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Authors: Jack London

El lobo de mar (19 page)

BOOK: El lobo de mar
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Cuando se situó formando ángulo recto con la ola, la fuerza del viento (del que hasta ahora habíamos huido) nos cogió de lleno. Por ignorancia y por desgracia mía, yo estaba arrostrándolo. Se alzaba ante mí como un muro, llenándome los pulmones de aire que luego no podía expeler, Y en tanto que me ahogaba y el Ghost se revolvía durante un momento con un costado en alto y se lanzaba balanceándose violentamente contra el viento, vi una ola enorme levantarse por encima de mi cabeza. Volví la cara, tomé aliento y miré de nuevo. La ola dominaba al Ghost y yo le contemplé sin miedo. La cresta, herida por un dardo de luz solar, me dio la impresión de una masa verde translúcida e impetuosa coronada de espuma.

Entonces se precipitó, se desató el pandemonium y todo sucedió en un instante. Recibí un choque, un golpe anonadador, en ningún sitio en particular, pero que me hirió todo el cuerpo. Había perdido el apoyo, me hallaba bajo el agua, y por mi mente cruzó la idea de que aquella cosa terrible de que había oído hablar era el ser arrastrado al fondo del mar. Mi cuerpo, golpeado y magullado, fue arrojado como un guiñapo, dando vueltas y vueltas, y cuando ya no pude contener más el aliento aspiré dentro de mis pulmones el agua salada y picante. Pero, a través de todo ello, me así a esta idea única: "Había de pasar el foque a barlovento". No temía a la muerte. No dudaba de que saldría de aquello fuese como fuera. Y como persistiera en mi ofuscada conciencia la idea de cumplir la orden de Wolf Larsen, creí verle en medio de aquel desbarajuste de pie junto al timón, oponiendo su voluntad a la voluntad de la, tormenta y desafiándola.

Tropecé violentamente contra lo que yo tomé por la barandilla y respiré de nuevo el aire bienhechor. Traté de levantarme, pero me di un golpe en la cabeza y volví a caer sobre las manos y las rodillas. Por un capricho de las aguas había sido arrastrado debajo del enjaetado del castillo de proa y de las escotillas. Al trepar con pies y manos, pasé por encima del cuerpo de Thomas Mugridge, que estaba acurrucado y gruñendo. No había tiempo para hacer investigaciones. Había de pasar el foque.

Cuando asomé sobre cubierta, me pareció ver el fin de todas las cosas. Por todas partes se oían crujidos de maderas, acero y lona. El Ghost estaba dislocado y haciéndose pedazos. Con la maniobra se vaciaron el trinquete y la gavia, y como no había nadie para arreglar las velas, se rasgaban restallando; el pesado botalón azotaba las barandillas en sus movimientos y se hacía astillas. Por el aire volaban maderas, cuerdas sueltas, estays que se retorcían y silbaban como serpientes, y debajo de todo esto se desgarraba la cangreja del trinquete.

El botalón faltó poco para que me hiriera, y este hecho fue estimulante que me hizo entrar de nuevo en acción. Tal vez la situación no fuese desesperada. Recordé la advertencia de Wolf Larsen. Había esperado que se desencadenara el infierno, y ya lo teníamos. Y él, ¿dónde estaría? Le vi afanándose con la escota mayor, tirar de ella hasta ponerla en tensión con sus músculos formidables, vi la popa de la goleta elevarse en el aire y su cuerpo recortarse en la blanca espuma de una ola que pasó de largo. Todo esto y más —todo un mundo de caos y ruinas— había visto, oído y vislumbrado en el espacio de quince segundos.

No me detuve a mirar lo que había sido del pequeño bote, pero me abalancé a la escota del foque, que empezaba a estallar, llenándose parcialmente y vaciándose con agudas detonaciones, pero con una vuelta de la escota y el empleo de toda mi fuerza cada vez que se acudía, conseguí pasarla. Lo que sí puedo asegurar es que puse toda mi voluntad. Tiré tanto, que me erosioné las yemas de los dedos, y mientras tiraba, el contrafoque y la vela estay se desgarraron e inutilizaron con un ruido atronador.

Yo seguía tirando, recogiendo lo que ganaba con una doble vuelta, hasta que la sacudida siguiente me daba más. Entonces la escota cedía fácilmente y Wolf Larsen estaba cerca de mí halando solamente, mientras yo me hallaba ocupado en aprovechar la sacudida. —¡Atala y ven! —gritó.

Mientras le seguía, notaba que, a pesar de la destrucción y la ruina el barco obedecía. El Ghost halaba y seguía obedeciendo y trabajando. Aunque había desaparecido el resto de las velas, el foque pasado a barlovento y la vela mayor arbolada resistían, haciendo resistir a la vez a la proa.

Busqué el bote y mientras Wolf Larsen desenredaba el aparejo de los botes, lo vi a sotavento encaramado sobre una ola enorme y a menos de veinte pies de distancia. Y tan bien había hecho sus cálculos, que derivó sobre él exactamente de manera que no había sino enganchar las cuerdas por los extremos e izarlo a bordo. Pero esto no se hizo con la misma facilidad que se escribe.

A proa iba Kerfoot, Oofty—Oofty a popa y Kelly en medio. Cuando derivábamos más cerca, el bote se levantó a lomos de una ola casi por encima de mí y pude ver las cabezas de los tres hombres inclinadas sobre la borda y mirando hacia abajo. Un instante después, nos remontábamos nosotros al mismo tiempo que se hundían ellos. Parecía imposible que la ola siguiente no hiciera estrellar contra el Ghost aquella pequeña cáscara de huevo.

En el momento preciso, pasé la cuerda al kanaka, mientras Wolf Larsen hacía lo propio con Kerfoot. Ambas cuerdas fueron atadas en un abrir y cerrar de ojos, y los tres hombres, aprovechando hábilmente un movimiento del barco, saltaron a la goleta simultáneamente. Cuando el Ghost sacó el costado fuera del agua, fue izado el bote, y antes de que volviese a hundirse con el siguiente vaivén, le habíamos subido por encima de la borda y colocado sobre cubierta con la quilla hacia arriba. Noté que la mano izquierda de Kerfoot sangraba. Tenía el tercer dedo machucado como una pulpa, pero no dio muestras de dolor, y con sólo la mano derecha nos ayudó a amarrar el bote en su sitio.

—¡No te muevas y largarás el foque, Oofty! —ordenó Wolf Larsen en cuanto terminamos con el bote—. ¡Kelly, ven a popa y arría la vela mayor! ¡Tú, Kerfoot, ve a proa y mira qué ha sido del cocinero! ¡Míster Van Weyden, vuelva a subir a lo alto y corte toda impedimenta!

Y habiendo dado órdenes, se fue a popa con sus peculiares saltos de tigre y cogió el timón. Mientras yo quitaba los obenques de proa, el Ghost avanzaba lentamente, y esta vez, cuando nos hundimos en la concavidad de las olas y nos barrieron éstas, ya no hallaron velas que llevarse. Yo subía por la arboladura, aplastado contra los aparejos por la fuerza del viento, de manera que me hubiera sido imposible caer, y al llegar a la mitad de la ascensión, el Ghost se acostó casi sobre los extremos de los baos, con el mástil paralelo al agua. Entonces miré, no hacia abajo, sino en ángulo recto con la perpendicular a la cubierta del Ghost, pero no vi la cubierta, sino el lugar que ésta debiera haber ocupado, pues estaba sepultada bajo una cascada de agua. Fuera asomaban los dos mástiles y nada más. Por el momento, el Ghost estaba debajo del mar. Fue enderezándose poco a poco, librándose de la presión del costado, y por fin apareció la cubierta, abriendo la superficie del océano como el lomo de una ballena.

Después empezó a correr desenfrenadamente a través del mar embravecido, mientras yo continuaba adherido como una mosca a la arboladura y tratando de ver los otros botes. Media hora más tarde divisé el segundo bote con la quilla hacia arriba, a la que se agarraban desesperados Jock Horner, el gordo Louis y Johnson. Esta vez permanecí en lo alto, y Wolf Larsen consiguió virar sin contratiempos. Como antes derivó directamente sobre el bote, se sujetaron los aparejos y se tiraron las cuerdas a los hombres, que se encaramaron como monos. El bote, en cambio, se hizo astillas contra el costado de la goleta al izarlo; pero los restos se ataron fuertemente, porque aún podría componerse y utilizarse.

Una vez más barrenó el Ghost, y tanto se sumergió que durante unos segundos creí que no aparecería. Hasta el timón, bastante más alto que el resto de la nave lo cubrieron las aguas. En aquellos momentos me sentía extrañamente solo con Dios y contemplaba el caos de su ira. Después surgió de nuevo el timón, y los anchos hombros de Wolf Larsen, sus manos aferradas a los rayos de la rueda y semejante a un dios terrenal que dominara la tormenta y ahuyentara las aguas, haciéndolas servir sus propios fines, volvió a imprimir al Ghost el rumbo que su voluntad le imponía. ¡Esto era verdaderamente maravilloso! ¡Que un hombre tan pequeño pudiese vivir, respirar y conducir una frágil embarcación de madera y lona a través de aquella terrible contienda de los elementos!

Como antes, el Ghost emergió de las profundidades, sacó la cubierta fuera del agua y salió impelido por el huracán. Ahora eran las cinco y media, y poco más tarde, al disolverse el día en un crepúsculo sombrío y furioso, divisé el tercer bote. Estaba con la quilla hacia arriba y no había huellas de sus tripulantes. Wolf Larsen repitió la maniobra, se apartó, y después, virando a barlovento, derivó sobre él; pero esta vez se equivocó de cuarenta pies y el bote se quedó atrás.

—¡Bote número cuatro! —gritó Oofty—Oofty, leyéndolo con su mirada penetrante en el momento en que surgió de la espuma.

Era el bote de Henderson, y con él habían desaparecido Holyoak y Williams, otro de los marineros de alta mar. No quedaba la menor duda de que se habían perdido, pero quedaba el bote, y Wolf Larsen hizo otro esfuerzo temerario para recuperarlo. Yo había bajado a cubierta y vi a Horner y a Kerfoot protestar en vano contra tan descabellada tentativa.

—¡Por vida de ...! ¡No quiero que me robe mi bote ningún temporal del infierno! —dijo gritando, y a pesar de que los cuatro estábamos con las cabezas muy juntas para poder oír mejor, su voz sonó débil y lejana, como si se hallara a una distancia inmensa de nosotros—. ¡Míster Van Weyden! —voceó, y a través del tumulto me pareció un susurro—. ¡Sostenga el foque con Johnson y Oofty! ¡Los otros a popa, a la escota mayor¡ ¡Aprisa, si no queréis que os embarque a todos para el reino de los cielos! ¿Entendido?

Y cuando hizo girar el timón rudamente y se levantó la proa del Ghost, los cazadores no tuvieron más remedio que obedecer y hacer lo posible para que se llevara a término aquella prueba arriesgada. De la magnitud de este riesgo me di cuenta al verme una vez más sepultado bajo las olas imponentes y agarrándome a la barandilla el pie del palo de trinquete. Me sentí arrebatado, arrastrado y lanzado al mar por encima de la borda. No pude nadar, pero antes de hundirme del todo me sentí sostenido por una mano fuerte, y cuando el Ghost emergió al fin, comprendí que debía la vida a Johnson. Le vi mirar ansioso a su alrededor y noté que faltaba Kelly, que había acudido a proa en el último momento.

No habiendo acertado esta vez a recoger el bote, Wolf Larsen se vio precisado a recurrir a una maniobra diferente; corriendo de cara al viento con todas las velas a estribor, viró y volvió barloando sobre babor.

—¡Magnífico! —gritó Johnson a mi oído cuando hubimos salido indemnes de la siguiente inundación, y comprendí que se refería, no a la pericia de Wolf Larsen, sino a la hazaña del Ghost.

Había oscurecido tanto, que no se distinguía el bote; pero Wolf Larsen avanzó a través del horrible tumulto, como guiado por un instinto infalible. Ahora, aunque nos hallábamos continuamente medio sepultados, no se abría ninguna concavidad ante nosotros y pudimos derivar directamente sobre el bote volcado, que fue duramente castigado al ser izado a bordo.

A esto siguieron dos horas de penoso trabajo, durante las cuales todos los del barco —dos cazadores, tres marineros, Wolf Larsen y yo— nos ocupamos en rizar el foque primero y la vela mayor después. Halando con tan poca vela, nuestras cubiertas se veían relativamente libres del agua y el Ghost se balanceaba y sumergía como un corcho entre las olas.

Yo tenía las puntas de los dedos erosionados y durante el rizado de las velas trabajé vertiendo lágrimas de dolor; y cuando terminamos me desmayé como una mujer, rodando por la cubierta con la agonía del agotamiento.

Entretanto, se había sacado a rastras, semejante a una rata ahogada, a Thomas Mugridge, que estaba cobardemente oculto bajo el extremo del castillo de proa. Vi cómo le conducían a popa, hacia la cabina, y noté con sorpresa que la cocina había desaparecido. En el lugar que había ocupado aparecía un espacio más limpio de cubierta.

Hallé a todos reunidos en la cabina, y mientras se preparaba café en la pequeña estufa, bebimos whisky y comimos galleta. Nunca me había parecido tan oportuna la comida; jamás me había sabido tan bien el café caliente. El Ghost cabeceaba, se agitaba y tumbaba con tal violencia, que resultaba imposible, aun para los marineros, caminar por allí sin sostenerse, y varias veces, después del grito: "¡Ahí va!», nos vimos amontonados sobre la pared de babor de la cabina como si hubiese sido la cubierta.

—¡Cualquiera sale a echar un vistazo! —oí decir a Wolf Larsen después que hubimos comido y bebido hasta la hartura, En la cubierta no se puede hacer nada. Si hemos de irnos a pique, no está en nuestra mano el evitarlo; así, pues, quedémonos aquí todos, y a dormir un rato.

Los marineros se deslizaron hasta la proa, colocando al pasar las luces laterales, en tanto que los dos cazadores se quedaban a dormir en la cabina, por no parecer prudente abrir la puerta de la escalera que conducía a la bodega. Entretanto, Wolf Larsen y yo cortamos el dedo aplastado de Kerfoot y suturamos el muñón. Mugridge, que durante todo el rato que se había visto obligado a guisar, servir el café y mantener encendido el fuego, se había quejado de agudos dolores, juraba ahora tener dos o tres costillas rotas. Después de reconocerle hallamos que tenía tres, pero diferimos su cura para el día siguiente, principalmente por la razón de que yo no sabía una palabra sobre costillas rotas y antes había de leer algo acerca de ello.

—Me parece que no merecía dar la vida de Kelly por un bote inservible —dije a Wolf Larsen.

—Kelly no valía gran cosa —repuso—. Buenas noches.

Después de todo lo sucedido, sufriendo un dolor insoportable en los extremos de los dedos y con la pérdida de tres botes, sin hablar de las violentas sacudidas del Ghost, me parecía imposible poder conciliar el sueño. Pero mis ojos debieron cerrarse en cuanto la cabeza tocó la almohada, y era tal mi agotamiento, que dormí toda la noche mientras el Ghost, abandonado y sin dirección, se abría camino a través de la tormenta.

CAPITULO XVIII

Al día siguiente, en tanto amainaba el temporal, Wolf Larsen y yo nos atracamos de anatomía y cirugía y le arreglamos las costillas a Mugridge. Después, cuando calmó la tormenta, recorrimos en todas direcciones la región del océano donde nos había sorprendido el mal tiempo, siempre con tendencia a Poniente, mientras se procedía a arreglar los botes y se hacían y ajustaban velas nuevas. Vimos y abordamos buen número de goletas dedicadas asimismo a la caza de focas, muchas de las cuales iban en busca de sus botes perdidos, y otras llevaban a bordo botes y tripulantes de otras embarcaciones que habían recogido, pues el grueso de la flota había estado más a Occidente, y los botes, esparcidos en todas direcciones, habían huido desesperados buscando el refugio más próximo.

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