? ¿Qué hemos hecho al pueblo de la Alianza?

—¿Qué quiere de mí? —murmuré sin girarme.

—Cuando te lo diga, camina delante de mí. Haz un gesto, un solo gesto, y eres hombre muerto.

—Una gran carga sigue pesando sobre nuestros corazones: debemos confesar nuestra culpabilidad. Es hora, amigos, antes del Apocalipsis, es hora de arrepentimos de nuestra indiferencia y de nuestra falta de amor.

La monja me miraba. Tenía unos ojos claros de color azul verdoso, pómulos altos y rosados, la cara redonda y una boquita pequeña como la de una muñeca. Me esforcé por hacerle señas alzando las cejas e indicando con los ojos a mi asaltador, pero cuantas más muecas hacía, más intensamente me miraba ella, como si se dirigiera a mí para responder a mi grito mudo.

—Silencio —prosiguió—, hay que guardar silencio para meditar y admitir nuestra falta.

Entre la muchedumbre se oían murmullos, unos asombrados y otros indignados. Algunas personas abandonaban el grupo, pero nadie parecía darse cuenta de que yo estaba en peligro.

—Ahora —dijo el hombre.

Giré la cabeza: un coche de cristales ahumados parecía esperarnos en la calle, delante de la puerta. Inmediatamente me volví y eché a correr. Tomé la Vía Dolorosa, tropecé y caí; una anciana me ayudó a levantarme y proseguí mi carrera con mis asaltantes a los talones. Por el ruido que hacían comprendí que eran varios. Caí una segunda vez y una tercera.

Agotado, sin respiración, entré en el barrio blanco. Los músculos me dolían por el efecto de la carrera y sentía flaquear las piernas, pero aquel dolor agudo me producía una especie de embriaguez. Jerusalén, como una esposa de ojos dorados como dos soles, lanzaba rayos que penetraban en mi alma, y con su voz suave hacía estremecer mi corazón. Su boca color cinabrio tenía el sabor de la granada y su cuerpo olía a áloe y a cinamomo. Corrí como un poseído, y la cabeza me daba vueltas. Respiraba cada vez más ruidosamente y veía todos los aromas: exhalaciones de los muros calentados al sol y vapores especiados, cálidos y salados, y olía todos los colores que había en ella: el amarillo sobre su piel, el marrón, el ámbar, el rojo y el violeta. Entre luces y tinieblas, proseguí al límite del desvanecimiento en una penumbra en la que relucían miles y miles de estrellas; y la luz que llegaba de las más altas cimas, y el miedo de sentir mi vida en aquel peligro, y los suspiros roncos que emitía, me ayudaban a avanzar, y la luz del sol poniente y su aliento caliente en mi rostro aumentaban el misterio de mi supervivencia.

Tenía que detenerme, que respirar… Al llegar al Santo Sepulcro, me deslicé entre la multitud de peregrinos y el caos de construcciones pertenecientes a los cristianos latinos, griegos, armenios, coptos y etíopes, con la esperanza de despistar a mis perseguidores. Pero seguían detrás de mí. Me escondí en un rincón desde donde pude entrever a dos hombres de rostros enmascarados que avanzaban por las galerías, apartando a la muchedumbre en pos de mí. Jadeante, pasé ante la inmensa cúpula, la Anatasis, atravesé la basílica en la que se encuentra integrada la roca del Calvario, y me dirigí hacia la capilla del Calvario. Cerca del altar se veía la roca donde fue hincada la Cruz. No me giré, sabía que estaban allí, dos hombres de negro con rostros cubiertos por
keffieh
rojos. Ante la placa de mármol que conmemora el lugar en el que fue depuesto el cuerpo de Jesús, me deslicé detrás de una columna con los ojos fijos en la entrada, con la esperanza y el temor de ver surgir al enemigo… Vi las dos siluetas delineadas a contraluz. Antes de intentar comprender, volví a correr hacia la Explanada del Templo, a donde se accede por ocho escaleras, cada una de ellas coronada por un pórtico de cuatro arcos. Al sur de la Explanada se encontraba la mezquita Al-Aqsa, precedida por un vestíbulo de siete arcadas. Pero yo no tenía derecho a entrar en la mezquita y no podía refugiarme en ella, por miedo de hollar con mis pies el sanctasanctórum que se encuentra justo debajo.

Entonces, salí del barrio musulmán y entré en el barrio judío, y corrí casi sin aliento hasta el muro Occidental, el último refugio, el único que quedaba para mi supervivencia. Me dirigí hacia la izquierda, a la pequeña sala abovedada que hace las veces de sinagoga, y me precipité en ella. Allí había una decena de hombres orando. Mis perseguidores se quedaron a la entrada. Aproveché para salir por la puertecita de atrás y poner pies en polvorosa.

Entonces guardé silencio, y arrancaron mis miembros, y hundieron mis pies en el lodo. Mis ojos se velaron ante el Mal, mis oídos se taparon, mi corazón se sublevó; por sus malas inclinaciones, Belial apareció
.

Por fin, pude escapar aprovechando el relevo de la policía que vigilaba el Muro. Seguí a los guardias hasta la puerta de Sión, y allí me metí en un taxi y me dirigí al hotel donde se alojaba Jane, cerca del King David, en el corazón de la ciudad nueva, un hotel blanco como los muros del templo.

Apenas entré, llamé a Jane, que me dijo que nos encontráramos en el King David. Allí, en la atmósfera aterciopelada del gran salón, los turistas estadounidenses hablaban en voz baja. Allí, en ese lujo inglés de los años treinta, satinado de terciopelo y enriquecido con marqueterías preciosas, encontré un poco de descanso.

—Ary, ¿qué ha pasado? —dijo Jane al entrar y ver mis esfuerzos por encontrar una posición confortable, porque aún tenía los músculos doloridos por la carrera.

—No es nada —dije mirando el menú que nos ofrecía el camarero—. Me han perseguido unos hombres enmascarados.

Me di cuenta de que llevaba veinticuatro horas sin comer, y aunque estaba acostumbrado al ayuno, tenía hambre y sed. Pedí, para Jane y para mí, un plato de
humus
y de
falafels
, los únicos platos judíos que ofrecía la occidentalísima cocina del hotel, y que yo no había probado desde que me fui a Qumrán.

—¿Estás seguro de querer seguir, Ary? —preguntó Jane con inquietud.

Le enseñé el periódico situado sobre la mesita que había ante nosotros.

—Dicen que las investigaciones de la policía se orientan hacia el yacimiento de Qumrán. Podrían descubrirnos, Jane. Descubrirnos y sospechar de nosotros. Está claro que tengo que continuar.

—También dicen que están investigando entre los samaritanos a causa de sus sacrificios. ¿Crees que el culpable no está solo?

—Eso sin duda. Hace un rato tenía a dos a los talones, más el conductor del coche. No se trata de un hombre, sino de un grupo.

—¿Y quiénes son?

—No lo sé.

—De todas formas, la tienen tomada contigo.

—¿Crees que puedo esconderme y rehuir el combate?

—Oh, por supuesto —dijo Jane—, tú eres el Escogido, el Elegido, el… ¡Mesías! Por eso tienes que sufrir, ¿no es verdad? ¿Sufrir y morir? ¿Hasta dónde piensas llegar, Ary?

En ese momento Jane me observaba con una expresión curiosa. En sus ojos volví a ver el mismo miedo de la víspera, cuando le revelé cuál era mi misión.

—Eres igual que mi madre —respondí—, no aceptas mi aspiración. Pero en la vida hay otros objetivos que jugar a ser un periodista arqueólogo en busca de un tesoro perdido.

—Se trata de un tesoro fabuloso…

—Entonces, todo es cuestión de dinero.

Se encogió de hombros, pero dejó de mirarme a los ojos. Comprendí que la había herido.

Abrió su maletín y sacó su ordenador portátil.

—¿Qué haces?

—Trabajo —dijo—. Sola.

—Por Dios, Jane, perdóname. No quería… No pensaba lo que te he dicho.

Sin responder, apretó algunas teclas y pronto se desplegó un texto, igual que nuestros manuscritos. «Así —pensé—, es como, después de un milenio de códices, volvemos al rollo.»

—Ten —dijo—, aquí tienes el texto que se refiere al Pergamino de Cobre.

El famoso Pergamino de Cobre contiene unas descripciones de artefactos y de tesoros con las indicaciones geográficas de los lugares en los que se encuentran. Descubierto en la gruta 3 en el año 1955, permitió un gran avance en la investigación sobre los Pergaminos de Qumrán. Thomas Almond, de la Universidad de Manchester, lo restauró utilizando una máquina de coser para recortar el rollo en segmentos, y efectuó fotografías de las tiras ayudado por el profesor Ericson, que participó en su lavado y descifrado.

El texto contiene un total de doce columnas con cinco inventarios, todos escritos en idioma hebreo no literario. Los lugares incluyen grutas, tumbas y acueductos. Hay una gran cantidad de tesoros de tamaño y carácter variable. La razón por la que se escribió en un material resistente como el cobre es desconocida. También se ignora quién escribió el texto, y si el tesoro mencionado es real o imaginario. La mayor parte de los investigadores se inclina a pensar que la lista descrita en el Pergamino de Cobre es simbólica y ficticia. Ello explicaría por qué hoy en día, a pesar de todas las búsquedas emprendidas, no se ha encontrado ni una sola pieza del famoso tesoro en el desierto de Judea.

—El misterio sigue en pie —dijo Jane—. Pero no comprendo por qué los esenios de Qumrán se habrían tomado el trabajo de grabar en cobre, que entonces era muy caro, una lista referida a un tesoro si el tesoro fuera ficticio.

—Es posible —dije— que ese pergamino no pertenezca a los esenios.

—¿Y por qué se encontró el Pergamino de Cobre en las grutas?

—Sin duda porque alguien lo puso allí. Pero no sé cuándo ni por qué.

—Lo que significa…

—… que el pergamino fue colocado en las grutas por gente que no era esenia.

—Y eso explicaría el carácter diferente y único del documento.

—Quizás alguien se sirvió de las grutas como una Genizah.

—¿Como la sinagoga de El Cairo? Los judíos no tiráis los libros que ya no queréis. Las letras inscritas en ellos son sagradas, ¿verdad?

—Sí —dije—. Por eso los enterramos. Aunque…, si el manuscrito procediera de las bibliotecas del Templo de Jerusalén, podrían haberlo escondido en Qumrán en previsión del inminente ataque romano.

—Pero ¿quiénes son los que lo dejaron ahí?

—Para saber algo más necesitamos la opinión de un especialista, de un hombre que conozca perfectamente los pergaminos de Qumrán, de un hombre que pueda explicarlo todo…

—¿En quién estás pensando? —dijo Jane tecleando en su ordenador.

En la pantalla apareció un texto:

Según los manuscritos descubiertos en Qumrán, cerca del mar Muerto, los esenios formaban una comunidad que compartía todas sus posesiones, comían, rezaban y trabajaban juntos en el lugar de Khirbet Qumrán. La característica esencial de los esenios era su visión apocalíptica del mundo: el Apocalipsis no era sólo la espera de los últimos días y el paso a la era mesiánica, sino que significaba, según la etimología de la palabra, la «revelación de lo que está escondido». El Apocalipsis supone, así, la revelación de los misterios, tanto los misterios de la historia como los del cosmos.

Se conoce a los esenios gracias a un cierto número de descripciones de autores antiguos, Plinio, Filón y, muy en particular, Flavio Josefo. El origen de los esenios se sitúa probablemente en el movimiento hasídico de revuelta de los macabeos contra la helenización del Templo de Jerusalén, doscientos años antes de la era cristiana.

IDEAS CLAVE: determinismo, estructura jerárquica, noviciado para preparar a los recién llegados, vida en común, posesiones en común, estricta observancia de las leyes de la pureza ritual, comidas comunes y celibato de los miembros, Templo, Fin de los Tiempos.

—Fin de los Tiempos —murmuró Jane—. ¿No se dice que en el Final de los Tiempos el Templo será reconstruido?

—En efecto.

—Pero, para que sea reconstruido, es necesario recuperar sus objetos, sus tesoros, ¿no?

—En efecto.

—Pero ¿por qué alguien querría reconstruir el Templo, Ary?

—¿Porqué?

—Sí. Si en nuestra época hubiera gente que pretendiera reconstruir el Tercer Templo, ¿qué finalidad tendría?

—Nosotros, los esenios, vivimos sólo con ese objetivo desde hace más de dos mil años. En efecto, como dice tu texto, el movimiento esenio nació cuando el Templo fue invadido por los griegos y algunos sacerdotes rebeldes lo abandonaron para vivir cerca del mar Muerto.

—¿Por qué los esenios daban tanta importancia al Templo?

—El Templo permitía abrir ciertas puertas… Estaba construido siguiendo las reglas de una geometría sagrada; por ejemplo, el sanctasanctórum formaba un cuadrado perfecto. El Templo estaba construido con los materiales más finos y ricos, como el mármol, las piedras preciosas y los tejidos más delicados… En él se escuchaba la música celestial del arpa y de él se escapaba el delicioso olor del incienso. El Templo, Jane, permitía el paso entre el mundo de lo visible y el de lo invisible.

Other books

Dominion by C. J. Sansom
One Second After by William R. Forstchen
The Sheltering Sky by Paul Bowles
The Circle by Bernard Minier
My Year Inside Radical Islam by Daveed Gartenstein-Ross
The Fine Art of Murder by Emily Barnes
Winning the Right Brother by Abigail Strom
Destined by Gail Cleare


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024